Abigaíl
Las horas avanzaban lentas y cautelosas, tanto como sus miedos y preocupaciones. Eran las dos de la mañana cuando Vania se dio cuenta que ella no podría dormir allí, aunque se sentía exhausta.

Alexander había acabado con toda su resistencia física y se burló a carcajada batiente de su terrible condición. Incluso se ofreció pagar a «una» entrenadora personal, e hizo un énfasis ridículo en el género de la misma, como si creyese imprescindible aclararlo.

Él le había demostrado con creces que tenía muchas más habilidades sexuales que la mayoría los de hombres que conoció. También que el sexo coital está sobrevalorado si no se complementa con juegos, caricias y palabras que, viniendo de él, lograron hacerla gritar como una posesa.

—¿Qué sucede? —Sus ojos adormilados eran hermosos, pero la sonrisa que le dedicó al descubrirla acariciándose, como si no estuviese saciada, logró erizarle la piel.

—Quiero dormir, pero no puedo… —respondió sin detenerse, aunque se sentía un tanto cortada po
Mileth Pineda

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