Luke salió de la oficina de su padre y cruzó la casa en cosa de segundos. Se encontraba en la finca que los Edevane tenían en el antiguo asentamiento de la familia. Esta era una propiedad enorme, pero no la casa principal de los Flabiano.
El terreno era amplio, y se extendía lo suficiente como para que cada uno de los ocho hijos de Malcom Edevane y Alessandra Edevane pernoctaran con tranquilidad cuando iban de visita, porque cada uno tenía sus propios territorios, residencias y responsabilidades.
No obstante, para los finos sentidos del varón, era claro que solo estaban él y su hermana menor en el lugar, además de sus padres, los miembros del servicio y los alimentadores.
Eso, para él, era lo mejor que podía pasar. No se encontraba de ánimos para tener que tratar con ninguno de ellos o sus preguntas.
Con sinceridad, lo que menos deseaba era estar en este lugar, por eso había pasado tanto tiempo desde su última visita, y el cambio era destacable.
Dejó la gran casa, en medio de una noche que lucía esplendorosa y sin luna. Luke se movió por los jardines delanteros con falsa calma. Contempló el césped bien recortado, y las flores y los arbustos organizados con tal simetría, que era enfermizo.
La casa, tras la guerra, y el innegable paso de los años, adquirió un estilo moderno, aunque sus dueños seguían amando la simplicidad de los detalles propios de las épocas pasadas.
Sus pensamientos, antes duros hacia su padre, se suavizaron en el momento en el que un recuerdo llegó a su mente, y deseó con todas sus fuerzas poder traerlo a la vida.
La visión de un chiquillo transitando estos mismos terrenos, correteando por los viejos jardines, curioseando sobre cada especie de planta, tomando su mano y sonriéndole con una pasión y un cariño que no tenían comparación. Se extendió en él un halo de deseo mezclado con nostalgia, y apretó los labios.
—Eres un iluso… —se regañó en un pesado susurro.
Estas últimas diecisiete décadas habían sido una completa tortura llena de recuerdos y ansiedad.
Tragó. Los siglos y siglos de costumbres humanas aún se percibían en él, a pesar de que el mundo ya no era ni la sombra de lo que fue en el pasado. A veces respiraba, su corazón latía, y la sangre circulaba a través de sus venas y arterias, a pesar de que no necesitaba de esa actividad para vivir.
Él era, como su padre bien había declarado, un Patrizio, el primer vástago de la quinta generación de los Flabiano, un Veneto, como se llamaron en sus inicios, de los pocos clanes vampíricos que aún conservaban la pureza de su primera sangre, del Primer Veneto, el antediluviano de su casta.
Durante casi novecientos años, el día en el que debiera cumplir con su deber como primogénito, fue una amenaza que esquivó de manera olímpica. Entonces… ¿por qué ahora?
Apretó las mandíbulas una contra la otra con fuerza, y sus manos se volvieron puños. La ira volvió a recorrerlo como el impacto de un rayo, y trató de acallarla, pero su cuello, ese donde las marcas de las uñas de su padre ya no estaban, y solo quedaban los tatuajes a la izquierda, se tensó.
Apretó los dedos de los pies dentro de sus zapatos, porque esta ira se manifestaba en él desde hacía un tiempo, como consecuencia de un «algo» que no conseguía resolver. Se mordió la lengua, y ordenó a su ser serenarse.
Entonces, sintió un calambre de la nada, y este le recorrió, desde los pies hasta el cerebro. Una punzada invadió su pecho, apretándolo, y lo distrajo al instante de cualquier mal pensamiento.
Sus ojos se trasladaron al noroeste por reflejo, y a simple vista solo se contemplaba campo, y propiedades bastante a la lejanía; sin embargo, sus instintos le dijeron otra cosa y, antes de darse cuenta, ya estaba en marcha en esa dirección.
Salió de la propiedad de los Edevane en apenas segundos, y se encontró en un camino rodeado de altos y frondosos árboles de lado y lado, como paredes. La villa principal de la familia estaba más atrás, hacia el noreste, y las propiedades se extendían al sur, y por todos los territorios de Vitéliu y Fras, que alguna vez fueron llamados, por los humanos, Italia y Francia.
Valiéndose de la celeridad propia de los vampiros, siguió corriendo tan rápido como pudo, guiado solo por el instinto y la necesidad. Los árboles se volvieron una llanura, y sintió su sangre entrar en hervor de un segundo a otro, mientras recorría sus venas.
Tomó un camino asfaltado, que se dirigía a una propiedad que quedaba a unos trescientos metros al frente. A la mitad dejó de correr, y comenzó a caminar con los puños cerrados. Sus ojos recorrieron los alrededores con curiosidad, a pesar de que ya sabía a la perfección a dónde tenía que ir.
En la entrada, unos guardias pertenecientes a la familia lo recibieron; pasó de ellos con un simple saludo y siguió derecho; el camino asfaltado era bordeado por porciones de gravilla que precedían al césped y las flores que adornaban los jardines de la propiedad.
Estos eran unos terrenos que la familia usaba para hospedar a los invitados de clase alta, y poseía dos casas: una grande, la principal, y una más pequeña, hacia donde él se encaminó.
A paso rápido, la estructura de una planta fue visible delante de él casi de inmediato: frente adoquinado, líneas rectas y limpias, acordes a la arquitectura moderna, ventanas pequeñas, y paredes de color piedra; la puerta, de hierro negro, se abrió cuando estaba a unos cinco metros, y una silueta se dibujó en medio de la oscuridad.
Sus ojos, que podían percibir todo en la noche de forma perfecta, contemplaron ese cuerpo correr hacia él con un desespero que no tardó en imitar.
Sus pies vibraron, el corazón latió feroz, la respiración le falló, y sintió unas nauseas terrible que explotaron en un frenesí en su interior.
—¡Luke! —llamó el muchacho tan alto como pudo.
Y cuando lo escuchó pronunciar su nombre, cuando procesó esa voz: su tono, su intensidad, y ese timbre tan característico, apenas grave y con un antiguo acento austríaco, ese que hacía tanto no escuchaba, pero que permanecía guardado en el centro de sus recuerdos, la felicidad se extendió por su ser, y lo recibió entre sus brazos.
—¡Blas! —cantó aquel apodo cariñoso que le puso apenas tenerlo en brazos aquel en la noche de su nacimiento.
Sus cuerpos se juntaron, y los dos se apretaron al otro con fuerza, y el frío tacto, propio de sus cuerpos muertos—para los cánones humanos—, comenzó a volverse tibio por el funcionamiento de sus órganos. De forma progresiva, la calidez lo cubrió todo.
—¡Te extrañé tanto! —canturreó Blaise, cuyos ojos brillaban, como los de un niño frente a un tesoro.
Él hundió su nariz en el pecho ajeno, y comenzó a reír.
Ah… era esa risa, la que alumbraba los días de sol de Luke, en los que debía permanecer a resguardo, y los tiempos duros de la última guerra; el tono era diferente a la primera vez que la escuchó, pero le seguía transmitiendo las mismas sensaciones, el mismo amor…
Era tan precioso. Precioso e irremplazable.
Luke se separó de él y contempló esos orbes, de un raro gris azulado que no había visto en nadie más en décadas, separó sus cabellos, le despejó la frente, y depositó un beso en la pálida zona, que se extendió por largos segundos.
—También te extrañé —murmuró, en apariencia más tranquilo, aunque sus ojos decían otra cosa, tras terminar el contacto, y contempló su rostro.
Blas, Blaise para todo el mundo, era un chiquillo de fina y ondulada cabellera negra que le rozaba las cejas, no muy pobladas, y la nuca, y la apariencia de un muchacho de veinte y pocos; al contrario que él, que aparentaba más de treinta, y era más alto, aunque…
Era tan transparente a sus ojos en estos momentos, y entendía que ambos estaban siendo guiados por la situación, y no por la razón.
—Estás más grande —musitó Luke y sonrió.
Trataba de mantener la compostura, al estar en el lugar en el que se encontraban: una propiedad de su familia.
—Han pasado ciento setenta y dos años… He tenido tiempo para entrenar, Luke —contestó el otro, cuya voz se dejaba escuchar suave a los oídos ajenos.
Luke asintió, y lo recorrió con la mirada, de la cabeza a los pies: usaba ropas anchas y estaba descalzo. La última vez que lo vio tenía el cabello muy largo y se encontraba más delgado… pero sus ojos lo miraban con la misma ilusión.
La diestra del rubio acaricio la mejilla de Blaise, cuyo tacto se extendió como un fiero cosquilleo, y tomó su mentón, se acercó y, sin mediar palabras, lo besó.
Dentro de Blaise, el fuego de la felicidad estalló como miles de fuegos artificiales en la fiesta de año nuevo; pero en Luke, desde su pecho, un incómodo escozor que hacía mucho no experimentaba, se extendió.
No le prestó atención.
Su cuerpo se pegó más al otro, y la calidez de los labios ajenos lo llenó, haciéndolo olvidar, por un instante, que el cosquilleo se estaba convirtiendo en dolor.
Los pies y las piernas de Blaise cosquillearon, y su pecho dio un vuelco de júbilo máximo, en tanto sus labios acariciaban los del otro. afirmó las manos en su mentón, y después las bajó hasta sus hombros. Una parte de su mente brincaba de felicidad, pero otra, bastante pequeña, lanzó la voz de alarma, y lo hizo reaccionar.
El menor se separó de Luke, y sus ojos los contemplaron con gran preocupación. Se mojó los labios, el arrepentimiento también apareció.
—No podemos… hacerlo más… —susurró quedo, y corrió la vista al costado.
El rubio tragó duro, su nuez, bastante visible, subió y bajó con lentitud, y sopló.
—Esto sigue siendo una m****a —masculló.
—¿Mierda? —indagó Blaise, curioso—. Es tan impropio escuchar esa palabra salir de tu boca. —Luke se sonrió, y lo atrajo más hacia él, abriendo las palmas en la espalda ajena, sintiendo su cuerpo.
—He pasado muchos años recorriendo el mundo… se me han pegado algunas malas costumbres.
El rubio subió las manos hasta los omóplatos, y lo apretó contra su pecho. En contraste, era unos quince centímetros más alto que él.
—¿Te irás de nuevo? —preguntó el pelinegro desde allí, lastimero.
Luke lo separó, y asintió.
—Me mudaré a la Ciudad Neutral. Desde que constituí el núcleo de mi compañía allá, me he mantenido alejado en medio de mis investigaciones, pero… es momento de regresar y hacer lo que tengo que hacer, querido Blas.
Al menor le recorrió la espalda un calosfrío, presa de escucharlo pronunciar «querido Blas», con una suavidad majestuosa a sus oídos.
—¿Aún buscas salvación para ellos?
—Siempre, Blas —apuntó—. Nosotros… hicimos tantas cosas en la guerra. Los Bernadotte, los mismos Flabiano que creen saber sobre magia oscura… Es mi deber remediar eso.
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—Retrouvailles: Alegría de encontrarse con alguien después de mucho tiempo.
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Los ojos de Blaise se desviaron con tristeza al suelo, la congoja invadió su ser, y toda la felicidad que bullía, murió. El rubio sopló y, por dentro, sintió como si sus órganos, esos que usaban la sangre que bebía para no pudrirse en vida, se encogieran en dolor. Tragó con dureza y apretó los labios uno contra otro. Tomó al muchacho de los hombros, y lo hizo encararlo. —No hubo un día, en estos sesenta y dos mil ochocientos cincuenta y nueve días que pasé sin verte, ni saber nada de ti, en los que no te hubiera pensado, querido Blas —declaró Luke. Su voz era profunda, personal. »Cada que veía el amanecer desde un refugio, cada que la noche caía… esperaba que estuvieras bien, sano, vivo dentro de nuestra propia muerte… —continuó el rubio en voz baja, pero Blaise podía escucharlo a la perfección, y puso la zurda sobre el pecho ajeno—. Deseaba tanto verte, Blas… Tanto que mis entrañas no me dejaban en paz: ellas hervían y se removían en dolor… —gimoteó, y
Año 2015 d.C. 16 d.G. Ciudad Neutral de Gaia.Eran las cuatro de la mañana cuando Luke bajó de su limosina, sin esperar a que Marco se apersonara a abrirle la puerta, y caminó por el sendero que separaba la calzada de la que era su casa desde hacía un par de semanas, rodeado de césped, y con algunas flores cerca de los escalones de la entrada, de piedra maciza.La molestia en su cara era visible a lo lejos y, aunque siempre se congraciaba de llegar a este lugar, de dos plantas, fachada lisa forrada de estuco, y grandes ventanales en la planta baja, hoy no era uno de esos días.Abrió la puerta, de madera gruesa y pintada de blanco, y entró a la casa, dejando el madero abierto, para un Marco que ingresó con prisas, pasó por la entrada, para ver la escalera hacia la segunda planta, y caminó hacia la sala de estar, donde su rubio señor, después de quita
—¿Qué haces tú aquí? —exigió saber con dureza, taladrando al recién llegado con la mirada—. Creí haberte dicho que no necesito que nadie me cuide —habló a Marco, volteando hacia él, alto, claro y demandante.Denisse, a un lado del secretario, junto las manos a la altura de su estómago, dispuesta a decir algo, pero Marco intervino primero:—El señor Malcom ha estimado para usted la necesidad un guardián, señor Luke.—¿Por qué él? —Apretó las mandíbulas con fuerza. Sabía que Marco solo cumplía órdenes, pero el deseo de matarlo allí mismo afloró desde la profundidad de sus instintos.—El señor ha evaluado a todos los posibles candidatos y, muy contrario a sus deseos, el señor Blaise, hijo de Lord Kyburg, es el único que cumple con l
«No es lo mismo comer a ser comido…» De aquel exultante despertar, la guerra liberó un hombre dejado y poco deseado, viviente sin querer serlo, hiriente sin tan siquiera desearlo desde lo más profundo de su ser. Fue el mismo hombre, el mismo todo, quien propició que esto comenzara… que esto jamás terminase. Y en lo profundo de la mente, la encontró, cual serena mariposa, muerta, o viviente quizá. ¡Amada Gaia! Hoy estás aquí, hoy estamos aquí… para ser uno solo, para que nuestros pecados se junten en el purgatorio eterno de la vida, de la muerte. De la nada. Fue hace mucho tiempo, miles de años atrás, en un pasado único, cuando las extrañas criaturas que habitaban la tierra entraron en confrontación, hartas de vivir bajo el primitivo concepto de compartir. Las lunas pasaron, y los seres de clases, especies y clanes diferentes se enfrentaron unos contra otros. La muerte y destrucción se regó por doquier y, en ese momento,
—Denisse… no estoy de ánimos para nada como lo que buscas —musitó el rubio, con la mirada fija en el techo. La rubia se separó, y escaló más, apoyando sus brazos en el pecho ajeno para trepar y quedar sentada por encima de su estómago. —Solo quiero hacerte sentir bien —murmuró ella. Pero Luke negó con la cabeza. —En este momento… lo único que me haría sentir bien, también es lo único que no puedo tener —declaró. Para Denisse, venir aquí fue idea de su padre, una imposición y, aunque estar con su hermano era uno de los más grandes deseos de toda su vida, sabía que el amor que él le tenía, no era el mismo que ella le profesaba, y nunca sería así. Sin embargo… le dijo a su padre que haría lo que fuese necesario para que sus objetivos se cumplieran, y justo ahora eso era más que necesario. Puso las manos sobre los hombros de Luke y los apretó, para comenzar a bajarlas y rasguñar apenas la piel de su pecho, terminando de tira
Año 2012 d.C. 13 d.G. Venecia, Territorio de Vitéliu, Düster. Tomsk Habsburg había llegado a territorio de los Veneto, de su buen amigo Malcom, segundo de los Flabiano, la noche anterior, y ahora se dirigía a la oficina del dueño de casa. Este lugar era espacioso, y no escatimaba en lujos: pisos de mármol blanco, paredes pulcras de color crema, y grandes ventanales con filtro, que dejaban pasar toda la claridad del exterior, fuese de día o de noche, reduciendo cualquier expectativa de daños a cero. Los Veneto, como todos los clanes vampíricos, tenían infinidad de sirvientes y miembros que nacían humanos, fruto de la reproducción de miembros menores con estos seres, pero que aún podían servir a la familia. Ellos eran Flabiano, pero no serían Veneto hasta ser levantados, es decir, hasta que sus señores los atrajeran a la vida «inmortal». Era lo mismo para casi todos los clanes, pero cada quien lo hacía a su manera. Para él, los
Año 2015 d.C. 16 d.G. Ciudad Neutral de Gaia. Luke bajó de la limusina, y giró con rapidez para recibir la mano de su hermana. Uno de sus más importantes socios le había insistido mucho para que viniera a este lugar hoy, pues inauguraba una nueva sede de su empresa, y quería ofrecer una fiesta a la altura. La presencia mayoritaria de humanos destacaba; mas licántropos, alquimistas y elfos también estaban repartidos por acá y por allá. Era un gran evento, con un personal de seguridad a la altura; aun con eso, Luke traía a su propio guardián, uno que no le había dirigido la palabra desde su llegada. El encargado de la recepción se apersonó a ellos, en tanto la limusina siguió su curso hacia el estacionamiento, y los recibió con una zalamería a la que el rubio ya estaba más que acostumbrado, guiándolos hacia el personal de protocolo que controlaba las listas. Denisse usaba un vestido ceñido al cuerpo, por encima de la rodilla, y que destacaba su
La visión de los vampiros era precisa y perfecta; sin embargo, los Kyburg añadían un punto más a esa perfección: ellos podían verlo todo en un campo amplio, y detallar a cada individuo.Por eso, los miembros nativos del clan Kyburg fueron muy valorados en la guerra, y salvaron a infinidad de vástagos, incluidos muchos Veneto.♦ ♦ ♦En medio de una noche sin luna, y desde una azotea no muy alejada del edificio donde «su señor» se encontraba, Blaise lo observaba todo con atención.Se sentía frustrado, y no era para menos. Estos últimos días en los que solo había servido como guardián de un vampiro con el que tenía un gran conflicto en todos los flancos posibles, le hicieron entender que esta era una situación bien armada en su contra.Su padre… no sabía que