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En la mañana, Raphael llegó temprano a la dirección que le había dado el hombre al que le había pagado por llevar a Keith a su casa la noche anterior. Era un edificio bastante viejo y maloliente. Cuando le abrió la puerta, el mismo hombre que la noche anterior estuvo a punto de violar a su novia, intentó cerrarla inmediatamente, pero Raphael logró imponerse.

—No me golpees, ¡por favor! ¡Anoche me rompiste la nariz! –gritó Keith. Raphael lo observó atentamente. Él había elevado ambas manos como para defenderse de su ataque, por si éste venía; ciertamente, tenía la nariz torcida y el resto de la cara con cortes y moratones.

—Sólo vengo a hacerte una pregunta.

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