Fournier era un hombre difícil. Era exigente, la acusaba de llevar mala cara, y, por tanto, de anular sus instintos creativos.
—Lo siento –se disculpaba Heather, pero no le era suficiente. Sin embargo, hacia el final de la mañana, y luego de subirla y bajarla mil veces de una pequeña tarima, medirle por aquí y por allá, poner delante de su cara cientos de muestras de tela que a su parecer eran todos iguales, pudo mostrarle varios bosquejos de lo que a lo mejor sería su vestido de novia.
Si bien Raphael la había dejado anoche, ella no iba a detener los preparativos. Iba a luchar hasta el final.
—Tienes que llevar a tu amiga Tess a casa para arreglar lo del vestido de la dama de honor &ndas
—Señor Branagan –anunció la secretaria—, la señorita Calahan está aquí.Aquello lo tomó por sorpresa.Ah, esperaba fervientemente que ella se lo pensara, que reflexionara, pero no imaginó que a la tarde siguiente ella estaría aquí. Esperaba que fuera para decirle lo que él ansiaba escuchar.—Hazla pasar –ordenó, y segundos después apareció ella, Sam, pero que prefería ser llamada Heather. Llevaba un sencillo conjunto verde limón, y sandalias que casi dejaban al desnudo sus pies, pero que eran preciosas. Toda ella estaba hermosa, y él sólo pudo hacer una mueca.—No te esperaba por aquí –le dijo. E
Samantha atravesó la puerta y vio el cuerpo anciano recostado en la camilla. Estaba conectada aún a los aparatos eléctricos, pero ya no tenía la manguerilla de oxígeno. Ella entreabrió los ojos poco a poco, y al identificarla, los abrió grandes llenos de sorpresa.—Tú, ¡maldita puta del infierno!—Hola… Heather.—Así que esto es lo que ha estado sucediendo. Malnacida, ¡tienes mi cuerpo!—Yo no hice nada, Heather. Estuve tan sorprendida como tú cuando desperté –Heather se echó a reír.—Sorprendida pero feliz, ¿
Los seres humanos son bastante impredecibles –dijo, mirando la escena de sangre, y la cara de angustia de todos los presentes.Phillip llamaba desesperado una ambulancia; Raphael se inclinaba sobre el cuerpo de la pelirroja y lloraba llamándola; Tess, con las mejillas mojadas por las lágrimas, cubría los ojos de sus hijos presionándoles las cabecitas contra su regazo, y los sacaba de la sala; Georgina, sin importarle si se manchaba de sangre, estaba arrodillada al pie de su hija, cuyo cuerpo estaba flácido; y en la alfombra se seguía extendiendo la marca de sangre.En el corazón de Heather hay maldad –dijo, refiriéndose a las almas, no al cuerpo.Lo sé –dijo—. ¿Quién le dijo que
— ¿Por qué nunca me lo dijiste? –preguntó él de repente. Samantha lo miró con el ceño fruncido; algo andaba mal—. Si lo hubiese sabido –siguió Ralph—, todo habría sido muy diferente, ¿sabes?Esta vez lo miró interrogante. ¿Qué estaba sucediendo? ¿De qué hablaba él? Así no era el recuerdo que ella tenía. Ah, tenía muchos recuerdos de Ralph adolescente, semidesnudo y al sol. Nunca Ralph le habló así, lo recordaría.Pero este Ralph adolescente tenía los ojos ancianos. No era su vida pasada lo que estaba sucediendo aquí, esto no era un paseo por su adolescencia, era una escena traída hasta su muerte, la muerte que estaba viviendo. Intuía que nadie habí
Heather estaba atrapada. Todo estaba oscuro y frío. Golpeaba las paredes llamando, pero no tenía a quién llamar. Ni a mamá, ni a papá.Sólo llamaba a alguien, quien fuera, que la sacara de allí.¿Por qué la vida la odiaba tanto? Eso sólo había hecho que ella odiara la vida, y luego todo se había vuelto un círculo vicioso.Paredes, paredes duras, inquebrantables, negras, la rodeaban y la atrapaban. Y a pesar de lo furiosa que estaba, de los tacos que soltaba, de las maldiciones y los gritos, nadie venía. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? ¿Una eternidad? No lo sabía, no sentía cansancio, ni dolor, no podía saber si afuera era de día o de noche, o si siquiera
En la sala de espera, el silencio era casi sepulcral, interrumpido sólo y de vez en cuando por los sollozos de Georgina y el sonido de los pasos de Raphael al ir de un lado a otro. Tess, quien había dejado a los niños al cuidado del servicio de los Calahan, miraba con ojos secos a Raphael ir y venir, mientras Phillip sostenía a Georgina, quien recostaba su cabeza en su hombro.Todo parecía haberse precipitado demasiado rápidamente. En un momento, estas mismas personas habían estado cenando y charlando, y luego, en un hospital esperando buenas noticias, con Heather al borde de la muerte.Las dos Heather.De pronto, un médico se acercó a ellos, y miró significativamente a Tess, quien se
Raphael no se apresuró. Cada paso le pesaba, le dolía en alguna parte, lo enojaba. En cambio, su mente iba trabajando a toda velocidad. ¿Qué le iba a decir cuando la viera?Aquello tenía que ser una broma, una de muy mal gusto, y en cuanto viera el cielo le mandaría la vulgaridad más verde y apestosa que se supiera.Llegó hasta la habitación de Samantha Jones, y tomó el pomo de la puerta, con miedo a girarlo. Aquella era una prueba a la que jamás esperó enfrentarse, pero una prueba que tenía que pasar. Si era este el modo en que se iban a separar, él no iba a desperdiciar la oportunidad de verla una última vez, de hablar con ella.Llegado a ese punto,
—Je ne regrette rien –susurró Samantha, y era verdad. Esta vez era verdad.Raphael había buscado la letra de esa canción, y ahora la conocía, sabía lo que decía. Sonrió al recordar que ella la había dicho dormida la primera vez que hicieron el amor. Ahora sabía a qué se refería.Samantha cerró sus ojos, sabiendo que se llevaría este instante a la eternidad. No importaba si ella no era una bella jovencita, no importaba si no era guapa y, al contrario: no sólo nunca lo había sido, sino que ahora además estaba vieja y enferma, su cuerpo marchito; no importaba, porque estaba allí, en los brazos del hombre que ella amaba, aspirando su perfume, escuchando su voz, y éste la sostenía como si fuera un tesoro, algo muy val