Xander.

Desayunó parsimonioso, su mirada fija en las agujas del reloj. Los minutos pasaban lentos y se preguntó si aquello era constante o quizá se debía a que no tenía que salir rumbo al trabajo. Era su día libre.

Escuchó la puerta abrirse. Pasos lentos acercándose.

—Oh, aquí estás —Al ver la figura frente a él ni se inmutó—. ¿Puedo? —El hombre apuntó la silla vacía, asintió—. ¿Qué sucede?

—Nada —respondió.

Se incorporó, llevando la taza al fregadero. Al volver a su sitio, un escalofrío recorrió su espalda. Observó minuciosamente al hombre, notando al instante algo que no cuadraba. No lo había hecho, pero ahora lo hacía, descubriendo cosas que antes no estaban.

El semblante levemente apagado, ojos opacos e incluso —aunque le costaba admitirlo a sí mismo— ya no lucía tan apuesto.

—Es la primera vez que me miras así —Desvió la mirada a cualquier otro lugar—. Pensé que nunca serías capaz de verme directamente.

—No era mi intención...

—Está bien, entiendo —Sus labios esbozaron un mohín. ¿Por qué
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