Anna se mordió el labio inferior con fuerza. Pensar que era muy egoísta de su parte sacrificar a su hijo por miedo a que lo alejaran de su lado la hizo levantarse de la cama de un salto.—Lo intentaré —dijo en apenas un susurro, como si se respondiera a sí misma—. Haré todo lo que pueda para convencerlo.El doctor asintió.—Haré los preparativos necesarios en cuanto el señor Petrov acepte. Por favor, hable con él lo antes posible.Anna asintió, sintiendo un peso agotador sobre sus hombros.Cuando el médico salió de la habitación, ella se acercó a la cama de su hijo y le acarició la mejilla suavemente.—Voy a hacer todo lo posible, mi amor. Te lo prometo —murmuró, sintiendo cómo sus lágrimas comenzaban a brotar.Mientras tanto, en su oficina, Mikhail abrió el primer cajón de su escritorio y sacó los resultados del último estudio que se realizó, notando debajo de estos su arma.«Anna, no puedo morir sin que vivas en mi infierno», pensó, recordando las ideas suicidas que habían pasado po
—No te reconozco, Mikhail. ¿Cómo puedes negociar con la vida de un niño? Nunca pensé que fueras tan nefasto— soltó Anna con decepción. Él, por un momento, se sintió mal, pero de inmediato retomó su semblante frío y se encogió de hombros.—No estoy negociando con la vida de tu hijo; lo hago contigo. Necesitas un favor de mi parte, y yo solo pido algo a cambio.Anna dio un paso al frente, aunque temblaba de impotencia.—Puedo suplicarte de rodillas si eso te hace sentir bien, pero lo que me pides es bajo.—Te aconsejo que no pierdas tu tiempo. Si te arrodillas, mi propuesta seguirá siendo la misma.Anna no lo pensó; estaba tan enfadada que se volvió hacia la puerta.—Mañana a esta misma hora, mi oferta se anula.Anna apretó tan fuerte la manija de la puerta que, si no hubiera sido de metal, esta se habría convertido en polvo.Aunque al decidir entrar en su oficina dejó de lado su dignidad y orgullo, esa propuesta desató una batalla feroz entre su mente y su corazón.—¡Púdrete, desgracia
**Capítulo 8** "Dinero maldito"La señora sacó un sobre y lo tendió hacia Anna.—Quiero que te vayas. Aquí tienes suficiente dinero para cubrir los gastos médicos de tu hijo en otro país. Este hospital no es el único lugar donde puede ser tratado.Anna miró el sobre con desprecio.—No me iré. He investigado y sé que este hospital es el único lugar donde mi hijo puede ser salvado. Su enfermedad es rara y compleja, y en muchos lugares se niegan a operarlo.La señora frunció el ceño, visiblemente irritada.—No seas tonta. Toma el dinero y vete. No provoques que me enfade y cambie mi método.Anna alzó el mentón con determinación.—No puede comprarme, y lo sabe bien. Si no lo logró en el pasado, ahora menos. No me intimidan sus amenazas. Mi hijo es lo único que importa, y haré lo que sea necesario para salvarlo.La señora, furiosa, se puso de pie y le tiró el sobre a la cara.Por instinto, Anna cerró los ojos, sintiendo cómo los billetes sueltos golpeaban suavemente su rostro antes de espar
—Desnúdate y ve a la cama.Anna sintió como si un cuchillo se hundiera en su pecho, el dolor era tan agudo que le robaba el aliento. Apretó los puños, mordiéndose la mejilla interna hasta que un sabor metálico llenó su boca.«No olvides que esta humillación es por la vida de Lucas» La humillación era tan intensa que las lágrimas empezaron a acumularse en sus ojos, pero se negó a dejar que cayeran. Estaba paralizada, como si el mundo se hubiera detenido a su alrededor, incapaz de decidir qué hacer.Mikhail giró en su silla de ruedas, observando el conflicto en su rostro. Verla tan perdida y afectada le hizo sentir una extraña satisfacción, pero al mismo tiempo, una sombra de duda cruzó su mente. ¿Estaba siendo demasiado cruel? Sin comprender del todo el impulso, rodó un poco hacia ella, casi sintiendo la necesidad de disculparse, de suavizar el golpe que le había asestado. Pero justo en ese momento, el teléfono vibró en su bolsillo, rompiendo el hechizo.«¿Qué demonios estoy hacien
—Querida, cuéntame cómo sigue el pequeño Lucas. Tengo una sorpresa para ti —dijo una voz masculina al otro lado de la línea, dulce y despreocupada.Mikhail sintió cómo la sangre le hervía. Su piel enrojeció, las venas de su frente latían con furia.—¿Quién eres? —rugió con voz tan profunda que sonaba como un gruñido.—Lo mismo pregunto. ¿Quién eres tú y por qué contestas el teléfono de Anna? —replicó la voz al otro lado, con un tono firme que solo alimentó la ira de Mikhail.Antes de que pudiera responder, Anna salió del baño como un vendaval, arrebatándole el teléfono con una rabia que ardía en sus ojos.—Iván, te llamo después —dijo rápidamente al teléfono, sin ocultar la angustia en su voz.—Anna, pero… ¿te encuentras bien? —No te preocupes, te contactaré luego —dijo Anna, intentando calmar su voz, pero su preocupación solo enfureció más a Mikhail.Aunque se regocijaba interiormente, creyendo que había logrado su objetivo de causarle un problema con su supuesto esposo.—No tienes
Anna estaba a punto de jalar la manija de la puerta principal, sintiendo el frío metal bajo su mano temblorosa, cuando el timbre sonó, y su corazón dio un vuelco, y en medio de su tristeza, una chispa de esperanza la invadió, solo para ser sofocada rápidamente por una oleada de enojo. Estaba lista para enfrentar a Mikhail, para demandar respuestas y para acusarlo de haberle prometido algo que al final no cumpliría. «Todo fue una estrategia para despreciarme, pero no se saldrá con la suya. Usar la vida de mi hijo para su plan malicioso fue su peor error», pensó, sintiendo cómo la rabia se arremolinaba en su interior, mientras sus puños se cerraban hasta que sus uñas se clavaron en la palma de sus manos.—No creas que dejaré que …—pronunció con los labios tensos, mientras abria la puerta con una rapidez que delataba su desesperación, esperando encontrarlo allí, al otro lado, listo para enfrentarse a su ira. Pero lo que vio hizo que su expresión se desencajara por completo.Allí, de pi
Con un movimiento veloz y lleno de furia, la señora Petrova se dio la vuelta y lo abofeteó.El hombre, entrenado en la obediencia ciega, no emitió ni un quejido, solo bajó la cabeza, aceptando su castigo.—¡Inútil! —exclamó la señora con voz temblorosa por la furia contenida—. Tanto tiempo a mi lado y no has aprendido nada. Esa muchacha patética no tiene sangre Petrov. Si cambio mi versión, solo perderé a mi hijo. ¿Piensas que si Mikhail descubre que su padre le dejó todo a esa mujercita patética…? Tengo mucho que proteger, y lo sabes —gritó la mujer.Mientras tanto, en el auto que avanzaba hacia el hospital, Anna no dejaba de llorar, con la cabeza apoyada en la ventanilla fría. La furia y la desesperación la consumían, y cada lágrima que caía sentía como si el cielo se derrumbara sobre ella. La idea de ver a su hijo morir la atormentaba, haciendo que el dolor en su pecho se volviera insoportable.Al llegar a la habitación, encontró a Lucas aún dormido. Se acercó a la cama y lo abraz
Mikhail asintió lentamente, con una convicción que asustó a Sergei más de lo que habría querido admitir.Sergei salió, sintiendo el peso de la mirada reprobatoria de la señora Petrova, que lo esperaba en el pasillo como una sombra persistente.—¿Qué tanto hablas con mi hijo? No me gusta tu influencia en él —espetó la señora Petrova.—Buenas noches, señora —respondió Sergei educadamente, aunque en su interior luchaba por contener la ira que la señora Petrova le provocaba. Sabía que cualquier confrontación con ella solo empeoraría las cosas para Mikhail.Una vez que Sergei se marchó, la señora Petrova volvió a entrar en la habitación, destilando desdén y fingida preocupación maternal.—Volviste a enredarte con la mujer que fue amante de tu padre. ¿Qué clase de hijo eres, Mikhail? —lo increpó.—Madre, no empieces… —rezongó Mikhail, apretando la mandíbula con tanta fuerza que sus dientes chirriaron.—¿Qué no empiece? Tengo que hacerlo, porque parece que tienes memoria corta. No intentes o