Lyra
La lluvia cae sobre mí en ráfagas furiosas, clavándose en mi piel como agujas de hielo. No veo más allá de unos pocos metros delante de mí. La tormenta lo cubre todo, difuminando los árboles y volviendo el suelo fangoso bajo mis pies.
Respiro con dificultad, cada bocanada de aire es una tortura. Mi garganta arde y mis pulmones están al borde del colapso. Pero no puedo darme el lujo de detenerme a tomar aliento.
No cuando el eco de sus palabras sigue desgarrándome por dentro, haciendo sangrar mi corazón.
“No mereces ser mi Luna”, me dijo Ezekiel.
¡Un latigazo directo al corazón!
¡Un golpe seco en mi estómago!
“Jamás lo serás”.
Mis pasos se tambalean y, por un momento, me doblo, sujetando mi abdomen con ambas manos, como si de esa manera pudiera proteger a mi bebé del veneno que su padre acaba de escupir sobre nosotros.
Sin poder evitarlo, un sollozo me sacude, pero no puedo llorar, no puedo parar. Si lo hago, no me cabe duda de que me alcanzarán.
Y, si lo hacen…
Cierro los ojos con fuerza y sacudo la cabeza. No, no pienso permitir que lo descubran. No voy a permitir que me lo arranquen. Conozco a Ezekiel lo suficientemente bien como para saber que jamás aceptará tener un hijo conmigo, su Luna rechazada.
Un trueno retumba en el cielo y el sonido se mezcla con el grito distante de los cazadores, que cada vez están más cerca.
Me obligo a mover las piernas una vez más, aunque apenas soy capaz de sentirlas. El frío se ha colado hasta mis huesos. Estoy empapada de pies a cabeza, con las rodillas embarradas, y cada uno de los músculos de mi cuerpo clama un descanso. Pero no lo haré.
El barro se pega a mis pies descalzos y, en un descuido, no logro evitar resbalar.
—¡No! —exclamo con voz entrecortada, cuando caigo de bruces al suelo.
Mis manos se clavan en la tierra y mi vientre roza la superficie con un golpe seco, haciendo que un escalofrío recorra mi espina dorsal.
Si no estuviera embarazada, podría buscar a mi loba interior, pero no pienso arriesgarme. Sé lo que eso puede significar para mi hijo, y no pienso perderlo. Después de todo, por eso me encuentro en esta situación.
Pensando en esto, me fuerzo a levantarme y me aferro a mi abdomen, conteniendo la respiración.
“Por favor…”, clamo al cielo, rogando no sentir ningún dolor repentino, ninguna señal de que mi hijo ha sido herido.
Cuando mi vientre no responde con punzadas agudas de peligro, me permito soltar el aire en un gesto breve de alivio, en el mismo momento en el que retumba un nuevo trueno, seguido de un grito.
Y, entonces, reconozco la voz que más odio en estos momentos, después de la de Ezekiel.
—¡Encuéntrenla ya mismo!
Es Orion.
Un nudo de rabia y de traición se aferra a mi garganta, caliente y asfixiante.
Él. Mi supuesto protector. El Beta en el que he confiado durante toda mi vida. El único que pensé que me ayudaría…
—¡Maldito…! —exclamo en voz baja y mi voz se quiebra, mientras un sollozo escapa de entre mis labios.
Porque me duele. Me duele en lo más profundo de mi ser saber que no solo Ezekiel me ha rechazado, que no solo me arrebataron mi lugar como Luna, sino que ahora han decidido cazarme como si fuera un simple animal enfermo, un error a eliminar.
“Jamás lo serás”.
Las palabras de Ezekiel vuelven a resonar en mi mente, como un puñal que se clava en mi pecho, una y otra vez.
¡Lo odio!
Creí en él, en su destino junto a mí. Creí que, aunque en un principio no me amara, encontraría la manera de ser lo que la Luna nos había destinado a ser, pero él ni siquiera se dignó a mirarme cuando me rechazó. Ni siquiera quiso escucharme…
Ni siquiera sabe que va a ser padre…
Y, cuando lo sepa…
Aprieto los dientes con fuerza. No, no permitiré que lo sepa. No voy a dejar que se lleve a mi hijo, que lo convierta en su heredero mientras yo desaparezco como si nunca hubiera existido, o, lo que es peor, que decida que lo mejor es deshacerse de él tanto como de mí.
No…
Con un último esfuerzo, me incorporo una vez más. Mis piernas tiemblan, siento los dedos de mis pies entumecidos, y apenas puedo aferrarme a la tierra. Pero, aun así, corro.
Y esta vez espero no tener ni el más mínimo traspié.
El bosque es un laberinto oscuro, la lluvia ha convertido el suelo en una trampa resbaladiza, y el miedo hace que sienta que me muevo en cámara lenta y a la vez que el tiempo pasa demasiado rápido.
El sonido de las patas golpeando el suelo inunda mis oídos, a pesar de la tormenta.
“¡Por la Luna! ¡Por la Luna, me han encontrado!”, pienso en el momento en el que oigo un gruñido a mi derecha y otro a la izquierda.
¡Me están acorralando!
Mis piernas no dan más. No tengo salida. Todo esto, para nada… Mi hijo y yo moriremos aquí.
Por puro instinto, sujeto mi vientre, ahogando un sollozo.
“Lo siento, mi amor”, pienso mientras cierro los ojos, esperando el ataque.
Pero, en ese momento…
¡Un estallido!
Un viento violento explota entre los árboles, empujando a mis cazadores con una fuerza sobrehumana.
Al percibir esto, abro los ojos de golpe, y veo cómo los lobos se retuercen en el suelo, aullando de puro dolor. Algo los ha inmovilizado.
Y ahí, entre las sombras del bosque, veo cómo una figura emerge de entre la espesura con una presencia imposible de ignorar.
Se trata de una mujer de no más de treinta años, con cabellos oscuros y ojos ardientes como llamas.
—Si quieres que tú y tu hijo sobrevivan —dice, con un tono que corta el aire como un cuchillo—, ven conmigo.
El corazón retumba contra mis costillas, mientras me pregunto cómo diablos lo sabe.
La miro por un momento, antes de enfocar mi mirada en Orion y en los demás, con sus cuerpos aún retorciéndose en el suelo.
No sé quién es esta mujer, no sé ni siquiera si puedo confiar en ella, o en cualquier otra persona, después de todo lo que ha sucedido, lo único que se es que…
¡No tengo elección!
Mis labios se separan levemente, pero no logro articular palabra, por lo que solo asiento, con los ojos ardiendo y el alma completamente rota.
La mujer se acerca a mí, sin que siquiera pueda notarlo, y, en un abrir y cerrar de ojos, todo desaparece.
Y, con ello, todo lo que alguna vez fui.Lyra Caigo. El mundo se quiebra en un torbellino de vacío y sombras. El aire se escapa de mis pulmones, y mi cuerpo se desploma como si me hubieran arrancado de la mismísima realidad. Un latigazo de terror recorre mi columna vertebral.¡Mi hijo!El golpe contra la dura superficie me saca un gemido de dolor. La fría piedra me roba el aliento y me deja paralizada por un eterno segundo. Todo da vueltas a mi alrededor. No sé dónde estoy, ni mucho menos cuánto tiempo ha pasado. Lo único que sé es que… ¡Estoy viva!Toso, sintiendo la garganta en carne viva, y, en contra de mi voluntad, abro los ojos, encontrándome con la oscuridad.Aunque no absoluta.Una luz parpadeante ilumina la cueva en la que acabo de aparecer. ¡Fuego! Pequeñas llamas chisporrotean en un rincón, proyectando temblorosas sombras en las paredes de piedra.Y ahí está ella. La mujer que me salvó.Se encuentra de pie frente a mí, con la espalda recta y las manos cruzadas frente a ella, observándome con sus ardientes ojos
Ezekiel Han pasado dos meses y la luna llena me arrastra de nuevo, como si una cuerda invisible me jalara hacia ella. Pero, en esta ocasión, es diferente a lo que estoy acostumbrado, es mucho más fuerte, insistente…, como si intentara decirme algo. La tengo frente a mis hijos, deslumbrante con su luz fría, como un constante recordatorio de lo que he perdido. Me arrodillo ante su poder, pero no me dejo doblegar. ¡No debo! Nadie puede ver mi debilidad, ni siquiera la madre Luna.Mi lobo… está fuera de todo control. Aúlla dentro de mí, con una furia animal que nunca antes había experimentado, y no lo puedo calmar. El mismo lamento de todas las noches, desde hace dos meses, se repite en mi mente en un eco tortuoso, que no sé cómo silenciar: ¡Lyra!“¿Y ahora qué?”, me preguntó. ¿Qué hago con ella en mis pensamientos? No lo sé, pero, por más que lo intento, no puedo dejar de pensar en su maldito rostro, en esos ojos violetas que me perseguían, que me atravesaban, que me reclamaban…S
LyraLas ramas crujen bajo mis pies, pero ni siquiera eso me detiene, tengo que dar con algo que comer. Mis fuerzas se están agotando, y, por momentos, casi puedo jurar que mi hijo gruñe en mi vientre. Mi respiración es un eco débil en la fría mañana, cuando, de pronto, oigo un susurro detrás de mí, un susurro que no debería estar aquí. Por un momento, pienso que es alguna presa para saciar mi hambre, pero… el aire se congela en mis pulmones cuando lo oigo. —No puedes huir por siempre, Lyra, querida.La voz de Orion, tan suave como la seda, se cuela entre los árboles. Su tono es bajo, casi amistoso, com si estuviera conversando conmigo una mañana cualquiera. Pero sé bien qué es lo que hay detrás de esa máscara de calma, de esa tranquilidad. Es la misma que muestra al salir a cazar…, cuando está a punto de atrapar a una presa. Pero en esta ocasión su objetivo no es un venado; soy yo.Intento correr, pero estoy tan cansada… Mis piernas apenas me responden para esconderme detrás de un
LyraTres meses han pasado desde el último encuentro con Orion, desde que Zara nos salvó la vida, a mí y a mi hijo. La cabaña está sumida en el más completo silencio, pero en mi mente el ruido es ensordecedor. El dolor se intensifica, pero no es lo único que me consume. Estoy completamente sola. Zara se ha marchado hace un par de horas, tal vez más, en busca de víveres, agua, y todo lo que pudiera ayudarnos a sobrevivir en este lugar. ¡La magia no puede hacerlo todo!Me dijo que volvería pronto y yo le aseguré que todo estaría bien. Pero ahora no estoy tan segura.Me esfuerzo por controlar las contracciones, mientras la noche se abre paso, dando fin a un nuevo día.La cabaña, que hasta hacía unas horas me parecía un refugio, ahora se me antoja una cárcel. Las paredes agrietadas parecen susurrar y el techo cruje de manera incesante, con cada ráfaga de viento, como si estuviera a punto de derrumbarse. Y, pese a todo, tengo que ser fuerte. Tengo seguir, por él, por mi pequeño.Siento c
EzekielEl aire es denso, y pesa sobre mí como una maldita losa.Cada bocanada de aire que entra en mis pulmones arde como veneno, sofocándome.Corro a través del bosque, sintiendo como mi pelaje quema, mientras rujo.¡No puedo más!El vacío en mi pecho es intolerable. No puedo más con la tormenta que llevo dentro, con el fuego que arde en lo más profundo de mi ser.¡Me estoy volviendo loco!, y lo peor es que es todo ¡por mi puta culpa!Mis pasos son un eco salvaje en la tierra humedecida por la tormenta de anoche. El crujido de las ramas bajo mis patas es lo único que oigo… ¡No! ¡Miento! No es lo único.También puedo oír su voz.“Ezekiel…”Mi corazón da un vuelco, y detengo mis pasos de golpe. Mis zarpas se aferran a la tierra, mientras mis pupilas se dilatan en la oscuridad.Ella… ¿Está aquí? ¿Es su aroma… o es solo mi maldita mente jugándome una trampa?“Ezekiel…”Cierro los ojos con fuerza y un aullido surge de mi garganta. No está aquí.¡No está aquí!Pero todo mi ser ruge po