CAPÍTULO 5. Un chantaje
Los ojos de Lynett se abrieron desmesuradamente al ver aquel diario. ¡Aquello era una pesadilla! ¡Todo era una pesadilla!
—¡Te estoy haciendo una pregunta! —la increpó Elijah furioso—. ¿¡Estás segura de que no quieres más!?
La muchacha le arrebató el diario de las manos y leyó el artículo, sintiendo que aquel departamento comenzaba a dar vueltas a su alrededor.
—No… ¡No, no no…! ¡Esto no puede estar pasando…! ¿Crees que yo…? ¡¿Cómo se te ocurre?! ¡Yo jamás…! —intentó defenderse y Elijah lo estrujó frente a sus ojos.
—¿¡Tú no qué!? ¡¿No serías capaz de preparar una habitación de hotel?! ¡¿No serías capaz de seducirme?! ¡¿No tenías novio cuando me propusiste vernos fuera de la empresa?! —espetó con sarcasmo.
—¡Eso no fue para seducirte, realmente necesitaba hablarte de la empresa, alguien estaba saboteando a mi padre! —le gritó Lynett—. ¡Yo no quería acostarme contigo… no tengo idea de quién me está haciendo estas cosas…! ¿¡Cómo crees que se me ocurriría hacer algo así?! —Su respiración se volvió entrecortada y superficial, como si estuviera teniendo un ataque de pánico—. ¡¿Tienes idea de lo que esto puede hacerme?! ¡La universidad me echaría solo por un escándalo como este!
Lynett sintió que perdía el aliento al darse cuenta de que realmente estaba a punto de perder todo, incluso la poca dignidad que le quedaba.
—¡Pues no te auguro una bonita carrera ahí, porque no pienso pagar esta mierd@ de chantaje! ¡¿Me oyes?! —escupió Elijah y Lynett retrocedió.
Se llevó las dos manos a la cabeza y trastabilló hasta la puerta, aturdida. La muerte de su padre. El amante de su madre. La ruina de la empresa. Ser drogada. Despertar con aquel hombre. Ser golpeada dos veces en un mismo día…
Era demasiado… todo era simplemente demasiado…
Ahora estaba al borde del escarnio público, aunque no sabía que el peor peligro de todos era Elijah Vanderwood, que bufaba con fiereza viendo el periódico estrujado sobre la encimera mientras su hermano Sebastian trataba de calmarlo.
—¡Es ella! ¡Maldición sé que esto es obra de ella! ¡De ella y de su madre! ¡Son igual de manipuladoras las dos! ¡Son igual de falsas las dos! —espetó con rabia—. ¡Sabía que era una maldit@ trampa, pero cómo me iba a imaginar que tenían cámaras metidas dentro de la habitación!
—¡¿Es que para qué te metiste ahí en primer lugar si sabías que era una trampa!? —lo regañó su hermano y Elijah apretó los dientes, mesándose los cabellos.
“Por la tentación”, pero le daba demasiada vergüenza decirlo. Porque aunque sabía que la condenada era un saco de falsedades, algo en ella lograba anular por momentos su parte racional y doblegarlo. Porque Lynett Evans había sido desde el primer segundo una tentación, una m*****a, peligrosa, insoportable tentación para él y no comprendía por qué.
—Sí entiendes lo que esto puede hacernos, ¿verdad? —preguntó Sebastian y su hermano clavó en él sus ojos oscuros—. No importa lo ofuscado que estés, tienes que pagar esto. Si esta noticia sale, no solo la transportadora se verá afectada. Eres el CEO de nuestra compañía familiar, Elijah, no podemos caer en escándalos como estos.
—¡Sabes que puedo pagarlo, Sebastian, y también sabes que no va a terminar ahí! —gruñó Elijah—. ¡Si pago me van a estar chantajeando con lo mismo cada dos meses!
—¡Pero es que no se trata solo del dinero! ¡Si esto sale a papá le va a dar otro infarto! ¡Sabes muy bien lo conservador que es! ¡Y te garantizo que si el viejo ve esta foto en tres días, en cuatro días vas a amanecer casado! ¡¿Entiendes?!
Elijah golpeó violentamente la encimera con la base del puño, pero en medio de aquel furioso desahogo de repente levantó la cabeza.
—Eso es lo que quieren —comprendió de repente.
—Elijah…
—¡Eso es lo que su madre y ella quieren! ¡Enredarme para quitarme las acciones de la empresa! ¿No entiendes? ¡Aunque pague me van a seguir chantajeando! —gruñó antes de meterse a la habitación y lanzarle una percha con uno de sus trajes a Sebastian.
—¿Qué es esto? ¿A dónde vamos? —preguntó su hermano aturdido.
—Dijiste que la clave para mi éxito o mi destrucción era Lynett Evans. ¿No es así? —espetó con un tono de maldad que Sebastián jamás le había escuchado—. Pues resulta que yo también soy la clave de la suya. ¿Lynett Evans me quiere? ¡Bien! ¡Vamos a darle el gusto a la chiquilla manipuladora esa!
No tenía idea de que esa a la que llamaba “chiquilla manipuladora” estaba intentando no derrumbarse. Había empezado a odiar aquella casa, pero la triste realidad era que no tenía ningún otro lugar a dónde ir.
—¡Vaya vaya! Veo que las cosas no salieron tan bien. —La voz de su madre la hizo levantar la cabeza de la cama y Lynett se volvió con un gesto de odio para verla en la puerta de su habitación—. Ya Edgar me llamó. Parece que la revolcada con Vanderwood no se puede ocultar a estas alturas.
El rostro de Lynett se puso lívido mientras trataba de interpretar aquellas palabras.
—Tú… ¡¿Tú cómo sabes…?! ¡¿Tú qué carajo tuviste que ver con eso?! —gritó la muchacha y Florence le devolvió una risa llena de sarcasmo.
—Eres tan malagradecida como tu hermana. Ninguna de las dos está dispuesta a ayudar a recuperar nuestra herencia…
—¡No es nuestra maldit@ herencia, madre! —exclamó Lynett—. ¡Papá vendió la mitad de la empresa! ¡Lo que tenemos es lo que hay…!
—¡Pues yo lo quiero todo! ¡¿Me oyes?! ¡Yo lo quiero todo porque no estuve veinte años con tu padre solo por la mitad de la empresa! —escupió su madre—. ¡Créeme que si tuviera diez años menos yo misma habría sonsacado al estúpido de Vanderwood, y es una pena que no pueda hacerlo, porque se nota que tú no le interesas para nada!
—¡¿Qué…?!
—Que eres una sosa, Lynett. Eres aburrida, desabrida y sin gracia. Si le resultaras atractiva habría terminado el trabajo en el hotel, te habría follado hasta por las orejas y créeme, se le nota que tiene con qué… —Aquel suspiro fastidiado de Florence acabó por romperle el corazón a Lynett—. Pero en fin, siempre supe que no tenías lo que hacía falta para que un hombre te mirara. Sin novio y sin amante, de verdad no sirves para nada, hija. ¡A ver cómo diablos arreglas ahora este desastre…!
Pero ni siquiera había acabado de hablar cuando una de las sirvientas de la casa se le acercó apurada.
—¡Señora, hay dos señores afuera que piden hablar con usted! —dijo la chica nerviosamente.
—¿Dieron sus nombres?
—Vanderwood.
Lynett abrió mucho los ojos y se lanzó de la cama, bajando la escalera detrás de su madre para ver a los impecables hermanos Vanderwood en su sala. Sebastian se venía escéptico y Elijah se veía cruel, sin embargo una sonrisa se dibujó en su rostro mientras alcanzaba una mano de Lynett y tiraba de ella hasta pegarla a su cuerpo.
—¿Qué… qué haces…?
—Señora Evans. Imagino que usted como toda buena madre debe saber lo que ha estado pasando entre su hija y yo —sentenció.
—¿Y? —Florence achicó los ojos.
—Y me temo que estamos a las puertas de un lindo escándalo mediático, así que es imperativo solucionarlo. —Los ojos de Elijah bajaron hasta la muchacha y la sintió estremecerse—. Después de todo, la causante de todo esto es nada menos que su propia hija, así que estoy aquí para recibir una compensación… ¡Quiero que Lynett me compense por todas las consecuencias que tendrá su pequeño… desliz!
Lynnet ahogó un jadeo de sorpresa y trató de separarse de él, pero el brazo de Elijah parecía de hierro en torno a su cuerpo.
Aquello no era precisamente lo que Florence Evans había estado esperando, pero finalmente asintió.
—Se hará lo que usted considere mejor, señor Vanderwood.
—¡Mamá… no…!
Pero antes de que pudiera protestar más ya Elijah señalaba a la puerta y Lynett no tuvo más remedio que avanzar a tropezones hacia la limusina que los esperaba y parpadear asustada cuando la bajaron frente aquel lujoso hotel en el centro de la ciudad.
—¿El Pioggi? —balbuceó mientras los recuerdos la asaltaban.
—Creo que es lo justo. ¿No te parece? —siseó Elijah empujándola dentro y el ambiente abrumó a la muchacha de inmediato.
La decoración en blanco y dorado era exquisita. El gran salón estaba lleno de mesas y personas extremadamente importante, incluso fue capaz de reconocer al mismísimo alcalde de la ciudad. Las personas vestían de gala, la champaña corría y un elegante cuarteto de cuerdas amenizaba la velada. Copas, platos, música, velas y flores, y un camino de pétalos blancos que nubló la vista de Lynnet en un segundo.
—¿Qué es esto…? ¿Por qué…? —susurró con voz rota—. ¿Por qué hay tantas flores…?
CAPÍTULO 6: Al borde de un escándaloLas flores eran blancas y hermosas también. El salón estaba lleno de fiesta, globos y sonrisas mientras su padre la felicitaba por terminar su primer año en la universidad. El señor Frederick había estado tan orgulloso de todas las grandes empresas que se peleaban por tenerla como pasante, que había hecho una fiesta en honor a su hija, la mejor de su clase; y Lynett se había sentido inmensamente feliz en ese momento,Pero aquella felicidad se había borrado pocas semanas después, en el mismo momento en que había visto a su chofer en la puerta del salón.—Lo siento mucho, señorita Evans… me ordenaron llevarla a casa. Su papá… su papá se murió.Las palabras del hombre habían hecho que se tambaleara.—No… No puede ser… no…Su familia era “distinguida e ideal”, pero tan falsa que le habían encargado darle aquella noticia a uno de los choferes de la casa.Los labios de Lynnet se habían separado, pero no había escuchado el grito que salió de ellos. ¡Su pa
CAPÍTULO 7. Una solución perfectaLas manos le temblaban, las puntas de sus dedos cosquilleaban como si toda la sangre se hubiera ido de su cuerpo, y estaba tan pálida que Elijah creyó que se desmayaría de un momento a otro.Entre las exclamaciones y felicitaciones de los invitados se excusó un momento con la justificación de ir a prepararse y empujó a Lynett, que trastabilló frente a él hasta una de las habitaciones privadas.—¡¿Te has vuel…?!—No, ni loco, y mucho menos idiota —siseó él—. Solo me estoy adelantando a los acontecimientos, ya sabes, hombre precavido vale por tres.—¡Tú no eres precavido, eres… eres…! —Los ojos de Lynett se llenaron de lágrimas—. ¡¿Cómo te atreviste a decir eso?! ¡Mi padre no te dio mi mano! —espetó con rabia y dolor.—Ni yo la hubiera aceptado, créeme, pero no voy a dejar que nadie me levante un escándalo solo porque una chica fácil como tú se me atraviese en el camino.—¡No te permito…!Pero lo cierto era que no tenía la fuerza. Lynett Evans ahogó un
CAPÍTULO 8. Una noche de bodasLa puerta de la casa donde había crecido estaba cerrada detrás de ella. Lo único que tenía ahora en el mundo estaba frente a ella y tenía cara de asesino en serio.—Sube —gruñó Elijah por lo bajo, abriendo la puerta, y Lynett sintió que no podía respirar mientras obedecía y aquella limusina comenzaba a moverse.Ni siquiera sabía a dónde iba, pero no pudo evitar la sorpresa cuando el ascensor de aquel estacionamiento se abrió a la suite presidencial del hotel Pioggi.—¡Feliz noche de bodas, querida! —siseó Elijah con sarcasmo y Lynett se quedó paralizada en medio de la habitación.—No… ¡No, no no…!—¿No qué, amor? ¿No quieres terminar lo que empezaste en este mismo hotel hace algunas noches? —gruñó Elijah quitándose la pajarita y las mancuernillas con un gesto que estremeció a Lynett.—¡Yo no empecé nada! ¡Yo no sabía… estaba…!—Muy subida, ya lo sé, pero te garantizo que bien sobria es como se disfruta más.Lynett trató de darse la vuelta y escapar, pero
CAPÍTULO 9. Mala cocinera, mala amante, mala esposaElijah apretó los dientes como si la sola pregunta lo ofendiera.—¿Por qué te estoy haciendo esto? —siseó—. ¿Crees que soy tan fácil de manipular? —Por un momento pensó en soltarle todo lo que pensaba, pero no estaba dispuesto a darle el beneficio de la justificación—. Hay toallas de papel en la cocina para que te limpies las maldit@s lágrimas de cocodrilo. Yo tengo que irme a trabajar.Lynett se cubrió la acra con las manos después del portazo y miró alrededor, desesperada. Su primer instinto era escapar de allí, pero sabía que no podía en aquellas fachas, así que terminó llamando a su madre para pedir que le mandara al menos una maleta de ropa y su auto.—¿Ni eso le puedes sacar? ¿En serio? —escupió Florence con fastidio, pero media hora después uno de los sirvientes de la mansión Evans tocaba a la puerta del departamento.Llevaba una pequeña maleta y las llaves del coche de Lynett, pero en cuanto la muchacha trató de abrir la puer
CAPÍTULO 10. ¿Hasta dónde llega tu crueldad?—¿Nombre?... ¡Señorita!La pregunta hizo que la muchacha levantara la cabeza, enfocándose de nuevo.—¡Sí! ¡Lo siento! Lynett Evans.La mujer volvió a teclear y negó rotundamente.—Lo lamento, pero no podemos otorgarle una habitación en la residencia.—Entiendo que debí solicitarla a inicio del curso pero…—No es eso —la interrumpió la administradora—. El tiempo de la solicitud es lo de menos, simplemente no puedo darle un cuarto a alguien que no estudia en esta universidad.Lynett abrió mucho los ojos al escuchar aquello.—No… ¡No no no no eso tiene que ser un error! ¡Yo estudio aquí! ¡Tengo… tengo mi credencial de estudiante, mire, me la dieron aquí! ¡Me la dieron aquí! —exclamó Lynett desesperada.—Sí, lo sé, pero el término correcto es “estudiaba”, hasta esta mañana, cuando su colegiatura fue cancelada —sentenció la mujer mirando su computadora.Lynett sintió que el mundo le daba vueltas.—Es que no puede… no puede ser…Pero sí podía ser
CAPÍTULO 11. Una empleada desagradableLynett estaba tan aterrada que no recordaba jamás haber temblado tanto. Salió del auto con las manos arriba y suplicándole a Dios que no la dejara morir esa noche. Sintió las manos del policía palpando su cuerpo en busca de armas y se le revolvió el estómago cuando lo sintió pegarse a su espalda para esposarle las manos.—¡Yo no he bebido! ¡No estoy ebria! ¡Por favor hágame la prueba! —suplicó ella pero el policía le mostró el aparato ya con una alta graduación.—¡Pues esto dice que sí, bonita! ¡Así que te espera una linda noche tras las rejas! —siseó el hombre y la muchacha sabía que si solo se le ocurría forcejear las cosas serían mucho peores.El alma le dolía mientras la sentaban a un costado de aquel escritorio en la comisaría dos horas después y una mujer con mal carácter la fichaba.—¡Por favor, se lo ruego, hágame la prueba aquí… hágamela otra vez, le juro que no estoy ebria! —le dijo pero era como pedirle piedad a una pared.La hicieron
CAPÍTULO 12. Todas las puertas cerradas“Castigar”Esa era la palabra correcta. Elijah estaba tratando de castigarla, porque un beso no podía ser más violento y menos dulce que aquel, y aun así cada centímetro en la piel de Lynett se estremecía.La boca de Elija gobernaba la suya con una pasión que no había conocido antes, y que difícilmente conocería después, porque no creía que nadie llegara a odiarla tanto. Su lengua era demandante y precisa, y cada roce de sus manos hacía que el cuerpo de la muchacha reaccionara.No quería. Pero de no querer a no sentir había un abismo infinito, lleno de calor y de deseo, y Lynett no podía evitar reaccionar a él.Tenía sus dedos enredados en el cabello de la nuca, mientras la otra mano acariciaba uno de sus pechos sobre el borde suave del brasier. Su aliento era delicioso y pesado, sus dientes mordían cuando menos lo esperaba y la respiración de los dos se hacía más rápida y entrecortada cuando más intentaba ella resistirse.—¡Déjame…! ¡Déjame! —g
CAPÍTULO 13. Malas referencias—¿Quieres repetir eso? —Elijah saltó como si le hubieran pinchado el trasero con un florete en el momento en que su secretaria le dio el aviso.—Que alguien está pidiendo referencias laborales de la señora Lynett —repitió la asistente—. No me han dicho de dónde es pero…—Páseme la llamada —ordenó Elijah con tono hosco y trató de suavizarlo en el momento en que tuvo que saludar—. Habla Elijah Vanderwood, de la Transportadora EVANET &Co, ¿cómo puedo ayudarlo?“Señor Vanderwood, estoy buscando referencias de la señora Lynett Evans. ¿Puede darme alguna información sobre ella como trabajadora?”, preguntó Kenneth McGregor y Elijah ahogó un gruñido de frustración, sabiendo que eso solo podía ser porque ella había ido a pedir trabajo.—Se lo resumo en una palabra: conflictiva. Nadie debería contratar a esa mujer jamás. Es un dolor de cabeza. ¿Algo más que quiera saber? —espetó.El silencio fue intenso mientras Kenneth McGregor evaluaba aquella respuesta y luego