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Capítulo 3 – El Infierno de Ezekiel

Ezekiel 

Han pasado dos meses y la luna llena me arrastra de nuevo, como si una cuerda invisible me jalara hacia ella. Pero, en esta ocasión, es diferente a lo que estoy acostumbrado, es mucho más fuerte, insistente…, como si intentara decirme algo. 

La tengo frente a mis hijos, deslumbrante con su luz fría, como un constante recordatorio de lo que he perdido. Me arrodillo ante su poder, pero no me dejo doblegar. 

¡No debo! 

Nadie puede ver mi debilidad, ni siquiera la madre Luna.

Mi lobo… está fuera de todo control. Aúlla dentro de mí, con una furia animal que nunca antes había experimentado, y no lo puedo calmar. 

El mismo lamento de todas las noches, desde hace dos meses, se repite en mi mente en un eco tortuoso, que no sé cómo silenciar: 

¡Lyra!

“¿Y ahora qué?”, me preguntó. ¿Qué hago con ella en mis pensamientos? 

No lo sé, pero, por más que lo intento, no puedo dejar de pensar en su maldito rostro, en esos ojos violetas que me perseguían, que me atravesaban, que me reclamaban…

Sé muy bien por qué la rechacé, pero no puedo deshacerme de ella. No sé cómo demonios sacarla de mi cabeza. Me recorre por dentro como un veneno del que me quiero deshacer. Lo que, en su momento, me pareció tan simple, tan claro, ahora me resulta absurdo, una mentira que me arde con cada inhalación.

Frustrado, me levanto de la silla, y apoyo mis manos sobre la mesa, dejando caer la cabeza. La tormenta que se está librando en mi interior me está matando, y no puedo calmarla.

¡Es la luna! ¡La m*****a luna llena!

Es como si estuviera esperando que me desplome, que caiga de rodillas y le ruegue. Pero no, no lo haré. Hay una línea que no puedo ni quiero cruzar, una que me separa de todo lo que me hace vulnerable… Y Lyra es una de esas cosas. 

Cierro los ojos, e inspiro profundo, pero ahí está, de nuevo, abarcando cada rincón de mi mente. 

Aullidos lejanos resuenan en el interior de mi cabeza. 

La siento cerca, a pesar de la distancia, y casi puedo jurar que la huelo. 

Y, entonces… vuelvo a verla. Ella está allí, a la luz de la luna, con el cuerpo cubierto de sudor, la mirada rota, herida, llena de odio y dolor… Y mis palabras resuenan como si acabara de pronunciarlas:

“No mereces ser mi Luna. Deja de insistir, Lyra, jamás lo serás”. 

Un sudor frío recorre mi espalda y me obligo a abrir los ojos. Por mucho que lo intente, ya no puedo seguir ignorándolo. 

¡Es ella! 

¡Me estoy volviendo loco por su m*****a culpa!

Sé muy bien qué es lo que sucede cuando rechazas a tu pareja destinada, a tu Luna, pero, a pesar de la atracción que siempre sentí hacia Lyra, jamás creí que ella, una simple omega, pudiera ser mi condena.

Suspirando, me giro hacia la ventana y vuelvo a mirar la luna llena, sintiendo como si me diera una bofetada, y, en esa luz mortecina, el lamento de mi lobo se vuelve insoportable. Puedo oír su llanto, sus aullidos desesperados, clamando por ella, por su loba, y desgarrándome por dentro. Lo noto en cada fibra de mi cuerpo, retorciéndose, agonizando… 

Estoy a punto de perder la cabeza, de ser arrastrado hacia la locura. Y no sé qué me asusta más: si perder el control, o que, al perderlo, pierda todo el poder que he construido. 

Mientras intento calmarme, la puerta de mi despacho se abre y Freya entra sin permiso. 

El rechazo es automático, como en los últimos dos meses. Mi cuerpo entero la repele. Ya no la quiero aquí. Sin embargo, sé que no me queda más opción que tolerarla. La alianza con su familia es por lo que he estado luchando en el último tiempo y no puedo romperla. Sería el principio del fin.

—Ezekiel, por favor —me dice con voz suave, mirándome fijo, con las cejas arqueadas, pero no tiene el poder de calmarme. 

¿Qué pretende?

—No puedes seguir así. Te estás consumiendo, de a poco… ¿Crees que eso es bueno para la manada? ¿Qué clase de líder quieres ser? —me cuestiona, mientras se acerca a mí y posa sus manos sobre mis bíceps. 

—No sé de qué hablas. Solo estoy un poco cansado, nada más. 

—¿Seguro? —insiste, mirándome a través de sus pestañas. 

Es atractiva, no puedo negarlo, pero no me enciende como a ella le gustaría. 

—¡Basta, Freya! —digo, tomándola por los brazos y apartándola con suficiente fuerza como para que entienda que no estoy jugando—. Agradezco tu preocupación, pero es mi manada, y sé bien qué hacer. 

—Ah, ¿sí? —Alza las cejas, inquisitiva, mientras cruza los brazos sobre su prominente pecho—. Pues no lo parece, Ezekiel Nightfall. Además, ¿tengo que recordarte nuestro compromiso? Pronto, esta manada será tan tuya como mía. No lo olvides.

—¿Qué más quieres de mí, Freya? —pregunto, alzando la voz, la cual retumba en las paredes de piedra. 

El aire rápidamente se carga de tensión. 

El aullido de mi lobo aumenta, mis garras quieren emerger, pero me esfuerzo por controlarme. No puedo permitirme mostrarme débil.

Freya no dice nada, tan solo se queda mirándome fijo con sus ojos negros, vacíos.

Le devuelvo la mirada, sintiendo cómo mi corazón late de manera desordenada. No sé qué esperar…

Pero Freya no se mueve. Solo se limita a quedarse ahí, observándome. Y es entonces cuando siento lo que está haciendo. Mi lobo ha tomado tanto el control, que no me doy cuenta hasta que es demasiado tarde. 

¡Se ha metido en mi mente!

—Todo es por ella —dice, soltando una risa baja, tan hiriente que me dan ganas de abofetearla.

¡La odio! La odio por vulnerar mi privacidad, por violar mi confianza, por recodármela.

—Estás así por esa perra sin nombre, ¿verdad? 

—¡Cállate! —grito, acercándome a ella en un abrir y cerrar de ojos y tomándola con fuerza por la barbilla. 

¡No puedo soportarlo! 

Un rugido de furia brota de lo más profundo de mí, pero no sirve de nada. ¡Nada sirve!

Freya se deshace de mi agarre, como si la presión que ejercía sobre ella no fuera nada, y me da la espalda. Por un momento, me siento vacío. Tan vacío que incluso mi lobo se queda en silencio, expectante.

—Piénsalo bien, Ezekiel. Piensa bien qué es lo que prefieres. Tu manada o una omega que no vale más que una bolsa de “pienso” —murmura, con el veneno fluyendo en cada una de sus palabras. 

El dolor que siento en mi pecho, como si me estuvieran arrancando el corazón, ¡es insoportable! Y no puedo evitar preguntarme… 

¿Es esto lo que siempre he querido? 

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