Lyra
Tres meses han pasado desde el último encuentro con Orion, desde que Zara nos salvó la vida, a mí y a mi hijo. La cabaña está sumida en el más completo silencio, pero en mi mente el ruido es ensordecedor. El dolor se intensifica, pero no es lo único que me consume.
Estoy completamente sola.
Zara se ha marchado hace un par de horas, tal vez más, en busca de víveres, agua, y todo lo que pudiera ayudarnos a sobrevivir en este lugar. ¡La magia no puede hacerlo todo!
Me dijo que volvería pronto y yo le aseguré que todo estaría bien. Pero ahora no estoy tan segura.
Me esfuerzo por controlar las contracciones, mientras la noche se abre paso, dando fin a un nuevo día.
La cabaña, que hasta hacía unas horas me parecía un refugio, ahora se me antoja una cárcel. Las paredes agrietadas parecen susurrar y el techo cruje de manera incesante, con cada ráfaga de viento, como si estuviera a punto de derrumbarse. Y, pese a todo, tengo que ser fuerte. Tengo seguir, por él, por mi pequeño.
Siento cómo el sudor impregna mi frente, y el cansancio me embarga, pero la vida que he gestado por nueve meses está a punto de surgir. Y no me queda más opción que enfrentarlo, sola, sin la protección ni la ayuda de Zara, sin el consuelo de que alguien estará junto a mí cuando suceda. Pero es lo que me toca, y por ello, ruego a mi madre Luna, que nos proteja.
El silencio, solo roto por el silbido del viento, que en otra situación me resultaría tan reconfortante, ahora parece ser mi peor enemigo, y la ansiedad se adueña de cada rincón de mi ser.
Cada minuto que pasa me pesa más, pero no puedo permitirme ser arrastrada por el miedo.
“Zara no ha de estar muy lejos”, pienso. “Tiene que estar a punto de regresar”.
Sin embargo, hasta que eso suceda, solo somos mi hijo y yo, y el eclipse lunar que se cierne sobre el mundo.
***
Ezekiel
La noche parece no tener fin, pero es algo más que danza en la oscuridad lo que realmente me afecta el sueño. Un dolor en el pecho me despierta, profundo y agudo, como si alguien hubiera arrancado un trozo de mí.
“¿Qué m****a?”, me pregunto, incorporándome en la cama, con el ceño fruncido.
Pero, aunque no es la primera vez que experimento esta sensación, no tengo respuesta que explique a qué se debe.
Es como un agujero que crece, un vacío que soy incapaz de llenar, y, por un momento, siento que algo ha cambiado.
Pero no sé qué es. Ni por qué.
No sé si es una simple corazonada o simplemente el estrés que he acumulado en el último tiempo, pero me invade una necesidad incontrolable de ir a ella.
Lyra.
No puedo explicarlo. Solo sé que algo está mal. Algo que no puedo evitar.
Sin pensarlo demasiado, me levanto de la cama y me calzo los vaqueros negros. Mis manos tiemblan mientras lo hago, pero no puedo quedarme quieto.
La tormenta en mi pecho no hace más que crecer con cada segundo que pasa.
¡Algo está sucediendo!
Algo que no soy capaz de comprender, pero que debo y necesito descubrir.
***
Lyra
El dolor es insoportable, pero me obligo a aguantar. Zara parece no regresar, y mi mente se divide entre mi preocupación por ella y mi preocupación por el niño que está por nacer.
Cada contracción es un recordatorio de que ya no hay vuelta atrás.
El niño viene, y yo… no sé si soy capaz de soportarlo.
Respiro hondo, apretando los dientes, intentando controlar el caos en mi interior. Mientras el dolor se intensifica, me agarro a la vieja mesa de madera, haciendo fuerza contra ella mientras todo mi ser se estremece.
A través de la ventana rota, el cielo está oscuro, tan oscuro que parece engullir todo lo demás.
Es un eclipse lunar.
Y entonces, lo siento…
Con cuidado, tomo al pequeño entre mis brazos, cortando el cordón con mis dientes, y el primer llanto llega a mí.
¡Un llanto que no es normal!
Es un grito que hace eco en la noche, en mi mente. No es un llanto común, ni siquiera un aullido, es como un llamado.
Y, de pronto, la oscuridad del eclipse parece envolvernos.
“Llama al niño Hades”, un susurro recorre mi cerebro, suave, pero tan claro como el cristal.
El nombre se instala en mi mente como una orden, una marca imborrable…
Es un nombre que resuena en lo más profundo de mi ser, como una sentencia, una maldición que no puedo rechazar.
Y entonces lo comprendo…
¡La profecía ha comenzado a cumplirse!
—Hades… —susurro, casi sin notarlo, mis labios temblando al pronunciarlo.
Mis manos tiemblan, mientras “mi hijo” late en mis brazos.
Es tan frágil, tan pequeño…, pero la energía que emana de él no lo es.
Es algo oscuro, peligroso…
Mis ojos se clavan en su pequeño rostro… Algo en su presencia, despierta algo que, a pesar de las advertencias de Zara, no logro comprender.
La cabaña, el bosque… todo parece estar suspendido en el tiempo, como si el eclipse hubiera detenido el mundo entero, por la llegada del Heredero de la Noche.
Las paredes tiemblan, y yo siento el latido de la tierra misma.
Este niño no es solo mío.
Una lágrima rueda por mi mejilla, pero no por mí.
Por él.
¡Mi niño maldito!
Sin embargo, a pesar de que el miedo no desaparece, me juro que, aunque el mundo se caiga y todo se desmorone, lo protegeré.
¡Lo protegeré de todos!
E, incluso, si es necesario hasta de su propio padre.
Porque sé lo que es. Sé lo que puede llegar a ser.
“Nunca lo dejes. No dejes que nadie lo toque. Él es el Heredero de la Noche y tú la Luna que le dio vida, por decisión de la madre Luna. Sigue su luz”.
EzekielEl aire es denso, y pesa sobre mí como una maldita losa.Cada bocanada de aire que entra en mis pulmones arde como veneno, sofocándome.Corro a través del bosque, sintiendo como mi pelaje quema, mientras rujo.¡No puedo más!El vacío en mi pecho es intolerable. No puedo más con la tormenta que llevo dentro, con el fuego que arde en lo más profundo de mi ser.¡Me estoy volviendo loco!, y lo peor es que es todo ¡por mi puta culpa!Mis pasos son un eco salvaje en la tierra humedecida por la tormenta de anoche. El crujido de las ramas bajo mis patas es lo único que oigo… ¡No! ¡Miento! No es lo único.También puedo oír su voz.“Ezekiel…”Mi corazón da un vuelco, y detengo mis pasos de golpe. Mis zarpas se aferran a la tierra, mientras mis pupilas se dilatan en la oscuridad.Ella… ¿Está aquí? ¿Es su aroma… o es solo mi maldita mente jugándome una trampa?“Ezekiel…”Cierro los ojos con fuerza y un aullido surge de mi garganta. No está aquí.¡No está aquí!Pero todo mi ser ruge po
LyraLa lluvia cae sobre mí en ráfagas furiosas, clavándose en mi piel como agujas de hielo. No veo más allá de unos pocos metros delante de mí. La tormenta lo cubre todo, difuminando los árboles y volviendo el suelo fangoso bajo mis pies. Respiro con dificultad, cada bocanada de aire es una tortura. Mi garganta arde y mis pulmones están al borde del colapso. Pero no puedo darme el lujo de detenerme a tomar aliento. No cuando el eco de sus palabras sigue desgarrándome por dentro, haciendo sangrar mi corazón.“No mereces ser mi Luna”, me dijo Ezekiel. ¡Un latigazo directo al corazón! ¡Un golpe seco en mi estómago!“Jamás lo serás”.Mis pasos se tambalean y, por un momento, me doblo, sujetando mi abdomen con ambas manos, como si de esa manera pudiera proteger a mi bebé del veneno que su padre acaba de escupir sobre nosotros.Sin poder evitarlo, un sollozo me sacude, pero no puedo llorar, no puedo parar. Si lo hago, no me cabe duda de que me alcanzarán.Y, si lo hacen…Cierro los ojo
Lyra Caigo. El mundo se quiebra en un torbellino de vacío y sombras. El aire se escapa de mis pulmones, y mi cuerpo se desploma como si me hubieran arrancado de la mismísima realidad. Un latigazo de terror recorre mi columna vertebral.¡Mi hijo!El golpe contra la dura superficie me saca un gemido de dolor. La fría piedra me roba el aliento y me deja paralizada por un eterno segundo. Todo da vueltas a mi alrededor. No sé dónde estoy, ni mucho menos cuánto tiempo ha pasado. Lo único que sé es que… ¡Estoy viva!Toso, sintiendo la garganta en carne viva, y, en contra de mi voluntad, abro los ojos, encontrándome con la oscuridad.Aunque no absoluta.Una luz parpadeante ilumina la cueva en la que acabo de aparecer. ¡Fuego! Pequeñas llamas chisporrotean en un rincón, proyectando temblorosas sombras en las paredes de piedra.Y ahí está ella. La mujer que me salvó.Se encuentra de pie frente a mí, con la espalda recta y las manos cruzadas frente a ella, observándome con sus ardientes ojos
Ezekiel Han pasado dos meses y la luna llena me arrastra de nuevo, como si una cuerda invisible me jalara hacia ella. Pero, en esta ocasión, es diferente a lo que estoy acostumbrado, es mucho más fuerte, insistente…, como si intentara decirme algo. La tengo frente a mis hijos, deslumbrante con su luz fría, como un constante recordatorio de lo que he perdido. Me arrodillo ante su poder, pero no me dejo doblegar. ¡No debo! Nadie puede ver mi debilidad, ni siquiera la madre Luna.Mi lobo… está fuera de todo control. Aúlla dentro de mí, con una furia animal que nunca antes había experimentado, y no lo puedo calmar. El mismo lamento de todas las noches, desde hace dos meses, se repite en mi mente en un eco tortuoso, que no sé cómo silenciar: ¡Lyra!“¿Y ahora qué?”, me preguntó. ¿Qué hago con ella en mis pensamientos? No lo sé, pero, por más que lo intento, no puedo dejar de pensar en su maldito rostro, en esos ojos violetas que me perseguían, que me atravesaban, que me reclamaban…S
LyraLas ramas crujen bajo mis pies, pero ni siquiera eso me detiene, tengo que dar con algo que comer. Mis fuerzas se están agotando, y, por momentos, casi puedo jurar que mi hijo gruñe en mi vientre. Mi respiración es un eco débil en la fría mañana, cuando, de pronto, oigo un susurro detrás de mí, un susurro que no debería estar aquí. Por un momento, pienso que es alguna presa para saciar mi hambre, pero… el aire se congela en mis pulmones cuando lo oigo. —No puedes huir por siempre, Lyra, querida.La voz de Orion, tan suave como la seda, se cuela entre los árboles. Su tono es bajo, casi amistoso, com si estuviera conversando conmigo una mañana cualquiera. Pero sé bien qué es lo que hay detrás de esa máscara de calma, de esa tranquilidad. Es la misma que muestra al salir a cazar…, cuando está a punto de atrapar a una presa. Pero en esta ocasión su objetivo no es un venado; soy yo.Intento correr, pero estoy tan cansada… Mis piernas apenas me responden para esconderme detrás de un