¿Te diviertes? –dijo una voz.
En aquel lugar, donde no había tiempo ni sombras, una sonrisa flotó en el aire. Una sonrisa de satisfacción.
Como nunca –dijo—. Los humanos son tan divertidos.
¿No llevas ya mucho tiempo con esto?
Ah, ellos se inventaron un plazo, no yo. Seis meses terrenales.
¿Llegarán a los seis meses?
¿Qué crees que deba hacer?
Es tu historia –dijo, como si simplemente no quisiera inmiscuirse,
—Creí que nunca me lo dirías –susurró Raphael, con ella acostada a su lado y apoyada en su pecho mientras él la rodeaba con sus brazos. Eran las dos de la mañana; faltaba mucho para el amanecer, pero ninguno de los dos podría dormir, no con la bomba que les acababa de estallar en las manos.— ¿Qué cosa? —Preguntó ella fingiendo ignorancia.—Lo de Sam… y Heather –Heather se enderezó en la cama y lo miró sorprendida.— ¿Lo sabías?—Sí.— ¿Qué sabías?—Que no eres Heather. Naciste hace o
—Mi felicidad estaría cimentada sobre la desgracia de otro –dijo, más para sí, pero Raphael la escuchó, y fue como un puñal directo a su corazón. Se alejó de ella riendo de una manera extraña y buscó su ropa para empezar a vestirse. Samantha lo miró como a través de un cristal deforme. Él se estaba vistiendo, y a pesar de que había reído, en su rostro no había ni pizca de humor o alegría—. ¿Qué… qué haces?—Dejarte. Eso hago –Samantha sabía lo que era un paro cardiaco, y el dolor en su pecho y en su alma se parecía mucho a eso.— ¿Por… qué?—Porque eres, después de todo, una ego&iac
Fournier era un hombre difícil. Era exigente, la acusaba de llevar mala cara, y, por tanto, de anular sus instintos creativos.—Lo siento –se disculpaba Heather, pero no le era suficiente. Sin embargo, hacia el final de la mañana, y luego de subirla y bajarla mil veces de una pequeña tarima, medirle por aquí y por allá, poner delante de su cara cientos de muestras de tela que a su parecer eran todos iguales, pudo mostrarle varios bosquejos de lo que a lo mejor sería su vestido de novia.Si bien Raphael la había dejado anoche, ella no iba a detener los preparativos. Iba a luchar hasta el final.—Tienes que llevar a tu amiga Tess a casa para arreglar lo del vestido de la dama de honor &ndas
—Señor Branagan –anunció la secretaria—, la señorita Calahan está aquí.Aquello lo tomó por sorpresa.Ah, esperaba fervientemente que ella se lo pensara, que reflexionara, pero no imaginó que a la tarde siguiente ella estaría aquí. Esperaba que fuera para decirle lo que él ansiaba escuchar.—Hazla pasar –ordenó, y segundos después apareció ella, Sam, pero que prefería ser llamada Heather. Llevaba un sencillo conjunto verde limón, y sandalias que casi dejaban al desnudo sus pies, pero que eran preciosas. Toda ella estaba hermosa, y él sólo pudo hacer una mueca.—No te esperaba por aquí –le dijo. E
Samantha atravesó la puerta y vio el cuerpo anciano recostado en la camilla. Estaba conectada aún a los aparatos eléctricos, pero ya no tenía la manguerilla de oxígeno. Ella entreabrió los ojos poco a poco, y al identificarla, los abrió grandes llenos de sorpresa.—Tú, ¡maldita puta del infierno!—Hola… Heather.—Así que esto es lo que ha estado sucediendo. Malnacida, ¡tienes mi cuerpo!—Yo no hice nada, Heather. Estuve tan sorprendida como tú cuando desperté –Heather se echó a reír.—Sorprendida pero feliz, ¿
Los seres humanos son bastante impredecibles –dijo, mirando la escena de sangre, y la cara de angustia de todos los presentes.Phillip llamaba desesperado una ambulancia; Raphael se inclinaba sobre el cuerpo de la pelirroja y lloraba llamándola; Tess, con las mejillas mojadas por las lágrimas, cubría los ojos de sus hijos presionándoles las cabecitas contra su regazo, y los sacaba de la sala; Georgina, sin importarle si se manchaba de sangre, estaba arrodillada al pie de su hija, cuyo cuerpo estaba flácido; y en la alfombra se seguía extendiendo la marca de sangre.En el corazón de Heather hay maldad –dijo, refiriéndose a las almas, no al cuerpo.Lo sé –dijo—. ¿Quién le dijo que
— ¿Por qué nunca me lo dijiste? –preguntó él de repente. Samantha lo miró con el ceño fruncido; algo andaba mal—. Si lo hubiese sabido –siguió Ralph—, todo habría sido muy diferente, ¿sabes?Esta vez lo miró interrogante. ¿Qué estaba sucediendo? ¿De qué hablaba él? Así no era el recuerdo que ella tenía. Ah, tenía muchos recuerdos de Ralph adolescente, semidesnudo y al sol. Nunca Ralph le habló así, lo recordaría.Pero este Ralph adolescente tenía los ojos ancianos. No era su vida pasada lo que estaba sucediendo aquí, esto no era un paseo por su adolescencia, era una escena traída hasta su muerte, la muerte que estaba viviendo. Intuía que nadie habí
Heather estaba atrapada. Todo estaba oscuro y frío. Golpeaba las paredes llamando, pero no tenía a quién llamar. Ni a mamá, ni a papá.Sólo llamaba a alguien, quien fuera, que la sacara de allí.¿Por qué la vida la odiaba tanto? Eso sólo había hecho que ella odiara la vida, y luego todo se había vuelto un círculo vicioso.Paredes, paredes duras, inquebrantables, negras, la rodeaban y la atrapaban. Y a pesar de lo furiosa que estaba, de los tacos que soltaba, de las maldiciones y los gritos, nadie venía. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? ¿Una eternidad? No lo sabía, no sentía cansancio, ni dolor, no podía saber si afuera era de día o de noche, o si siquiera