Mikhail asintió lentamente, con una convicción que asustó a Sergei más de lo que habría querido admitir.Sergei salió, sintiendo el peso de la mirada reprobatoria de la señora Petrova, que lo esperaba en el pasillo como una sombra persistente.—¿Qué tanto hablas con mi hijo? No me gusta tu influencia en él —espetó la señora Petrova.—Buenas noches, señora —respondió Sergei educadamente, aunque en su interior luchaba por contener la ira que la señora Petrova le provocaba. Sabía que cualquier confrontación con ella solo empeoraría las cosas para Mikhail.Una vez que Sergei se marchó, la señora Petrova volvió a entrar en la habitación, destilando desdén y fingida preocupación maternal.—Volviste a enredarte con la mujer que fue amante de tu padre. ¿Qué clase de hijo eres, Mikhail? —lo increpó.—Madre, no empieces… —rezongó Mikhail, apretando la mandíbula con tanta fuerza que sus dientes chirriaron.—¿Qué no empiece? Tengo que hacerlo, porque parece que tienes memoria corta. No intentes o
**Minutos antes.**A medida que la madrugada caía, agotada por el largo día y todas las emociones vividas, Anna finalmente se permitió cerrar los ojos. Lucas descansaba sobre su pecho, respirando suavemente, y por un momento, todo el dolor y la angustia parecían desvanecerse en ese pequeño rincón de paz. La oscuridad la envolvía, y ella cayó en un sueño profundo, el tipo de sueño que solo llega después de días sin descanso. Pero esa calma fue rota cuando una voz suave, apenas un susurro, comenzó a llamarla desde las profundidades de su descanso.—Anna… Anna…Unos toques sutiles en su brazo derecho la hicieron abrir los ojos lentamente. Aún adormilada, apenas distinguió la figura que se inclinaba sobre ella. Parpadeó, tratando de enfocar su vista borrosa por el sueño.—Anna, amiga, ¿no me reconoces? Soy yo, Tatiana, tu antigua compañera—dijo la voz, que ahora se hacía más clara y reconocible.Anna se frotó los ojos, aún confusa. Su mirada vagó por el rostro familiar antes de que una
El pánico se apoderó de Anna cuando Tatiana presionó el botón de emergencia. Los doctores y enfermeros llegaron rápidamente, empujando a Anna fuera de la habitación mientras intentaban estabilizar a Lucas.—¡No! ¡Soy doctora! —gritaba Anna, luchando contra el enfermero que la estaba sacando. Su voz se quebraba mientras sus lágrimas caían sin control—. ¡Maldita sea, déjenme entrar! ¡Quiero saber qué ocurre! ¡Si algo le pasa a mi hijo, los culparé a todos! —chillaba, golpeando la puerta con sus puños, mientras su desesperación se convertía en una rabia ciega.Los minutos se hicieron eternos. Anna no dejó de golpear la puerta ni de gritar hasta que su voz se volvió un susurro ronco. Finalmente, agotada, se dejó caer en un banco cercano, llorando con la cara entre las manos. El pasillo estaba en silencio, roto solo por los sollozos desgarradores de Anna, hasta que un aroma familiar la hizo alzar la cabeza.Sus ojos enrojecidos se encontraron con la figura imponente de Mikhail, acercándose
Anna agarró la mano de su amiga Tatiana con una fuerza desesperada mientras los médicos y Mikhail salían de la habitación. El ambiente estaba cargado de tensión, y Anna podía sentir el miedo en el apretón de Tatiana, quien estaba al borde de las lágrimas.—Sabes que no… —Tatiana intentó hablar, pero Anna la interrumpió suavemente, colocando un dedo en sus labios.—Eres mi amiga —afirmó Anna con una sonrisa llena de ternura—. Estuviste a mi lado en mis peores momentos, fuiste mi paño de lágrimas y mi soporte. ¿Cómo crees que voy a pensar que le harías daño a mi hijo? Ve con ellos y demuestra tu inocencia —la animó, mirándola con gratitud y confianza.—Cuida de él… —susurró Tatiana, con una súplica silenciosa al universo, mientras sus ojos se posaban en el rostro pálido y frágil de Lucas sobre la cama.La desesperación y la impotencia se apoderaron de Tatiana cuando los médicos, fuera de la habitación, la veían con reproche. Anna, sintiéndose más sola que nunca, miró a su alrededor
Anna apenas podía avanzar, arrastrando la maleta con una mano mientras sostenía a Lucas con la otra. El peso de su hijo parecía duplicarse con cada paso, pero la desesperación le daba fuerzas para seguir adelante. Su corazón latía con una furia desbocada mientras veía la puerta de cristal abrirse lentamente ante ella.Al otro lado, dos guardias robustos y musculosos bloquearon su camino. Sus figuras imponentes parecían insuperables, como una barrera imposible de traspasar. Anna sintió el pánico apoderarse de ella, pero lo disimuló con una media sonrisa irónica que no alcanzó sus ojos.—Señora, no puede salir sin mostrar el alta médica del paciente —dijo uno de los guardias con tono firme y autoritario.Anna apretó los labios, conteniendo el torrente de insultos que quería lanzar. «Mikhail, infeliz hijo de…», lo maldijo en silencio, sintiendo cómo el odio crecía con cada latido. Sabía que aquello era parte de su plan, que él quería mantener a Lucas atrapado en aquel hospital para sus p
—¿Dígame con quién estaba hablando? —volvió a preguntar Mikhail, mientras su asistente desviaba la mirada a todos lados, evitando la suya.—Con… con una amiga —balbuceó nerviosa.—Si quiere conservar su empleo, será mejor que se dedique a trabajar. No le permito chismosear con María en horario laboral —la mujer abrió los ojos como platos, mirando a Mikhail como si le hubieran salido cuernos en la frente—. Sí, sé que eres la informante de María, y espero que no hagas estupideces para congraciarte con ella —advirtió tajante antes de hacer rodar su silla.«Uff, qué susto. Espero que no se entere de que ayudé a María a alterar su prescripción», pensó, tocándose el pecho con cierto alivio.Horas más tarde...Mikhail se sentía incómodo al ser observado por el personal del hospital. No era para menos; llevaba años sin usar su bata blanca.Se detuvo frente a la puerta de la habitación de Lucas, tomándose un instante para recomponerse antes de entrar.Sabía que su presencia no sería bien recib
Anna estaba allí, frente a Mikhail, sintiendo cómo su corazón latía descontroladamente en su pecho.Las palabras parecían haberse desvanecido de su mente, dejándola atrapada en un mar de incertidumbre y ansiedad.—Es que…—comenzó a decir, temblorosa y apenas audible, pero su voz se quebró antes de que pudiera formar una frase coherente.Y cuando volvió a abrir la boca, Mikhail, con una mirada gélida que la atravesaba como una daga, alzó una mano, interrumpiéndola bruscamente.—Olvídalo —dijo con frialdad—. No necesito explicaciones. Ya conozco la respuesta.La declaración de Mikhail fue un golpe inesperado, como si le hubieran arrancado el aire de los pulmones.Mientras él se alejaba en su silla de ruedas, sin dignarse a mirarla de nuevo, Anna sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies.No pudo moverse, quedó congelada en el mismo lugar, observando cómo la distancia entre ellos se hacía cada vez más grande, no solo físicamente, sino emocionalmente.Mikhail no miró atrás. Y eso d
Mikhail, con un movimiento suave pero decidido, giró la cabeza.El rechazo fue un golpe al alma de María, que se quedó congelada, con su boca a centímetros de la mejilla de Mikhail, sintiendo cómo la vergüenza y la rabia hervían dentro de ella.—No sé qué te tiene molesto, pero si es la influencia de esa mujer, déjame decirte que cuando se fue hace años, me pidió una suma exorbitante de dinero. Solo eso significas para ella —soltó, quebrada por la rabia, levantándose bruscamente en un intento desesperado por recuperar su dignidad.En ese preciso momento, el ascensor emitió un pitido y las puertas se abrieron.Mikhail salió sin decir una palabra, moviéndose hacia el estacionamiento con la misma indiferencia glacial que había mostrado durante toda la conversación.Su conductor lo ayudó a subir la rampa de la furgoneta, y María, aún furiosa, se apresuró a subir detrás de él, intentando aferrarse a lo poco que le quedaba.—¡Bájate! —ordenó Mikhail con una voz tan fría y dura que un escalo