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Vania estuvo sentada observando el movimiento de varios empleados decorando el jardín, porque parecía que habría una fiesta. Vio a una pelirroja pasearse entre ellos, pero también notó los gestos de fastidio de algunos cuando les hablaba. Pensó en que, si no pertenecía a la familia todavía, estaba cometiendo uno de los peores errores si tramaba hacerlo. Ganarse la desavenencia del servicio era la forma más rápida de que alguien cayera desde muy alto sin sospecharlo. La curiosidad la empujó a salir y quitarse las dudas. —¡No te das cuenta de que esas flores son de mal gusto! —dijo con una voz chillona que le alteraron los nervios. Si ella lo sentía así cuando apenas había escuchado una frase de su parte, no se podía imaginar las ganas que tenían de estrangularla los demás, que se veían sudorosos y agotados. —¿Quién es ella? —preguntó Vania a una chica que llevaba una cesta enorme en las manos. La reconoció como la misma que animó antes a la otra. —Es Darla Roberts —hizo un gesto
Una de las chicas asignadas al cuidado de los niños llevaba a Abigaíl con prisas hacia uno de los baños. Su suéter rosa iba con manchas enormes de sangre y su hija lloraba desconsoladamente. Recorrió todo el lugar con la mirada, pero no pudo ver nada que delatara quién le había hecho daño a su hija, así que corrió detrás de ellas con el corazón latiendo deprisa.Mientras avanzaba por el comedor, escuchó a una de las mujeres del refugio llamarla, pero no se detuvo.Ella no le agradaba y su hija menos, ambas eran personas insufribles y aunque comprendía su terrible situación y la razón por la que estaban allí, no las quería cerca.Su hija tenía diez años, pero poseía una actitud de adolescente rebelde que nadie podía controlar y varios niños habían sido víctimas de sus abusos verbales y físicos. Ni siquiera quería pensar en lo que haría si ellas estaban involucradas en lo sucedido a Abi. Entró al baño como un vendaval, pero frenó con rapidez al escuchar la risa entre hipidos de su hija.
Las escenas se seguían reproduciendo sin parar en la enorme pantalla de su habitación y cada vez, descubría un detalle nuevo en ella.Eran los mismos ojos, su cabello, su sonrisa, sin embargo, había algo en sus movimientos y sus conversaciones que no terminaba de encajar con sus recuerdos.No sabía con exactitud de lo que se trataba, pero no tenía duda de que lo descubriría. Estaba al tanto de que Gloria y Simon consideraban seriamente que su obsesión se volvía enfermiza con el paso de los días y, tenían toda la razón.El haber dudado de su estabilidad mental hacía semanas, lo mantuvo en vela hasta que Simon le confirmó que la mujer que había visto en su casa, era la misma Sirena griega que ahora trabajaba a unos metros de él en el piso inferior, y no la mujer que vio en el hospital. Tampoco estaba muerta, como le informaron tiempo atrás.Los años no habían transcurrido en vano. Ella tenía una hija en su vida y él una silla de ruedas; menudo par.La chiquilla parecía vivaz si se fiab
Vania lo siguió al elevador como si nada, pero los nervios le estaban jugando en contra cuando se dio cuenta de su propio sudor y se estremeció por completo. Cualquiera se habría burlado de su actitud. Ella misma encontraba absurdo que se sintiera de esa forma, muy parecida a la primera vez que la poseyó un hombre. Era verdad que no fue por amor, era verdad que tenía miedo de no salir viva de aquel hostal, pero la expectación era similar. El no saber lo que le esperaba al entrar a esa habitación suponía un enorme inconveniente. Si Alexander Herrera llegaba a la conclusión de que no llenaba sus expectativas, no tendría la oportunidad de crear el ambiente adecuado para convencerlo. Claro que había aprendido a complacer a los hombres, ella conseguía que se excitaran con el simple sonido de su voz, pero no tenía idea de cómo hacerlo de la manera correcta con alguien en su condición. Se arrepintió de ignorar los consejos velados que Gloria, la mujer del servicio, le dio de que se do
Vania se desvistió como tantas otras veces, pero ella se sentía distinta. Su piel ardía producto de la mirada salvaje que reflejaba el hombre que tenía en frente. Era cierto que otros ya la habían observado así mientras se excitaban con sus movimientos y sus caricias veladas debajo de la blusa. Ese gesto sutil de presionarse el pezón y que la tela impidiese verlo por completo, pero que cuando alejaba la mano lucía rígido a través de la misma, invitando a ser lamido, succionado y venerado. Sin embargo, también era cierto que en esos momentos ella se desvanecía en sus recuerdos, en su pasado, en las razones que la habían llevado a ese horrible sitio. En cambio, ahora experimentaba esas sensaciones de una forma violenta, que la mantenía en vilo ante cada reacción de Alexander. Deslizó su falda y sus bragas por sus caderas y le dio la espalda al dejarla en el piso. Se acarició los glúteos y separó las piernas antes de inclinarse sobre el asiento del sillón, mostrándole su hendidura húme
Las horas avanzaban lentas y cautelosas, tanto como sus miedos y preocupaciones. Eran las dos de la mañana cuando Vania se dio cuenta que ella no podría dormir allí, aunque se sentía exhausta. Alexander había acabado con toda su resistencia física y se burló a carcajada batiente de su terrible condición. Incluso se ofreció pagar a «una» entrenadora personal, e hizo un énfasis ridículo en el género de la misma, como si creyese imprescindible aclararlo. Él le había demostrado con creces que tenía muchas más habilidades sexuales que la mayoría los de hombres que conoció. También que el sexo coital está sobrevalorado si no se complementa con juegos, caricias y palabras que, viniendo de él, lograron hacerla gritar como una posesa. —¿Qué sucede? —Sus ojos adormilados eran hermosos, pero la sonrisa que le dedicó al descubrirla acariciándose, como si no estuviese saciada, logró erizarle la piel. —Quiero dormir, pero no puedo… —respondió sin detenerse, aunque se sentía un tanto cortada po
Su pregunta fue directa, como una daga clavada en el pecho, dispuesta a drenarla por completo. Jamás imaginó tener esta conversación tan pronto, así, sin sentirse preparada para lo que vendría después. —No entiendo. —No juegues conmigo y pongamos las cartas sobre la mesa. Me informaron que fue Angélica, quien dio la orden de que dejaran entrar a esos hombres al internado. ¿Qué interés podría tener ella en tu hija? ¿Quién es, para que pretendiera convertirla en una moneda de cambio? —¿Sabes el nombre de la persona que ha querido lastimarla? —No importa quién, lo que importa es por qué —arremetió con impaciencia y eso la hizo sudar. —Tenemos que irnos. Huir de aquí —dijo ella, cubriéndose con la misma bata y buscando su ropa por todo el lugar—. No puedo dejar que la encuentre de nuevo. —Gracias a la alerta de Gloria, Simon se me adelantó y dice que hay ahora otro sujeto manejando los negocios de Darius. Mi gente identificó a uno de sus hombres mediante las cámaras del internado. ¿
Alexander estuvo a punto de gritar su nombre antes de verla partir por el pasillo, pero al notarla indecisa y llena de demonios, prefirió dejarla en paz.Con un comando de voz activó el sonido de la cámara en la habitación que acababa de ocupar y le rompió el corazón escuchar un llanto tan lastimero, muy parecido al que tenía él mismo desde hacía unos minutos.Vania susurraba una oración casi ininteligible y se sintió un invasor desalmado al presenciarlo, pero lo que acababa de descubrir lo ameritaba. Algo que creyó imposible y descartado por completo, explotaba frente a sus narices como una posibilidad para redimirse de todo lo malo que había hecho en su vida.Justo en el momento en que la encontró de nuevo, creyó que con solo tenerla en su cama, el cielo fue demasiado benevolente para un hombre como él, pero al parecer tenía algo más por ofrecerle. No es que lo mereciera y tampoco iba a negarse al recibir semejante obsequio.No veía el momento de contarle a su hermana que aquella n