MI EX SALVA A  NUESTRO HIJO
MI EX SALVA A NUESTRO HIJO
Por: Naths
**Prólogo** “Desprecio y Venganza”

—¿Estás seguro de que esa chica es la hija de mi difunto esposo y su amante? —preguntó la señora Petrov a su asistente personal, que estaba de pie a su lado, con la cabeza inclinada en señal de respeto.

—Sí, señora, estoy 100% seguro. El investigador fue muy preciso con el reporte. Anna Ivanova es la hija ilegítima del finado señor Petrov —afirmó el asistente con seguridad.

La señora Petrov frunció el ceño, sintiendo un nudo en el estómago.

—Si mi hijo no saca a esa mujer de su vida, tendremos que buscar una manera de deshacernos de ella. Sabes muy bien que no me conviene que esa mujer descubra que es la heredera de toda la fortuna Petrov. No dejaré que nadie me quite todo por lo que luché. Todo me pertenece —gritaba la mujer, con su expresión transformándose en una máscara de furia.

—Señora, si ella descubre la verdad, ¿representará un problema el testamento falso que usted elaboró? —preguntó su asistente con preocupación.

Ella giró hacia él, con una mirada dura y fría.

—Entonces, nos aseguraremos de que nunca lo descubra —sentenció con voz helada, dejando claro que estaba dispuesta a todo para proteger su posición.

En el estudio, Mikhail Petrov disfrutaba de su café americano y leía el periódico cuando su madre irrumpió en la habitación con una carpeta marrón en las manos.

—Hijo, tenemos que hablar —dijo con seriedad. —Necesito que leas esto.

Mikhail tomó la carpeta y la abrió. Dentro, encontró una serie de documentos y fotos. Sus ojos se agrandaron mientras hojeaba las páginas, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza.

—¿Qué es esto, mamá?

—Es la verdad sobre Anna Ivanova. Lee las cartas, los registros bancarios, los mensajes. Ella jugó con tu padre, lo engañó para sacarle dinero, y cuando no pudo conseguir más, lo dejó. Esto lo destruyó —explicó su madre endureciendo la voz con cada palabra.

—¡Esto es imposible! —exclamó Mikhail mientras leía frenéticamente, sintiendo como el corazón le latía tan frenéticamente qué sentía que le iba a explotar.

—Lo siento, hijo, pero es la verdad.

—No… no puede ser —murmuraba una y otra vez, moviendo la cabeza de lado a lado.

—Mamá, no puede ser que la mujer con la que he estado saliendo durante meses sea tan perversa como dices —insistió Mikhail, negándose a aceptar la realidad.

Su madre le puso una mano en la rodilla.

—Hijo, esto es lo que esta mujer es. Una manipuladora, una cazafortunas. Ella engatusó a tu padre y fue la causante de su infarto. Lo hizo sufrir cuando obtuvo lo que quiso de él —dijo la señora Petrov con dolor y rabia contenida.

—Tu padre no fue el primero ni el último en caer en sus redes. Pero tú tienes la oportunidad de detenerla antes de que cause más daño.

Mikhail levantó la mirada, con sus ojos enrojecidos por la incredulidad y angustia.

—¿Anna era la amante de mi padre? Pero… yo fui su primer hombre —aclaró, aturdido, mientras apretaba el papel con fuerza entre su puño izquierdo.

—Ay, hijo, eres tan inocente aún. Esas mujeres que se aprovechan de hombres mayores nunca se entregan a ellos. Esa fue la razón por la que tu padre se sintió burlado y se enojó tanto que su corazón no aguantó —explicó con una tristeza que parecía casi tangible.

Mikhail sabía que su padre había muerto de un infarto. Esa era una verdad incontestable en su vida. Se levantó de su asiento, confundido y desorientado.

Su madre le agarró una mano, deteniéndolo.

—Hijo, por favor, promete que harás pagar a esa mujer. No te dejes engañar, ella se acercó a ti premeditadamente. No la aceptaré en nuestras vidas. Ella me arrebató a tu padre, se aprovechó de su vulnerabilidad. Hijo, garantízame que la vas a castigar y no le darás la oportunidad de dañar más a nuestra familia —suplicó con ruego y exigencia.

Mikhail no podía hablar. El dolor era tan profundo que su rostro lo reflejaba claramente.

—Tú siempre has sido un hijo obediente. Confiaré en que harás lo correcto. Y lo correcto es despedirla y romper todo lo que tengas con ella, no solo por mí, sino por ti y tu prometida. Planeabas dejar a una buena mujer por una malvada —insistió la señora Petrov, con una firmeza que no dejaba lugar a dudas.

Desorientado y sin saber qué hacer, Mikhail salió de la casa, con el corazón y la mente en un torbellino de emociones. Su madre, en contraste, sonreía con una frialdad que solo alguien con un corazón endurecido por el poder podía mostrar.

Después de finalizar su turno como enfermera, Anna caminaba emocionada hacia la oficina del director del hospital, sin poder borrar la sonrisa de su rostro, pensando en la felicidad que sentirá su amado Mikhail cuando reciba la noticia de que será padre. Con ternura se tocaba el vientre, imaginando que ese bebé tendría los mismos rasgos faciales de su amado.

Cuando entró al ascensor, un torrente de recuerdos la inundó. Recordó su primer encuentro con Mikhail.

En aquel entonces, había entrado en ese mismo ascensor, encontrándolo apoyado en la pared metálica del fondo, con sus ojos tan verdes como la naturaleza. Llevaba un traje a medida que se ajustaba a cada músculo de su cuerpo. Su piel blanca contrastaba con su cabello negro, un tanto ondulado, perfectamente peinado, aunque un mechón rebelde le daba un aire misterioso y encantador a la vez. Ella había suspirado sin dejar de verlo, embelesada, y él pareció captar su interés, ya que con un gesto coqueto le guiñó un ojo, y ella sonrió avergonzada.

—Tienes unos ojos hermosos —le había dicho él, con una voz seductora y encantadora.

Ella no podía creer cuando ese hombre le pasó disimuladamente una tarjeta. El pitido de las puertas del ascensor abriéndose la sacó de ese recuerdo.

Tras pasar por el lado de la asistente de Mikhail, alzó la mano para saludarle con una sonrisa radiante.

—Anna… —intentó detenerla la mujer, pero Anna continuó, llena de alegría y expectación.

—Amor, ¿puedo pasar? —llamó al otro lado de la puerta. Sin embargo, cuando la abrió, su rostro se desencajó al encontrar a una mujer abrazada a él.

—¿Qué significa esto, Mikhail? —exigió con voz quebrada.

—No significa nada. Te presento a María, mi prometida —respondió Mikhail sin inmutarse, y con su mirada fría como el hielo.

Anna buscaba desesperadamente en sus ojos algún rastro del hombre que ayer le sonreía diciéndole cuánto la quería, pero solo veía una frialdad inexplicable.

—¿Tu… tu prometida? ¿Cómo es posible? Hemos estado juntos durante meses…

—Mi prometida estaba fuera del país y regresó porque nos vamos a casar.

—¿Y yo…? ¿Cuáles eran tus planes conmigo?

Anna vio cómo María sonreía con satisfacción maliciosa.

—Yo nunca hice planes contigo —soltó Mikhail con un desprecio que la atravesó como un cuchillo.

Impulsada por el fervor del momento, Anna soltó la manija de la puerta y salió corriendo, pero cuando estaba a punto de abandonar el hospital, se detuvo. Necesitaba que Mikhail le explicara por qué había jugado con sus sentimientos de manera tan cruel. No tenía sentido ese rechazo.

—¿A qué volviste? No tienes vergüenza. Mi futuro esposo te dijo lo que tenía que decirte, ¿ahora qué buscas? ¿Qué quieres? —le gritaba María con ira, recordando cómo Mikhail estuvo a punto de romper su compromiso con ella por culpa de Anna.

—Déjame pasar, quiero que él me diga por qué —le exigió Anna, y María, en un arrebato, la empujó con fuerza, provocando que Anna retrocediera varios pasos hasta el borde de la escalera.

—¡Ayúdame! —gritó Anna cuando sintió que perdía el equilibrio. En un santiamén, una mano la empujó hacia adelante.

Ni siquiera fue consciente de cómo Mikhail terminó cayendo en su lugar.

Horrorizada y gritando frenéticamente, veía cómo Mikhail caía, golpeándose en cada escalón.

—¡Mikhail, Dios mío! —lloraba espantada, con ambas manos en la boca, viéndolo tendido en el suelo sin moverse.

Estaba en shock, todo su cuerpo temblaba y no apartaba la mirada de él. Sus lágrimas caían sin control mientras escuchaba el bullicio a lo lejos.

—¡Es ella… ella lo empujó! ¡Quería matar a mi prometido! ¡Enciérrenla! ¡Es peligrosa! —escuchó la acusación de María como si estuviera en otra dimensión.

Sentía que iba a colapsar.

—Señora, queda usted detenida por intento de asesinato—solo percibió sobre su piel el frío del metal de las esposas que fueron colocadas en sus muñecas.

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