- Presente -
Dayleen sintió el peso del destino caer sobre sus hombros cuando cruzó las puertas de la cabaña que antes había compartido con Sebastián. Su corazón latía con fuerza, anticipando el dolor que se avecinaba, pero listo para enfrentarlo. La conexión de su vínculo la había alertado, aunque su mente se negaba a creerlo hasta no verlo con sus propios ojos. Necesitaba asegurarse. El olor dulce del sexo estaba por todas partes, mezclado con el aroma de Sebastián. Dayleen se detuvo, su pecho subiendo y bajando frenéticamente mientras su mirada se clavaba en la puerta entreabierta del dormitorio. No necesitaba abrirla para saber lo que ocurría al otro lado, pero su instinto la empujó hacia adelante. Cuando empujó la puerta, la escena frente a ella la golpeó como una daga al corazón. Sebastián estaba sobre Aria, sus cuerpos entrelazados de una manera que no dejaba lugar a dudas que él le hacía el amor. El gruñido de su loba resonó en su mente, furiosa, herida. —¿Sebastián? —Su voz tembló, traicionada por las emociones que la ahogaban. Los ojos de Sebastián, dorados y vacíos de cualquier rastro de amor o arrepentimiento, se posaron en ella. Pero fue la sonrisa de Aria lo que hizo que la sangre de Dayleen hirviera. Su prima, quien había jurado recuperar lo que era suyo, la miraba con burla y satisfacción. —Llegas tarde, prima —susurró Aria con voz melosa, sin molestarse siquiera en cubrirse. Se levantó y vió todo tipo de marcas en su piel que demostraban que Sebastián la deseaba. Sebastián se apartó de Aria lentamente, su expresión indescifrable. Pero cuando sus ojos se encontraron con los de Dayleen, el desprecio que reflejaban le rompió el alma. —¿Qué haces aquí? —Su tono era frío, como si ella fuera una extraña. —¿Qué hago aquí? —Dayleen sintió cómo la furia y el dolor se mezclaban en su interior—. Soy tu Luna, Sebastián. ¿O ya lo olvidaste? Hoy era mi nombramiento. Nuestra unión sagrada. —Luna… —Él rió, pero su risa estaba teñida de amargura—. No eres digna de ser mi Luna, Dayleen. Apretó los labios con coraje. Quería destruirlo todo. —No harás una escena, Dayleen —susurró con un tono bajo y amenazante—. Hay cosas que no entiendes. —¿Qué no entiendo? —sus ojos brillaban con dolor—. ¿Que me traicionaste? ¿Que rompiste nuestro vínculo? —¡Cállate! —rugió Sebastián, y su voz resonó en la habitación, haciendo que Dayleen retrocediera—. Esto es más grande de lo que imaginas. Su corazón martilleaba en su pecho, pero la furia crecía en su interior. —Nunca te perdonaré esto... —susurró, su voz quebrada. —No tendrás que hacerlo. —Sebastián dio un paso atrás, su mirada se endureció aún más—. Porque no tendrás oportunidad. Sus palabras fueron como un latigazo en su alma. —¿Por qué? —susurró, sintiendo que su corazón se partía en mil pedazos. —Porque eres débil —espetó Sébastien, su mirada ahora llena de desprecio—. Y no puedo permitir que la manada sea liderada por alguien que no puede protegerla. Dayleen dio un paso atrás, sintiendo cómo su loba luchaba por mantenerse controlada. Su vínculo con Sebastián temblaba, aún débil, pero presente. —Esto… esto es por ella, ¿verdad? —susurró, mirando a Aria. —Ella es más fuerte de lo que tú jamás serás —afirmó Sebastián, sin dudarlo—. Y mil veces mejor en la cama, desde luego. La traición quemó sus venas, pero antes de que pudiera responder, Aria habló, su tono lleno de veneno. —Sebastián, no deberíamos perder más tiempo. —Se acercó a él, deslizando sus manos por su pecho—. Sabes lo que debemos hacer. El brillo extraño en los ojos de Sebastián alertó a Dayleen. Algo no estaba bien. —¿Qué… qué sucede? —susurró, retrocediendo. Pero antes de que pudiera comprenderlo, la voz de Sebastián tronó en la cabaña. —¡Guardias! —rugió. Dayleen sintió cómo su mundo colapsaba cuando los guerreros de la manada irrumpieron en la habitación. —¿Qué estás haciendo? —susurró con incredulidad. —Dayleen Wagner —la voz de Sebastián fue fría y calculadora—. Acuso a tu madre, Eryn Wagner, de traición contra la manada. Ha estado pasando información a nuestros enemigos. —¡Eso es mentira! —gritó Dayleen, su voz quebrada por la desesperación. —Llévenla al calabozo —ordenó Sebastián, ignorándola por completo. —¡No! —Dayleen se lanzó hacia él, pero las manos de los guerreros la detuvieron—. ¡Sebastián, por favor! —Es por el bien de la manada —murmuró, desviando la mirada. Dayleen luchó, pero los brazos de hierro de los guardias la sujetaron con fuerza. —¡No puedes hacer esto! —gritó, sintiendo cómo su mundo se desmoronaba. —Ya está hecho —susurró Aria, su sonrisa cruel grabada en la mente de Dayleen mientras era arrastrada fuera de la cabaña. Cuando la llevaban al calabozo, vió a su madre ser sacada a rastras de la casa de la manada, aún con el delantal de la cocina. La sangre iba creciendo conforme la llevaban al centro de ritos. Sus pies descalzos pisaron su sangre, y sintió que le subía el vómito a la garganta. Apenas podía respirar, su pecho se apretaba mientras las lágrimas nublaban su visión. —¡Mamá! —su voz apenas fue un susurro ahogado cuando observo el cuerpo de su madre Eryn ser arrastrado frente a sus ojos. Doblo el cuello para verla. «Te amo», parecían decir sus labios antes de cerrar sus ojos. Dayleen había intentado defenderla, había gritado hasta quedarse sin voz, pero nadie la escuchó. Nadie quiso creerla. Aria, su prima, estaba detrás de todo, y Sebastián... su amado... había caído en la trampa como un ciego. La encerraron como un animal mientras su madre era torturada arriba. Perdió la noción del tiempo, hasta que dejó de escuchar sus gritos desgarradores. ─────༻✧༺───── El calabozo era frío y oscuro, impregnado del olor a sangre y desesperación. El cuerpo de Dayleen temblaba, no solo por el frío, sino por el dolor que consumía su alma. —Mamá… —susurró, sintiendo cómo las lágrimas caían sin control. «Debes ser fuerte, Dayleen», la voz suave de su loba resonó en su mente. «No podemos quedarnos aquí». —¿Qué importa ahora? —susurró, sintiendo que la esperanza se desvanecía. «Importa porque debes hacer justicia por tu madre», susurró su loba. «¿Se te olvida lo que tuvo que sufrir como madre soltera porque nunca reveló quien era tu verdadero padre? Tu conexión con el Alfa se romperá en cualquier momento y te destrozará, entonces estarás demasiado débil para huir». Dayleen se llevó una mano al corazón, sintiendo una punzada de dolor, su loba tenía razón. La conexión era tenue, pero su loba lo sabía. «Debemos huir, antes de que sea demasiado tarde», afirmó. —¿Cómo? —susurró Dayleen, sintiendo la desesperación hundirse más en su pecho. —Yo puedo ayudarte —una voz suave la sacó de sus pensamientos. Dayleen levantó la vista y vio a Annika, su antigua amiga de la infancia, mirándola desde el otro lado de las rejas, estaba envuelta en una capa negra y se veía mayor. —Annika… —susurró, apenas creyendo lo que veía. Ella estaba muerta. ¿Por qué estaba ahí? —No hay tiempo —dijo Annika, sacando una llave de su cinturón—. Sé lo que le hicieron a tu madre… y lo que Sebastián te hará si te quedas. Te lo explicaré todo más tarde. Dayleen sintió cómo la esperanza renacía, era muy pequeña, apenas una chispa; pero suficiente para impulsarla a levantarse. —Vamos —susurró Annika, abriendo la puerta—. Tenemos que salir antes de que nos descubran. ─────༻✧༺───── El bosque era oscuro y peligroso, pero Dayleen no se detuvo. Su loba la guiaba, susurrando en su mente que siguiera adelante. «Debemos huir al reino del norte», ordenó su loba. «Ellos son nuestra esperanza. Tienen que saber lo que el heredero Alfa está haciendo. Tendrás que pasar por el reino vecino, aunque no te va a gustar». Dayleen apretó los dientes, sintiendo cómo las lágrimas corrían por su rostro. Escuchaba a su loba trazar el plan pero no podía pensar con claridad. —Mamá… —susurró, sintiendo el peso de la pérdida en su pecho. Pero no podía detenerse. No ahora. Con la promesa de obtener venganza ardiendo en su corazón, Dayleen juró que regresaría. Cuando lo hiciera, nadie estaría a salvo. Y sin saberlo, estaba corriendo para salvar dos secretos latiendo en su vientre, apenas formándose la chispa de su frágil vida. ¿Qué destino les esperaba ahora que eran fugitivos de su manada?Parecía que el frío quemaba la piel de Dayleen mientras corría a través del bosque oscuro, sus pies descalzos apenas rozando la tierra húmeda. Sintió que se le clavaban las piedras filosas en el talón y apretó los labios para no gritar.El ambiente estaba impregnado del aroma de musgo y del peligro, pero ella no se detuvo. Cada paso la alejaba más de la manada que la había traicionado y de Sebastián, el hombre que había destrozado su alma.Su pobre madre había pagado el precio. —No te detengas —gritó Annika a su lado, su voz apenas audible entre el crujir de las hojas secas bajo sus pies y sus alientos agitados—. Aún estamos cerca del territorio. Dayleen asintió, sintiendo que la desesperación la impulsaba hacia adelante. Sus piernas temblaban de agotamiento, pero su loba gruñía en su mente, exigiendo que siguiera moviéndose. No había opción. Si los guardias las alcanzaban, todo estaría perdido. —¿Cómo… cómo sigues viva? —preguntó Dayleen, jadeando, mientras sorteaban raíces y rama
La luna comenzaba a desvanecerse del cielo cuando las recién llegadas fueron escoltadas hasta la entrada del Círculo del Agua. Dayleen caminaba en silencio, sintiendo que con cada paso que daba, se alejaba más de lo que alguna vez fue su vida. A su lado, Annika lucía igual de sombría, pero no perdía oportunidad de lanzar miradas desdeñosas a su alrededor, como si el barro en el suelo o el aliento húmedo de la selva fueran una afrenta directa a su linaje.Y lo cierto es que así era, se sentía una violación a su naturaleza estar cerca de la magia pura del Agua. Aunque ella no tenía poder, y nunca lo tendría, su núcleo mágico seguía siendo la misma que todos en su manada. —Bienvenidas al territorio del Agua —dijo uno de los guerreros, un lobo de rostro curtido, cabello trenzado y tatuajes tribales que se deslizaban como serpientes por su cuello—. Desde este punto, sus habilidades están selladas. El río es sagrado, y su corriente está viva. Protege la manada. No podrán usar su magia aqu
El bosque parecía estar conteniendo el aliento, como si presintieran lo que estaba por venir. Un aura de incertidumbre se cernía sobre la manada de Agua, cuando los tambores ceremoniales retumbaron suavemente en el valle, anunciando la llegada de tropas enemigas. El alfa Xavier se adelantó a los límites de su territorio, flanqueado por sus betas y guerreros de mayor rango, su porte era firme, elegante, imperturbable. —Deténganse ahí —ordenó con voz autoritaria, al ver acercarse a los guerreros de Fuego. El que lideraba la comitiva dio un paso al frente. —El Alfa Sebastián desea hablar con usted en busca de respuestas. Sospecha que aquí se esconde alguien que le pertenece. Una fugitiva. Xavier entrecerró los ojos, pero esbozó una sonrisa controlada. —En este territorio no ha cruzado nadie que no haya sido autorizado. Y si lo hubiera hecho, el agua lo habría delatado. Como sabe, cada gota me responde. Nadie entra aquí sin pagar un precio —alzó una ceja en su dirección. Los gu
Esa noche, la invitación llegó. Una nota sellada con el emblema del Alfa de Agua. La citaba en su mansión. La doncella que le trajo la carta espero afuera por ella, mientras Dayleen se preguntaba qué rayos debía hacer.«Llegó el momento... tienes que seducir al Alfa. Será tu única oportunidad», le dijo su loba.—Jamás estaré completa. Soy una loba a medias, no podremos compartir el lecho en nuestra forma natural de lobos. ¿Crees que él lo aceptará?Ella bufó.«Le arrancaré la cabeza si se atreve a minimizarnos».Sonrió. Annika estaba dormida, seguramente que no se daría cuenta de nada, no quería perturbar su sueño.Así que salió de la cabaña, lista para su misión.Dayleen fue conducida a través de pasillos de piedra caliza, las paredes estaban cubiertas de una fina capa de agua fluorescente, parecía una especie de... barrera luminosa. Se preguntaba qué tipo de cosas podían hacer con la magia del agua.Caminaron en silencio hasta llegar al gran salón donde Xavier esperaba. Vestía una t
Dayleen despertó con los primeros rayos del sol filtrándose por los cristales de agua que formaban parte de la arquitectura viva de la habitación. Nunca había estado en un lugar así, recordando su pasado con Sebastián, jamás la integro en su mansión, con la manada principal.Incluso cuando le juro amarla, nunca perteneció realmente a él. Incluso, consideraba que prácticamente la escondía. Sus paseos por el bosque, sus noches en la cabaña... Todo estaba fríamente calculado para mantenerla lejos de su papel como Heredero del Alfa. Se preguntaba porqué entonces la declaró su Luna, si finalmente iba a traicionarla.«Quizás solamente es un sádico que le gustaba burlarse de nosotras», gruñó su loba.Dió un suspiro largo cuando se percató de su situación: Ahora era oficialmente parte del harém del Alfa Xavier. Y eso significaba peligro, pero también era una gran oportunidad.Estaba sola en la habitación, por fortuna. Sentía vergüenza de recordar lo que sucedió, como sucumbió al deseo pese a
—Sí, Alfa. Haré lo que usted me diga. Solo tiene que darme las instrucciones —dijo de forma sumisa. Tenía que jugar bien su papel. Cuando Dayleen aceptó su propuesta, Xavier sonrió complacido. Como si supiera que ella aceptaría sin dudarlo. Su corazón palpito con ansiedad. ¿Qué otras cosas tenía planeado ese hombre? —Partiras en tres días —dijo el Alfa, sin rodeos, cruzando una linea de agua en el tronco del árbol para acercarse más a ella—. Debo buscar aliados en los reinos del este. La tensión con Fuego va a escalar. Y no puedo confiar solo en mi poder. Así que irás en mi representación con unos cuantos soldados, puede ponerse algo difícil esa visita. Dayleen frunció el ceño. ¿No confiaba en su poder? Por lo que podía sentir, la manada de agua resumaba un poder inmenso. Estar ahí era sentir vibrar el agua misma por su piel y sus sentidos, se sentía mejor ahí, más fuerte. ¿Realmente eran vulnerables, o le estaba ocultando algo? No quería emprender una misión sin tener el panoram
La mañana recibió a la manada del Agua con un aire gélido que parecía morder la piel. Y al anochecer las cosas no mejoraron del todo, ni siquiera la fauna nocturna hacia ruido.... parecían contener el aliento.El centro de ceremonias del Agua estaba decorado con guirnaldas flotantes hechas de lirios y piedras lunares. Aquella noche sería la celebración en honor a la nueva Luna de la manada de Fuego: Aria.Pero el corazón de Sebastián no estaba con ella.Aunque sabía que será considerado traición si se apartaba del lugar donde sería la celebración, no pudo evitarlo. Tendría que recurrir a sucios trucos para buscarla.Mientras los festejos se preparaban al otro lado del territorio, Sebastián se escabulló de la caravana. Su respiración era irregular, su lobo, Zeque, lo arrastraba con ansiedad en dirección al bosque espeso. Sentía algo. Sentía a ella.«No está lejos… está viva. Está con otro», reveló su lobo.—Maldita mujer —masculló, ocultando su esencia mientras se adentraba en la zona
Xavier se internó en la espesura, con los sentidos despiertos y la energía fluyendo en torno a su piel. El bosque estaba en silencio, más de lo habitual, como si hasta los árboles contuvieran el aliento. Algo había estado allí, lo sentía… pero no quedaban rastros. Frunció el ceño. Se agachó junto a un arbusto y tocó la tierra, donde definitivamente habían marcadas de pisadas recientes. El aire olía distinto, había una estela de rabia alrededor. Cerró los ojos, tratando de averiguar más sobre el aroma pero lentamente comenzaba a desaparecer el rastro. «Si alguien estuvo aquí, ya se fue. No hay peligro. Pero debemos poner más vigilancia, no deberían llegar hasta la mansión», sugirió su lobo, Drax. Asintió. —Seria una tontería armar un alboroto sin pruebas. Dejaremos pasar esto como una confusión, quizás se dió cuenta de su error y dió marcha atrás —respondió—. O consiguió lo que buscaba y decidió esperar. Debería... Apretó los dientes. Justo cuando se preparaba para seguir el ra