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**Capítulo 1** “Cara a cara con el pasado”

—¡Mikhail, no podemos continuar de esta manera! —exclamó la señora Petrova, sin dejar lugar a réplicas, al entrar en la sala adornada con arte costoso y muebles antiguos que evidenciaban una riqueza que era incapaz de llenar el vacío interior de Mikhail.

—La gente ya comienza a cuestionarse por qué aún no te has casado.

Mikhail alzó la mirada de su taza de té, mostrando las ojeras profundas y la palidez de su piel.

—Madre, ya hemos discutido esto. No deseo una esposa.

—¡Eso es absurdo! —protestó ella, cruzándose de brazos. — Eres un hombre de éxito, con una carrera destacada. ¿Cómo es que no deseas una buena mujer a tu lado?

Mikhail, frustrado, soltó un suspiro y bajó la vista hacia sus piernas.

—El éxito en mi carrera no implica que pueda brindar amor a una mujer. No quiero involucrar a alguien en mi vida sabiendo que no puedo hacerla feliz.

—¿Y qué hay de mi reputación? ¿De la reputación de nuestra familia? —insistió la señora Petrova, acercándose. — He dedicado mi vida a preservar nuestro nombre. No puedo permitir que se derrumbe por tu obstinación.

—¡Esto no es sobre tu reputación, madre! Es sobre mi vida. ¿Por qué es tan complicado de comprender?

—No es solo tu reputación. Es tu futuro. La gente comienza a esparcir rumores, a decir barbaridades. Aseguran que eres incapaz, cuestionan tu masculinidad, ¿acaso eso no te afecta?

—¡No! Lo que la gente murmure me es indiferente —contestó amargamente.— Quizás sea mejor que me consideren impotente. Lo prefiero antes que arrastrar a alguien más a mi desdicha. ¡Ya tengo suficientes problemas!

La señora Petrova negó con la cabeza.

—No puedes seguir ocultándote tras tus quejas y autocompasión. Hay una mujer que te ha esperado, que ha sido paciente por años. ¿No merece al menos una explicación?

—No puedo casarme con María; no sería justo. Le sugeriré que terminemos el compromiso. Y tú deberás buscar otra forma de manejar los rumores.

Su madre permaneció en silencio, y su rostro se torció en una expresión de furia.

—¿Todo esto es por esa mujer? —preguntó con un tono venenoso.

Mikhail se tensó y sujetó con fuerza los brazos de su silla, conteniendo su ira.

—¿Qué te hace pensar semejante tontería?

—Tu actitud evasiva. Y si no quieres que siga pensando que la amas, te casarás con María en un mes.

Mikhail giró su silla de ruedas.

—Espero que no te decepciones más al encontrarte con un altar sin novio, madre.

—¡No te atreverás a someterme a tal humillación, Mikhail! —exclamó la señora Petrova, esperando alguna respuesta de Mikhail, pero él solo hizo una señal a su asistente para que lo acompañara.

******

En ese preciso momento, en otro lado de la ciudad:

—Señora… señora… hemos llegado —insistía el taxista, mientras Anna, absorta en sus pensamientos, no reaccionó hasta el tercer llamado.

Ella sonrió con vergüenza, buscó dinero en su bolso y se lo entregó al conductor.

—Quédese con el vuelto.

Anna había vuelto a su tierra natal tras una exhaustiva búsqueda e investigación, en la que descubrió que la compleja enfermedad cardíaca de su hijo solo podía ser tratada en el hospital donde ella había trabajado anteriormente.

Parada frente al hospital, con dos maletas junto a ella, Anna exhaló un suspiro profundo. Mientras la brisa fresca de la mañana acariciaba su rostro, y de mezclaba con la inquietud que sentía en su corazón.

«Y pensar que juré no regresar a este lugar», caviló con pesar, recordando todas las experiencias dolorosas que había enfrentado. Sin embargo, la salud de su hijo era más importante que cualquier orgullo o resentimiento.

—Mamá, me siento cansado —se lamentó un niño a su lado, apenas un murmullo de agotamiento.

Anna se inclinó hasta quedar a su nivel, lo miró con dulzura y le desordenó el cabello.

«¡Te salvaré, cueste lo que cueste!», se prometió Anna en silencio mientras las lágrimas llenaban sus ojos.

—¿Lucas, quieres subirte a la maleta y mamá te llevará rodando? —le propuso juguetona y el pequeño asintió efusivamente.

Arrastrando dos maletas con su hijo encima de una, Anna, llegó a la sala donde esperaba su turno. Sin embargo, Luca, impaciente, tiró de la manga de su blusa.

—Mamá, necesito ir al baño.

Anna asintió y lo acompañó al baño, pero justo antes de entrar al de damas, Lucas se detuvo, apretando su mano.

—Quiero ir solo, mamá.

Anna sonrió.

—¿A mi niño le da vergüenza entrar al baño de chicas? Pero cariño, todavía no sabes ir al baño solo.

—Sí sé. Ya soy grande.

Ella vaciló.

—Está bien, pero sé rápido —le dijo, acariciando su cabello.

Mientras Lucas entraba, Anna recibió una notificación en su teléfono: era un mensaje de otro hospital confirmándole una entrevista de trabajo. Absorta en su respuesta, el tiempo voló y no se percató de que Lucas ya había salido del baño.

Desorientado y temeroso, Lucas empezó a deambular por los pasillos del hospital en busca de su madre.

Sus pequeños ojos se inundaron de lágrimas y, al final, estalló en llanto en la recepción.

—Mamá… tengo miedo, ven mamá.

En ese instante, Mikhail, con la expresión habitualmente amarga e imponente que lo definía, entró al hospital en su silla de ruedas y observó a Lucas.

Al verlo, Lucas cesó su llanto y corrió hacia él.

—¡Papá! —exclamó Lucas, abrazando a Mikhail por la cintura.

Mikhail, desconcertado, miró al niño que lo abrazaba con fuerza.

—¿Qué haces, niño? ¡No soy tu padre! —dijo, intentando despegarlo con suavidad.

—Sí, lo eres —afirmó Lucas entre sollozos—. Vi tu foto entre las cosas de mamá. Eres mi papá.

Mikhail frunció el ceño, intentando comprender las palabras del niño.

—Eso es imposible —murmuró, confundido.

—¡Es inconcebible que haya padres tan negligentes e irresponsables! —exclamó Mikhail, dirigiendo su mirada hacia su asistente.

—Encuentra a la madre de este niño. No debería estar solo por aquí.

Su asistente asintió en respuesta.

Mientras tanto, Anna, al percatarse de que había transcurrido demasiado tiempo, abrió los ojos ampliamente y sintió cómo su corazón se aceleraba. La angustia la invadió, imaginando todos los peligros que podrían acechar a su hijo.

Indiferente a las reprimendas de los hombres en el baño, revisó cada cubículo.

—¡Señora, es usted una pervertida!

—¿Dónde está mi hijo? —preguntaba desesperada, observando las caras pálidas de los hombres.

Su ansiedad aumentaba con cada segundo sin encontrarlo, imaginando lo peor.

«No debí haberlo dejado solo, está muy enfermo y lo dejé solo», se reprochaba a sí misma.

Con manos temblorosas sacó su teléfono y buscó una fotografía de su hijo.

—¿Han visto a este niño? —interrogaba a cada transeúnte.

Al llegar a la recepción, un alivio inmenso la invadió al ver a su hijo abrazando a un hombre en silla de ruedas.

—Oye, pequeño, ¿me podrías decir cómo se llama tu mamá? —oyó al hombre preguntarle a Lucas.

—¡Lucas! —gritó Anna, corriendo hacia él.

Lucas se volteó y corrió hacia su madre, abrazándola fuertemente.

—Mamá, encontré al hombre de la foto. ¿Es él mi papá?

Anna se quedó paralizada al oír las palabras de su hijo.

Ella miró al hombre que permanecía de espaldas; sin embargo, cuando giró la silla para enfrentarla por ser una madre negligente, sus miradas se cruzaron, y el mundo pareció detenerse.

—Mikhail… —susurró Anna, incrédula ante lo que sus ojos veían.

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