Subieron por un ascensor y luego atravesaron por un par de pasillos más antes de entrar a una oficina, más que un consultorio. Allí lo esperaba su padre, y para sumarle algo a su ya categórica decepción, un anciano que no tenía un rostro para nada agradable. Sobre el escritorio de cristal ahumado, descansaba una placa acrílica donde se leía: Said Duany, Psiquiatra.Observó con detenimiento el oscuro rostro del médico, que no mostraba ninguna expresión y solo le devolvía la mirada con la misma contención. Alexander creyó haber notado un atisbo de curiosidad en sus ojos negros, pero se fue tan pronto como la detectó. Sobre su prominente nariz reposaban unas gafas cuadradas, sin montura y con un armazón parecido a la madera, color claro, bastante peculiar. No llevaba bata de médico y en lugar de una camisa formal y una corbata más afín a su profesión, lucía una vistosa camisa de colores psicodélicos que no supo interpretar.—Hola, papá. Doctor… —saludó con calma, a la espera del inminen
Bajó del auto con la ayuda de Nicolás y le agradeció el gesto de quitarse la chaqueta de cuero negro que llevaba para cubrirla y que su cabello no se humedeciera. La entrada del bar El Tuerto lucía repleta, a pesar de la insistente llovizna de esa noche. Él rodeó su cintura con el brazo y la acercó más a su cuerpo para besarle la sien izquierda. —Te ves preciosa —le dijo al oído. Ella asintió y sonrió, fingiendo estar encantada con todas sus atenciones. Aunque en un principio le parecieron las de un hombre interesado, a lo largo de esa semana no tardó mucho en reconocer los celos enfermizos que lo dominaban a diario.Permanecía alerta a su alrededor en todo momento, incluso cuando iba al baño o se acercaba a la única ventana de su apartamento y por la que apenas podía ver parte de la calle. Su teléfono era revisado justo después que ella lo usara, al principio con disimulo y luego la acción fue acompañada con una mirada de desafío que le crispaba los nervios.No tenía nada que ocult
—Hola, hija —la saludó, dándole palmaditas en la cabeza y acariciando su cabello por un momento—. Nico, deberías llevarla a bailar a un sitio decente, no traerla a este tugurio.—Eso le dije —se defendió como un niño—. Pero el negocio…—¡Agh! —exclamó cansado, tomando aire de la bomba después de sentarse—. Del negocio me ocupo yo hasta que me muera. Diviértete. Sander y yo tenemos algunos puntos que tratar. —Le señaló la puerta con indiferencia y sin mirarlo. Nicolás se tensó a su lado. Durante las noches que se quedaban hablando en la pequeña salita, sus constantes quejas sobre su padre le habían dejado claro que su vida como mafioso no era tan sencilla como el resto de la gente creía, porque no lograba obtener el reconocimiento que creía merecer.—Puede quedarse —dijo Sander, divertido, al advertir su puño apretado sobre una de sus rodillas—. Debe ir aprendiendo, ¿no? Cuando mueras, ¿quién se hará cargo?—Pues, Maya —respondió el viejo mirándola con diversión y haciendo que Nicolá
El escozor en las rodillas era lo único que sentía en su cuerpo al disminuir su veloz carrera. Podía deducir que hacía frío por las pocas personas que se encontró en la calle, quienes caminaban más aprisa, cubriéndose como podían de las finas gotas de agua que caían sobre ellos, pero ella no lo sentía. La única sensación que la embargaba, era la imperiosa necesidad de cerciorarse de que ambas estuvieran allí y que nadie las había seguido. Esa era su prioridad.Esperó desde el otro lado de la calle durante unos minutos, que le parecieron eternos, bajo la farola quemada de la acera y apoyada en la base de la misma. No tardó en ubicarlas a través de la pared acristalada de la pequeña tienda. Abi reía porque Pía le había colocado una diadema con antenas de abeja que se movían sobre su cabeza de un lado a otro. Entonces, sintió de nuevo ese dolor en el centro de su pecho al verla feliz, diseminando el veneno de la culpa por todo su ser. En cada uno de sus cumpleaños, se recriminó el hec
Era la quinta vez que se reproducía la canción cuando se dio cuenta de que Abi dormía, así que decidió bajar el volumen. Jamás admitiría frente a Pía que aquella melodía infantil, a veces tocaba fibras que la hacían llorar, pero le encantaba. Solía pensar en qué se sentiría experimentar también lo que su letra decía, en esa plenitud que haría estallar su pecho de gratitud ante una vida sin huidas y escapes, teniendo a su hija en una cama confortable, en un hogar cálido del que no tuvieran que dejar atrás nunca más.—¿Estás segura? Se atrevió a hablar al fin, porque Pía estaba nerviosa, podía notarlo en sus dedos que no dejaban de tamborilear sobre el volante y las innumerables veces que se recogió el cabello, para al final soltarlo de nuevo.—¡Claro, mujer! Mi vida es un infierno allí y ahora que mi tío volvió…, ya sabes. Suspiró agobiada, presionando su frente antes de deslizar la mano por su cabeza y sacudirse el cabello tintado de un rubio que ya se estaba cayendo y que dejaba ve
Alexander gruñó satisfecho por los sonidos que emitía la enfermera. Se había dado cuenta de que después de todo, no era tan terrible permanecer hospitalizado y menos, si recibía tan buena atención del personal femenino del lugar. Escuchó un fuerte golpe contra la puerta de su habitación, lo que provocó que la mujer, a la que le saboreaba uno de los pezones, y la que ya había disfrutado de un orgasmo solo con su boca, estuviese a punto de caer sobre su trasero al incorporarse. —Doctora… —susurró con sorpresa. La pobre trató de ocultar su rostro enrojecido, mientras respiraba con fatiga, intentando en vano de encontrar la camisa, poco práctica que usaba como uniforme y, la que tantos problemas le había dado a Alexander para convencerla de que se la quitara. Darla ni siquiera le dedicó una mirada a la enfermera. Sus ojos estaban fijos sobre él, quien reía divertido por su reacción, pero no podía evitarlo. —Al final, tu madre tuvo razón al sugerir que era mejor si se te asignaban enfe
Alexander empezó a toser y Javier se acercó preocupado a auxiliarlo, pero él negó para que no lo hiciera. Pasó un buen rato antes de que pudiese hablar con normalidad y la risa no se lo hacía más fácil.—Eres un imbécil —se burló cuando pudo hablar de nuevo—. No sabía que ahora asustabas a las mujeres. Andrea sí que te ha jodido.—¿No te acuerdas de ella? —Javier abrió la boca y luego negó incrédulo.—¿Hablas de Darla? Es la doctora que tu madre mencionó en la cena del otro día. La casquivana —dijo, haciendo énfasis al apelativo que le dio su madrastra, después de saber que habían estado juntos en la casa.—No, Alex. Ella es… fue… ¿En serio no te acuerdas?—No tengo idea de lo que tratas de decir. Pero te aseguro que es una amazona —dijo provocando que Javier oscilara los ojos y riera divertido—. Tampoco puedo negar sus habilidades lingüísticas.—Eres un idiota. No estoy seguro, pero creo que es del círculo de Casandra.—¡No! Me estás tomando el pelo, ¿verdad? Alexander trató de reco
La sonrisa de Sander se esfumó en un santiamén. Sus ojos se agrandaron por un segundo y así fue como Vania supo que ya no habría vuelta atrás. El griego empujó a Pía hacia delante para sacar el arma de su costado, ocasionando que chocara contra un anaquel giratorio repleto de dulces. Vania arrastró a la niña, que gritó, debido al dolor por el agarre, pero no podía ser más delicada. Tenían que salir de allí cuanto antes. Creyó escuchar una protesta de Pía, aunque no pudo verla, porque un disparo impactó contra la pared, justo sobre su cabeza, que la obligó a precipitarse al suelo y avanzar, arrastrándose un poco. Elevó a Abi de la cintura y empujó a uno de los empleados de la cafetería para abrirse paso. Él llevaba una bolsa de basura en las manos hacia una puerta trasera, pero se había quedado petrificado por los acontecimientos. La miró con pánico, aunque con su mano temblorosa señaló luces del otro lado, hacia una zona residencial. Ella ni siquiera lo pensó. Corrió, inundada d