En Ciudad La Rosa, Sofía:
En el interior de mi Bugatti, me esforcé por recordar con exactitud, que me ocurrió en la noche anterior. Aún siento mareos, náuseas y mucha hambre, además de un extraño dolor y ardor en mis entrepiernas.
«No puedo creer, que me haya acostado con alguien y haber perdido así mi virginidad» especulé, arrepentida de no haber vigilado mi bebida, puesto que sé que esto es normal en este tipo de lugares.
Llegué al Conjunto Residencial donde habito con mis amigas gemelas Shayla y Sheyli Núñez, ellas son idénticas, liberales, independientes, mayores que yo por tres años, pero excelentes amigas. Cuando entré al ascensor recibí el primer rayo de luz sobre lo que pasó…
«Después de estar como dos horas bailando, salí de la pista muy sudada y me senté en nuestra mesa, en la cual estaban servidas nuestras bebidas. Estuve un rato ahí, sentada, bebiendo cuando de repente, comencé a sentirme mal».
Justo cuando recordé esto, se abrieron las puertas del ascensor y mis amigas estaban de pie, ante la puerta esperando.
—¡SOFÍAAA! —Gritaron ellas, emocionadas de verme, me abrazaron y comenzaron a hablar y preguntarme simultáneamente.
—¿Dónde estabas? ¿Qué te pasó? ¿Por qué dejaste tu coche en el estacionamiento de la Discoteca? —Me preguntaron las dos.
—Estábamos muy preocupadas por ti —me comentó Shayla, con su voz desgarrada y dejando escapar unas lágrimas.
—Íbamos otra vez a la disco, para saber de ti —me afirmó Sheyli, con una voz dramática.
—¡Tranquilas, amigas! ¡Cálmense porque estoy bien! Viva y sana —les respondí con una sonrisa fingida, para no preocuparlas más.
»Déjenme comer, bañarme, descansar y luego hablamos —susurré muy bajo, mostrando nuevamente una falsa sonrisa.
—¡Genial! —Me contestó Sheyli— Así nos volvemos a acostar para descansar otro rato más, pues tengo una fuerte resaca.
Entramos las tres en el apartamento, cada una en su propia habitación. Cuando de repente, me vino a la memoria, otra imagen borrosa de lo que me pasó anoche.
«Alguien me arrastró por las escaleras, hacia el área de las salas privadas de la Discoteca, me pegó duró en la cara y me caí»
Recordé esto, pero de forma muy confusa y distorsionada, no veía bien el rostro. Me dolía la boca, me acerqué al espejo en mi habitación, observé la partidura en mi labio inferior. Asimismo, me llegó la imagen de un hombre fuerte, musculoso, ayudándome, pero hasta ahí, llegó la memoria.
«No recuerdo ni siquiera su nombre», pensé decepcionada de mí misma, no me esforcé por recordar más, puesto que esto, acentuaba el dolor de cabeza que sentía.
Al final, para evitar preocupaciones a mis amigas, no les hice referencia a lo que me había sucedido. No obstante, tomé una decisión, nunca más visitaría ese lugar. Fue una experiencia muy traumatizante para mí.
Quince días después, Sofía:
—¡¡¡Dios!!! ¡Ayyy! —grité fuertemente, haciendo que mis amigas corrieran a mi habitación.
—¿Qué te pasó, Sofía? —me interrogó Shayla, mirándome a la cara, mientras me colocaba su mano en la frente, porque estaba muy sudada y me veía demacrada.
—Siento unos retorcijones en el estómago, como si algo me diera vuelta en él. ¡Ayyy! Es un dolor muy agudo —me quejé, agarrándome de su cintura, mientras estaba sentada en la cama.
Ellas me llevaron al baño e insistieron en llevarme al médico, pero no quise ir, porque eso se me pasaría, pensé yo, creyendo que era un cólico cualquiera por lo que comí el día anterior. Así estuve varios días más.
Justo antes de cumplir el mes de mi acto de graduación, mis padres insistieron en llamar. Para que me dejaran tranquila, decidí responder su videollamada.
—¿Hija que tienes? —me preguntó mi madre al verme acostada.
—¡Nada! Estoy descansando ¿Para qué me llaman? —pregunté con rebeldía y resentida con ellos, por no haberme acompañado a mi acto de grado. De repente, si hubiesen venido, nada de lo que supongo que me pasó, me hubiera sucedido.
—¿Por qué nos tratas así, Sofía? Somos tus padres —respondió papá, con una sonrisa maliciosa, la cual ya conozco.
«Algo quiere de mí», reflexioné entrecerrando mis ojos, preparándome para alguna solicitud de parte de él y mi madre lo confirmó con su mirada angustiada. Dispuesta a no complacerlo, sea lo que sea, le pregunté…
—¿Qué quieres de mí? Porque tú solo llamas cuando “tú” deseas algo.
—¿Por qué eres tan grosera y altanera, Sofía? Recuerda que somos tus padres…
—Y ustedes, ¿si recuerdan que soy su única hija? —Interrumpí violentamente y con rabia— ¡En fin…! ¿Qué quieren? ¿Para qué me llaman?
—¡Ejem, ejem! —Carraspeó mi padre— ¿Recuerdas tu compromiso con José David? —preguntó mi padre, sin filtro alguno.
—¿Mi qué? —Cuestioné asombrada— ¿Vas a seguir con esa estupidez? En pleno siglo XXI y tú con una mentalidad tan retrógrada de principios de mundo ¡Olvídalo! —grité.
»Yo no te mandé que dieras tu palabra a tu amigo, cuando era aún una niña. Resuelve “tus problemas” A mí me dejas tranquila. ¡Por Dios! —gruñí nuevamente, cerrando la llamada, dejando a mi padre con la palabra en la boca.
«¡Mierda! ¿Qué se cree? ¿Qué puede negociar mi vida, como si fuera una más de sus posesiones?», analicé con rabia, al ver como no le importa lo que pienso, siento o deseo. Ellos insistieron varias veces en la llamada, pero no les respondí.
Al mes de mi graduación…
Con nuevos síntomas de enfermedad en mi cuerpo, náuseas, vómitos matinales intensos, dificultad para respirar, dolor pélvico y cansancio extremo, opté por pedir a mis amigas me llevarán a la clínica.
Una vez en la clínica, al comenzar el médico a examinarme me hizo toda una serie de preguntas, mientras me retorcía de dolor cólico, no sabría explicar bien que era. El caso es que no me dio nada para el dolor ni el malestar, sino que ordenó a mis amigas me llevaran al laboratorio.
En el laboratorio, me hicieron exámenes de sangre, heces y orina. Por lo visto, el médico que me atendió lo que menos quería era calmar mis malestares. Con la sangre que me sacaron, creo que analizaría hasta la fecha de nacimiento de mis abuelos.
«¡Por Dios! Reconozco que no soy valiente para las jeringas, me dan pavor y encima me duele mucho cuando la aguja entra en mi piel» pensé, a punto de comenzar a llorar por todo lo que estaba sintiendo en ese momento.
—¡Calma hermanita! Ya pronto sabremos que tienes y al empezar el tratamiento sentirás alivio —me consoló Shayla, mientras Sheyli, empujaba la silla de ruedas de vuelta a la emergencia, en donde esperáremos los resultados.
A la hora exacta de haber tomado las muestras, los de laboratorio le entregaron al médico mis resultados. Este, revisando detalladamente los mismos, se acercó para darme una nueva orden: «Hacer ecografía pélvica».
Tragando en seco y preocupada, en vista que el médico no me dio un diagnóstico, sino que me ordenó hacer otro examen, le pregunté:
—Doctor ¿Por qué requiero de una ecografía pélvica? —interrogué con mucha inquietud y un poquito de susto en el estómago, que, por cierto no se había vuelto a quejar de dolor ni de retorcijón.
—Porque necesito comprobar que ocurre con el feto, en vista, que lo único que arrojan los resultados, es que estás embarazada.
—¿Quéeeeee…? —grité asombrada y muerta de pánico.
Sofía: Fuertemente impactada por este primer diagnóstico descrito por el médico, miré asombrada, incrédula y escéptica a mis amigas, sin poder hablar. Ellas, quienes hasta ahora, no sabían lo que me ocurrió la noche de nuestra graduación, estaban pálidas. No niego que esto me entristeció en el primer momento, todos mis planes y proyectos de vida, lejos de mis padres, se fueron por la borda. Sin embargo, sentí algo en mí que me pedía tenerlo, que no lo perdiera. Yo soy creyente de Dios y respetuosa de la vida, pero esta situación no era fácil de afrontar y menos sola. Estoy segura de que con mis padres no cuento, a pesar de que soy su única hija. Así que debo pensar bien, antes de tomar una decisión. Salí con mis amigas en la silla de ruedas, hacia el consultorio del ecografista, reflexionando y buscando una respuesta lógica a esto que me estaba sucediendo, pero no lo encontraba. Además, fue un gran descuido de mi parte, porque bien pude comprar la pastilla del día siguiente y probl
En la discoteca, el Narrador: Martín Elías, al entrar de nuevo a su discoteca, recordó con exactitud que esta era la joven a quien salvó su amigo Rafael Rincón, de ser violada aquella noche de marzo. Él, siguiendo las peticiones de su amigo, mintió al señalar que borraban las grabaciones de cada noche. No obstante, tomó su celular y llamó a su amigo. —¿Rafael, eres tú? —preguntó apenas sintió que contestaron su llamada. —¡Sí, Martín Elías, soy yo! —Respondió él, admirado que le llame su amigo, pues lo normal es que sea él quien llame a este— ¿Qué paso? —inquirió, queriendo saber. —Estuvo aquí, la joven que rescataste y salvaste de ser violada —confesó su amigo. —¿Qué te dijo? —interrogó él con inquietud, entrando a su baño para asearse. Acababa de llegar, de montar y recorrer el rancho, en su brioso Tornado. —Solo me preguntó que si le podía mostrar los vídeos de ese sábado, recordándome que fue la persona que amaneció en una de las salas privadas —citó su amigo. —¿Le mostraste
Dos meses después Sofía: Habiendo cumplido cuatro meses de embarazo, con un aumento notable de peso, me encontraba acostada en mi habitación descansando. Había terminado la elaboración de los balances que me había exigido la empresa que me contrató virtualmente. Mis amigas, desde hacía dos meses, habían conseguido trabajo para distintas firmas contables, las cuales requerían jóvenes recién graduados sin experiencia. Esta oferta de empleo fue una bendición, puesto que ninguna quería volver a su lugar de origen. A punto de dormirme, porque precisamente entre once y doce del mediodía, me ataca fuertemente el sueño, escuché que sonaba el timbre. Me extrañó, porque Shayla y Sheyli tienen cada una sus respectivas llaves y nunca llegan tan temprano. ¡Ding, dong! ¡Ding, dong! ¡Ding, dong! «Debe ser algún vecino o alguien de la junta de condominio», pensé caminando hacia la puerta, poniéndome por encima de mi pijama, una bata ancha, que no muestra tan puntualmente mi abultado vientre, aun
Sofía: Una vez en la clínica, mi madre corrió hasta el área de emergencia y logró entrar, para hablar con el médico de turno. Mientras, hice los trámites para el ingreso y atención de mi padre. Luego, me dirigí hacia el área de los cubículos donde lo examinaban. Pasado unos minutos, mamá salió dejando que sus lágrimas corrieran por su hermoso rostro, el cual heredé casi que totalmente. Le abracé y me senté a su lado, me sentía realmente miserable, desdichada, nunca supuse ser la causante de tanto daño a mis padres. Durante estos cuatro meses de embarazos, lloré, sufrí mucho. Llegué a pensar en abortar a mis hijos, pero mi fe y mi creencia en Dios, no me permitió llevar a cabo esta determinación. De ahí, la decisión de tenerlos sin reflexionar en el daño que esto ocasionaría a mis padres. Pensando en el cambio tan drástico que ha dado mi vida, justo en ese momento, salió el cardiólogo que trataba a mi padre, uno de los mejores especialistas de la región. Al parecer, papá había estad
En Ciudad La Rosa, en la Hacienda “Los Rincones” Rafael: Con mi cabeza a punto de estallar, del disgusto provocado por mi madre Camila, al pretender que asuma un compromiso matrimonial con la hija de su amiga, monté sobre mi caballo Tornado y cabalgué hasta sentir, la libertad que me da correr en él. No sé, qué tiene mi madre en su cabeza, cuando pretende que en pleno siglo XXI se haga efectivo un compromiso matrimonial, por aumentar su estatus social. Además, de que según ella, con esto complacía la voluntad de mi padre, de prolongar su apellido. Solo tendré mis propios hijos, con la mujer que yo elija, no con la que ella deseé. Necesito escapar de esta situación, así que me iré este fin de semana a la Ciudad. Si decide traer a Mirelys Zambrano, que la reciba ella misma. Pensando en irme a Ciudad La Rosa, recordé que hace seis meses, estando ebrio, pero con ganas de tener sexo con alguien, defendí a aquella “diosa del amor” de su presunto violador. No obstante, terminé aprovechán
El Narrador: Por otro lado, Sofía también heredó los pasivos, entre ellos la deuda generada por la adquisición de los últimos tres buques para transporte internacional. La condición que impuso su padre para recibir la herencia, era que debía asumir, el cargo de CEO, en el momento que aconteciera su muerte. Ella, asombrada ante todo esto, consultó a su madre… —¿Por qué no te veo asombrada o admirada de lo que acaba de leer el notario? —cuestionó con una mirada atenta y expresiva a su madre. —Porque hace un año, cuando tu padre elaboró este testamento, estaba con él, ayudándolo a redactar —respondió su madre con tristeza. Nunca imaginó que lo leerían tan pronto. Estefanía amaba a su esposo y siempre deseó estar con él, hasta en su vejez. »Me pareció demasiado prematuro de su parte, redactar lo que sería su última voluntad. No obstante, como siempre, terminé apoyándolo y ayudándole a dejarte bien segura, para que nadie te intimide —gimoteó su madre. —¡Lo siento, mamita! —ella iba a
Sofía: Algo que llamó poderosamente la atención en el bautismo de mis trillizos, aparte de ser totalmente idénticos, fue que descubrieran una marca o mancha de nacimiento, la cual está ubicada justo entre las dos tetillas de cada uno de ellos. Esta, fue observada al descubrir a los niños en el pecho para que el sacerdote untara el óleo, conforme al rito espiritual. Dicha marca es de color marrón claro y la cual no posee ningún miembro de mi familia, ni por la parte materna ni paterna. Ahora bien, según me refirió la pediatra, es una mancha o marca de nacimiento de tipo pigmentada que proviene de familia. En todo caso, la pediatra me solicitó estar atenta por si hay cambio de apariencia. (***) Una vez culminada la ceremonia, nos dirigimos al restaurante, en donde habíamos hecho la reservación para celebrar íntimamente esta ceremonia de mis hijos. Una vez ahí, José David y su padre se acercaron para charlar conmigo. —Sofía, te felicito ¡Están muy hermosos tus hijos! —me refirió Rey
En la Hacienda “Los Rincones”, Rafael: Bajándome de mi caballo Tornado, en la caballeriza, exaltado por la noticia de que a mi hermana se le adelantó al parecer el parto. Corrí velozmente al interior del rancho, porque mi cuñado estaba de viaje, por asuntos de negocios. Subí los escalones de dos en dos, doble a la izquierda, ala del rancho totalmente ocupada por mi hermana y su marido. Luego, corrí hasta llegar a su habitación, en la cual toque la puerta, a pesar de que se escuchaba algunas voces adentro. —¡Toc, toc! —Adelante —respondió una voz dulce y melódica que me resultaba familiar. Al girar la manilla de la puerta, una agradable sorpresa frente a mis ojos. Ella, me miraba con una amplia sonrisa, abriendo ampliamente sus brazos, para recibirme en ellos. Era mi tía Anastasia Buendía, la gemela de mi mamá y quien me comprende mejor. Tía, es ginecóloga y obstetra, imagino que vino para ayudar a mi hermana Diana, en el parto de sus gemelos. —¿Quién te trajo? ¿Cómo llegaste, tí