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Capítulo 4 – Cazada como una Presa 

Lyra

Las ramas crujen bajo mis pies, pero ni siquiera eso me detiene, tengo que dar con algo que comer. Mis fuerzas se están agotando, y, por momentos, casi puedo jurar que mi hijo gruñe en mi vientre. 

Mi respiración es un eco débil en la fría mañana, cuando, de pronto, oigo un susurro detrás de mí, un susurro que no debería estar aquí. Por un momento, pienso que es alguna presa para saciar mi hambre, pero… el aire se congela en mis pulmones cuando lo oigo. 

—No puedes huir por siempre, Lyra, querida.

La voz de Orion, tan suave como la seda, se cuela entre los árboles. Su tono es bajo, casi amistoso, com si estuviera conversando conmigo una mañana cualquiera. Pero sé bien qué es lo que hay detrás de esa máscara de calma, de esa tranquilidad. Es la misma que muestra al salir a cazar…, cuando está a punto de atrapar a una presa. 

Pero en esta ocasión su objetivo no es un venado; soy yo.

Intento correr, pero estoy tan cansada… Mis piernas apenas me responden para esconderme detrás de una enorme roca y cubrirme de maleza, intentando que esta sea lo suficientemente espesa como para cubrir mi aroma. Sin embargo, sé que tarde o temprano dará conmigo.

El dolor de mi cuerpo es insoportable, y, aunque no quiero darme por vencida, mi fuerza se desvanece. Estoy débil, agotada.

Aprieto los dientes, mientras siento cómo las malditas lágrimas amenazan con derramarse, y contengo un sollozo. 

—Lyra.

Su voz se oye mucho más cerca y el corazón se me detiene, mientras acaricio mi vientre.

Los escucho, los siento acercarse, pero no puedo pelear. No en mi estado. 

Mis manos tiemblan, mis uñas están rotas, mis piernas, como varas de paja, tiemblan sin control, cuando siento que la maleza con la que me he cubierto se aparta. 

En un gesto automático, alzo la mirada y allí lo veo. 

Orion está parado frente a mí, observándome con esos ojos que alguna vez creí que mostraban cariño, compasión, lealtad… 

No, ya no hay ternura. Ahora solo hay un vacío oscuro, negro, como la mismísima muerte.

—¿Creíst que nunca lo sabría? —pregunta, con la voz cargada de asco. La oscuridad de sus ojos se cierne sobre mí como una tormenta imparable—. ¿Creíste que podrías escapar con ese “maldito” de tu hijo? 

Mientras habla no deja de avanzar hacia mí, arrinconándome contra la roca de la montaña que tengo a mis espaldas. 

¡Estoy atrapada!

Quiero levantarme, quiero luchar… Pero mi cuerpo apenas responde, por lo que me arrastro con las pocas fuerzas que me restan.

Y entonces, en un abrir y cerrar de ojos, los cazadores, en su forma de lobos, se lanzan sobre mí, y, rápidamente, la agonía se abre paso en mi abdomen. Mi respiración se acelera, se vuelve caótica, mientras las lágrimas ruedan por mis mejillas y un aullido brota de mi garganta. 

—¡No! —grito, pero mi voz se quiebra. 

Una de las garras penetra mi vientre de lleno…

Sangre… 

Sangre… 

Siento mi piel arder, mi abdomen retorcerse… 

Acto seguido, me desplomo, mi rostro rozando la tierra, mientras el viento muerde mi piel. Mis ojos se abren como platos, pero soy incapaz de ver. 

¡Todo está nublado!, y siento que estoy a nada de desvanecerme, de perder la consciencia.

—No…, no… ¿Por qué, Orion? —la pregunta se escapa de mis labios, sin pensar.

—Lo sabes bien, Lyra. —La voz de Orion es suave, pero me quema. Mi corazón late frenético en mi pecho; cada latido un recordatorio de lo que he perdido…

—No, por favor… Mi hijo… Orion, por lo que más quieras… 

La desesperación me consume, pero mi cuerpo ya no reacciona. 

Sin embargo, en ese momento, cuando creo que ya está todo perdido, un destello de luz brillante, un resplandor dorado, corta la oscuridad como una daga. 

Todo se congela por un instante, y mi cuerpo se sacude violentamente. 

¡Es un hechizo! 

¡Puedo sentirlo! 

A duras penas, enfoco la vista y la veo… 

¡Zara!

La sensación de alivio es casi instantánea. Mi cuerpo comienza a moverse nuevamente, aunque es como si estuviera flotando, como si no tuviera el control sobre él. El suelo se desliza debajo mi. Los omegas no saben qué hacer. Orion grita algo, pero es imposible escucharle, la fiebre me consume y mi visión se apaga.

Me caigo. 

El mundo se disuelve…

Pero, antes de perderme, escucho una frase que apenas alcanza a llegar a mi mente:

—¡Está escapando! 

Me despierto con un dolor inhumano. 

No sé dónde estoy, no sé cuánto tiempo ha pasado. Mis manos están frías, y el aire a mi alrededor huele a tierra húmeda y a bosque. Mi cuerpo está cubierto de sudor, mi corazón late como un tambor. Intento moverme, pero el dolor me lo impide.

Mi cabeza da vueltas, pero entonces la voz de Zara, llega como un susurro.

—Lyra, ¿me oyes? 

Intento moverme, una vez más, decirle que sí, que la oigo, pero ella me posa una mano sobre el pecho y me detiene. 

—Espera. No te muevas.

La oscuridad se despeja, y la veo. 

Zara está inclinada sobre mí, con una expresión de preocupación en su rostro. Su piel luce pálida bajo la luz tenue de una vela. 

Está usando la magia, y lo sé porque puedo sentirlo en mis venas. 

Pero esta vez, no es suficiente. Estoy demasiado herida.

—Lo hiciste, ¿verdad? —logro susurrar.

Zara asiente, pero su expresión es grave. El hechizo que me lanzó la ha dejado débil, tanto o más que yo. 

—Tu hijo está bien. —Su voz es decidida. 

Por un momento, siento un brote de alivio, que se desvanece tan pronto como llega. 

—Tienes que irme de aquí. —Mis palabras salen débiles, pero las pronuncio con toda la convicción que me queda—. Llévame lejos de aquí. Pero no te quedes conmigo. Te matarán.

Zara me mira con una tristeza infinita, y en su mirada veo lo que ninguna quiere admitir. 

Es demasiado tarde.

Pero entonces, con un gesto final, ella se acerca a mí, y sus palabras son como un eco de mi desesperación.

—No te dejaré sola, Lyra, ni a ti ni al niño. No solo son el futuro de los licántropos, ustedes también son mi futuro y el de todos los brujos de Darkwood.

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