Dayleen se miró en el espejo, ajustándose el vestido blanco que su madre le había preparado para el ritual de graduación.
Era un día importante para ella y para los demás jóvenes de la manada, así que quería sentirse especial. Pero su mirada se desvió hacia el lunar plateado en su hombro, y se sintió un poco incómoda. Las dudas no habían podido dejarla en paz. ¿Qué significaba ese lunar? ¿Por qué había aparecido de repente? Quizás era una enfermedad que recién iniciaba. Su madre la llamó desde fuera de la habitación, recordándole que era hora de ir a las aguas termales con las demás chicas. Solto un suspiro cargado de nervios. Era una tradición que las madres llevaran a sus hijas a bañarse en las aguas termales de la manada antes del ritual de graduación. Por lo que tenía sentido que Dayleen se pusiera un poco nerviosa, sabía que las demás chicas venían de familias más ricas y tradicionales. Se suponía que debía vestirse con ropa tradicional que hubieran heredado las mujeres de su familia, pero se conformó con el vestido rojo de "gala" que su madre le había confeccionado, el cual se pondría luego del baño de "bienvenida". Cuando llegó a las aguas termales, ellas ya estaban allí, rodeadas de sus madres y hermanas. Vio que cada una de ellas tenía una flor diferente, flores específicas de sus familias: algunas tenían rosas, otras lirios, lotos y algunas incluso tenían orquídeas exóticas. Su madre le dio un pequeño ramo de lavanda que habían recogido del camino. —Es lo mejor que pude encontrar, cariño —dijo su madre con una sonrisa triste. Se sintió un poco avergonzada al compararse con las flores de sus compañeras. Sabía que su familia era humilde, pero no quería que eso se notara en un día tan importante. Las demás chicas no tardaron en burlarse de ella cuando vieron el puño de ramitas de lavanda que llevaba entre las manos. —¿Eso es lo mejor que puedes ofrecer? —se rió una de ellas—. ¡Parece que has recogido hierbas del bosque como toda una salvaje! Dayleen se sintió humillada. ¿Por qué no podía ser como las demás chicas? ¿Por qué su familia no podía ser rica y tradicional como las demás? Pero su madre la abrazó y le dijo: —No te preocupes, cariño. La lavanda es una flor hermosa y significativa. Representa la humildad y la sencillez. Eso es lo que nos hace fuertes. Trato de encontrar consuelo en sus palabras y sentirse un poco mejor, pero sabía que era inútil: el recuerdo la perseguiría por siempre. Se bañó con las demás chicas, pero no participó en sus conversaciones. Se sentía como una extraña en su propia manada. Después del baño, todas se vistieron con sus mejores galas y se dirigieron al salón donde se celebraría el ritual de graduación. De cara al momento más importante de su vida, no sabía qué esperar. Bueno, las opciones eran limitadas, pero una pequeña llama de esperanza la embargó. Quizás de alguna forma, terminaría en algo decente y honorable. ¿Qué pasaría durante el ritual? ¿Qué le diría la sacerdotisa? Todas esas preguntas sin respuesta, y estaba a punto de descubrirlo. ... El ritual de graduación comenzó con la sacerdotisa encendiendo una gran hoguera en el centro del salón al aire libre. Los jóvenes se reunieron alrededor, vestidos con sus mejores galas, y los adultos de la manada se sentaron en las gradas, observando con orgullo. La sacerdotisa comenzó a cantar una canción ancestral, invocando a los espíritus de la manada y a sus dioses para que bendijeran a los jóvenes. Todos se pusieron en fila, y la sacerdotisa se acercó a cada uno, colocando una mano en su frente y murmurando una bendición. Cuando le llegó el turno a Sebastián, la sacerdotisa sonrió y le colocó una mano en el hombro. —Sebastián, futuro alfa de la manada FUEGO INDÓMITO, te bendigo con el poder del fuego y la sabiduría de nuestros antepasados. Sebastián asintió, y la sacerdotisa le entregó una espada de plata con incrustaciones de algunas gemas preciosas, la empuñadura era de cuero. —Este es el símbolo de tu cargo. Usa tu poder para proteger y liderar a nuestra manada —su voz estaba impregnada de respeto y orgullo por su futuro Alfa. Todos se llevaron las manos al pecho, aunque no inclinaron las cabezas, puesto que todavía no era el Alfa oficialmente, solo el heredero (por ahora). Era quien más dominaba el elemento del fuego, podría destruir una manada entera con su poder. A continuación, le llegó el turno a Lyra, la hermana de Sebastián. La sacerdotisa la bendijo con la habilidad de la diplomacia y la comunicación, y le entregó un collar de cuentas también con gemas preciosas. Poco a poco sus compañeros fueron recibiendo sus respectivos roles, cada uno valioso e interesante. Pero cuando le llegó el turno a Dayleen, la sacerdotisa se detuvo. En sus ojos podía ver la misma expresión de tristeza con la que siempre parecía mirarla, y le entregó el pequeño paquete que contenía el cuchillo de plata para los guerreros. La decepción llegó a ella como una avalancha, finalmente recibía lo que todos ya sabían: su sentencia de muerte. —Dayleen, aunque no has demostrado tener el poder del fuego como tu familia, tienes otras habilidades que pueden ser útiles para la manada. Espero que encuentres tu lugar entre nosotros —anunció. —¿Qué habilidades? —preguntó ella, sintiendo curiosidad y un poco de miedo por saber la respuesta. —Eso es algo que debes descubrir por ti misma —respondió la sacerdotisa, con una sonrisa enigmática. Entonces paso a la siguiente persona, y su momento terminó. Sabía que aquello sucedería, pero aún así... No podía evitar que sus mejillas se pusieran rojas por tal humillación, podía sentir las pesadas miradas burlonas de todos los asistentes del evento. Dayleen se sintió confundida y decepcionada. ¿Por qué no había recibido una bendición o un cargo como los demás? ¿Qué significaba que tenía "otras habilidades" que podían ser útiles? Ser la carnada en las batallas no sonaba prometedor o útil, ella era prácticamente un desperdicio. Aparto sus ojos durante el resto del evento, porque no quería ver a todos cumpliendo sus sueños, mientras que ella pensaba cuánto tiempo soportaría en el campo de batalla antes de que la vencieran con una sola estocada. ... La celebración de la graduación estaba en pleno apogeo. Los miembros de la manada se reunieron en el gran salón para festejar el paso de los jóvenes a la adultez. Dayleen se sentó en una mesa, intentando pasar desapercibida mientras miraba a sus compañeros recibir felicitaciones y regalos. Pero no pasó mucho tiempo antes de que los demás miembros de la manada comenzaran a burlarse de ella. —¡Mira a Dayleen, la única sin poder! —gritó uno de ellos. —¿Qué vas a hacer sin poderes, Dayleen? ¿Lavar los platos para siempre? —se burló otro. Dayleen se sintió humillada y sola. Sebastián, que estaba en la mesa de al lado, la miró con preocupación. —¿Quieres bailar conmigo? —le preguntó, sonriendo. —¿Por qué? —preguntó Dayleen, sorprendida. —Porque eres una miembro valiosa de nuestra manada y mereces ser feliz —respondió Sebastián como si fuera lógico. Dayleen se sintió emocionada y aceptó su oferta. Sebastián la tomó de la mano y la llevó a la pista de baile. —¿Por qué te preocupas por mí? —le preguntó Dayleen, sintiendo una oleada de gratitud hacia él—. No soy nadie. —Eres una miembro valiosa de nuestra manada, Dayleen —repitió Sebastián, mirándola con intensidad—. No deberías tener tan mala opinión de ti misma pese a lo que digan. Sintió que su corazón latía velozmente. ¿Era posible que el heredero del Alfa... la viera de otra forma, una romántica? ¿O solo sentía lástima como su futuro líder por el destino tan lamentable que le aguardaba? No podía evitar esperar que fuera lo primero.Dos meses habían pasado desde la graduación, y Dayleen y Sebastián habían estado pasando cada vez más tiempo juntos. Habían ido de caza, explorado el bosque e incluso habían tenido algunas sesiones de entrenamiento intensas. Dayleen había empezado a sentirse más cómoda en su presencia, y Sebastián parecía disfrutar de su compañía. ¡La compañía de una simple Omega! Un día, mientras paseaban por el bosque, Dayleen le preguntó sobre su pasado. Quería hacerlo dede el comienzo pero le daba miedo arruinar lo que tenían si indagaba más allá. —¿Qué pasó entre tú y mi prima, Aria? —preguntó, mirándolo con curiosidad. —Nuestros padres no aprobaron la relación —confesó Sebastián, suspirando—. Aria ya estaba comprometida con otro lobo desde su nacimiento, y mis padres querían que yo me casara con alguien de una manada aliada para fortalecer nuestras alianzas. Después de todo, era mi deber volver a la manada más fuerte y hacer mi Luna a una mujer sin poder político era inconcebible. —¿Y tú
- Presente -Dayleen sintió el peso del destino caer sobre sus hombros cuando cruzó las puertas de la cabaña que antes había compartido con Sebastián. Su corazón latía con fuerza, anticipando el dolor que se avecinaba, pero listo para enfrentarlo. La conexión de su vínculo la había alertado, aunque su mente se negaba a creerlo hasta no verlo con sus propios ojos.Necesitaba asegurarse.El olor dulce del sexo estaba por todas partes, mezclado con el aroma de Sebastián. Dayleen se detuvo, su pecho subiendo y bajando frenéticamente mientras su mirada se clavaba en la puerta entreabierta del dormitorio. No necesitaba abrirla para saber lo que ocurría al otro lado, pero su instinto la empujó hacia adelante.Cuando empujó la puerta, la escena frente a ella la golpeó como una daga al corazón. Sebastián estaba sobre Aria, sus cuerpos entrelazados de una manera que no dejaba lugar a dudas que él le hacía el amor.El gruñido de su loba resonó en su mente, furiosa, herida.—¿Sebastián? —Su voz t
Parecía que el frío quemaba la piel de Dayleen mientras corría a través del bosque oscuro, sus pies descalzos apenas rozando la tierra húmeda. Sintió que se le clavaban las piedras filosas en el talón y apretó los labios para no gritar.El ambiente estaba impregnado del aroma de musgo y del peligro, pero ella no se detuvo. Cada paso la alejaba más de la manada que la había traicionado y de Sebastián, el hombre que había destrozado su alma.Su pobre madre había pagado el precio. —No te detengas —gritó Annika a su lado, su voz apenas audible entre el crujir de las hojas secas bajo sus pies y sus alientos agitados—. Aún estamos cerca del territorio. Dayleen asintió, sintiendo que la desesperación la impulsaba hacia adelante. Sus piernas temblaban de agotamiento, pero su loba gruñía en su mente, exigiendo que siguiera moviéndose. No había opción. Si los guardias las alcanzaban, todo estaría perdido. —¿Cómo… cómo sigues viva? —preguntó Dayleen, jadeando, mientras sorteaban raíces y rama
Prefacio ...Hoy era el día en que finalmente se uniría con su mate frente a toda la manada. Después de todo su sufrimiento, por fin sería su Luna, la Luna de todos aquellos que la habían mirado con desprecio y desdén.Sonrió mientras volvía a acomodarse el vestido blanco, el cual era sencillo y humilde, tal y como su rol debía de ser. Una madre para la manada, pura y limpia de malos sentimientos. La noche comenzaba a caer, sentía los nervios recorrerle desde la punta de los pies al estómago, su corazón latía agitado por la emoción.Escuchó bullicio afuera de la cabaña, la mayoría se dirigía al templo de celebraciones. Ahí tendría lugar el día más importante de toda su vida, el día por el que había valido la pena no ceder a sus pensamientos deprimentes y dejarse caer al vacío.Terminó de arreglarse hasta que sonaron los tambores que anunciaban el comienzo del espectáculo.Suspiró, lista para salir de su escondite y unirse a la celebración.Su mano tomó la perilla, casi preparada par
-Meses atrás... - Dayleen sabía que ser parte de la manada FUEGO INDÓMITO era un modo de asegurar su supervivencia ante ese mundo moderno que se había formado luego de que la tierra había sido testigo de una de las guerras entre razas más sangrientas de la historia. Pero saberlo y hacerlo eran cosas muy distintas, no conseguía dar resultados y pronto sería expulsada de la manada. Miró sus manos con impotencia. Eran totalmente inútiles. —Aunque las mires durante diez horas seguidas, seguirán sin ser capaces de controlar el elemento, Dayleen —le había dicho su madre por décima vez. Frunció el ceño sin comprender sus palabras. —Deberías apoyarme, no desalentarme —refunfuño—. Cuando veas a tu hija ser parte de la servidumbre de la manada desearás haberme motivado más. Eryn la observó con una expresión de tristeza. —Lo siento, cariño. Pero la sacerdotisa nos lo dijo a tu padre y a mi desde que naciste, que no posees ni un poco de la chispa del fuego, tal vez siendo guerrera