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Capítulo 2 – La Profecía de la Luna

Lyra 

Caigo. 

El mundo se quiebra en un torbellino de vacío y sombras. El aire se escapa de mis pulmones, y mi cuerpo se desploma como si me hubieran arrancado de la mismísima realidad. Un latigazo de terror recorre mi columna vertebral.

¡Mi hijo!

El golpe contra la dura superficie me saca un gemido de dolor. La fría piedra me roba el aliento y me deja paralizada por un eterno segundo. Todo da vueltas a mi alrededor. No sé dónde estoy, ni mucho menos cuánto tiempo ha pasado. Lo único que sé es que… 

¡Estoy viva!

Toso, sintiendo la garganta en carne viva, y, en contra de mi voluntad, abro los ojos, encontrándome con la oscuridad.

Aunque no absoluta.

Una luz parpadeante ilumina la cueva en la que acabo de aparecer. ¡Fuego! Pequeñas llamas chisporrotean en un rincón, proyectando temblorosas sombras en las paredes de piedra.

Y ahí está ella. La mujer que me salvó.

Se encuentra de pie frente a mí, con la espalda recta y las manos cruzadas frente a ella, observándome con sus ardientes ojos que parecen ver más allá de mi piel, como si pudiera atravesar mis pensamientos, e, incluso, mi alma.

Miedo… 

Dolor…

Intento moverme, pero mi cuerpo protesta con una oleada de agudas punzadas. ¡Me duele todo!

Mis brazos, mis piernas, pero, sobre todo, mi corazón.

Una ola de náuseas asciende por mi garganta, y me cubro la boca con una mano temblorosa.

—Respira —me dice la mujer con firmeza, pero cierta dulzura en su voz.

Mi cuerpo está temblando, y mi mente es un completo caos. No sé dónde estoy, ni siquiera sé cómo, concretamente, llegué aquí. Pero sí sé lo que dejé atrás.

El frío se apodera de mí, a pesar de la cercanía del fuego, porque no es por el clima, es por las palabras que siguen repitiéndose en mi mente en un bucle tortuoso.

“No mereces ser mi Luna”. 

Un sollozo escapa de entre mis labios, de manera inesperada, mientras yo me aferro a mi vientre con ambas manos, a la única razón por la que merece seguir en pie.

¡No puedo más!

El llanto brota de mi garganta con violencia, sacudiéndome, y desgarrándome la garganta.

—¿Por qué…? —susurro, con la voz rota—. ¿Por qué me hizo esto?

No espero ni la más mínima respuesta. No la hay. Porque no hay lógica para la crueldad.

Ezekiel me miró como si no valiera nada, como si no fuera la mujer con la que compartió tantas noches bajo la luna… 

Como si nunca le hubiera importado. 

¡Me había usado!

Me aferro con más fuerza, ahogándome en mi propio dolor. 

—No… —susurro, más para mí que para la mujer frente a mí.

No quiero recordar, ni mucho menos sentir, pero no puedo evitarlo. Su desprecio aún arde en mi piel como fuego líquido.

La mujer me observa, inexpresiva.

Ella se agacha frente a mí, y busca mis ojos con los suyos. 

—¿Quién eres? —pregunto, con la voz quebrada. 

—Mi nombre es Zara —responde con suavidad. 

—Lo siento, yo… no debería llorar —murmuro, bajando la mirada. 

Pero ella me toma de la barbilla y me obliga a volver a mirarla. 

—Tienes razón en llorar —repone con calma, y yo levanto las cejas, sorprendida—. Lloras porque te arrebataron la dignidad.

Sus palabras me golpean con la fuerza de una losa.

—Lloras porque te rompieron —continúa, sentándose junto a mí, sin dejar de mirarme—. Pero no puedes quedarte así para siempre.

El peso de su mirada me resulta sofocante, pero me obligo a no apartar la vista. 

—No, si quieres proteger a tu hijo.

¡Mi hijo! 

La realidad vuelve a mí, sacudiéndome de una manera brutal, y comprendo que ella tiene razón. 

¡No puedo rendirme!

Poco a poco, el llanto cesa, y Zara se levanta, dando unos pasos hacia el fuego.

—¿Cómo sabes todo eso de mí? ¿Por qué me salvaste? —me animo a preguntar, mientras mi pecho sube y baja erráticamente.

Zara se da vuelta lentamente, y mi mira con una expresión que no soy capaz de comprender. 

—Porque, como bruja de las montañas, nada ni nadie que viva o exista en Darkwood es ajeno a mí. Y hay algo que debes saber, Lyra Valdrake; algo que lo cambiará todo para siempre. —Sus ojos vuelven a clavarse en los míos—. Tu hijo… no es un hombre lobo normal.

Mis ojos se abren de par en par, mientras el mundo parece detenerse. 

—¿Qué? ¿De qué hablas?

Zara se cruza de brazos y suspira, antes de responder:

—Tu hijo es quien cambiará el destino de todos los licántropos, e incluso del mundo tal y como lo conocemos. 

Al oír aquello, no puedo evitar que se me erice el vello de la nuca, mientras niego con incredulidad. 

—Eso no tiene sentido…

Zara inclina la cabeza, mirándome con compasión. 

—¿En serio no lo tiene? —pregunta Zara, inclinando la cabeza, mientras me mira con compasión—. Piénsalo bien. ¿De verdad crees que la Luna los unió sin una razón concreta?

La sangre se congela en mis venas.

—¿De qué estás hablando? —pregunto con voz temblorosa. 

—De una profecía —responde ella, sin rodeos, mientras las llamas proyectan sombras en su rostro—. Una antigua. Prohibida.

Mi respiración vuelve a acelerarse, mientras la miro con horror. 

—Habla de un niño —continúa—. Un niño con el poder de destruir a su manada… o volverla invencible.

—No —murmuro, sintiendo como el pecho se me contrae.

—Sí, Lyra. Sí… —asiente Zara, acompañando sus palabras con un movimiento afirmativo de cabeza.

Pero yo no puedo, no puedo procesarlo…, aun cuando en el fondo… sé que tiene razón, que siempre hubo algo extraño en mi relación con Ezekiel.

Siempre sentí que mi conexión con él era demasiado intensa, demasiado fuerte, mucho más que cualquiera.

—Si es cierto… —mi voz tiembla—. Si Ezekiel lo descubre…

—Así es… —asiente Zara, la dirección que han tomado mis pensamientos—. Lo reclamará a la fuerza. 

Ante esta afirmación, siento que la cueva se estrecha a mi alrededor.

“¡No, no, NO!”, repito mentalmente, mientras niego con la cabeza y me cubro el rostro con las manos. 

—Esto no puede estar pasando…

Zara se acerca y se agacha a mi lado, una vez más. 

—Pero el problema no es solo Ezekiel. Él aún no lo sabe.

Mis manos caen lentamente, y la miro fijamente, sin entender. 

—¿Qué quieres decir? 

Zara hace una mueca, con los labios apretados.

—Hay quiénes sí lo saben, y también conocen la profecía, aunque solo sea en parte…

—¿Quiénes? —pregunto, mi voz apenas un hilo. 

Sus ojos se endurecen, cuando lanza la bomba:

—Orion. Y Freya. —Hace una pausa, midiendo sus palabras—. Aunque cueste comprenderlo, Orion y Freya siempre han estado juntos detrás del poder de Ezekiel. Por eso Orion se acercó a ti y te hizo creer que era tu amigo, tu aliado… Siempre han querido verte muerta, pero ahora… —Inspira profundo y suelta el aire con lentitud—, ahora tienen una razón mucho más grande.

—¿Por eso Orion salió detrás de mí? —digo, pero no es una pregunta, es más bien una afirmación. 

—Sí… —responde Zara, aunque sabe que no es necesario—. Ellos no permitirán que este niño nazca.

Mis uñas se clavan en la piel de mis brazos.

Podía esperarlo de Freya, pero… ¿Orion? 

—¿Qué puedo hacer? —susurro con desesperación.

—Tienes que elegir —contesta Zara, determinada, sosteniéndome la mirada. 

—¿Elegir qué? —inquiero con los ojos llenos de lágrimas.

Ella se endereza, con una nueva expresión que soy incapaz de leer. 

—Si quieres luchar… o dejar que el destino lo decida por ti. 

Mi respiración se vuelve más errática, mientras mi mente da vueltas a toda velocidad. 

Solo tengo en claro una cosa. Ni Ezekiel me arrebatará a mi hijo, ni Orion y Freya acabarán con él.

Me aferro al suelo, obligándome a mantenerme firme, mientras Zara me observa en completo silencio, antes de soltar:

—Entonces debes volverte más fuerte. Yo puedo ayudarte. El poder que radica en ti es el que ha convertido a tu hijo en el heredero de la Luna. 

El eco de sus palabras resuena en mi mente, y, por primera vez, desde que Ezekiel me destruyó… 

¡Ya no siento miedo!

¡Estoy furiosa! 

No soy una Luna rechazada.

No soy una loba indefensa.

Soy una madre. 

Y haré lo que sea para proteger a mi hijo.

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