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Luna Rechazada Regresa con el Hijo del Alfa
Luna Rechazada Regresa con el Hijo del Alfa
Por: A. A. Falcone
Capítulo 1 – Una Huida en la Noche 

Lyra

La lluvia cae sobre mí en ráfagas furiosas, clavándose en mi piel como agujas de hielo. No veo más allá de unos pocos metros delante de mí. La tormenta lo cubre todo, difuminando los árboles y volviendo el suelo fangoso bajo mis pies. 

Respiro con dificultad, cada bocanada de aire es una tortura. Mi garganta arde y mis pulmones están al borde del colapso. Pero no puedo darme el lujo de detenerme a tomar aliento. 

No cuando el eco de sus palabras sigue desgarrándome por dentro, haciendo sangrar mi corazón.

“No mereces ser mi Luna”, me dijo Ezekiel. 

¡Un latigazo directo al corazón! 

¡Un golpe seco en mi estómago!

“Jamás lo serás”.

Mis pasos se tambalean y, por un momento, me doblo, sujetando mi abdomen con ambas manos, como si de esa manera pudiera proteger a mi bebé del veneno que su padre acaba de escupir sobre nosotros.

Sin poder evitarlo, un sollozo me sacude, pero no puedo llorar, no puedo parar. Si lo hago, no me cabe duda de que me alcanzarán.

Y, si lo hacen…

Cierro los ojos con fuerza y sacudo la cabeza. No, no pienso permitir que lo descubran. No voy a permitir que me lo arranquen. Conozco a Ezekiel lo suficientemente bien como para saber que jamás aceptará tener un hijo conmigo, su Luna rechazada.

Un trueno retumba en el cielo y el sonido se mezcla con el grito distante de los cazadores, que cada vez están más cerca.

Me obligo a mover las piernas una vez más, aunque apenas soy capaz de sentirlas. El frío se ha colado hasta mis huesos. Estoy empapada de pies a cabeza, con las rodillas embarradas, y cada uno de los músculos de mi cuerpo clama un descanso. Pero no lo haré.

El barro se pega a mis pies descalzos y, en un descuido, no logro evitar resbalar.

—¡No! —exclamo con voz entrecortada, cuando caigo de bruces al suelo.

Mis manos se clavan en la tierra y mi vientre roza la superficie con un golpe seco, haciendo que un escalofrío recorra mi espina dorsal. 

Si no estuviera embarazada, podría buscar a mi loba interior, pero no pienso arriesgarme. Sé lo que eso puede significar para mi hijo, y no pienso perderlo. Después de todo, por eso me encuentro en esta situación. 

Pensando en esto, me fuerzo a levantarme y me aferro a mi abdomen, conteniendo la respiración.

“Por favor…”, clamo al cielo, rogando no sentir ningún dolor repentino, ninguna señal de que mi hijo ha sido herido. 

Cuando mi vientre no responde con punzadas agudas de peligro, me permito soltar el aire en un gesto breve de alivio, en el mismo momento en el que retumba un nuevo trueno, seguido de un grito.

Y, entonces, reconozco la voz que más odio en estos momentos, después de la de Ezekiel. 

—¡Encuéntrenla ya mismo!

Es Orion. 

Un nudo de rabia y de traición se aferra a mi garganta, caliente y asfixiante.

Él. Mi supuesto protector. El Beta en el que he confiado durante toda mi vida. El único que pensé que me ayudaría… 

—¡Maldito…! —exclamo en voz baja y mi voz se quiebra, mientras un sollozo escapa de entre mis labios.

Porque me duele. Me duele en lo más profundo de mi ser saber que no solo Ezekiel me ha rechazado, que no solo me arrebataron mi lugar como Luna, sino que ahora han decidido cazarme como si fuera un simple animal enfermo, un error a eliminar.

“Jamás lo serás”. 

Las palabras de Ezekiel vuelven a resonar en mi mente, como un puñal que se clava en mi pecho, una y otra vez. 

¡Lo odio!

Creí en él, en su destino junto a mí. Creí que, aunque en un principio no me amara, encontraría la manera de ser lo que la Luna nos había destinado a ser, pero él ni siquiera se dignó a mirarme cuando me rechazó. Ni siquiera quiso escucharme… 

Ni siquiera sabe que va a ser padre…

Y, cuando lo sepa…

Aprieto los dientes con fuerza. No, no permitiré que lo sepa. No voy a dejar que se lleve a mi hijo, que lo convierta en su heredero mientras yo desaparezco como si nunca hubiera existido, o, lo que es peor, que decida que lo mejor es deshacerse de él tanto como de mí.

No… 

Con un último esfuerzo, me incorporo una vez más. Mis piernas tiemblan, siento los dedos de mis pies entumecidos, y apenas puedo aferrarme a la tierra. Pero, aun así, corro.

Y esta vez espero no tener ni el más mínimo traspié.

El bosque es un laberinto oscuro, la lluvia ha convertido el suelo en una trampa resbaladiza, y el miedo hace que sienta que me muevo en cámara lenta y a la vez que el tiempo pasa demasiado rápido.

El sonido de las patas golpeando el suelo inunda mis oídos, a pesar de la tormenta.

“¡Por la Luna! ¡Por la Luna, me han encontrado!”, pienso en el momento en el que oigo un gruñido a mi derecha y otro a la izquierda. 

¡Me están acorralando!

Mis piernas no dan más. No tengo salida. Todo esto, para nada… Mi hijo y yo moriremos aquí. 

Por puro instinto, sujeto mi vientre, ahogando un sollozo.

“Lo siento, mi amor”, pienso mientras cierro los ojos, esperando el ataque.

Pero, en ese momento… 

¡Un estallido!

Un viento violento explota entre los árboles, empujando a mis cazadores con una fuerza sobrehumana.

Al percibir esto, abro los ojos de golpe, y veo cómo los lobos se retuercen en el suelo, aullando de puro dolor. Algo los ha inmovilizado.

Y ahí, entre las sombras del bosque, veo cómo una figura emerge de entre la espesura con una presencia imposible de ignorar.

Se trata de una mujer de no más de treinta años, con cabellos oscuros y ojos ardientes como llamas.

—Si quieres que tú y tu hijo sobrevivan —dice, con un tono que corta el aire como un cuchillo—, ven conmigo.

El corazón retumba contra mis costillas, mientras me pregunto cómo diablos lo sabe.

La miro por un momento, antes de enfocar mi mirada en Orion y en los demás, con sus cuerpos aún retorciéndose en el suelo.

No sé quién es esta mujer, no sé ni siquiera si puedo confiar en ella, o en cualquier otra persona, después de todo lo que ha sucedido, lo único que se es que… 

¡No tengo elección!

Mis labios se separan levemente, pero no logro articular palabra, por lo que solo asiento, con los ojos ardiendo y el alma completamente rota.

La mujer se acerca a mí, sin que siquiera pueda notarlo, y, en un abrir y cerrar de ojos, todo desaparece.

Y, con ello, todo lo que alguna vez fui.

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