Rafael: —¡Papi, tú dijiste que nunca nos separaremos! —afirmó mi hijo Rafael Ángel, sentándose en mi regazo, en la carroza y moviendo sus manitas para saludar. —¡Sí, mi amor, así será! ¡Siempre estaremos los cinco juntos! Obviamente, también tu abuelita —añadí, sonriendo, haciendo lo mismo que ellos. —¡Entonces, papi! En tu viaje de luna de miel, te acompañaremos —exclamó este, de un solo golpe, dejando de sonreír y mirándome a la cara. —¿Cómo así? —Interrogué, mirando primero a mi mujer, quien, se llevó su mano a la boca para ocultar una sonrisa y luego, lo miré a él, expresando— Cuando seas un hombre y te cases, no querrás llevarte a nadie, ¡te lo aseguro! —Sin embargo, papi, tú has dicho que no te quieres separar de nosotros y estamos dispuestos a hacer el sacrificio de ir contigo, para no dejarte solo —agregó él, dejándome asombrado de su astucia. —¡No estaré solo hijo! Tu madre vendrá conmigo —aclaré, a punto de soltar una fuerte carcajada, al igual que Sofía. —¡Yo lo cuida
Sofía: Comenzando el equinoccio de primavera, en el hemisferio norte, en Ciudad La Rosa, con presencia de una fuerte tormenta, llegué por fin al Centro Cultural La Rosa. Lugar donde se llevaría a cabo, mi acto de grado y recibiría el título de Contadora Público, con apenas veinte años. Al entrar en el auditorio, miro hacia un lado y hacia el otro y nada que observo a mis padres, entre los presentes. Mi padre quería que fuera abogada, pero decidí estudiar lo que a mí me gustaba. Este es un acto muy importante en mi vida, aunque hasta ahora, lo que es importante para mí, no lo es para ellos. Pero, deseaba que estuvieran aquí conmigo. Desilusionada, tragué en seco. Así que por lo visto, decidieron ignorarme otra vez. No les interesa nada de lo que haga, salvo cuando los complazco. Sacudiendo mi melena, la cual llevaba suelta, con mis cabellos teñidos y planchados, me coloqué el birrete. Me ubiqué en el lugar que me fue asignado y no me preocupé más por saber, si ellos asistieron o no
En la discoteca, Sofía: Una vez, que grité ante el desconocido que ocupaba aquella sala privada, él reaccionó atacando de palabras y golpes a quien fuera mi agresor. —¡Maldito…! —Gruñó este— Es que no tienes como conquistar a una mujer y la quieres conseguir a la fuerza —bufó mi ángel de la guarda, quien por cierto, se veía muy grandote y musculoso. Al pronunciar estas palabras, brincó encima de quien me atacaba y comenzó a darle una golpiza. Solo escuché los bramidos de quien me había salvado, descargando toda su furia en aquel ser. Después de esto, mi héroe lo dejó inconsciente en el piso. Posteriormente, me tomó en sus brazos, me llevó a la sala privada, ocupada por él. Le comenté que necesitaba ir al baño y de inmediato, caminó hacia este, sentándome en el retrete, cerrando detrás de sí la puerta, al salir del mismo. —¡Cualquier cosa, gritas, Sofía! Estaré detrás de la puerta esperando tu llamado —me anunció él, llamándome por mi nombre y quien también, parece me conoce. —¡
En Ciudad la Rosa, al día siguiente, Sofía: —¡Dios! ¡Qué mal me siento! ¿Dónde estoy? —me cuestioné al despertarme y llevarme las manos a mi cabeza. Sintiendo no solo un fuerte dolor de cabeza, sino un fuerte dolor ¿pélvico? ¿Cómo así? ¿Por qué? Miré hacia el techo, las paredes y observé solo dos puertas, pero ninguna ventana. En mi habitación hay un gran ventanal, además que el apartamento está en un séptimo piso y aquí se escuchaba el ruido de los vehículos al transitar. —¿Dónde estoy? No reconozco este lugar —me interrogué sin tener conocimiento exacto de lo que me pasó, ni de donde estaba. Bajé las piernas para levantarme, pero estas me temblaban, no me podía levantar. Miré en la mesa redonda, frente al sofá donde me desperté, había dos botellas de un whisky caro, totalmente vacías, con tres vasos, cada uno con rastros de bebidas. Me sentía rara. Tenía un ardor o dolor entre mis piernas ¿Qué hice? Porque no recuerdo nada. Por más que buscaba recordar algo, no lo conseguía, se
En Ciudad La Rosa, Sofía: En el interior de mi Bugatti, me esforcé por recordar con exactitud, que me ocurrió en la noche anterior. Aún siento mareos, náuseas y mucha hambre, además de un extraño dolor y ardor en mis entrepiernas. «No puedo creer, que me haya acostado con alguien y haber perdido así mi virginidad» especulé, arrepentida de no haber vigilado mi bebida, puesto que sé que esto es normal en este tipo de lugares. Llegué al Conjunto Residencial donde habito con mis amigas gemelas Shayla y Sheyli Núñez, ellas son idénticas, liberales, independientes, mayores que yo por tres años, pero excelentes amigas. Cuando entré al ascensor recibí el primer rayo de luz sobre lo que pasó… «Después de estar como dos horas bailando, salí de la pista muy sudada y me senté en nuestra mesa, en la cual estaban servidas nuestras bebidas. Estuve un rato ahí, sentada, bebiendo cuando de repente, comencé a sentirme mal». Justo cuando recordé esto, se abrieron las puertas del ascensor y mis amiga
Sofía: Fuertemente impactada por este primer diagnóstico descrito por el médico, miré asombrada, incrédula y escéptica a mis amigas, sin poder hablar. Ellas, quienes hasta ahora, no sabían lo que me ocurrió la noche de nuestra graduación, estaban pálidas. No niego que esto me entristeció en el primer momento, todos mis planes y proyectos de vida, lejos de mis padres, se fueron por la borda. Sin embargo, sentí algo en mí que me pedía tenerlo, que no lo perdiera. Yo soy creyente de Dios y respetuosa de la vida, pero esta situación no era fácil de afrontar y menos sola. Estoy segura de que con mis padres no cuento, a pesar de que soy su única hija. Así que debo pensar bien, antes de tomar una decisión. Salí con mis amigas en la silla de ruedas, hacia el consultorio del ecografista, reflexionando y buscando una respuesta lógica a esto que me estaba sucediendo, pero no lo encontraba. Además, fue un gran descuido de mi parte, porque bien pude comprar la pastilla del día siguiente y probl
En la discoteca, el Narrador: Martín Elías, al entrar de nuevo a su discoteca, recordó con exactitud que esta era la joven a quien salvó su amigo Rafael Rincón, de ser violada aquella noche de marzo. Él, siguiendo las peticiones de su amigo, mintió al señalar que borraban las grabaciones de cada noche. No obstante, tomó su celular y llamó a su amigo. —¿Rafael, eres tú? —preguntó apenas sintió que contestaron su llamada. —¡Sí, Martín Elías, soy yo! —Respondió él, admirado que le llame su amigo, pues lo normal es que sea él quien llame a este— ¿Qué paso? —inquirió, queriendo saber. —Estuvo aquí, la joven que rescataste y salvaste de ser violada —confesó su amigo. —¿Qué te dijo? —interrogó él con inquietud, entrando a su baño para asearse. Acababa de llegar, de montar y recorrer el rancho, en su brioso Tornado. —Solo me preguntó que si le podía mostrar los vídeos de ese sábado, recordándome que fue la persona que amaneció en una de las salas privadas —citó su amigo. —¿Le mostraste
Dos meses después Sofía: Habiendo cumplido cuatro meses de embarazo, con un aumento notable de peso, me encontraba acostada en mi habitación descansando. Había terminado la elaboración de los balances que me había exigido la empresa que me contrató virtualmente. Mis amigas, desde hacía dos meses, habían conseguido trabajo para distintas firmas contables, las cuales requerían jóvenes recién graduados sin experiencia. Esta oferta de empleo fue una bendición, puesto que ninguna quería volver a su lugar de origen. A punto de dormirme, porque precisamente entre once y doce del mediodía, me ataca fuertemente el sueño, escuché que sonaba el timbre. Me extrañó, porque Shayla y Sheyli tienen cada una sus respectivas llaves y nunca llegan tan temprano. ¡Ding, dong! ¡Ding, dong! ¡Ding, dong! «Debe ser algún vecino o alguien de la junta de condominio», pensé caminando hacia la puerta, poniéndome por encima de mi pijama, una bata ancha, que no muestra tan puntualmente mi abultado vientre, aun