Quédate
Vania se desvistió como tantas otras veces, pero ella se sentía distinta. Su piel ardía producto de la mirada salvaje que reflejaba el hombre que tenía en frente.

Era cierto que otros ya la habían observado así mientras se excitaban con sus movimientos y sus caricias veladas debajo de la blusa. Ese gesto sutil de presionarse el pezón y que la tela impidiese verlo por completo, pero que cuando alejaba la mano lucía rígido a través de la misma, invitando a ser lamido, succionado y venerado.

Sin embargo, también era cierto que en esos momentos ella se desvanecía en sus recuerdos, en su pasado, en las razones que la habían llevado a ese horrible sitio. En cambio, ahora experimentaba esas sensaciones de una forma violenta, que la mantenía en vilo ante cada reacción de Alexander.

Deslizó su falda y sus bragas por sus caderas y le dio la espalda al dejarla en el piso. Se acarició los glúteos y separó las piernas antes de inclinarse sobre el asiento del sillón, mostrándole su hendidura húme
Mileth Pineda

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