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—Je ne regrette rien –susurró Samantha, y era verdad. Esta vez era verdad.

Raphael había buscado la letra de esa canción, y ahora la conocía, sabía lo que decía. Sonrió al recordar que ella la había dicho dormida la primera vez que hicieron el amor. Ahora sabía a qué se refería.

Samantha cerró sus ojos, sabiendo que se llevaría este instante a la eternidad. No importaba si ella no era una bella jovencita, no importaba si no era guapa y, al contrario: no sólo nunca lo había sido, sino que ahora además estaba vieja y enferma, su cuerpo marchito; no importaba, porque estaba allí, en los brazos del hombre que ella amaba, aspirando su perfume, escuchando su voz, y éste la sostenía como si fuera un tesoro, algo muy val

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