Los Hijos Secretos del Alfa: ¡Luna, Regresa!
Los Hijos Secretos del Alfa: ¡Luna, Regresa!
Por: F. L. Diaz
1. La traición de su mate

Prefacio

...

Hoy era el día en que finalmente se uniría con su mate frente a toda la manada. Después de todo su sufrimiento, por fin sería su Luna, la Luna de todos aquellos que la habían mirado con desprecio y desdén.

Sonrió mientras volvía a acomodarse el vestido blanco, el cual era sencillo y humilde, tal y como su rol debía de ser. Una madre para la manada, pura y limpia de malos sentimientos.

La noche comenzaba a caer, sentía los nervios recorrerle desde la punta de los pies al estómago, su corazón latía agitado por la emoción.

Escuchó bullicio afuera de la cabaña, la mayoría se dirigía al templo de celebraciones. Ahí tendría lugar el día más importante de toda su vida, el día por el que había valido la pena no ceder a sus pensamientos deprimentes y dejarse caer al vacío.

Terminó de arreglarse hasta que sonaron los tambores que anunciaban el comienzo del espectáculo.

Suspiró, lista para salir de su escondite y unirse a la celebración.

Su mano tomó la perilla, casi preparada para girarla y enfrentarse a su destino... Pero de pronto todo su mundo se vino abajo. La sonrisa nerviosa que tenía se convirtió en un grito ahogado, algo iba muy mal...

Le llevo unos segundos comprender a qué se debía. Y cuando lo entendió, se quedó sin aire.

Era imposible... Porque aquello que sentía era debido a... No.

«¡NO!», gritó por dentro.

—¡Mi mate me está siendo infiel! —exclamó Dayleen con el alma desgarrada.

Saber que él se estaba acostando con otra mujer la lastimó físicamente. Solo hacía dos noches le había dado su virginidad, se había entregado a él... Había confiado en sus promesas, en sus hermosas palabras llenas de amor.

Había desnudado más que su cuerpo, le había mostrado su alma. Todo lo que era: sus miedos, su sufrimiento, sus recuerdos más preciados. Todo se lo había entregado.

Cayó de rodillas en la tierra, sin poder dar crédito a lo que estaba sintiendo. El lazo que los unía se quemó y su cuerpo entero entró en combustión, la cegó una llamarada roja que ardió detrás de sus párpados.

Literalmente se estaba quemando en medio de una tormenta de fuego, pero su mate... Oh Diosa, su mate estaba en los brazos de otra mujer haciéndole lo que hace unos días le hacía a ella.

A él no le importó saber que le haría daño con su traición, y sollozó sonoramente con el corazón hecho pedazos.

Ahora las palabras de su madre cobraban sentido, cuando le advirtió que aquello podía ser tan mágico como maquiavélico. Maravilloso y destructivo a la vez; podía darte vida, pero también quitártela.

Sus lágrimas ardieron al bajar por sus mejillas, lo que sentía físicamente no se comparaba con el dolor interno, el de su alma.

Pasaron minutos u horas cuando pensó que el dolor terminaría. Desconocía el paso del tiempo mientras esperaba que su tormento diera fin, solo podía sentir y rogar que aquello terminase de una buena vez.

Pero se equivocó, ese no era el final, su mate todavía tenía una estocada certera con la que quebrantar su espíritu.

Fue entonces que explotó su interior como una supernova: porque su alma gemela acababa de sembrar su semilla en otra mujer. El hilo mágico de su unión ardió en lo más profundo de ella, castigándola en lugar de a su mate.

Como si la hubieran lanzado a un pozo de lava, un fuego líquido la consumió. Las lágrimas se tornaron rojas, era el color de la traición. Le quemaron la piel de sus mejillas, y su propia saliva le quemó la garganta.

Su cuerpo se quemó en carne viva, lanzó un grito agudo y feroz que hizo temblar el suelo mismo, pero la celebración de afuera apagó cualquier rastro de que dentro de la cabaña ella agonizaba lenta y dolorosamente.

¿Por qué ella tenía que sufrir las consecuencias, pero él podía hacerle tanto daño sin sufrir por eso?

Lo odió. En ese momento, todo el amor que sentía por su mate se convirtió en un odio voraz y latente que casi podía tocar. Una palabra se repitió una y otra vez en su mente, algo que jamás hubiera imaginado un par de meses atrás.

«Venganza».

Por primera vez en sus veinte años, sus ojos brillaron cuando su loba despertó por completo. Sintió que sus extremidades se llenaban de una fuerza que nunca le había pertenecido, una fuerza tan cercana pero a la vez lejana, una que nunca fue capaz de poseer.

Hasta ese día.

Su loba había permanecido dormida durante años, incluso cuando sufrió el maltrato de la manada, de su propio padre o hermanos, se quedó escondida... igual de temerosa y cobarde que ella. Ambas eran tal para cual, carecían de valor para defenderse. Solo sabían agachar la cabeza.

Aulló dolorosamente al darse cuenta de que su alma gemela las estaba traicionando.

«¡Está con otra mujer! ¡Matar, matarlos a los dos», ordenó.

Tembló al sentir el poder de su convicción, su sed de sangre y venganza era equiparable al de Dayleen.

—¿Por qué... por qué hasta ahora? —preguntó con la voz cargada de resentimiento—. Te necesité todo mi vida y tú solo me diste la espalda.

«¡No podía! Hay mucho que tengo que decirte... Tantos secretos que desconoces. Pero te prometo algo: jamás volverás a estar sola. Nunca volveré a dejarte sola. ¿Estás conmigo?»

No tenía otra opción. Por más que quisiera tenerle rabia, sabía que la necesitaba, ahora más que antes.

Así que tuvo que tragarse su rencor por su propio bien, y aceptó.

Ojalá hubiera sabido hace un par de meses que el bonito cuento de hadas que se le presentó como una bendición, se convertiría en una pesadilla salida del averno.

Toda historia tenía su final, pero definitivamente ese no sería el suyo.

«Este es mi comienzo, renaceré de las cenizas en las que me sepultaste, querido compañero», pensó llena de sarcasmo.

Se levantó del suelo aún temblando, pero decidida.

No vendría nadie a su rescate, porque ella sola empuñaria la espada.

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