Capítulo 5 – ¡Mi Niño Maldito!

Lyra

Tres meses han pasado desde el último encuentro con Orion, desde que Zara nos salvó la vida, a mí y a mi hijo. La cabaña está sumida en el más completo silencio, pero en mi mente el ruido es ensordecedor. El dolor se intensifica, pero no es lo único que me consume. 

Estoy completamente sola. 

Zara se ha marchado hace un par de horas, tal vez más, en busca de víveres, agua, y todo lo que pudiera ayudarnos a sobrevivir en este lugar. ¡La magia no puede hacerlo todo!

Me dijo que volvería pronto y yo le aseguré que todo estaría bien. Pero ahora no estoy tan segura.

Me esfuerzo por controlar las contracciones, mientras la noche se abre paso, dando fin a un nuevo día.

La cabaña, que hasta hacía unas horas me parecía un refugio, ahora se me antoja una cárcel. Las paredes agrietadas parecen susurrar y el techo cruje de manera incesante, con cada ráfaga de viento, como si estuviera a punto de derrumbarse. Y, pese a todo, tengo que ser fuerte. Tengo seguir, por él, por mi pequeño.

Siento cómo el sudor impregna mi frente, y el cansancio me embarga, pero la vida que he gestado por nueve meses está a punto de surgir. Y no me queda más opción que enfrentarlo, sola, sin la protección ni la ayuda de Zara, sin el consuelo de que alguien estará junto a mí cuando suceda. Pero es lo que me toca, y por ello, ruego a mi madre Luna, que nos proteja.

El silencio, solo roto por el silbido del viento, que en otra situación me resultaría tan reconfortante, ahora parece ser mi peor enemigo, y la ansiedad se adueña de cada rincón de mi ser. 

Cada minuto que pasa me pesa más, pero no puedo permitirme ser arrastrada por el miedo. 

“Zara no ha de estar muy lejos”, pienso. “Tiene que estar a punto de regresar”. 

Sin embargo, hasta que eso suceda, solo somos mi hijo y yo, y el eclipse lunar que se cierne sobre el mundo.

*** 

Ezekiel

La noche parece no tener fin, pero es algo más que danza en la oscuridad lo que realmente me afecta el sueño. Un dolor en el pecho me despierta, profundo y agudo, como si alguien hubiera arrancado un trozo de mí.

“¿Qué m****a?”, me pregunto, incorporándome en la cama, con el ceño fruncido.

Pero, aunque no es la primera vez que experimento esta sensación, no tengo respuesta que explique a qué se debe. 

Es como un agujero que crece, un vacío que soy incapaz de llenar, y, por un momento, siento que algo ha cambiado. 

Pero no sé qué es. Ni por qué. 

No sé si es una simple corazonada o simplemente el estrés que he acumulado en el último tiempo, pero me invade una necesidad incontrolable de ir a ella. 

Lyra. 

No puedo explicarlo. Solo sé que algo está mal. Algo que no puedo evitar.

Sin pensarlo demasiado, me levanto de la cama y me calzo los vaqueros negros. Mis manos tiemblan mientras lo hago, pero no puedo quedarme quieto. 

La tormenta en mi pecho no hace más que crecer con cada segundo que pasa. 

¡Algo está sucediendo! 

Algo que no soy capaz de comprender, pero que debo y necesito descubrir.

*** 

Lyra

El dolor es insoportable, pero me obligo a aguantar. Zara parece no regresar, y mi mente se divide entre mi preocupación por ella y mi preocupación por el niño que está por nacer. 

Cada contracción es un recordatorio de que ya no hay vuelta atrás. 

El niño viene, y yo… no sé si soy capaz de soportarlo.

Respiro hondo, apretando los dientes, intentando controlar el caos en mi interior. Mientras el dolor se intensifica, me agarro a la vieja mesa de madera, haciendo fuerza contra ella mientras todo mi ser se estremece. 

A través de la ventana rota, el cielo está oscuro, tan oscuro que parece engullir todo lo demás. 

Es un eclipse lunar. 

Y entonces, lo siento…

Con cuidado, tomo al pequeño entre mis brazos, cortando el cordón con mis dientes, y el primer llanto llega a mí. 

¡Un llanto que no es normal!

Es un grito que hace eco en la noche, en mi mente. No es un llanto común, ni siquiera un aullido, es como un llamado. 

Y, de pronto, la oscuridad del eclipse parece envolvernos. 

“Llama al niño Hades”, un susurro recorre mi cerebro, suave, pero tan claro como el cristal. 

El nombre se instala en mi mente como una orden, una marca imborrable… 

Es un nombre que resuena en lo más profundo de mi ser, como una sentencia, una maldición que no puedo rechazar. 

Y entonces lo comprendo… 

¡La profecía ha comenzado a cumplirse!

—Hades… —susurro, casi sin notarlo, mis labios temblando al pronunciarlo.

Mis manos tiemblan, mientras “mi hijo” late en mis brazos. 

Es tan frágil, tan pequeño…, pero la energía que emana de él no lo es. 

Es algo oscuro, peligroso… 

Mis ojos se clavan en su pequeño rostro… Algo en su presencia, despierta algo que, a pesar de las advertencias de Zara, no logro comprender.

La cabaña, el bosque… todo parece estar suspendido en el tiempo, como si el eclipse hubiera detenido el mundo entero, por la llegada del Heredero de la Noche. 

Las paredes tiemblan, y yo siento el latido de la tierra misma. 

Este niño no es solo mío. 

Una lágrima rueda por mi mejilla, pero no por mí. 

Por él. 

¡Mi niño maldito!

Sin embargo, a pesar de que el miedo no desaparece, me juro que, aunque el mundo se caiga y todo se desmorone, lo protegeré. 

¡Lo protegeré de todos! 

E, incluso, si es necesario hasta de su propio padre. 

Porque sé lo que es. Sé lo que puede llegar a ser.

“Nunca lo dejes. No dejes que nadie lo toque. Él es el Heredero de la Noche y tú la Luna que le dio vida, por decisión de la madre Luna. Sigue su luz”.

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