—Es hora de volver. —Debo ir por ella, Sander. Es mi bebé. —Las lágrimas surcaban su rostro como un dique roto—. Te lo ruego. —No, muñeca. Esa no es una opción. Él acarició su mejilla con suavidad y limpió el rastro del llanto con sus dedos. Se acercó a ella despacio y sujetó su nuca con la mano libre y se apoderó de sus labios en un beso lento, cargado de emociones—. ¿Notas cómo te extrañó, mi alma? —susurró muy cerca de su oreja—. Pensé que te perdía…, de nuevo. Vania lo sintió estremecerse. La rodeó con el brazo de la mano en la que portaba el arma y la sujetó contra su pecho. Él respiraba con fuerza y se dio cuenta lo excitado que estaba cuando la acercó más a su cuerpo y se movió sobre ella, como si estuviesen en un escenario diferente y no en el sórdido lugar en el que estaban. Un empujón inesperado la hizo trastabillar hacia atrás. Un segundo envite y sintió el peso de Sander sobre ella. Él quiso voltearse, pero un golpe lo obligó a precipitarse hacia abajo, entre los déb
Libérameer - La suerte no existe El hombre la miró con interés, hasta que ella, avergonzada por la situación tan extraña, cedió al bajar la cabeza a sus pies sucios y desnudos. Estaba hecha un desastre. —Soy el oficial Rivera, señora —dijo él, aclarándose la garganta un par de veces ante el pasmo mal disimulado de Ana. —Vania Doskas. Lamento… —Es necesario que me brinde detalles sobre… Una mujer policía entró en ese momento, interrumpiendo sus palabras, pero la mirada de esta se llenó de reserva en un parpadeo al dirigirse a ella. Con una actitud férrea, casi obligó a su compañero a salir para poder interrogarla. —Soy la oficial Castillo. —Vania —repitió como en piloto automático. —Necesito que me digas con exactitud lo que sucedió, Vania. —Puede declarar en el centro, Lorena. Ahora lo que único que debería hacer es descansar y abrazar a su bebé. Estuvo a punto de agradecerle a Ana, pero la mujer policía parecía no estar de acuerdo con ella y en lugar de darles espacio, sac
Libérame - DeclaraciónVania entró al edificio cargando en brazos a su hija, aunque el oficial Rivera había insistido, quizá demasiado, en darle una mano, así que tuvo que poner una excusa para evitarlo.Él seguía mirándola con una intensidad avasallante, que en lugar de hacerla sentir halagada, la amedrentaba y la ponía incómoda. La guiaron por varios pasillos, que lejos de tranquilizarla, la obligaron a voltear en repetidas ocasiones sobre sus hombros. Todo allí parecía caótico, la mayoría eran mujeres, pero iban y venían sin detenerse, aunque tenían algo en común: su sonrisa. Parecían felices de transportar mesas plegables, sillas y productos de limpieza. Ana le sonrió y el oficial Rivera se detuvo frente a un adhesivo color púrpura de una mano femenina en la pared que indicaba un alto.Le entregó la mochila infantil a la enfermera y tomó asiento en una de las sillas de espera, sonriendo en su dirección antes de que cruzaran una puerta acristalada.—Aquí no pueden pasar los hombre
—Disculpen la intromisión —dijo una mujer mayor, de cabello negro corto, demasiado oscuro para su edad. Su sonrisa lucía cálida, pero su mirada no transmitía lo mismo. —Necesitamos unas fotografías —dijo otra, con una cámara profesional llamando la atención de la mayor, de la fiscal y de una más que iba a su lado, sonriendo demasiado. —Sí, pero no aquí. Tengo un caso. Discúlpanos, Vania, ¿Vania? —dijo la fiscal, buscándola con la mirada entre los presentes. Vania maldijo por lo bajo. No quería hacerse notar y ya había cubierto medio camino hacia la salida. Odió a la fiscal por mirarla de esa forma e insistir en su nombre, haciéndola demasiado visible ante el grupo. —No, no. Vayan ustedes —le dijo una más joven, desde un ángulo donde no podía verle el rostro—. Puedo quedarme contigo, ¿quieres? Vania no respondió. No tenía razones para quedarse con nadie, mucho menos con alguien a quien no podía ver a la cara y así observar sus gestos y desentrañar sus intenciones. —Será rápido, V
El sonido de las gotas golpeando el cristal estaban a punto de enloquecerlo. Había llamado a Gloria hacía más de media hora y al irse su última enfermera, al único que podía molestar para sus asuntos aparte de ella era a Simon, quien tampoco estaba en casa. No supo en qué momento había accedido por cedérselo a su hermana, pero el simple hecho de tenerla de regreso en casa, aunque fuese por unas horas, le pareció razón suficiente.Llamó a Simon varias veces, pero la parquedad de sus respuestas y la nula información sobre lo que estaba haciendo, terminó por ponerlo de mal humor y colgó la llamada con un halón por la boca que provocó que le doliera hasta el alma.Cuando hacía movimientos bruscos y poco controlados, su cuello punzaba y solo podía calmar aquello con una sobredosis de analgésicos.Necesitaba más personal, lo sabía, pero no quería más gente enterada de sus limitaciones y vendiendo notas al mejor postor periodístico, se negaba a ser su mono de feria. Su padre había insistido,
Esa era suficiente explicación. Cuando Casandra decidió irse de casa y cambiar de país de residencia, él se preocupó, pero, aun así, le dio ánimo para hacerlo, porque el que se fuera lejos era el modo más sano de separar su terrible pasado y dejarlo atrás de una vez. El hecho de que se enfocara de forma activa en las necesidades de la fundación le hacía daño y él ya no podía soportar que se enfrentase a sus peores recuerdos con cada una de las historias de las mujeres a las que ayudaba.En innumerables ocasiones llegó llorando o llena de rabia cuando un cobarde salía libre y no pagaba por el delito de agredir a una de «sus chicas», como ella les llamaba a las mujeres que el destino o las circunstancias de la vida llegaban a la fundación. Logró importantes colaboraciones a nivel internacional, sin embargo, él veía que el costo que pagaba con su tiempo y sus emociones, era demasiado alto.La misma Andrea estaba de acuerdo. Ella colaboraba allí también y hacía un estupendo trabajo con s
Vania bajó del auto con los nervios a flor de piel, pero decidida. Su cabello había vuelto a su color original igual que el de su hija y creció hasta su espalda. Tuvo que luchar contra la impaciencia de los últimos meses y estudiar cada uno de sus pasos, pero ahora estaba allí, pisando el césped de una mansión impresionante, a sabiendas de que se encontraba a minutos de volverlo a ver…, si tenía suerte. —Es por aquí. Igor le señaló un camino bordeado de arbustos, alejado de la puerta principal y eso la decepcionó un poco, pero el simple hecho de estar allí ya le brindaba una oportunidad, por diminuta que fuese. —¿Hace cuánto trabajas aquí? —Lo siguió sin dejar de verlo de vez en cuando. Era demasiado rígido para su gusto, sin embargo, a diferencia del resto de empleados cercanos a la familia, ella no le temía. De hecho, agradecía que no entablara conversación con ninguno de ellos, aunque su mirada desconfiada a veces la ponía en alerta. —Mucho tiempo. Vania osciló los ojos con
Vania estuvo sentada observando el movimiento de varios empleados decorando el jardín, porque parecía que habría una fiesta. Vio a una pelirroja pasearse entre ellos, pero también notó los gestos de fastidio de algunos cuando les hablaba. Pensó en que, si no pertenecía a la familia todavía, estaba cometiendo uno de los peores errores si tramaba hacerlo. Ganarse la desavenencia del servicio era la forma más rápida de que alguien cayera desde muy alto sin sospecharlo. La curiosidad la empujó a salir y quitarse las dudas. —¡No te das cuenta de que esas flores son de mal gusto! —dijo con una voz chillona que le alteraron los nervios. Si ella lo sentía así cuando apenas había escuchado una frase de su parte, no se podía imaginar las ganas que tenían de estrangularla los demás, que se veían sudorosos y agotados. —¿Quién es ella? —preguntó Vania a una chica que llevaba una cesta enorme en las manos. La reconoció como la misma que animó antes a la otra. —Es Darla Roberts —hizo un gesto