Carlo le hizo un gesto para que se sentara en un cómodo diván que separaba la cocina de la sala y se sentó en una pequeña mesa frente a ella.
— Desde que apareciste has sido… tú ¿estoy en lo correcto?
— Sí, apenas llegué a t
— No voy a prometerlo así que no te molestes en pedírmelo. — Carlo la habría tomado como un desposeído toma la única prenda que le brinda un recuerdo feliz, de no ser por aquel endemoniado teléfono y su insistencia — No voy a prometerte que no lo haré de nuevo porque estoy convencido de que faltaría a mi palabra.La había soltado casi con rabia y luego se había ido al hospital como si, en efecto, solo con su voluntad pudiera poner el mundo de cabeza. Y Aitana se había acurrucado sobre el entarimado del muelle con unas ganas de llorar que apenas soportaba.
Apenas sintió el roce de los nudillos en la puerta pidiendo permiso para entrar, pero sabía que aquel olor a flor de noche era el suyo sin necesidad de volverse a mirarla. — No pensé que fueras a arriesgarte a entrar en mi habitación después de evitarme con tanto afán. — dijo con amargura.<
Carlo la tomó de la mano y atravesó media casa llevándola a rastras, Aitana agradeció que pasaran de las doce de la noche y la familia entera estuviera durmiendo, porque no iba a hacerles mucha gracia un enfrentamiento marital a aquella hora.El estudio se iluminó en cuanto entraron y durante un segundo ambos se quedaron paralizados frente al escritorio, como si una imagen sólida de los dos besándose se hubiera quedado all&
El vuelo fue más corto de lo que Aitana había esperado, y cuando por fin despertó Carlo estaba sentado en un diván cerca de la cama, con una copa de coñac a su lado y la mirada perdida en algún lugar del cielo que se divisaba por la pequeña ventana. Habían esperado dos días antes de viajar, después de todo Carlo tenía razón: según la bitácora de navegación el yate que Lianna había rentado no tenía planes de regresar a puerto hasta el dieciséis de julio, de modo que no tenía caso ir a buscarla antes de esa fecha.
— Aitana ¿estás lista?Carlo empujó la puerta despacio después de tocar un par de veces y no recibir respuesta. Sabía que nada podía haberle pasado en la escasa media hora que le había dado para que se arreglara antes de llevarla a cenar, pero aun así el impulso de verla era algo contra lo que, de pronto, no quería luchar. Además, media hora era más que suficiente para que una mujer se bañara ¿No? — Adoro esta comida. — Aitana se relamió de gusto y Carlo se vio tentado, por centésima vez en la noche, a devorar aquellos labios— ¿Qué es?— Secreto de Vitto. Él te sirve lo que quiere y jamás va a decirte qué cocinó, pero lo que sea que prepare es exquisito. CAPÍTULO 18
— Es tarde. — murmuró apenas — Tienes que irte.— ¿Por qué? — Carlo le dio la vuelta para atraparla entre la baranda y su cuerpo, dejándola inmóvil y a merced de su deseo — Me dijiste que no nos dormiríamos temprano como la Cenicienta. Tenemos un trato ¿recuerdas? Por esta noche eres mía.
El sol brilló sobre sus párpados y Carlo abrió los ojos de golpe, como si eso hiciera menos doloroso el hecho de que la mañana se llevaría toda la magia de la noche. Se levantó con la suavidad de un gato y abrió un poco las cortinas, la luz que se filtraba en la habitación tenía un poco de melancolía y de pecado. La observó dormir, desnuda, envuelta en la sábana de seda, abrazando la almohada con una areola de serenidad indescriptible. Último capítulo