Epílogo

—Estás… no tengo palabras hija —le digo con un nudo en la garganta, sí, lo sé, soy una llorona, pero ¿cómo no serlo cuando ves a tu primogénita vestida de ángel y a punto de casarse con el hombre que ama?

—Gracias mami.

—¿Se puede? —preguntó mi esposo entrando medio cuerpo a la habitación.

—Sí papá. Adelante —anunció ella. Él ingresó por completo y se quedó como piedra en cuanto sus ojos la recorrieron y ahí estaba otra vez esa tímida lágrima.

Volví a poner mis ojos en ella, llevaba un vestido de corte princesa, por supuesto, sin breteles y con escote recto adornado por una filigrana en forma de pequeñas y delicadas mariposas, un cinto en raso anunciaba el comienzo de la vaporosa falda de tul. Llevaba su rubio y rizado cabello recogido en un rodete y pequeñ

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