**Capítulo 4.** "Instinto maternal"

Anna se removió desesperada entre los brazos de los guardias de seguridad, sintiendo como su corazón latía a mil por hora, y su vista nublada por el pánico. 

—¡Suéltenme, miserables desgraciados! —gritó como una fiera enloquecida. 

Mikhail, viendo con espanto cómo el pequeño cuerpo de Lucas se sacudía y los ojos se viraban, giró su silla hacia los agentes con una expresión de autoridad que no admitía discusión.

—¡Deténganse! —ordenó firme y glacial—. Libérenla, ¡ahora!

Anna no fue capaz de pensar en nada más, sino que su instinto de madre y su formación médica la impulsaron a actuar. Se arrodilló junto a su hijo y aunque trataba de mantener la calma, sus manos no dejaban de temblar. 

—¡No, por favor! ¡Lucas, respira! ¡Vamos, mi amor, respira! —suplicó, comenzando la reanimación cardiopulmonar, e ignorando todo a su alrededor.

—Por favor, ese niño está actuando— murmuró la prometida de Mikhail, con los ojos encendidos de celos.

—¡Mikhail, no puedes estar en serio! Ella está aquí para causarte problemas. Todo esto no es más que un espectáculo mal montado —insistió  cegada por los celos.

—¡María, basta, cállate! —exclamó Mikhail—. Este niño necesita atención médica inmediata. Llama a un médico de urgencias, ahora —demandó, viendo con horror que el niño no parecía reaccionar.

A pesar de su dificultad, Mikhail no dudó un segundo más. Con una rapidez que no había mostrado desde el accidente, rodó su silla hacia el niño.

—¡Déjame ayudar! —dijo, extendiendo las manos hacia el pequeño, indicando que lo subieran a sus piernas.

Pero Anna lo empujó con una fuerza desesperada, casi sobrehumana.

—¡Aléjate de él! —gritó, desgarrada por el miedo y la angustia. 

Sin perder un segundo, Anna comenzó a darle respiración boca a boca a su hijo, con movimientos precisos y controlados.

Mikhail se quedó paralizado, observando cómo Anna trabajaba con una destreza asombrosa. 

«Tiene técnicas que no son solo de una enfermera común», pensó.

—¡Vamos, mi amor, respira! —murmuraba Anna entre soplos, dejando que sus lágrimas se derramaran. 

Pero el cuerpo de Lucas no respondía lo suficiente y empezó a echar espuma por la boca.

Mikhail miró hacia la puerta, sabiendo que no había tiempo para esperar al médico de urgencias.

—¡Detenedla! —ordenó a sus agentes, que se abalanzaron sobre Anna, apartándola a la fuerza.

—¡No! ¡Suéltame! ¡Es mi hijo! —gritaba Anna, luchando contra los brazos que la sujetaban.

Mikhail tomó al niño en sus brazos, funcionando su mente con la precisión de un reloj suizo mientras aplicaba técnicas avanzadas para estabilizarlo. Aunque la situación era crítica, su experiencia médica le permitía mantener la calma.

—Vamos, pequeño, aguanta —susurró, concentrado en cada movimiento. 

Después de lo que pareció una eternidad, el niño dejó de convulsionar y su respiración se estabilizó débilmente. Con un gemido suave, abrió los ojos, mirando a Mikhail.

—Papá... —murmuró, apenas un susurro.

Mikhail sintió una oleada de alivio y algo más profundo, algo que nunca había esperado sentir. 

Sin embargo, detrás de él, su prometida observaba con puños apretados. 

Mientras que Anna, todavía retenida por los agentes, sollozaba de alivio y agotamiento.

—Ingresenlo en una habitación VIP —ordenó Mikhail al médico de urgencias que había llegado. 

El pánico volvió a invadir a Anna al escuchar esto. Ella no podía pagar algo así; apenas podía costear la cirugía y la estadía en un lugar barato.

—No, espere, yo... —Anna salió junto al médico sin saber cómo explicarle que no podía costear un internamiento privado.

****

—¿Cómo se atreve a decidir por mí? —murmuraba Anna, caminando de un lado a otro, en aquella lujosa habitación privada y revisando constantemente el monto en su cuenta bancaria como si cada vez que lo viera aumentaría por arte de magia. 

—Sé que mereces lo mejor, mi Lucas, pero tengo miedo de descompletar el dinero para la operación y no tengo idea de qué tan costosa me saldrá esta recaída —murmuró con pesar, mirando a su niño que yacía en la cama, conectado a varios monitores que marcaban un ritmo constante y tranquilizador.

*****

Horas más tarde, exhausta pero decidida a mantenerse despierta, Anna decidió bajar a la cafetería por un café.

—Volveré enseguida, cariño —susurró, besando suavemente la frente de su hijo antes de salir.

Apenas se fue, la prometida de Mikhail, que había investigado el número de habitación, llegó con la intención de confrontarla. 

Con el ceño fruncido y una determinación feroz, abrió la puerta con un empujón tan brusco que el sonido hizo que el niño, que dormía plácidamente, abriera los ojos de golpe.

—¿Mamá? —llamó débilmente, buscando con la mirada a Anna.

La prometida de Mikhail se acercó con la expresión vuelta una máscara de irritación.

—Tu madre no está aquí, niño —dijo con frialdad, mirando al pequeño con desprecio.

—¿Quién eres tú? 

—No te importa quién soy. Lo que importa es que tú y tu madre deben desaparecer. No tienen lugar aquí —le espetó, acercándose aún más, intimidante.

El niño comenzó a sollozar, asustado y confundido.

—Eres la señora mala.

—Tu madre te dijo que le dijeras papá a Mikhail, ¿cierto? ¿Qué te prometió para que mintieras, juguetes, dulces? ¡Los niños que mienten son castigados por los monstruos! Cuando veas a Mikhail, le dirás que tu madre te obliga a mentir —intentaba persuadirlo a pesar de ver al niño llorando con horror.

En ese momento, Anna, que regresaba con su café, sintió una punzada de alarma al escuchar el tono de voz agresivo que provenía de la habitación de su hijo. Entró rápidamente, encontrando a la prometida de Mikhail inclinada sobre su hijo.

—¡Aléjate de él! —exclamó, dejando el café a un lado y corriendo hacia la cama.

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