El día en él que alumbró fue una alegría.
Sí, era el primero, el gran heredero. Un varón, un patriarca. El orgullo, la gallardía, la certeza de creerse dueños de su mundo
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Año 2015 d.C., 16 d.G. Venecia, Territorio de Vitéliu, Düster.
Luke avanzaba con firmeza; sus pasos hacían eco en medio de un vacío pasillo en tanto, detrás de él, un varón más bajo lo seguía cohibido, y miraba su espalda con temor y expectativa.
Él, hombre espigado y rubio, no parecía estar concentrado en nada más que sus pensamientos, y en aquello que lo molestaba; sin embargo, cuando tuvo que doblar a la derecha, lo hizo sin titubear. Apretó los puños y los relajó, en pos de calmar sus pensamientos, y se detuvo frente a la última frontera de su camino: una maciza puerta de madera oscura.
—Padre, he llegado —se anunció con tono claro y neutro.
«Adelante», se escuchó con firmeza del otro lado.
Sin voltear, pero sabiendo que su acompañante se detuvo dos pasos detrás de él, Luke ordenó:
—Alberto, ve a mi habitación y espera mi llegada en calma.
—Así lo haré, señor —aceptó el muchacho detrás de él, sin protestar; dio media vuelta y emprendió caminata, para desaparecer tras doblar hacia la calleja central.
Una vez el otro estuvo lo suficientemente lejos, Luke abrió la puerta. Al otro lado, un varón rubio, como todos los Flabiano más puros eran, se dejó ver, sentado detrás de un escritorio macizo de madera oscura. Tenía la apariencia de alguien de cuarenta años y una barba escaza, tatuajes apenas visibles a la izquierda de su cuello y sin arrugas, pero con una expresión dura y mandíbulas prensadas.
—Padre —saludó Luke, haciendo una reverencia pronunciada apenas poner pie en la habitación, el estudio/oficina de su progenitor.
Él usaba un traje de dos piezas, de color negro y sin corbata. Cerró la puerta tras de sí y dio dos pasos al frente, para quedar en medio de la estancia.
—Al fin te has dignado a regresar —soltó con pesadez y aspereza Malcom Edevane.
Se levantó, rodeó el escritorio y se aproximó hacia su hijo, solo para alzar la mano y abofetearlo con una fuerza que hizo resonar el golpe por todo el lugar.
Pero Luke no se movió ni un milímetro. En cambio, lo miró con una serenidad tan profunda, que fastidió al mayor.
—¿Para qué me has hecho llamar con tanta urgencia, Padre? Creo recordar haber enviado una correspondencia anunciando mi traslado a la Ciudad Neutral. No veo motivos para interrumpir mi viaje de esta forma —declaró, su voz grave y tono sereno hicieron al otro fruncir el mirar con molestia.
A diferencia de su padre, Luke llevaba el cabello más largo, cubriendo parte de la nuca y por debajo de las orejas, y una barba mucho más escasa; además de ganarle en estatura, y poseer una mejor complexión.
—Recibí dicha carta; sin embargo, debo recordarte que has faltado a cada una de las reuniones de nuestra familia en los últimos ciento setenta y dos años, Luke. ¿No pensabas dignarte a aparecer frente a nosotros, y explicar qué es lo que esperas hacer allá en el Centro del Mundo?
El menor arrugó el cejo, y su expresión se tensó.
—Cada doce meses te llegan reportes de lo que espero hacer allá, Padre. ¿Acaso Marco no sabe cumplir su deber como tu chivo expiatorio? —cuestionó irónico, pero con una voz solemne y, en apariencia, respetuosa.
Malcom apretó las mandíbulas con fuerza al comprender el fondo del tono, y pensó en darle un par de buenos golpes ahí mismo, porque se los merecía, y porque podía dárselos; no obstante, antes de materializar con complacencia su idea, se escuchó un nuevo toque de nudillos contra la puerta.
Ambos sabían de quién se trataba.
—Adelante —autorizó el mayor.
La puerta se abrió, y una dama hizo aparición. Ella era bajita, no más de metro sesenta y cinco centímetros, gozaba de facciones aniñadas: nariz fina, ojos pequeños, labios prominentes y muy rosados, y un lacio y brillante cabello rubio que caía con libertad hasta su cintura; usaba un vestido corto de verano y sandalias.
Apenas poner un pie dentro, la dama hizo una reverencia profunda ante el dueño de casa.
—Padre, he venido, tal cual me has llamado —saludó con diligencia y enderezó su postura. Su voz era suave y fina, propia de su edad aparente, con matices de un acento inglés antiguo y olvidado que se negó a marcharse de ella.
Se veía como una señorita de apenas veinte, veinte y pocos como mucho, pero tenía varios cientos de años más.
—¿Denisse? —cuestionó Luke al voltear a verla, extrañado por su presencia en esta oficina, en la ciudad en general.
—¡Lulu! —exclamó ella aquel apodo que le tenía puesto desde que aprendió a balbucear. Sus ojos, del color de la miel, brillaron hacia el varón, y una sonrisa pintó sus labios.
Luke, ese que permaneció estoico y serio hasta ahora, sonrió hacia la señorita, que corrió la vista a su padre, en busca de aceptación y, al obtener un asentimiento por parte de este, corrió hasta el más alto y lo abrazó.
—¡Lulu! —chilló con felicidad.
Luke no la rechazó, en cambio, correspondió a su abrazo y comenzó a acariciar sus finos cabellos. Ella era Denisse, la menor de sus hermanas, la más querida por todos.
—Es bueno verte otra vez —murmuró él, ella alzó el mirar con recelo, y sopló.
—¿Acaso no pensabas regresar a casa alguna vez? —preguntó ella—. ¿Tienes una idea de lo mucho que sufrimos todos en los años de la guerra, porque no sabíamos nada de ti? —recriminó, armando una expresión dura, que solo logró que el otro exhalara con pesadez.
—Lo siento, pero tuve mis razones —se disculpó él. Denisse se separó, y negó.
—Ya no importa… Verte después de tanto tiempo, me hace de verdad feliz. —Lo miró desde la cabeza hasta los pies, y el brillo de la felicidad regresó a ella, así como la sonrisa plena a sus labios.
Sus ojos lo contemplaron con ternura, calidez y deseo.
Uno al que Luke podía corresponder, pero no con la misma intensidad.
Malcom aclaró su garganta, al sentirse sobrar en su propia oficina, y la tensión volvió al cuarto. El mayor regresó hacia su escritorio, y se detuvo al frente, para recargarse de él y mirarlos. Denisse se acomodó a un lado de Luke, que vio a su padre con curiosidad.
—Los hice llamar a ambos aquí, porque ha llegado el momento de que cumplan con su deber como mis hijos, y como parte de la rama principal de nuestro clan —declaró. Luke aguzó la vista en él, no necesitaba más que eso para saber a qué se refería.
»Denisse, irás a la Ciudad Neutral con Luke. A partir de ahora, ustedes dos quedan comprometidos para el matrimonio de forma oficial.
A Denisse se le abrieron los ojos como platos, también la boca, y no pudo decir nada, solo volteó hasta su hermano, que miraba a su padre con una ira única, propia de años y años de acumulación.
—¿Te has vuelto loco? —espetó Luke. Su voz se volvió más rasposa.
—Claro que no. Casi tienes novecientos años, Luke, es hora de que cumplas con tu deber como heredero de esta familia.
—Padre, no…
Malcom interrumpió:
—Esta es mi última palabra, Luke —sentenció y dio un paso al frente, para encarar a su hijo.
La vibra del estudio, de paredes crema y muebles de madera, se volvió aplastante. Denisse dio dos pasos al costado, al sentir la intensidad que provenía de ambos.
Malcom tenía los ojos fijos en su vástago, y una sensación espesa y cálida se extendió. Luke lo miró incluso con más dureza, y encerró el cejo.
—¿Acaso intentas dominarme? —espetó Luke—. ¿Con quién crees que estás tratando, padre? —interrogó, con fingida indignación y profunda dureza.
La nota ácida de su voz caló profundo en Malcom, e hizo subir su ira varios grados de un tirón. Se acercó más, llevó una mano al cuello ajeno y lo apretó, enterrando las uñas en la pálida piel de un Luke que no mostró signo alguno de dolor y que, al no retroceder, lo retó.
La presión en las sienes de Malcom se hizo visible para una Denisse que los veía con preocupación, pero sin poder meterse. Eran su padre y su hermano mayor, ella no tenía posibilidad contra ninguno.
El mayor apretó con más fuerza, y la sangre comenzó a brotar del cuello de Luke, cuyo mirar no se doblegaba ante la dominación de su padre.
Él plantó los pies con firmeza en el suelo, y la calidez propia de la dominación del patriarca comenzó a transformarse en frío. De repente, la temperatura del cuarto descendió varias decenas de grados, al punto en el que las partículas que flotaban en el aire se congelaron, y la escarcha hizo su aparición.
Los ojos de Malcom se abrieron de más. Dentro de él, la fuerza de su propio poder se vio disminuida y, al cabo de unos pocos segundos, soltó al otro, dio dos pasos atrás y, con ojos pasmados, lo contempló.
—¡Qué es lo que tu…!
—No voy a hacer lo que te dé la gana, Padre. Tenlo presente —decretó Luke alto y con firmeza. Se dio media vuelta y, pasando al lado de su hermana, llegó hacia la puerta.
—¡No puedes hacer lo que quieras, Luke! ¡Eres un Veneto! ¡Eres un Patrizio! —aulló Malcom, prendido en cólera.
Luke, sin embargo, lo ignoró: abrió la puerta y abandonó el lugar.
Denisse miró su espalda, derecha y firme, su postura nada arrepentida, y temió.
De nuevo, su hermano rechazaba los designios de su padre, pero ella sabía que esta vez sería diferente; esta vez, el hombre que ahora regresaba a su escritorio y se dejaba caer en su silla, lanzando improperios en el desusado latín antiguo, tenía motivos reales para hacer lo que hacía, exigir lo que exigía.
Eso pensaba ella a pesar de no saber nada con certeza, lo intuía con base a los sucesos recientes.
Se paró derecha, con la vista en su padre, y aseguró firme y atenta:
—Padre, voy a procurar que se haga tu voluntad, por el bien de nuestra familia.
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—Dérive: Idea de que, aunque vayamos a la deriva, acabaremos de nuevo en el camino impuesto por las circunstancias que nos rodean.
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Luke salió de la oficina de su padre y cruzó la casa en cosa de segundos. Se encontraba en la finca que los Edevane tenían en el antiguo asentamiento de la familia. Esta era una propiedad enorme, pero no la casa principal de los Flabiano. El terreno era amplio, y se extendía lo suficiente como para que cada uno de los ocho hijos de Malcom Edevane y Alessandra Edevane pernoctaran con tranquilidad cuando iban de visita, porque cada uno tenía sus propios territorios, residencias y responsabilidades. No obstante, para los finos sentidos del varón, era claro que solo estaban él y su hermana menor en el lugar, además de sus padres, los miembros del servicio y los alimentadores. Eso, para él, era lo mejor que podía pasar. No se encontraba de ánimos para tener que tratar con ninguno de ellos o sus preguntas. Con sinceridad, lo que menos deseaba era estar en este lugar, por eso había pasado tanto tiempo desde su última visita, y el cambio era destacable.
Los ojos de Blaise se desviaron con tristeza al suelo, la congoja invadió su ser, y toda la felicidad que bullía, murió. El rubio sopló y, por dentro, sintió como si sus órganos, esos que usaban la sangre que bebía para no pudrirse en vida, se encogieran en dolor. Tragó con dureza y apretó los labios uno contra otro. Tomó al muchacho de los hombros, y lo hizo encararlo. —No hubo un día, en estos sesenta y dos mil ochocientos cincuenta y nueve días que pasé sin verte, ni saber nada de ti, en los que no te hubiera pensado, querido Blas —declaró Luke. Su voz era profunda, personal. »Cada que veía el amanecer desde un refugio, cada que la noche caía… esperaba que estuvieras bien, sano, vivo dentro de nuestra propia muerte… —continuó el rubio en voz baja, pero Blaise podía escucharlo a la perfección, y puso la zurda sobre el pecho ajeno—. Deseaba tanto verte, Blas… Tanto que mis entrañas no me dejaban en paz: ellas hervían y se removían en dolor… —gimoteó, y
Año 2015 d.C. 16 d.G. Ciudad Neutral de Gaia.Eran las cuatro de la mañana cuando Luke bajó de su limosina, sin esperar a que Marco se apersonara a abrirle la puerta, y caminó por el sendero que separaba la calzada de la que era su casa desde hacía un par de semanas, rodeado de césped, y con algunas flores cerca de los escalones de la entrada, de piedra maciza.La molestia en su cara era visible a lo lejos y, aunque siempre se congraciaba de llegar a este lugar, de dos plantas, fachada lisa forrada de estuco, y grandes ventanales en la planta baja, hoy no era uno de esos días.Abrió la puerta, de madera gruesa y pintada de blanco, y entró a la casa, dejando el madero abierto, para un Marco que ingresó con prisas, pasó por la entrada, para ver la escalera hacia la segunda planta, y caminó hacia la sala de estar, donde su rubio señor, después de quita
—¿Qué haces tú aquí? —exigió saber con dureza, taladrando al recién llegado con la mirada—. Creí haberte dicho que no necesito que nadie me cuide —habló a Marco, volteando hacia él, alto, claro y demandante.Denisse, a un lado del secretario, junto las manos a la altura de su estómago, dispuesta a decir algo, pero Marco intervino primero:—El señor Malcom ha estimado para usted la necesidad un guardián, señor Luke.—¿Por qué él? —Apretó las mandíbulas con fuerza. Sabía que Marco solo cumplía órdenes, pero el deseo de matarlo allí mismo afloró desde la profundidad de sus instintos.—El señor ha evaluado a todos los posibles candidatos y, muy contrario a sus deseos, el señor Blaise, hijo de Lord Kyburg, es el único que cumple con l
«No es lo mismo comer a ser comido…» De aquel exultante despertar, la guerra liberó un hombre dejado y poco deseado, viviente sin querer serlo, hiriente sin tan siquiera desearlo desde lo más profundo de su ser. Fue el mismo hombre, el mismo todo, quien propició que esto comenzara… que esto jamás terminase. Y en lo profundo de la mente, la encontró, cual serena mariposa, muerta, o viviente quizá. ¡Amada Gaia! Hoy estás aquí, hoy estamos aquí… para ser uno solo, para que nuestros pecados se junten en el purgatorio eterno de la vida, de la muerte. De la nada. Fue hace mucho tiempo, miles de años atrás, en un pasado único, cuando las extrañas criaturas que habitaban la tierra entraron en confrontación, hartas de vivir bajo el primitivo concepto de compartir. Las lunas pasaron, y los seres de clases, especies y clanes diferentes se enfrentaron unos contra otros. La muerte y destrucción se regó por doquier y, en ese momento,
—Denisse… no estoy de ánimos para nada como lo que buscas —musitó el rubio, con la mirada fija en el techo. La rubia se separó, y escaló más, apoyando sus brazos en el pecho ajeno para trepar y quedar sentada por encima de su estómago. —Solo quiero hacerte sentir bien —murmuró ella. Pero Luke negó con la cabeza. —En este momento… lo único que me haría sentir bien, también es lo único que no puedo tener —declaró. Para Denisse, venir aquí fue idea de su padre, una imposición y, aunque estar con su hermano era uno de los más grandes deseos de toda su vida, sabía que el amor que él le tenía, no era el mismo que ella le profesaba, y nunca sería así. Sin embargo… le dijo a su padre que haría lo que fuese necesario para que sus objetivos se cumplieran, y justo ahora eso era más que necesario. Puso las manos sobre los hombros de Luke y los apretó, para comenzar a bajarlas y rasguñar apenas la piel de su pecho, terminando de tira
Año 2012 d.C. 13 d.G. Venecia, Territorio de Vitéliu, Düster. Tomsk Habsburg había llegado a territorio de los Veneto, de su buen amigo Malcom, segundo de los Flabiano, la noche anterior, y ahora se dirigía a la oficina del dueño de casa. Este lugar era espacioso, y no escatimaba en lujos: pisos de mármol blanco, paredes pulcras de color crema, y grandes ventanales con filtro, que dejaban pasar toda la claridad del exterior, fuese de día o de noche, reduciendo cualquier expectativa de daños a cero. Los Veneto, como todos los clanes vampíricos, tenían infinidad de sirvientes y miembros que nacían humanos, fruto de la reproducción de miembros menores con estos seres, pero que aún podían servir a la familia. Ellos eran Flabiano, pero no serían Veneto hasta ser levantados, es decir, hasta que sus señores los atrajeran a la vida «inmortal». Era lo mismo para casi todos los clanes, pero cada quien lo hacía a su manera. Para él, los
Año 2015 d.C. 16 d.G. Ciudad Neutral de Gaia. Luke bajó de la limusina, y giró con rapidez para recibir la mano de su hermana. Uno de sus más importantes socios le había insistido mucho para que viniera a este lugar hoy, pues inauguraba una nueva sede de su empresa, y quería ofrecer una fiesta a la altura. La presencia mayoritaria de humanos destacaba; mas licántropos, alquimistas y elfos también estaban repartidos por acá y por allá. Era un gran evento, con un personal de seguridad a la altura; aun con eso, Luke traía a su propio guardián, uno que no le había dirigido la palabra desde su llegada. El encargado de la recepción se apersonó a ellos, en tanto la limusina siguió su curso hacia el estacionamiento, y los recibió con una zalamería a la que el rubio ya estaba más que acostumbrado, guiándolos hacia el personal de protocolo que controlaba las listas. Denisse usaba un vestido ceñido al cuerpo, por encima de la rodilla, y que destacaba su