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CAPÍTULO 3. ¿Qué me pasó?

En Ciudad la Rosa, al día siguiente, Sofía:

—¡Dios! ¡Qué mal me siento! ¿Dónde estoy? —me cuestioné al despertarme y llevarme las manos a mi cabeza. Sintiendo no solo un fuerte dolor de cabeza, sino un fuerte dolor ¿pélvico? ¿Cómo así? ¿Por qué?

Miré hacia el techo, las paredes y observé solo dos puertas, pero ninguna ventana. En mi habitación hay un gran ventanal, además que el apartamento está en un séptimo piso y aquí se escuchaba el ruido de los vehículos al transitar.

—¿Dónde estoy? No reconozco este lugar —me interrogué sin tener conocimiento exacto de lo que me pasó, ni de donde estaba.

Bajé las piernas para levantarme, pero estas me temblaban, no me podía levantar. Miré en la mesa redonda, frente al sofá donde me desperté, había dos botellas de un whisky caro, totalmente vacías, con tres vasos, cada uno con rastros de bebidas.

Me sentía rara. Tenía un ardor o dolor entre mis piernas ¿Qué hice? Porque no recuerdo nada. Por más que buscaba recordar algo, no lo conseguía, sentía un fuerte dolor de cabeza.

—¿Dónde está mi móvil? ¿Y mi bolsa? Tampoco lo veo —me interpelé, hablando en voz alta y esforzándome por llegar a las puertas que observé.

Al abrir, la primera puerta encontré una sala de baño, en donde todo estaba hecho un desastre. Había vómito en el piso de la ducha. Así que abrí el grifo del lavabo y lavé mi rostro. Me veo demacrada, con ojeras, es la imagen que refleja el espejo. No me parezco en nada, a la joven que salió para su acto de graduación.

Después, de asearme salí por la otra puerta hacia la baranda, de donde se observaba la entrada a la discoteca. Todo estaba solo, con fuerte olor a alcohol, humo y cigarrillo. Bajé las escaleras y contemplé en una butaca, en un rincón, mi bolsa y mi celular.

—¡Buenos días, señorita Sofía! —me saludó una mujer madura quien, al parecer, hacía limpieza.

—¡Buenos días! ¿Cómo sabes que me llamo así? —pregunté intrigada, porque a pesar de haber estado en esta disco dos veces, nunca había familiarizado con su personal. No era mi estilo.

—Mi jefe, me encargó que le cuidara y me informó que se llamaba Sofía, por si alguien preguntaba por usted —agregó ella.

—¿Y mi coche? —pregunté intrigada, porque si algo me traería problemas con mis padres, era si lo perdía.

—¿Es uno negro? —me preguntó ella, asombrada y admirada.

—¡Sí! —respondí de inmediato.

—Está en el aparcadero —me respondió esta.

Al abrir mi bolsa, conseguí las llaves de mi coche, mi tarjeta de identificación, como mi tarjeta de crédito negra. No obstante, mi celular, estaba totalmente descargado. Salí de ahí, hacia el apartamento en donde residía con mis amigas.

En la Hacienda Los Rincones, Rafael:

Bajándome de mi Jeep Grand Cherokee ví que mi hermana y mi cuñado me esperaban. Por sus gestos, parece que la situación era grave. Así que me acerqué y les saludé, para escuchar sus reportes sobre los cultivos contaminados de roya.

Este, era un hongo que destruye totalmente los cultivos, perdiéndose de esta manera nuestra cosecha y con ella las ganancias ya recibidas de antemano. Me dirigí hacia las caballerizas y al montar sobre mi caballo Tornado, salí a galope hacia el área de los recolectores.

Al llegar al lugar, me uní al grupo de expertos y me dediqué con ellos a solucionar el caso. Parece que aún estamos a tiempo de recuperar la cosecha. En la tarde, cuando me desocupé, entré a mi habitación para asearme y evoqué todo lo vivido la noche anterior.

—¡Sofía! ¡Sofía! ¡Qué mujer! —invoqué, sintiendo su aliento, su aroma, lo caliente de su cuerpo.

»¡Eres una diosa! —Mencioné pensando en su cuerpo y tratando de aclarar en mi mente sus rasgos, los cuales no recordaba perfectamente— ¿Cómo saber, si no eres una loquita más, de las que abundan hoy en día, sin valores ni principios?

»Me entregaste tu virginidad, tan fácilmente —Cuestioné.

Aunque para alguno, esto es irrelevante, para mí no. Fui educado a la antigua, con las normas y costumbres de mis ancestros. De ahí, que me cuesta aceptar algunas conductas propias de la juventud actual, como por ejemplo, el consumo y la entrega tan fácil.

Ni siquiera mi nombre conoce, puesto que en ningún momento me lo preguntó y aun así, se entregó de esa manera, tan plena, sin reserva, tan extraordinaria. Definitivamente, desearía saber todo sobre ella.

«Aunque parecía estar bajo los efectos de algo más fuerte que el alcohol», especulé, recordando sus movimientos, gestos y la forma tan desenfrenada como lo hizo.

«Deduzco que debió cuidarse, porque lo hicimos, sin protección alguna y no desearía tener algún hijo sin desearlo», reflexioné. «Al volver a Ciudad La Rosa, la buscaré, por ahora debo resolver el problema del Rancho».

Me bañé, me vestí y salí a cabalgar con mi compañero de hace años, mi hermoso caballo negro azabache, brillante y brioso.

En Isla Paraíso, el narrador:

Los padres de Sofía, en su yate privado y de uso personal, dieron un recorrido a los nuevos buques portacontenedores, los cuales formaran la flota más grande del mundo, encargadas del transporte marítimo internacional.

La Naviera, de la cual el padre de Sofía era el mayor accionista y CEO, estaba en su mejor momento con altos niveles de ganancia y rentabilidad. Justo en ese momento, el pueblo de Isla Paraíso celebraba con ellos esta valiosa adquisición.

La noche anterior, Don Juan Carlos Morales y Doña Estefanía Borbón, recibieron las tres nuevas embarcaciones que se incorporaran a la flota de su Naviera. Por esta razón, no pudieron asistir al acto de grado de su hija, a quien se cansaron de llamar, pero ella nunca respondió.

—¿Mi amor, te pudiste comunicar con Sofí? —interrogó Juan Carlos a su esposa, hablándole al oído, entretanto terminaban el recorrido en lancha para llevar al sacerdote a su mansión, en donde llevarían a cabo un almuerzo privado, en honor a este evento.

—¡No! —respondió Estefanía con un gesto de impotencia y avergonzada con su hija por fallarle nuevamente. Este, era otro evento importante de Sofía, pero no pudieron acudir por no delegar este acto en nadie más.

—¡Conociéndola, debe estar enojada con nosotros! —aseguró Juan Carlos sonreído, dejando de lado lo que realmente pudiera sentir su hija— Al terminar todo esto, haremos una videollamada y solucionaremos este malentendido con ella.

—¡Algo me dice, que esta vez la niña no nos perdonará! —aseguró la madre de Sofía, con pesar y arrepentimiento.

—¡No te lo tomes a pecho, mujer! En todo caso, ella también hace lo que le da la gana y hasta ahora, nosotros no nos imponemos sobre su voluntad. Pues fíjate, que ni siquiera se graduó de Abogado, que era lo que más necesitábamos en la Naviera.

—Pero, también requerimos los servicios de un Contador —aseguró la madre de Sofía con orgullo.

»Y quién mejor que ella. Porque si de algo debemos sentirnos orgulloso, es que nuestra hija, lo que hace, lo hace con calidad y excelencia, buscando siempre ser la mejor —afirmó ella.

—¡Bueno! No vamos a discutir por cosas tan triviales. Sofía no es una niña, es una mujer y debe comprender perfectamente lo que son nuestros compromisos, cuando de la Naviera se trate —planteó Don Juan Carlos Morales, dando por concluido el asunto.

—¿Ya hablaste con tu amigo? Sobre la disolución del absurdo compromiso que quiere hacer valer entre su hijo y nuestra hija —inquirió Doña Estefanía, mirando a este con desconfianza. Ella, presume que detrás de todo esto, está metida la mano de su amigo.

—¡No! —respondió éste fugazmente, caminando de prisa hacia el atracadero, evitando el enfrentamiento con su mujer por esta situación que el mismo propició desde que su hija era una niña...

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