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Las llamas de la venganza
Las llamas de la venganza
Por: Yise
Capítulo 1: ¿Qué pasó anoche?

Alexandra Guzmán

Dolor de cabeza. Olor a licor por todo el lugar y unas ganas enormes de vomitar es lo que tenía en este momento, ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado? Levanté mi mano que estaba colgando en el borde de la cama, la pared color rosa se me hacía conocida, ¿Raquel? ¿Dónde se encontraba mi mejor amiga?

Me di vuelta en la cama sintiendo dolor en mi entrepierna, al voltear sentí como todo mi centro giraba, creo que me pasé con el alcohol y definitivamente no iba a volver a pasar, considerando que mis padres no me asesinasen antes de volver a tener la oportunidad de salir a una fiesta, no debí hacerle caso a Raquel. Es mi mejor amiga de toda la vida, pero es muy alocada en ocasiones.

—Umm, quédate quieta, por favor. —mencionó una voz completamente desconocida para mí.

—¿Qui—quién eres? ¿Qué pasó aquí anoche? —pregunté rascando mi cabeza, me encontraba descolocada y fuera de mí misma, de hecho, aún me encontraba mareada.

—¿Enserio no te acuerdas de nada? —preguntó el chico frente a mí, parecía tener unos veinticinco años cuando mucho, yo me quedaba más atrás con mis tristes veinte—. Anoche tú y yo tuvimos el mejor polvo de tu vida. —mencionó jactándose de la respuesta.

—No me vengas a decir eso… ¡No puede ser! —mencioné aterrorizada sin acordarme de nada—. ¿Has visto a Raquel? ¿Dónde está mi amiga? —pregunté. Necesito ir a una farmacia, dios santo, ¡Dime que nos protegimos!

—¿Por qué te afecta tanto eso? Tú misma dijiste que estabas cuidándote. —¿Qué yo qué? No dije eso, ¿O sí? No era posible que aquellas palabras hayan salido de mi boca.

—Dios no, no puede ser, mi anticonceptivo dejó de hacer efecto hace tres meses, ¡Por eso el preservativo! ¡Estaba tomada! ¡No creíste que tal vez mentía! No sé, no debías tener sexo conmigo. —dije casi gritándole.

—¿Por qué no? —preguntó con su cara de idiota y su sonrisa satisfactoria que estaba aprendiendo a odiar.

—Porque no te conozco… dios, ¡Ah, mi cabeza! ¿Dónde está mi ropa? —pregunté mirándolo cuando de pronto me entregó mi calzón de encaje negro.

—Lindo. —murmuró—. Te vez aún más tierna enojada. —comentó nuevamente—. Quiero saber, porqué tomabas cómo loca cuando te vi en allá abajo.

—Cachos. —dije secamente.

—¿Cachos? —preguntó curioso. Sonreí épicamente, la verdad, desde hace un par de meses ni siquiera sé que pasa conmigo o por mi cabeza, estoy haciendo todo lo que antes me aterrorizaba hacer y me encanta la sensación.

—Mi ex prometido me fue infiel con una de mis amigas, ¿Contento? Eso resume la escena de noche. —comenté sonriendo—. Ahora termina de darme toda mi ropa para irme de una vez. —agregue con algo de frustración y enojo.

—Espera, te acompaño. —dijo saliendo de la cama completamente desnudo, «Esos músculos mi amor…» mi mente estaba volando con la vista que ese chico me ofrecía—. Sabía que te había gustado la probada que te de anoche, pero no abuses. —mencionó, vaya arrogante.

Bajé las escaleras y encontré a Raquel casi en coma en el sillón, también estaba junto a un tipo solo con una sábana cubriendo su cuerpo, anoche habíamos roto todas las reglas y creo que me agradaba más esta nueva versión mía.

—¡Deja de seguirme! —dije apartándolo de mi lado.

—Déjame ir contigo, corresponde que yo sea quien pague la cuenta de la farmacia. —agregó provocando que mis mejillas enrojecieran.

—Qué caballerosidad. —mencioné sonriendo de lado, irónicamente. Dios, ¿Cómo pasó todo esto? —. ¿Cómo es que llegué a esto? —solté de pronto y no sé si él decidió hacerse el sordo o si en verdad no me oyó, el punto es que lo agradecí, pero que no estaba para más preguntas o para siquiera escuchar su voz.

Me quedé en silencio hasta que me hizo señales para que me subiera en su carro, llegamos a la farmacia más cercana y, sin bajarme del vehículo, esperé que ese extraño me comprase la pastilla del día después.

¡Bendita salvación! —pensé en ese momento. Supongo que tener un hijo con un completo desconocido no estaba en mis planes y tampoco en los de mis padres, aunque, pensándolo, tampoco estaba en sus planes la ruptura de mi compromiso con Dante.

El desconocido no se tardó mucho en volver, ingresó al auto con una sonrisa en el rostro, o la señorita de la farmacia estaba deseable o sigue pareciéndole graciosa la situación. Me cedió la pastilla e, incluida, una botella de agua desgasificada, por suerte. Sonreí mientras tomaba las mentadas cosas en mis manos y abría el sobre de la píldora. Bebí lo que más pude de agua y luego cerré el envase.

—Dime dónde está tu casa, te llevaré. —mencionó él con la vista fija en la carretera—. Vamos, dime.

—¡Ni loca te digo dónde vivo! —chillé en desaprobación, él llevó su mano a la cabeza igual que yo, parece que no era la única que había bebido después de todo.

—¿Por qué no? —preguntó de pronto, bajando un poco la velocidad y dirigiendo su mirada hasta la mía, provocando que todo mi cuerpo se estremeciera al caer en cuenta de que aquellos ojos color miel me observaban penetrantes, escurridizos, queriendo que bajase cada una de mis barreras, pero no, no lo conseguiría.

—¡Porque no te conozco! ¡Nunca en mi vida te he visto y tampoco sé si volveré a verte! No me arriesgaré a decirle a alguien donde vivo. —mencioné, pero él se lo tomó con mucha gracia, riéndose de mis palabras.

—Por favor, anoche tuvimos una noche llena de sexo, creo que nos conocemos bastante bien. —mencionó de pronto. «Es que no recuerdo ni m****a, me gustaría hacerlo, pero no recuerdo absolutamente nada».

—Te daré una dirección cercana a mi casa, pero ni sueñes que te diré exactamente el paradero. —agregué.

—Bien. —dijo volteando los ojos y viendo fijamente la carretera.

Cuando llegamos a la dirección que le había dado me dispuse a bajar del vehículo, pero no quería quitar el seguro, ¿Qué estaba pasando? ¿Era un asesino? ¿Tendría peor suerte que esa? La verdad, es que era bastante posible.

—Quiero que me mires y recuerdes mi rostro, Alexandra. —mencionó provocando que el solo hecho de que dijera mi nombre hiciera estremecer mi cuerpo a su antojo.

—¿Cómo sabes mi nombre? —pregunté curiosa.

Esperaba no recibir una respuesta estúpida o, al contrario, acertada.

—Me lo dijiste anoche, cuando nos presentamos, minutos antes de irnos a la cama y pasar aquella noche que seguramente no olvidaré. —mencionó en un tono ronco, sensual—. Alexandra, ese exnovio tuyo fue un imbécil en dejar ir a una mujer tan hermosa cómo tú, créeme, volverá arrepentido. —agregó.

¿Cómo decirle que deseaba que me dijera su nombre, para no sentirme tan mal después de lo que pasó?

—Creo que debo… creo que debo irme. —susurré con apenas un hilo de voz. ¿Qué estaba provocando este hombre en mí? «Fácil, estragos» mencionó mi subconsciente.

—Aún no. Quiero detallar tu angelical rostro un poco más, no lo comprendes, ¿Verdad? El hecho de que no me he separado de ti toda esta mañana significa algo. —susurró acercándose a mi oreja y luego a mis labios, mi cuerpo se sentía distinto, complicado.

—¿Qué cosa? —pregunté con cierto temor en mis palabras. De pronto el contacto de su piel con la mía me hacía estremecer y que un calor intenso se formase en mi vientre, ¿Qué pasaba?

Mi cuerpo recordaba sus caricias, sus manos recorriendo cada parte de mí, pero yo no podía hacerlo, ni siquiera una laguna, nada.

Él se quedó viéndome, sonriendo, de pronto su teléfono vibró y tuvo que apresurarse para marcharse.

—¿Nos volveremos a encontrar, Alexandra? —preguntó con ese tono de voz gruesa, cómo si el solo pronunciar mi nombre lo obligase a entonar distinto.

Me bajé rápidamente del vehículo y no contesté, sentí pánico, era guapo, bastante guapo, todo un adonis, por decirlo bajo, pero no podía con esto, no podía dejarme influenciar por él, no después de todo lo que terminé viviendo al lado de mi ex prometido.

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