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Samantha no dejaba de llorar. Estaba sentada en el suelo, y lloraba con la cabeza enterrada entre sus rodillas, y lloraba, y lloraba. Dejar a Raphael le estaba costando la vida, pero seguía viva. Sentía como si le arrancaran del pecho el corazón, pero éste seguía allí.

Lloraba, y ser consciente de su propio llanto la hacía llorar más. Al parecer, iba a recordar para siempre, en el más allá, estuviera donde estuviese, su tragedia.

Era el peor castigo que cualquier dios griego ofendido se pudiese idear.

Había estado allí, había seguido en la habitación un par de segundos después de que su alma se separara de su cuerpo. Había visto cómo él frotaba sus brazos y su espalda para infundirles

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