Si te gustó el capítulo, comenta y dale un poco de amor. Cuéntenme de dónde me leen.
El sonido de las gotas golpeando el cristal estaban a punto de enloquecerlo. Había llamado a Gloria hacía más de media hora y al irse su última enfermera, al único que podía molestar para sus asuntos aparte de ella era a Simon, quien tampoco estaba en casa. No supo en qué momento había accedido por cedérselo a su hermana, pero el simple hecho de tenerla de regreso en casa, aunque fuese por unas horas, le pareció razón suficiente.Llamó a Simon varias veces, pero la parquedad de sus respuestas y la nula información sobre lo que estaba haciendo, terminó por ponerlo de mal humor y colgó la llamada con un halón por la boca que provocó que le doliera hasta el alma.Cuando hacía movimientos bruscos y poco controlados, su cuello punzaba y solo podía calmar aquello con una sobredosis de analgésicos.Necesitaba más personal, lo sabía, pero no quería más gente enterada de sus limitaciones y vendiendo notas al mejor postor periodístico, se negaba a ser su mono de feria. Su padre había insistido,
Esa era suficiente explicación. Cuando Casandra decidió irse de casa y cambiar de país de residencia, él se preocupó, pero, aun así, le dio ánimo para hacerlo, porque el que se fuera lejos era el modo más sano de separar su terrible pasado y dejarlo atrás de una vez. El hecho de que se enfocara de forma activa en las necesidades de la fundación le hacía daño y él ya no podía soportar que se enfrentase a sus peores recuerdos con cada una de las historias de las mujeres a las que ayudaba.En innumerables ocasiones llegó llorando o llena de rabia cuando un cobarde salía libre y no pagaba por el delito de agredir a una de «sus chicas», como ella les llamaba a las mujeres que el destino o las circunstancias de la vida llegaban a la fundación. Logró importantes colaboraciones a nivel internacional, sin embargo, él veía que el costo que pagaba con su tiempo y sus emociones, era demasiado alto.La misma Andrea estaba de acuerdo. Ella colaboraba allí también y hacía un estupendo trabajo con s
Vania bajó del auto con los nervios a flor de piel, pero decidida. Su cabello había vuelto a su color original igual que el de su hija y creció hasta su espalda. Tuvo que luchar contra la impaciencia de los últimos meses y estudiar cada uno de sus pasos, pero ahora estaba allí, pisando el césped de una mansión impresionante, a sabiendas de que se encontraba a minutos de volverlo a ver…, si tenía suerte. —Es por aquí. Igor le señaló un camino bordeado de arbustos, alejado de la puerta principal y eso la decepcionó un poco, pero el simple hecho de estar allí ya le brindaba una oportunidad, por diminuta que fuese. —¿Hace cuánto trabajas aquí? —Lo siguió sin dejar de verlo de vez en cuando. Era demasiado rígido para su gusto, sin embargo, a diferencia del resto de empleados cercanos a la familia, ella no le temía. De hecho, agradecía que no entablara conversación con ninguno de ellos, aunque su mirada desconfiada a veces la ponía en alerta. —Mucho tiempo. Vania osciló los ojos con
Vania estuvo sentada observando el movimiento de varios empleados decorando el jardín, porque parecía que habría una fiesta. Vio a una pelirroja pasearse entre ellos, pero también notó los gestos de fastidio de algunos cuando les hablaba. Pensó en que, si no pertenecía a la familia todavía, estaba cometiendo uno de los peores errores si tramaba hacerlo. Ganarse la desavenencia del servicio era la forma más rápida de que alguien cayera desde muy alto sin sospecharlo. La curiosidad la empujó a salir y quitarse las dudas. —¡No te das cuenta de que esas flores son de mal gusto! —dijo con una voz chillona que le alteraron los nervios. Si ella lo sentía así cuando apenas había escuchado una frase de su parte, no se podía imaginar las ganas que tenían de estrangularla los demás, que se veían sudorosos y agotados. —¿Quién es ella? —preguntó Vania a una chica que llevaba una cesta enorme en las manos. La reconoció como la misma que animó antes a la otra. —Es Darla Roberts —hizo un gesto
Una de las chicas asignadas al cuidado de los niños llevaba a Abigaíl con prisas hacia uno de los baños. Su suéter rosa iba con manchas enormes de sangre y su hija lloraba desconsoladamente. Recorrió todo el lugar con la mirada, pero no pudo ver nada que delatara quién le había hecho daño a su hija, así que corrió detrás de ellas con el corazón latiendo deprisa.Mientras avanzaba por el comedor, escuchó a una de las mujeres del refugio llamarla, pero no se detuvo.Ella no le agradaba y su hija menos, ambas eran personas insufribles y aunque comprendía su terrible situación y la razón por la que estaban allí, no las quería cerca.Su hija tenía diez años, pero poseía una actitud de adolescente rebelde que nadie podía controlar y varios niños habían sido víctimas de sus abusos verbales y físicos. Ni siquiera quería pensar en lo que haría si ellas estaban involucradas en lo sucedido a Abi. Entró al baño como un vendaval, pero frenó con rapidez al escuchar la risa entre hipidos de su hija.
Las escenas se seguían reproduciendo sin parar en la enorme pantalla de su habitación y cada vez, descubría un detalle nuevo en ella.Eran los mismos ojos, su cabello, su sonrisa, sin embargo, había algo en sus movimientos y sus conversaciones que no terminaba de encajar con sus recuerdos.No sabía con exactitud de lo que se trataba, pero no tenía duda de que lo descubriría. Estaba al tanto de que Gloria y Simon consideraban seriamente que su obsesión se volvía enfermiza con el paso de los días y, tenían toda la razón.El haber dudado de su estabilidad mental hacía semanas, lo mantuvo en vela hasta que Simon le confirmó que la mujer que había visto en su casa, era la misma Sirena griega que ahora trabajaba a unos metros de él en el piso inferior, y no la mujer que vio en el hospital. Tampoco estaba muerta, como le informaron tiempo atrás.Los años no habían transcurrido en vano. Ella tenía una hija en su vida y él una silla de ruedas; menudo par.La chiquilla parecía vivaz si se fiab
Vania lo siguió al elevador como si nada, pero los nervios le estaban jugando en contra cuando se dio cuenta de su propio sudor y se estremeció por completo. Cualquiera se habría burlado de su actitud. Ella misma encontraba absurdo que se sintiera de esa forma, muy parecida a la primera vez que la poseyó un hombre. Era verdad que no fue por amor, era verdad que tenía miedo de no salir viva de aquel hostal, pero la expectación era similar. El no saber lo que le esperaba al entrar a esa habitación suponía un enorme inconveniente. Si Alexander Herrera llegaba a la conclusión de que no llenaba sus expectativas, no tendría la oportunidad de crear el ambiente adecuado para convencerlo. Claro que había aprendido a complacer a los hombres, ella conseguía que se excitaran con el simple sonido de su voz, pero no tenía idea de cómo hacerlo de la manera correcta con alguien en su condición. Se arrepintió de ignorar los consejos velados que Gloria, la mujer del servicio, le dio de que se do
Vania se desvistió como tantas otras veces, pero ella se sentía distinta. Su piel ardía producto de la mirada salvaje que reflejaba el hombre que tenía en frente. Era cierto que otros ya la habían observado así mientras se excitaban con sus movimientos y sus caricias veladas debajo de la blusa. Ese gesto sutil de presionarse el pezón y que la tela impidiese verlo por completo, pero que cuando alejaba la mano lucía rígido a través de la misma, invitando a ser lamido, succionado y venerado. Sin embargo, también era cierto que en esos momentos ella se desvanecía en sus recuerdos, en su pasado, en las razones que la habían llevado a ese horrible sitio. En cambio, ahora experimentaba esas sensaciones de una forma violenta, que la mantenía en vilo ante cada reacción de Alexander. Deslizó su falda y sus bragas por sus caderas y le dio la espalda al dejarla en el piso. Se acarició los glúteos y separó las piernas antes de inclinarse sobre el asiento del sillón, mostrándole su hendidura húme