5

—¿Qué crees que haces? Levántate, no tengo toda la noche para tus tonterías.

—Puedes irte si quieres. Sé llegar desde aquí.

—No voy a dejarte sola a estas horas. Levántate, Cece, no me jodas.

Levanto los pies hasta apoyarlos en la madera del banco y me cubro sobre las rodillas con la falda de mi vestido. Ya no quedan farolas encendidas en el campus, la poca luz que llega a penas sirve para visulbrar bien los caminos o la silueta imponente de Jack en mitad del paseo. Gruñe y se acerca. Se lanza de mala gana a mi lado pero me niego a creer que es así.

—¿Por qué quieres que crea que me odias? —me atrevo a preguntar, sabiendo que puede que su respuesta me derrumbe.

Chasquea la lengua y se revuelve.

—Joder, Cee —susurra y se pasa la mano por la cara y el pelo—. No te odio, ¿vale?

Algo es algo. Cuando me atrevo a mirarlo me doy cuenta de que él ya tiene sus ojos puestos en mí. El corazón me salta en el pecho al ver un atisbo del Jack al que yo quería. Han pasado tres años y aún no lo he superado, no creo que nunca lo haga. 

—Que yo esté aquí te recuerda lo que pasó, ¿no es así? Por eso no quieres ni verme —digo y al ver como vuelve a ponerse tenso y a tener esa mirada asesina, me quiero retractar, pero tampoco puedo—. No fue tu culpa. Fue un accidente.

—Cállate.

—Me hubiera gustado tenerte allí, sé que contigo hubiera sido más fácil...

—¿Crees que para mi ha sido más sencillo? —Quiere gritar, pero es incapaz de elevar el tono. Sólo suena... enfadado con lo que pasó, consigo mismo, dolido.

—No he dicho eso —susurro, y pasados unos largos segundos de silencio, añado—: Lo siento.

Lo siento por todo. Las cosas podrían ser muy diferentes a día de hoy si esa noche hubiéramos hecho las cosas diferentes. Todos seríamos felices, estoy segura. 

Se inclina sobre sus rodillas con las maños hechas puños bajo la barbilla. Está más tenso que una goma a punto de romperse y temo que sea él quién se desmorone. 

Me tiembla la mano cuando la estiro hasta su espalda. Tengo la sensación de que él no ha hablado de esto con nadie. Yo quiero hablar de esto y todo con él. Pero entonces gira el cuello para mirarme, y algo más tranquilo acerca su mano a mi pelo corto; intenta ponérmelo detrás de la oreja pero es inútil. No tiene ni idea de lo que me provoca por ese simple gesto. De echo no recuerdo que nunca antes lo hiciera.

—Estás muy cambiada —dice.

El corazón me va a toda prisa.

—Tú también —digo.

—Ya, pero tú a mejor.

Tampoco recuerdo que nunca me haya halagado con tanta sinceridad. Se me escapa una risita tonta y aguda.

—Tú ahora sabes decir cosas bonitas, así que tan capullo no eres.

Suelta una especie de risa seca y se echa contra el respaldo del banco haciendo que aparte mi mano del tacto suave de su camiseta por la que traspasaban sus músculos.

—Tú sabes insultar. Más o menos.

—Es por el alcohol. 

—Ya, seguro —se burla y le salen dos hoyuelos preciosos caundo sonríe aunque sea poco—. ¿Cuánto has bebido? 

Casi no puedo ni responder, estoy perdida en ser consciente de cómo me mira. Esperé años a que lo hiciera y hoy por fin lo tengo delante mirándome con los ojos cargados de un brillo diferente. No quiero ilusionarme tanto por esto, han pasado tres años y ambos somos diferentes.

—Unas pocas cervezas.

—¿Te las han dado ese grupo con el que estabas? ¿Ahora te vas con góticos? —dice con gracia y me pincha las costillas con sus dedos. 

Hace que me ría. Este es Jack, el que conozco, el de toda la vida. 

—No son góticos. Los he conocido hoy, menos a Kay, ella es mi compañera de habitación. Voy a esperar que no termine llevándose a alguna de esas chicas a la residencia esta noche.

—Venga, no puedes ser tan inocente. En esa residencia los fines de semana solo se escuchan jadeos. Las paredes son de papel de fumar.

Parece saberlo muy bien, como si hubiera pasado demasiadas noches durmiendo ahí o haciéndo a saber qué cosas. 

—¿Dónde estás viviendo? —curioseo. Tengo que aprovechar este momento.

—En una fraternidad.

—¡¿Fraternidad?! Te pega, la verdad. ¿Sigues jugando al baloncesto?

—A veces.

—Qué guay —exhalo.

Jack suelta una risa suave y al sacudir la cabeza se le revuelve el pelo. Lucho con las ganas de apartárselo de la cara y quedar como la niñata interior que en parte sigo teniendo. Recuerdo que Anna no entendía como podía estar perdidamente enamorada de alguien como su hermano, me escuchaba parlotear sobre él y fantasear con una situación como esta en la que estamos ahora. Si se lo pudiera contar...

—¿Qué? —suelta, todavía mantiene el tono divertido.

—Nada —miento, manteniendo el volumen bajo de esta conversación porque no quiero romper el momento, pero las palabras se me resbalan—. Es que echaba de menos hablar contigo.

Veo como se revuelve y se le borra la sonrisa, el brillo y todo rastro de ser este Jack. ¿Por qué he tenido que abrir la bocaza? Se levanta del banco y me hace un gesto con la cabeza.

—Es tarde, vamos, te acompaño.

Tengo que encontrar mejores momentos para abrir la boca. Quién sabe cuando volveremos a vernos. Ni siquiera me atrevo a pedirle su nuevo número de teléfono y ya hemos llegado a la residencia.

—Ten cuidado con quién juntas, ¿vale? —me aconseja.

Asiento lentamente asumiendo que tiene razón. Ahora podría estar empapada y seguramente algo se me habría perdido con la corriente del mar.

—Vale. ¿Vas a volver a la fiesta? 

La luz automática de la entrada de la residencia se enciende cuando me muevo un poco, y nos ilumina. La luz amarillenta le resalta los rasgos más marcados de su perfil. 

—Me largo a dormir. No tengo ganas de aguantar a esa panda. 

—Esa panda son tus amigos.

—Y tengo un límite para soportarlos.

Me balanceo en mis talones alargando la despedida. 

—¿Queda muy lejos la fraternidad?

—Estaré bien —me asegura.

Sonrío y asumo sus palabras. Espero que esté bien. Espero que haya estado bien todo este tiempo.

—Vale —digo en voz baja—. Pues... ve con cuidado.

Él asiente también y pasamos un par de segundos extraños ahí parados como tontos.

—Solo estoy esperando a que entres y se cierre la puerta, Cece —dice y me quiero golpear la frente.

—Oh, sí, ya... —La puerta de la residencia pesa demasiado, Jack la empuja por mi y le resaltan los músculos de su brazo al hacer fuerza—. Buenas noches, que descanses, Jack.

Y tampoco me lo devuelve. Ni eso, ni que me echara de menos. Menea la cabeza y a través de los cristales tintados de la puerta veo como se aleja. 

Por lo menos no he terminado llorando. 

Una vez me he puesto el pijama y estoy hundida en la cama, le escribo un mensaje a Kay aunque no espero que lo responda. 

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