—A partir de ahora, Malcom, la forma en la que actúes determinará el rumbo de todo —comentó Tomsk muy sereno.
Él se encontraba sentado en un sillón de piel beis y, a su lado, Malcom Edevane lo imitaba, con un vaso de whisky en una mano, y la vista fija al frente, a un cuadro sin sentido que su padre había comprado mucho tiempo atrás.
—Eso suena como una amenaza, Tomsk —replicó el rubio y volteó a verlo.
Tomsk negó.
—No es una amenaza, amigo mío, sino una advertencia. Debes saber que valoro muchísimo la amistad que nos ha unido por todos estos siglos, es más importante para mí que incluso los negocios y acuerdos que unen a nuestras familias. —Juntó sus manos en su regazo, pues él no bebía nada.
»Por eso, Malcom, te diré mi posición: mi amada Lilly murió a causa del renco
Al principio de los tiempos, cuando el Primer Movimiento echó a andar las miles de millones de casualidades que formaron al mundo humano, centenares de existencias se vieron afectadas por el impacto, y se dividieron.Vagaron desvalidas, huérfanas de su otra mitad, y los milenios pasaron a través de ellas, eternas, permanentes, y se convirtieron en millones de años de continua evolución, alegrías mínimas, y sufrimientos prolongados.Un día, dos mitades de la misma existencia se encontraron por «casualidad» y, desde entonces, luchan por no separarse... pero el universo no desea dejar de verlas penar, no necesita que estén en paz.Año 1778 d.C. Archiducado de Austria.—Es una espera temible, la de recibir un hijo —hablaba Tomsk Habsburg con inusual nerviosismo—. En especial si uno no sabe si será mi tan ansiado primogénito. &mdas
El día en él que alumbró fue una alegría. Sí, era el primero, el gran heredero. Un varón, un patriarca. El orgullo, la gallardía, la certeza de creerse dueños de su mundo • • • Año 2015 d.C., 16 d.G. Venecia, Territorio de Vitéliu, Düster. Luke avanzaba con firmeza; sus pasos hacían eco en medio de un vacío pasillo en tanto, detrás de él, un varón más bajo lo seguía cohibido, y miraba su espalda con temor y expectativa. Él, hombre espigado y rubio, no parecía estar concentrado en nada más que sus pensamientos, y en aquello que lo molestaba; sin embargo, cuando tuvo que doblar a la derecha, lo hizo sin titubear. Apretó los puños y los relajó, en pos de calmar sus pensamientos, y se detuvo frente a la última frontera de su camino: una maciza puerta de madera oscura. —Padre, he llegado —se anunció con tono claro y neutro. «Adelante», se escuchó con firmeza del otro lado. Sin voltear, pero sabie
Luke salió de la oficina de su padre y cruzó la casa en cosa de segundos. Se encontraba en la finca que los Edevane tenían en el antiguo asentamiento de la familia. Esta era una propiedad enorme, pero no la casa principal de los Flabiano. El terreno era amplio, y se extendía lo suficiente como para que cada uno de los ocho hijos de Malcom Edevane y Alessandra Edevane pernoctaran con tranquilidad cuando iban de visita, porque cada uno tenía sus propios territorios, residencias y responsabilidades. No obstante, para los finos sentidos del varón, era claro que solo estaban él y su hermana menor en el lugar, además de sus padres, los miembros del servicio y los alimentadores. Eso, para él, era lo mejor que podía pasar. No se encontraba de ánimos para tener que tratar con ninguno de ellos o sus preguntas. Con sinceridad, lo que menos deseaba era estar en este lugar, por eso había pasado tanto tiempo desde su última visita, y el cambio era destacable.
Los ojos de Blaise se desviaron con tristeza al suelo, la congoja invadió su ser, y toda la felicidad que bullía, murió. El rubio sopló y, por dentro, sintió como si sus órganos, esos que usaban la sangre que bebía para no pudrirse en vida, se encogieran en dolor. Tragó con dureza y apretó los labios uno contra otro. Tomó al muchacho de los hombros, y lo hizo encararlo. —No hubo un día, en estos sesenta y dos mil ochocientos cincuenta y nueve días que pasé sin verte, ni saber nada de ti, en los que no te hubiera pensado, querido Blas —declaró Luke. Su voz era profunda, personal. »Cada que veía el amanecer desde un refugio, cada que la noche caía… esperaba que estuvieras bien, sano, vivo dentro de nuestra propia muerte… —continuó el rubio en voz baja, pero Blaise podía escucharlo a la perfección, y puso la zurda sobre el pecho ajeno—. Deseaba tanto verte, Blas… Tanto que mis entrañas no me dejaban en paz: ellas hervían y se removían en dolor… —gimoteó, y
Año 2015 d.C. 16 d.G. Ciudad Neutral de Gaia.Eran las cuatro de la mañana cuando Luke bajó de su limosina, sin esperar a que Marco se apersonara a abrirle la puerta, y caminó por el sendero que separaba la calzada de la que era su casa desde hacía un par de semanas, rodeado de césped, y con algunas flores cerca de los escalones de la entrada, de piedra maciza.La molestia en su cara era visible a lo lejos y, aunque siempre se congraciaba de llegar a este lugar, de dos plantas, fachada lisa forrada de estuco, y grandes ventanales en la planta baja, hoy no era uno de esos días.Abrió la puerta, de madera gruesa y pintada de blanco, y entró a la casa, dejando el madero abierto, para un Marco que ingresó con prisas, pasó por la entrada, para ver la escalera hacia la segunda planta, y caminó hacia la sala de estar, donde su rubio señor, después de quita
—¿Qué haces tú aquí? —exigió saber con dureza, taladrando al recién llegado con la mirada—. Creí haberte dicho que no necesito que nadie me cuide —habló a Marco, volteando hacia él, alto, claro y demandante.Denisse, a un lado del secretario, junto las manos a la altura de su estómago, dispuesta a decir algo, pero Marco intervino primero:—El señor Malcom ha estimado para usted la necesidad un guardián, señor Luke.—¿Por qué él? —Apretó las mandíbulas con fuerza. Sabía que Marco solo cumplía órdenes, pero el deseo de matarlo allí mismo afloró desde la profundidad de sus instintos.—El señor ha evaluado a todos los posibles candidatos y, muy contrario a sus deseos, el señor Blaise, hijo de Lord Kyburg, es el único que cumple con l
«No es lo mismo comer a ser comido…» De aquel exultante despertar, la guerra liberó un hombre dejado y poco deseado, viviente sin querer serlo, hiriente sin tan siquiera desearlo desde lo más profundo de su ser. Fue el mismo hombre, el mismo todo, quien propició que esto comenzara… que esto jamás terminase. Y en lo profundo de la mente, la encontró, cual serena mariposa, muerta, o viviente quizá. ¡Amada Gaia! Hoy estás aquí, hoy estamos aquí… para ser uno solo, para que nuestros pecados se junten en el purgatorio eterno de la vida, de la muerte. De la nada. Fue hace mucho tiempo, miles de años atrás, en un pasado único, cuando las extrañas criaturas que habitaban la tierra entraron en confrontación, hartas de vivir bajo el primitivo concepto de compartir. Las lunas pasaron, y los seres de clases, especies y clanes diferentes se enfrentaron unos contra otros. La muerte y destrucción se regó por doquier y, en ese momento,
—Denisse… no estoy de ánimos para nada como lo que buscas —musitó el rubio, con la mirada fija en el techo. La rubia se separó, y escaló más, apoyando sus brazos en el pecho ajeno para trepar y quedar sentada por encima de su estómago. —Solo quiero hacerte sentir bien —murmuró ella. Pero Luke negó con la cabeza. —En este momento… lo único que me haría sentir bien, también es lo único que no puedo tener —declaró. Para Denisse, venir aquí fue idea de su padre, una imposición y, aunque estar con su hermano era uno de los más grandes deseos de toda su vida, sabía que el amor que él le tenía, no era el mismo que ella le profesaba, y nunca sería así. Sin embargo… le dijo a su padre que haría lo que fuese necesario para que sus objetivos se cumplieran, y justo ahora eso era más que necesario. Puso las manos sobre los hombros de Luke y los apretó, para comenzar a bajarlas y rasguñar apenas la piel de su pecho, terminando de tira