2. Una loba inútil

-Meses atrás... -

Dayleen sabía que ser parte de la manada FUEGO INDÓMITO era un modo de asegurar su supervivencia ante ese mundo moderno que se había formado luego de que la tierra había sido testigo de una de las guerras entre razas más sangrientas de la historia.

Pero saberlo y hacerlo eran cosas muy distintas, no conseguía dar resultados y pronto sería expulsada de la manada.

Miró sus manos con impotencia. Eran totalmente inútiles.

—Aunque las mires durante diez horas seguidas, seguirán sin ser capaces de controlar el elemento, Dayleen —le había dicho su madre por décima vez.

Frunció el ceño sin comprender sus palabras.

—Deberías apoyarme, no desalentarme —refunfuño—. Cuando veas a tu hija ser parte de la servidumbre de la manada desearás haberme motivado más.

Eryn la observó con una expresión de tristeza.

—Lo siento, cariño. Pero la sacerdotisa nos lo dijo a tu padre y a mi desde que naciste, que no posees ni un poco de la chispa del fuego, tal vez siendo guerrera te vaya mejor —sonrió con ternura.

Para ella, fue como si le hubieran dado un latigazo en el alma. Ser guerrera por la falta de poder era peor que ser de la muchedumbre... Solo servías para una cosa: morir.

Tragó saliva y se esforzó por no dejarle saber cuánto le afectaron sus palabras, aunque sabía que lo hacía con buenas intenciones.

—No te preocupes, lo conseguiré antes del solsticio de verano —aseguró, volviendo a practicar un simple movimiento para encender la vela.

Ella era la peor loba de la clase, de la manada, quizás hasta del mundo entero. No había nada de poder en su interior por mucho que se esforzara leyendo todos los libros.

Lágrimas llegaron a sus ojos y corrió hacia su habitación para no dejar que su madre la viera así. Se encerró y se permitió soltar un gemido silencioso de dolor.

Al día siguiente todos los de su generación se iban a graduar, excepto ella. A todos les darían su cargo en la manada, pero ella seguía en stand-by.

---

Por la tarde, fue a practicar junto con los novatos de primer año, ya que no tenía poder, no podía estar junto a los de su curso.

El campamento había sido un hervidero de risas burlonas y miradas despectivas. Aria, su prima, no perdió la oportunidad de humillarla en frente de todos. Cada palabra de Aria había sido un golpe directo a su dignidad.

— ¿De verdad crees que serás parte de esta manada alguna vez? —La risa de Aria retumbó en los oídos de todos. Los demás miembros de la manada se unieron en carcajadas—. ¿Qué clase de loba no puede ni siquiera manejar su propio poder? Eres una vergüenza para todos nosotros.

Dayleen intentó mantener la compostura, pero sentía la presión de las miradas pesando sobre ella. El desprecio de su prima, que había sido tan cruel y evidente, la hacía sentir pequeña, inútil. El peso de las palabras de Aria la aplastaba, cada insulto hiriendo más que el anterior. Y lo peor de todo, era que no solo Aria pensaba eso. Cada mirada, cada murmullo de la manada le recordaba que ella no pertenecía allí.

Su rostro se sonrojó de vergüenza, y aunque intentó salir con dignidad, las lágrimas estaban listas para escapar. No quería que la viera nadie así, así que escapó del círculo, con la cabeza baja, ignorando las risas a sus espaldas. Salió del campamento y caminó sin rumbo fijo, hasta que llegó al lago.

Se sentó en la orilla, mirando el reflejo de la luna sobre el agua. La quietud del paisaje no la calmó; más bien la hizo sentir más sola, más perdida que nunca. En su interior, un dolor profundo le arañaba el alma. Nadie en la manada la aceptaba. Ni siquiera su propia familia. ¿Qué hacer cuando el rechazo te consume por completo?

Cuando fue obvio que nadie iba a responderle, se dirigió a casa. Soportando más miradas cargadas de burla, sabían que había estado llorando. Pero mantuvo la cabeza gacha, no quería seguir viendo esos ojos morbosos.

Llegó a su casa, y por suerte sus padres y hermanos no estaban. Era día de patrullar la zona más alejada de la manada, y aunque el poder de su familia era mínimo, al menos podía aportar algo.

No como ella. Solo traía desgracia y burlas.

Dayleen se acostó en su cama, sintiendo el peso de su fracaso. Cerró los ojos, y pronto se sumió en un sueño profundo.

Cuando abrió los ojos, se encontró en un lugar mágico que parecía sacado de un cuento de hadas. Un bosque encantado se extendía ante ella, con árboles que parecían estar hechos de plata y hojas que brillaban como estrellas en el cielo nocturno. El aire estaba lleno de un aroma dulce y floral, y el suelo estaba cubierto de una alfombra de flores que crujían suavemente bajo sus pies.

Mientras caminaba por el bosque, la luz de la luna iluminaba su camino, y las sombras danzaban en las paredes de los árboles. De repente, una figura emergió de la niebla, y Dayleen se detuvo en seco.

Era una mujer majestuosa, con piel pálida como el mármol y cabello plateado que caía como una cascada de luna hasta sus hombros. Sus ojos brillaban como dos estrellas azules, y su sonrisa era tan suave y melodiosa que Dayleen se sintió envuelta en una sensación de calma y paz.

—Soy Selene, la Diosa de los lobos —dijo la mujer con una voz que parecía un canto de sirena—. Y tú, Dayleen, eres la Loba de las profecías.

Se sintió confundida y asustada, pero Selene se acercó a ella y le puso una mano en el hombro.

—No tengas miedo, Dayleen —dijo ella—. Tú eres la elegida, la que tiene el poder de cambiar el destino de tu manada.

Mientras hablaba, el bosque comenzó a cambiar a su alrededor. Los árboles crecieron más altos y más fuertes, y las flores se volvieron más vibrantes y coloridas. El aire se llenó de un aroma más intenso, y fue como si estuviera siendo transportada a otro mundo.

—Serás fuerte, Dayleen —continuó la Diosa—. Sufrirás mucho, será necesario. La traición y el dolor te acechan, pero no te rindas. Tú eres la clave para el futuro no solo de tu manada, sino de todas las del mundo.

Un escalofrío recorrió su espalda al escuchar su advertencia, Selene la miró con ojos llenos de compasión, como si percibiera sus emociones.

—No te preocupes, pequeña —dijo—. Tienes el poder de superar cualquier obstáculo, has sido bendecida por tu Diosa. Solo debes creer en ti misma.

Mientras hablaba, el bosque comenzó a desvanecerse, y se le formó un vacío en el estómago, como si estuviera siendo arrancada de ese mundo mágico desde dentro.

Dayleen despertó con un sobresalto, sintiendo un extraño hormigueo en su piel. Se sentó en la cama y miró a su alrededor, sin recordar nada fuera de lo común, recordaba vagamente haber soñado, pero no podía acceder al sueño aunque lo intentara.

Se levantó y comenzó a prepararse para el día, pero al pasar su mano por el hombro para secarse, se detuvo. Había algo allí, algo que no había estado antes.

Frunciendo el ceño, miró su hombro y se sorprendió al ver un lunar plateado en la piel. Era pequeño, pero brillaba con una luz suave y etérea. Dayleen estaba confundida, sin recordar cómo había llegado allí. No tenía recuerdo de haberse hecho daño o de haber tenido algún lunar ahí antes.

Se acercó al espejo y se miró el hombro de cerca, tratando de entender qué estaba pasando. El lunar parecía estar pulsando con una energía suave, como si estuviera vivo. Dayleen se sintió un poco asustada, aunque también curiosa. ¿Qué era eso?

Observo su rostro en el espejo para buscar señales de estar enferma. Pero parecía estar sana, solamente un poco cansada.

Tan pronto como volvió la vista al lunar, la luz había desaparecido sin dejar rastro. Solo quedó el lunar plateado, si miraba con atención parecía tener la forma de una pequeña medialuna...

«Me estoy volviendo loca», sacudió la cabeza y siguió alistandose.

Se pasó el día tratando de olvidar el lunar y la sensación extraña que la acompañaba, pero no podía sacudirse la idea de que algo había cambiado en ella. Algo importante.

...

Mientras tanto, en el mundo de los sueños, la diosa Selene sonreía al ver el lunar plateado en el hombro de Dayleen. Sabía que era solo el comienzo, que la joven loba estaba destinada a algo grande.

Y aunque Dayleen no recordaba el sueño, Selene sabía que pronto se acordaría. Pronto descubriría su verdadero propósito.

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