Al principio de los tiempos, cuando el Primer Movimiento echó a andar las miles de millones de casualidades que formaron al mundo humano, centenares de existencias se vieron afectadas por el impacto, y se dividieron.
Vagaron desvalidas, huérfanas de su otra mitad, y los milenios pasaron a través de ellas, eternas, permanentes, y se convirtieron en millones de años de continua evolución, alegrías mínimas, y sufrimientos prolongados.
Un día, dos mitades de la misma existencia se encontraron por «casualidad» y, desde entonces, luchan por no separarse... pero el universo no desea dejar de verlas penar, no necesita que estén en paz.
Año 1778 d.C. Archiducado de Austria.
—Es una espera temible, la de recibir un hijo —hablaba Tomsk Habsburg con inusual nerviosismo—. En especial si uno no sabe si será mi tan ansiado primogénito. —Resopló y se acomodó la casaca, de un precioso color borgoña.
El fondo de sus palabras era adornado por los sufridos gritos de una mujer.
—Es bien sabido por estas tierras, que ha estado muy impaciente los últimos meses, Lord; pero ya casi es la hora, solo debe esperar unos minutos más —comentó uno de los dos rubios presentes.
—Cedric, muchacho… no tienes idea —se quejó Tomsk—. Después de casi novecientos años, y cuatro hijas, créeme que lo espero con impaciencia absoluta —se burló de sí mismo.
»Pero… tratemos de concentrarnos en los negocios. No quiero alargar demasiado su estadía aquí en nuestra villa, porque de seguro vuestro padre requiere su presencia en su hogar. Con las nuevas incursiones y tonterías que los humanos se encuentran a punto de ejecutar, a pesar de que sepamos que acabarán mal, hay que andarse con cuidado.
—Sí… La relación con ellos se está haciendo más pesada, son demasiado impacientes —intervino el otro rubio, que era más alto y de barba escasa, además de una voz más grade.
—Son humanos, Luke, ¿qué se puede esperar de seres cuya vida se esfuma en un segundo de nuestras existencias? —habló Cedric, muy señorial, y con cierto aire burlesco.
Aire que su hermano no ignoró, y que lo llevó a verlo y asentir, haciendo al otro ser consciente de que había metido la pata.
—Lo siento —se disculpó Cedric de inmediato, sin necesidad que el otro dijera nada.
—No te preocupes, Cedric; solo sé más consciente de tus palabras en el futuro —señaló Luke, y corrió la vista hasta Tomsk.
»Nuestro padre espera que los pactos que han unido a nuestras familias por siglos, se mantengan de la misma forma que hasta ahora.
Tomsk asintió, curioso por el intercambio entre ambos hermanos.
—Así será, querido Luke. No espero menos de unas alianzas que nos han beneficiado por igual a lo largo de la historia.
Los tres se encontraban en un pequeño cuarto de techos altos y paredes pálidas, pisos y recubrimientos de madera oscura; un gran ventanal dejaba ver los preciosos jardines frontales de la villa de los Habsburg, adornados con flores de todos los colores, y árboles frutales próximos a cosechar. Era de noche: ventosa, fría y perfecta noche, el paraíso para los vampiros.
Dentro, tan solo un quinqué alumbraba un costado de la habitación, pero ellos no necesitaban nada más.
La tranquilidad en la habitación se vio perturbada de forma repentina, cuando se escucharon por el pasillo pasos fuertes, de carrera, y unos nudillos golpearon la gruesa puerta de aquel estudio en el que se encontraban con igual virulencia, haciendo a los tres ocupantes del espacio voltear hacia allí.
—¿Qué sucede, Clarisa? —cuestionó Tomsk con tensa calma.
La puerta se abrió veloz, y el exasperado rostro de una dama pálida y de cabellera clara se dejó ver.
—¡Mi Señor! ¡La Señora no puede dar a luz, y ya no sabemos qué hacer! ¡El doctor no ha podido llegar desde la frontera por la tormenta que azota las líneas, y los movimientos de los humanos! —contó ella con desespero visible en su semblante.
Tomsk se levantó de un salto, y la miró con presión.
—¿No hay nadie más a quien podamos llamar? —La criada negó, y el dueño de casa se mordió el labio inferior, al punto en el que un hilo de sangre comenzó a caer.
La impotencia apareció en sus brillantes y azules ojos por un segundo, y chascó con la lengua.
—Yo puedo hacerlo —anunció Luke con firmeza. Tomsk volteó hacia él—. Recibí a mis dos hijos a este mundo con éxito, sé de qué manera se debe proceder, incluso si es complicado.
Su expresión serena e inmutable caló en el patriarca de la casa, que asintió.
—Ven conmigo entonces, muchacho.
Los tres abandonaron la oficina, con la criada delante de ellos y se dirigieron por el pasaje, hacia unas escaleras empinadas, que subieron sin contratiempo, hacia la segunda planta.
Los gritos agónicos y desconsolados, cargados de dolor, se filtraron con más fuerza en sus espectros auditivos, y Tomsk temió. Cruzaron al otro lado de la casa en simples pasos a través de un pasillo de ancho medio que recorrieron hasta el final, y la puerta de la habitación principal apareció.
Al Clarisa abrirla, un paraíso de sangre se exhibió ante ellos.
La matriarca de la casa, Lilly, gritaba en amargura, mientras cuatro criadas la sostenían de piernas y brazos, para evitar que se hiciera daño, y al nonato que aún guardaba en su interior. Las sábanas se hallaban bañadas con su sangre, también la cama y varios centímetros del suelo, las ropas de las damas del servicio, e incluso Clarisa, la jefa de ellas.
Cedric abrió los ojos de par en par, impresionado por la tétrica escena, y el olor, nada apetecible para sus sentidos vampíricos; no obstante, su hermano mayor, Luke, no perdió el tiempo: se quitó la casaca y la chupa, y se las dejó a Clarisa, se arremangó la camisa, y se acercó a la mujer, quien se encontraba casi en un estado de frenesí.
Al sentirlo más cerca, Lilly pegó un gran chillido, que se sintió como sus instintos maternales actuando de la peor forma, y que bien pudo haberlos dejado a todos sordos, y lo miró con fiereza, enseñando sus afilados colmillos justo al momento en el que el mayor de los Flabiano puso una mano sobre su vientre.
—¡Aléjate! —bramó cual predadora, y comenzó a removerse con más virulencia, como si convulsionara sin control.
Las criadas tuvieron que poner más empeño para mantener la contra la cama, y comenzaron a flaquear.
Luke la miró, pero no dijo nada; bajó la mano, e introdujo, de a uno, los dedos en la vagina, dándose cuenta de que estaba bien dilatada. Avanzó un poco más, y encontró los pies del nonato. Eso lo explicaba todo.
—Lord Kyburg, Cedric, ayuden a las criadas a sostenerla, por favor. Lo que sigue no será para nada de su agrado —pidió Luke a los otros dos que, después de despojarse de sus casacas, obedecieron.
»Señora, necesito que puje cuando se lo indique —habló a la mujer, que solo tuvo ojos de odio para él, y un gruñido gutural.
Al varón no le importaba.
Él bien sabía que el embarazo de las vampiresas era doloroso en sí mismo, porque dar a luz a un vampiro no era un proceso grato. Después de tomar tantos recursos de su madre como le fueran posibles, la pequeña criatura hacía una última jugada al tomar, no solo su sangre, sino su fuerza vital. Él lo había visto con su madre y sus hermanos menores.
No obstante… venir de pies era un caso excepcional.
Luke trató de acomodar al pequeño por el canal de parto y pidió a la mujer que pujara. La dama obedeció a regañadientes, y él se ayudó de su fuerza, y sacó poco a poco el cuerpo del no nacido por los pies, teniendo absoluto cuidado de no dañarlo, hasta que, de un tirón, quedó todo afuera.
La jefa de las criadas se apresuró en llevar una toalla para limpiar al pequeño, que estornudó de golpe, dejando salir las secreciones de sus vías.
—¡Es un niño! —declaró ella hacia sus Señores, con regocijo, y su rostro brilló.
El hombre, Tomsk, entró en júbilo, y se apresuró en abrazar a su cansada esposa. Sin embargo, su atención fue atraía hacia el recién nacido en un instante.
Luke lo acomodó en sus brazos y comenzó a limpiarlo, pero no pudo dejar de mirarlo; el chiquillo, de piel pálida y espesa mota negra en su cabeza, abrió los ojos, dejando ver un par de orbes de un gris azulado, que, al acercarse Luke, le parecieron preciosas, brillantes y comunicativas.
El recién nacido estiró su mano derecha hacia arriba, con una lentitud abismal y su bracito tambaleante, y siguió subiendo, hasta que dos de sus deditos tocaron el rostro ajeno.
Luke abrió los ojos de par en par, pues una corriente se regó en su interior al simple contacto, y en ese momento fue como si una ola de calidez se desprendiera de ambos, una liberación de energía que, de golpe, llevó al niño a llorar, y al vástago que lo sostenía a tener que respirar con fiereza.
El cuerpo de Luke tembló desde sus pies a su cabeza, los oídos le zumbaron, el típico funcionamiento humano apareció, y tragó con dificultad. Sentía que podía perder el equilibrio en cualquier instante, pero era algo mental.
Perplejo en su posición, cerca de su compañera, Lord Kyburg escuchó el primer llanto de su bebé, y sus filosos ojos contemplaron la impresión en el rostro del primogénito de los Flabiano, el absoluto desconocimiento reflejado en sus ojos del color de la miel.
—No puede ser… —murmuró Tomsk quedo, y apenas pudo dar un paso al frente—. Es el Kétnemü —soltó incrédulo.
Cedric volteó a mirarlo, alarmado, y volvió la vista a su hermano mayor, a quien respirar se le dificultaba más, al borde de hiperventilarse, pero que sostenía al pequeño con firmeza.
El crío se fue calmando segundo a segundo y, al cabo de un rato, dejó de llorar y se serenó.
Al rubio le temblaron más y más los brazos, pero su agarre en el crío era firme, muy cerca de su rostro. Los orbes del niño lo miraron con algo que solo pudo calificar como fascinación y, de la nada, comenzó a reír, inundando la habitación de una calidez rara, pero preciosa… De una comodidad que Luke Flabiano creía extinta en su vida.
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—Serendipia: Descubrimiento o hallazgo afortunado, valioso e inesperado, que se produce de manera accidental, casual, o cuando se está buscando una cosa distinta.
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El día en él que alumbró fue una alegría. Sí, era el primero, el gran heredero. Un varón, un patriarca. El orgullo, la gallardía, la certeza de creerse dueños de su mundo • • • Año 2015 d.C., 16 d.G. Venecia, Territorio de Vitéliu, Düster. Luke avanzaba con firmeza; sus pasos hacían eco en medio de un vacío pasillo en tanto, detrás de él, un varón más bajo lo seguía cohibido, y miraba su espalda con temor y expectativa. Él, hombre espigado y rubio, no parecía estar concentrado en nada más que sus pensamientos, y en aquello que lo molestaba; sin embargo, cuando tuvo que doblar a la derecha, lo hizo sin titubear. Apretó los puños y los relajó, en pos de calmar sus pensamientos, y se detuvo frente a la última frontera de su camino: una maciza puerta de madera oscura. —Padre, he llegado —se anunció con tono claro y neutro. «Adelante», se escuchó con firmeza del otro lado. Sin voltear, pero sabie
Luke salió de la oficina de su padre y cruzó la casa en cosa de segundos. Se encontraba en la finca que los Edevane tenían en el antiguo asentamiento de la familia. Esta era una propiedad enorme, pero no la casa principal de los Flabiano. El terreno era amplio, y se extendía lo suficiente como para que cada uno de los ocho hijos de Malcom Edevane y Alessandra Edevane pernoctaran con tranquilidad cuando iban de visita, porque cada uno tenía sus propios territorios, residencias y responsabilidades. No obstante, para los finos sentidos del varón, era claro que solo estaban él y su hermana menor en el lugar, además de sus padres, los miembros del servicio y los alimentadores. Eso, para él, era lo mejor que podía pasar. No se encontraba de ánimos para tener que tratar con ninguno de ellos o sus preguntas. Con sinceridad, lo que menos deseaba era estar en este lugar, por eso había pasado tanto tiempo desde su última visita, y el cambio era destacable.
Los ojos de Blaise se desviaron con tristeza al suelo, la congoja invadió su ser, y toda la felicidad que bullía, murió. El rubio sopló y, por dentro, sintió como si sus órganos, esos que usaban la sangre que bebía para no pudrirse en vida, se encogieran en dolor. Tragó con dureza y apretó los labios uno contra otro. Tomó al muchacho de los hombros, y lo hizo encararlo. —No hubo un día, en estos sesenta y dos mil ochocientos cincuenta y nueve días que pasé sin verte, ni saber nada de ti, en los que no te hubiera pensado, querido Blas —declaró Luke. Su voz era profunda, personal. »Cada que veía el amanecer desde un refugio, cada que la noche caía… esperaba que estuvieras bien, sano, vivo dentro de nuestra propia muerte… —continuó el rubio en voz baja, pero Blaise podía escucharlo a la perfección, y puso la zurda sobre el pecho ajeno—. Deseaba tanto verte, Blas… Tanto que mis entrañas no me dejaban en paz: ellas hervían y se removían en dolor… —gimoteó, y
Año 2015 d.C. 16 d.G. Ciudad Neutral de Gaia.Eran las cuatro de la mañana cuando Luke bajó de su limosina, sin esperar a que Marco se apersonara a abrirle la puerta, y caminó por el sendero que separaba la calzada de la que era su casa desde hacía un par de semanas, rodeado de césped, y con algunas flores cerca de los escalones de la entrada, de piedra maciza.La molestia en su cara era visible a lo lejos y, aunque siempre se congraciaba de llegar a este lugar, de dos plantas, fachada lisa forrada de estuco, y grandes ventanales en la planta baja, hoy no era uno de esos días.Abrió la puerta, de madera gruesa y pintada de blanco, y entró a la casa, dejando el madero abierto, para un Marco que ingresó con prisas, pasó por la entrada, para ver la escalera hacia la segunda planta, y caminó hacia la sala de estar, donde su rubio señor, después de quita
—¿Qué haces tú aquí? —exigió saber con dureza, taladrando al recién llegado con la mirada—. Creí haberte dicho que no necesito que nadie me cuide —habló a Marco, volteando hacia él, alto, claro y demandante.Denisse, a un lado del secretario, junto las manos a la altura de su estómago, dispuesta a decir algo, pero Marco intervino primero:—El señor Malcom ha estimado para usted la necesidad un guardián, señor Luke.—¿Por qué él? —Apretó las mandíbulas con fuerza. Sabía que Marco solo cumplía órdenes, pero el deseo de matarlo allí mismo afloró desde la profundidad de sus instintos.—El señor ha evaluado a todos los posibles candidatos y, muy contrario a sus deseos, el señor Blaise, hijo de Lord Kyburg, es el único que cumple con l
«No es lo mismo comer a ser comido…» De aquel exultante despertar, la guerra liberó un hombre dejado y poco deseado, viviente sin querer serlo, hiriente sin tan siquiera desearlo desde lo más profundo de su ser. Fue el mismo hombre, el mismo todo, quien propició que esto comenzara… que esto jamás terminase. Y en lo profundo de la mente, la encontró, cual serena mariposa, muerta, o viviente quizá. ¡Amada Gaia! Hoy estás aquí, hoy estamos aquí… para ser uno solo, para que nuestros pecados se junten en el purgatorio eterno de la vida, de la muerte. De la nada. Fue hace mucho tiempo, miles de años atrás, en un pasado único, cuando las extrañas criaturas que habitaban la tierra entraron en confrontación, hartas de vivir bajo el primitivo concepto de compartir. Las lunas pasaron, y los seres de clases, especies y clanes diferentes se enfrentaron unos contra otros. La muerte y destrucción se regó por doquier y, en ese momento,
—Denisse… no estoy de ánimos para nada como lo que buscas —musitó el rubio, con la mirada fija en el techo. La rubia se separó, y escaló más, apoyando sus brazos en el pecho ajeno para trepar y quedar sentada por encima de su estómago. —Solo quiero hacerte sentir bien —murmuró ella. Pero Luke negó con la cabeza. —En este momento… lo único que me haría sentir bien, también es lo único que no puedo tener —declaró. Para Denisse, venir aquí fue idea de su padre, una imposición y, aunque estar con su hermano era uno de los más grandes deseos de toda su vida, sabía que el amor que él le tenía, no era el mismo que ella le profesaba, y nunca sería así. Sin embargo… le dijo a su padre que haría lo que fuese necesario para que sus objetivos se cumplieran, y justo ahora eso era más que necesario. Puso las manos sobre los hombros de Luke y los apretó, para comenzar a bajarlas y rasguñar apenas la piel de su pecho, terminando de tira
Año 2012 d.C. 13 d.G. Venecia, Territorio de Vitéliu, Düster. Tomsk Habsburg había llegado a territorio de los Veneto, de su buen amigo Malcom, segundo de los Flabiano, la noche anterior, y ahora se dirigía a la oficina del dueño de casa. Este lugar era espacioso, y no escatimaba en lujos: pisos de mármol blanco, paredes pulcras de color crema, y grandes ventanales con filtro, que dejaban pasar toda la claridad del exterior, fuese de día o de noche, reduciendo cualquier expectativa de daños a cero. Los Veneto, como todos los clanes vampíricos, tenían infinidad de sirvientes y miembros que nacían humanos, fruto de la reproducción de miembros menores con estos seres, pero que aún podían servir a la familia. Ellos eran Flabiano, pero no serían Veneto hasta ser levantados, es decir, hasta que sus señores los atrajeran a la vida «inmortal». Era lo mismo para casi todos los clanes, pero cada quien lo hacía a su manera. Para él, los