Sofía:
Comenzando el equinoccio de primavera, en el hemisferio norte, en Ciudad La Rosa, con presencia de una fuerte tormenta, llegué por fin al Centro Cultural La Rosa. Lugar donde se llevaría a cabo, mi acto de grado y recibiría el título de Contadora Público, con apenas veinte años.
Al entrar en el auditorio, miro hacia un lado y hacia el otro y nada que observo a mis padres, entre los presentes. Mi padre quería que fuera abogada, pero decidí estudiar lo que a mí me gustaba.
Este es un acto muy importante en mi vida, aunque hasta ahora, lo que es importante para mí, no lo es para ellos. Pero, deseaba que estuvieran aquí conmigo. Desilusionada, tragué en seco.
Así que por lo visto, decidieron ignorarme otra vez. No les interesa nada de lo que haga, salvo cuando los complazco. Sacudiendo mi melena, la cual llevaba suelta, con mis cabellos teñidos y planchados, me coloqué el birrete.
Me ubiqué en el lugar que me fue asignado y no me preocupé más por saber, si ellos asistieron o no. En todo caso, ya tenía mis propios planes, me iría con mis compañeras de residencia, a una discoteca. Posteriormente, dándose inicio al acto me concentré en el mismo.
Luego, fui llamada por el presentador oficial del magno evento, para recibir mi título:
—Sofía Morales Borbón, la más joven graduanda de la Universidad en esta promoción y quien además se graduó con la mención “Summa cum laude” —anunció él por el micrófono, por lo cual recibí una fuerte ovación de los presentes.
Tres horas después, concluía el acto. Justo antes de dar por concluido todo el acto protocolar, me uní al grupo que se quitó el birrete y lo arrojé hacia lo alto, para que cayera de nuevo en mis manos. Después, salí del teatro con mis compañeras para celebrar en una discoteca nuestra graduación.
—¡Sofía! ¡Felicitaciones! Creo que fuiste la más ovacionada —manifestó uno de los graduandos, quien por cierto, me caía muy mal, porque tenía la costumbre de mirarme con una mirada lasciva, daba la impresión que me desnudaba.
—¡Gracias! —contesté sin dar importancia a su comentario, caminando junto a mis dos inseparables compañeras, hacia el estacionamiento, para buscar mi coche.
Al llegar, donde estaba aparcado mi vehículo, me quité la toga y el birrete, guardándolo en el maletero, junto al de mis amigas. Una vez, sin la vestimenta protocolar del acto, me sentí la reina de la noche, hermosa, coqueta y elegante, enfundada en un traje corto, elegante y a mi medida, hecho por un gran diseñador.
Soy una mujer espectacular, con medidas de una reina de belleza, sin ser tan delgada, tengo una estatura promedio y mis facciones son finas, donde destacan mis hermosos ojos azules, mis labios gruesos, pero delineados perfectamente, con una melena, de cabellos rubios teñidos y planchados.
Subimos a mi Bugatti Veyron el cual me obsequió mi padre en mi cumpleaños número veinte, en diciembre del año pasado y salimos directamente a la disco. Al llegar a esta, casi todos nuestros compañeros se encontraban ahí, brindando y bailando.
Si algo me afecta, es entrar a un lugar donde hay mucho humo. En la discoteca había demasiado. No obstante, para olvidar la decepción que me causaron mis padres al no asistir a mi acto de grado, no le concedí importancia a esto, dedicándome junto a los demás a disfrutar la noche.
Nos ubicamos todos en un área común, para estar pendientes unos de otros y comenzamos a pedir tragos, los cuales dejábamos en la mesa, mientras bailábamos.
Tres horas después, Sofía:
Sintiéndome mareada, con dificultad para hablar y hasta para moverme, pero con fuerte dolor de estómago, me levanté de la silla para ir al baño, viendo todo borroso y con la audición distorsionada, alguien se acercó para ayudarme…
—¡No, no, déjame! Yo… yo… yo voy sola —grité, no quería la ayuda de nadie, empujando sus manos. Con tanto ruido y grito, en la disco, nadie me escuchó. Me sentía como drogada, sé lo que se siente, porque en una oportunidad lo experimenté, para probar, pero en definitiva, no me gustó.
—Yo te llevo —refutaba con un eco la persona, que me quería llevar, pero a quien no podía distinguir bien, porque todo estaba muy oscuro o borroso, no sé, además, había mucho humo.
Aun así, seguí caminando hacia el área de los baños para lavarme la cara, porque sentía mi rostro y mi cuerpo caliente. Era algo extraño, jamás me había sentido así. Antes de llegar a estos, alguien me tomó por la cintura y me arrastró hacia las escaleras.
—¡Suéltame! ¡Estúpido! ¡No me toques! —grité, pataleando, tirando golpes, pero el desconocido acercó su boca a la mía para hacerme callar, con lo cual le mordí fuertemente los labios, hasta hacerlo sangrar.
—¡Maldic…! —Gritó el desconocido quejándose de la mordida que le di— ¡Esto me lo pagarás Sofía! —y me abofeteó fuerte, partiendo mi labio inferior, con lo cual quedé aturdida por unos segundos.
—¡O sea…! ¿Me conoces? ¿Quién eres imbécil? —pregunté tratando de ver quién era, pero mi visión y mi audición estaban fatales esa noche, todo lo veía y lo escuchaba muy confuso.
Esto me llevó a concluir que alguien le agregó alguna droga a mi bebida. Porque además de este malestar, estaba sintiendo algo peor, una necesidad fuerte de tener sexo, algo que hasta ahora no había experimentado, me sentía caliente y mi piel se erizaba.
—¡Dios! ¿Qué me pasa? —murmuré sin poderme zafar de las garras del imbécil que me llevó a la parte alta donde están las áreas privadas de la disco.
Me sentía tan mal, el dolor de estómago seguía ahí. Además, no podía ver claro quién me llevaba. Atormentada y sintiendo que mis piernas flaqueaban, sentí mucho miedo y temor.
Comencé nuevamente a forcejear con el hombre que me arrastraba. Le veía el rostro distorsionado, a pesar de que me parecía conocido. Él quería levantarme en sus brazos, pero no lo permití, comencé a lanzar puños y patadas, otra vez, para no dejarme llevar.
Unos minutos antes, en una de las salas privadas…
Rafael:
—¡Rafael, no sigas bebiendo! —Solicitó mi asistente Leonel al ver cómo me embriagaba— ¡Por favor, vamos! Tu madre se podrá como una fiera al verte así —exclamó nuevamente.
—¡No me interesa! —Le respondí— Mi madre me quiere gobernar y que haga su santa voluntad —contesté llevando la botella de whisky a mi boca para beberme un trago.
—¡Vete, Leonel! —Grité— Estoy esperando a alguien y no quiero que te vea aquí ¡Estoy bien! —le manifesté preocupado, de que viera a la mujer que había contratado para que estuviera ahí conmigo.
—¡No quiero dejarte solo! —me contestó él, con sus cejas totalmente fruncidas y su boca tensa.
—Te lo digo por última vez ¡Vete! —grité enojado, con lo cual hice que saliera apresurado de la sala privada.
Unos minutos después…
Sofía:
Al caer al suelo, pateé duró la puerta que estaba frente a mí y salió un hombre enojado y hecho una fiera, a quien tampoco le distinguía bien sus rasgos, pues mi visión estaba peor.
—¿Quién jode tanto? —gritó el hombre abriendo la puerta de par en par.
—¡Nadie! —gruñó mi atacante, tratando de levantarme del suelo. Pero, pude gritar…
—¡A-a- ayúdame!…
—¡Cállate, Sofía! —interrumpió gritando, mi agresor, tratando de taparme la boca, pero lo volví a morder y me soltó, reflejando en su rostro el dolor que sentía.
—¡Me-me-me quiere violar!… —grité con todas mis fuerzas.
En la discoteca, Sofía: Una vez, que grité ante el desconocido que ocupaba aquella sala privada, él reaccionó atacando de palabras y golpes a quien fuera mi agresor. —¡Maldito…! —Gruñó este— Es que no tienes como conquistar a una mujer y la quieres conseguir a la fuerza —bufó mi ángel de la guarda, quien por cierto, se veía muy grandote y musculoso. Al pronunciar estas palabras, brincó encima de quien me atacaba y comenzó a darle una golpiza. Solo escuché los bramidos de quien me había salvado, descargando toda su furia en aquel ser. Después de esto, mi héroe lo dejó inconsciente en el piso. Posteriormente, me tomó en sus brazos, me llevó a la sala privada, ocupada por él. Le comenté que necesitaba ir al baño y de inmediato, caminó hacia este, sentándome en el retrete, cerrando detrás de sí la puerta, al salir del mismo. —¡Cualquier cosa, gritas, Sofía! Estaré detrás de la puerta esperando tu llamado —me anunció él, llamándome por mi nombre y quien también, parece me conoce. —¡
En Ciudad la Rosa, al día siguiente, Sofía: —¡Dios! ¡Qué mal me siento! ¿Dónde estoy? —me cuestioné al despertarme y llevarme las manos a mi cabeza. Sintiendo no solo un fuerte dolor de cabeza, sino un fuerte dolor ¿pélvico? ¿Cómo así? ¿Por qué? Miré hacia el techo, las paredes y observé solo dos puertas, pero ninguna ventana. En mi habitación hay un gran ventanal, además que el apartamento está en un séptimo piso y aquí se escuchaba el ruido de los vehículos al transitar. —¿Dónde estoy? No reconozco este lugar —me interrogué sin tener conocimiento exacto de lo que me pasó, ni de donde estaba. Bajé las piernas para levantarme, pero estas me temblaban, no me podía levantar. Miré en la mesa redonda, frente al sofá donde me desperté, había dos botellas de un whisky caro, totalmente vacías, con tres vasos, cada uno con rastros de bebidas. Me sentía rara. Tenía un ardor o dolor entre mis piernas ¿Qué hice? Porque no recuerdo nada. Por más que buscaba recordar algo, no lo conseguía, se
En Ciudad La Rosa, Sofía: En el interior de mi Bugatti, me esforcé por recordar con exactitud, que me ocurrió en la noche anterior. Aún siento mareos, náuseas y mucha hambre, además de un extraño dolor y ardor en mis entrepiernas. «No puedo creer, que me haya acostado con alguien y haber perdido así mi virginidad» especulé, arrepentida de no haber vigilado mi bebida, puesto que sé que esto es normal en este tipo de lugares. Llegué al Conjunto Residencial donde habito con mis amigas gemelas Shayla y Sheyli Núñez, ellas son idénticas, liberales, independientes, mayores que yo por tres años, pero excelentes amigas. Cuando entré al ascensor recibí el primer rayo de luz sobre lo que pasó… «Después de estar como dos horas bailando, salí de la pista muy sudada y me senté en nuestra mesa, en la cual estaban servidas nuestras bebidas. Estuve un rato ahí, sentada, bebiendo cuando de repente, comencé a sentirme mal». Justo cuando recordé esto, se abrieron las puertas del ascensor y mis amiga
Sofía: Fuertemente impactada por este primer diagnóstico descrito por el médico, miré asombrada, incrédula y escéptica a mis amigas, sin poder hablar. Ellas, quienes hasta ahora, no sabían lo que me ocurrió la noche de nuestra graduación, estaban pálidas. No niego que esto me entristeció en el primer momento, todos mis planes y proyectos de vida, lejos de mis padres, se fueron por la borda. Sin embargo, sentí algo en mí que me pedía tenerlo, que no lo perdiera. Yo soy creyente de Dios y respetuosa de la vida, pero esta situación no era fácil de afrontar y menos sola. Estoy segura de que con mis padres no cuento, a pesar de que soy su única hija. Así que debo pensar bien, antes de tomar una decisión. Salí con mis amigas en la silla de ruedas, hacia el consultorio del ecografista, reflexionando y buscando una respuesta lógica a esto que me estaba sucediendo, pero no lo encontraba. Además, fue un gran descuido de mi parte, porque bien pude comprar la pastilla del día siguiente y probl
En la discoteca, el Narrador: Martín Elías, al entrar de nuevo a su discoteca, recordó con exactitud que esta era la joven a quien salvó su amigo Rafael Rincón, de ser violada aquella noche de marzo. Él, siguiendo las peticiones de su amigo, mintió al señalar que borraban las grabaciones de cada noche. No obstante, tomó su celular y llamó a su amigo. —¿Rafael, eres tú? —preguntó apenas sintió que contestaron su llamada. —¡Sí, Martín Elías, soy yo! —Respondió él, admirado que le llame su amigo, pues lo normal es que sea él quien llame a este— ¿Qué paso? —inquirió, queriendo saber. —Estuvo aquí, la joven que rescataste y salvaste de ser violada —confesó su amigo. —¿Qué te dijo? —interrogó él con inquietud, entrando a su baño para asearse. Acababa de llegar, de montar y recorrer el rancho, en su brioso Tornado. —Solo me preguntó que si le podía mostrar los vídeos de ese sábado, recordándome que fue la persona que amaneció en una de las salas privadas —citó su amigo. —¿Le mostraste
Dos meses después Sofía: Habiendo cumplido cuatro meses de embarazo, con un aumento notable de peso, me encontraba acostada en mi habitación descansando. Había terminado la elaboración de los balances que me había exigido la empresa que me contrató virtualmente. Mis amigas, desde hacía dos meses, habían conseguido trabajo para distintas firmas contables, las cuales requerían jóvenes recién graduados sin experiencia. Esta oferta de empleo fue una bendición, puesto que ninguna quería volver a su lugar de origen. A punto de dormirme, porque precisamente entre once y doce del mediodía, me ataca fuertemente el sueño, escuché que sonaba el timbre. Me extrañó, porque Shayla y Sheyli tienen cada una sus respectivas llaves y nunca llegan tan temprano. ¡Ding, dong! ¡Ding, dong! ¡Ding, dong! «Debe ser algún vecino o alguien de la junta de condominio», pensé caminando hacia la puerta, poniéndome por encima de mi pijama, una bata ancha, que no muestra tan puntualmente mi abultado vientre, aun
Sofía: Una vez en la clínica, mi madre corrió hasta el área de emergencia y logró entrar, para hablar con el médico de turno. Mientras, hice los trámites para el ingreso y atención de mi padre. Luego, me dirigí hacia el área de los cubículos donde lo examinaban. Pasado unos minutos, mamá salió dejando que sus lágrimas corrieran por su hermoso rostro, el cual heredé casi que totalmente. Le abracé y me senté a su lado, me sentía realmente miserable, desdichada, nunca supuse ser la causante de tanto daño a mis padres. Durante estos cuatro meses de embarazos, lloré, sufrí mucho. Llegué a pensar en abortar a mis hijos, pero mi fe y mi creencia en Dios, no me permitió llevar a cabo esta determinación. De ahí, la decisión de tenerlos sin reflexionar en el daño que esto ocasionaría a mis padres. Pensando en el cambio tan drástico que ha dado mi vida, justo en ese momento, salió el cardiólogo que trataba a mi padre, uno de los mejores especialistas de la región. Al parecer, papá había estad
En Ciudad La Rosa, en la Hacienda “Los Rincones” Rafael: Con mi cabeza a punto de estallar, del disgusto provocado por mi madre Camila, al pretender que asuma un compromiso matrimonial con la hija de su amiga, monté sobre mi caballo Tornado y cabalgué hasta sentir, la libertad que me da correr en él. No sé, qué tiene mi madre en su cabeza, cuando pretende que en pleno siglo XXI se haga efectivo un compromiso matrimonial, por aumentar su estatus social. Además, de que según ella, con esto complacía la voluntad de mi padre, de prolongar su apellido. Solo tendré mis propios hijos, con la mujer que yo elija, no con la que ella deseé. Necesito escapar de esta situación, así que me iré este fin de semana a la Ciudad. Si decide traer a Mirelys Zambrano, que la reciba ella misma. Pensando en irme a Ciudad La Rosa, recordé que hace seis meses, estando ebrio, pero con ganas de tener sexo con alguien, defendí a aquella “diosa del amor” de su presunto violador. No obstante, terminé aprovechán