CAPITULO QUINCE

Permanecimos en silencio durante mucho tiempo hasta que desidimos ducharnos y alistarnos para el servicio funerario de Tamy. Incluso Miguel se levantó y se fue para estar listo a tiempo.

Soria y yo caminamos para la iglesia sin decirnos ni una palabra.

La luz tenue de la mañana se filtraba a través de los vitrales de la iglesia, proyectando patrones de colores sobre el suelo de piedra. Los murmullos de los miembros del pueblo llenaban el aire, mezclándose con el aroma del incienso que flotaba en el ambiente. Me encontraba sentada en un banco, entre Soria y John, con el corazón pesado, observando a mi alrededor. Cada rostro reflejaba una historia, un vínculo con la difunta que ahora yacía en silencio.

La misa comenzó con la voz suave del sacerdote, resonando como un eco sagrado en las paredes. me sentía que cada palabra era una herida abierta, recordándome su pérdida. mi mente divagaba entre recuerdos: risas compartidas, secretos susurrados y esos momentos de complicidad que ahora pare
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