14. Se llevó a mi mujer

El bosque se cerraba sobre ellos como una caverna, estaban tan frondosos que casi no permitían la entrada del sol entre sus copas.

Con cada paso que daba la pequeña manada, el escudo líquido se movía con ellos, como si el agua los protegiera del mundo exterior... o de algo más oscuro. El silencio era pesado, las ramas crujían bajo sus botas como huesos quebrados, y el viento arrastraba murmullos que parecían advertencias.

Hacia mucho frío. Y ella no era una loba completa, así que tenía que soportar el clima aunque a los demás seguramente no les afectaba tanto.

Dayleen no podía evitar mirar sobre su hombro una y otra vez. Algo se sentía mal. No dejaba de sentirse observada, pero al mirar no había nada.

—Estamos cerca de las montañas místicas —anunció uno de los soldados, observando el mapa grabado en piel de lobo—. Si tomamos este sendero, deberíamos llegar en tres días.

Las montañas místicas se llamaban así porque tenía alguna clase de magia o ilusión que te hacía perderte en el camin
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