Greco Morelli
«Una delicada flor para la mujer más hermosa de esta tierra»
Así decía mi padre a mi madre cada que llegaba de uno de sus turbios negocios, los cuales luego me fueron heredados, la recuerdo tan sonriente y a la vez tan melancólica, cómo desearía poder pasar un día a tu lado madre querida, fue tan instantáneo el tiempo que pasamos juntos, más nunca lo disfruté enserio, pues pensaba que estarías conmigo la mayor parte de mi vida, por no decir que toda.
—Espero que sí. —susurró y después de eso, un beso… vaya, no lo esperaba para nada.
Un beso en la mejilla… nunca había sentido un gesto tan cálido en mi vida. Bueno, en realidad sí, así recordaba los besos de mi madre, cálidos, llenos de esperanza y cariño, aún en la sombra de la noche soy capaz de recordarla, alegre, sonriente, con su mirada perdida en el horizonte esperando ansiosa la llegada de mi padre, ocultando sus lágrimas cada que yo me acercaba y es que me costó varios años entender que toda la felicidad que transmitía era por mí, para que yo creciera siendo una buena persona, mi padre, en cambio, se esmeró por quitar todo rastro de la debilidad que mi madre había sembrado en mí.
El amor que me dio lo recuerdo cómo un destello fugaz que pasó por mi vida, un día estaba conmigo, amándome, llenándome de mimos y caricias, y de la nada me fui a dormir, sin despedirme de ella, enojado porque me había encerrado en mi cuarto sin imaginar el peligro del cual me protegía, debí darte un último beso, porque a la mañana siguiente de aquella noche tú ya no estabas, días después tu cuerpo fue descubierto por los hombres de mi padre.
Ultrajada, humillada, golpeada cómo nunca la había visto.
Mi padre barrió toda la ciudad dispuesto a encontrar al hombre que la había maltratado y orillado a tanto, la amaba, mi madre era su vida, la luz de sus ojos, pero perderla… eso lo destrozó y solo quedó un hombre frío, violento, lleno de odio y resentimiento que también comenzó a formarse en mi interior, el nombre del asesino llegó a mis manos hace un año exactamente, luego de que mi padre muriese por una enfermedad al corazón.
Esteban Guzmán, un ex—embajador de Estados Unidos, luego del crimen dejó su cargo y se dedicó a formar una empresa que nunca había ido en baja, era un magnate en su rubro, tenía una esposa y una hija adorada, Alexandra.
Seis meses planeé mi llegada a los Estados Unidos, teniendo que atender asuntos de mis propios negocios lícitos e ilícitos. Me excusé para meterme en la vida de los Guzmán, Alexandra… bueno, ella sería un daño colateral para llegar al verdadero pez que deseaba pescar en esta partida.
Tenía claros mis motivos para estar aquí, los motivos que tuvo mi padre para convertirme en todo lo que soy, él sabía perfectamente que superaría sus pasos en todos sus negocios y capacidades.
—¿Qué haces, cariño? —preguntó Gianna acercándose a mí, ella era mi esposa, me casé con ella por mera conveniencia, supongo que es quién me recuerda a diario por qué no puedo enamorarme.
Le prometí a mi padre un nieto que nunca llegó, no por falta de sexo, Gianna es incapaz de tener hijos, en su lugar me dio la jugosa herencia de su padre al morir y la dinastía que él había creado, empresas conformadas legalmente para lavar los activos que mes a mes llegaban a mis cuentas bancarias.
—Organizo y planeo todo muy bien. —comenté—. ¿Qué tal la universidad? —agregué sonriendo y dejando que ella tocase mi abdomen cómo regularmente lo hacía.
—Estuvo bien, pero sabes que prefiero pasar mi tiempo contigo. —susurró en ese tono coqueto y seductor que me había encantado desde que la conocí, ella no es de rodeos, lo que quiere lo consigue, pero conmigo fue diferente, no soy su títere.
—Hoy no, Gianna. —comenté mirándola fijamente. Ella quería sexo, pero yo no. Las cosas eran claras y tampoco es que nuestra relación fuese muy devota a dios, eso no iba conmigo—. Puedes buscar a Rafael, tú hombre de seguridad. —agregué. Su mirada de terror me provocó una carcajada.
—¿Tú…? ¿Desde cuándo lo sabías? —preguntó ella en un tono curioso, pero tímido. —¿Por qué no habías dicho nada?
—No me interesa con quién te relacionas, Gianna, esto es así, este mundo es así, ¿Cuando me voy por las noches no se te pasa por la mente que estoy rodeado de muchas otras mujeres? Mujeres que despiertan en mi cama, una que tú y yo no compartimos. —pregunté.
—Sí… pero pensé que serías más celoso con… —mencionó, pero la interrumpí. Necesitaba que le quedase claro que entre ella y yo no existía algo más que un compromiso formal, no había amor de por medio y nunca existiría.
—Sí yo puedo hacerlo, tú también, querida esposa. —agregué sonriendo ampliamente para luego dejar caer mi amenaza—. Ahora ve y déjame terminar mi trabajo. Ah, Gianna, con discreción y lejos de la recamara que compartimos o me veré en la obligación de acabarlo. —dije.
—Entiendo. —susurró ella saliendo de mi oficina, no sin antes dejar un casto beso sobre mis labios.
Me quedé imaginando aquella noche con Alexandra, el fuego que desprendía su cuerpo era algo descomunal, sin embargo, no terminó pasando absolutamente nada, dejé que creyese que sí para que no me botara en el mismo instante en el que se dio cuenta de que amanecí a su lado y así excusarme para volver a encontrarla.
No soy fan de tener relaciones íntimas con mujeres que apenas se pueden su cuerpo debido al alcohol que consumieron, aunque debo admitir que esa noche el pensamiento se cruzó por mi mente, ella lo quería, lo deseaba, pero solo quedamos en unas simples caricias y roces que terminé parando minutos antes de perder el control sobre mi cuerpo.
Por otro lado, agradezco a su exnovio que la haya dejado, así mi camino para seducirla seguro será más fácil.
—Alexandra… dulce Alexandra, corre porque este diavolo acaba de encontrar a su ángel para corromperlo. —susurré sonriendo y pasando la lengua sobre mis secos labios, recordando la piel suave de su espalda, sus mejillas con aquel tono rojizo cada que me acercaba a ella o pronunciaba su nombre—. Vas a caer junto con tu padre, querida mía, eso te lo puedo jurar. —agregué.
Una llamada telefónica me hizo salir de mis pensamientos, se trataba de Raquel, mi prima.
—¿Sí? Dime. —pregunté con calma.
—¿Cuándo tendré el dinero que prometiste? —preguntó ella, se encontraba ansiosa, definitivamente tenía problemas.
—Querida primita, gracias por prometer lo que acordamos, ¿Pero no ves la hora que es? Deberías estar durmiendo. —mencioné sonriendo burlón, sabía que la ansiedad que sentía por volver a consumir no la dejaría en paz.
—Te dejé el camino libre con Alexandra, ahora dame lo que prometiste, sino créeme, le diré quién eres en realidad y que se mantenga lo más alejada posible de ti. —mencionó ella amenazándome.
—Revisa tu cuenta bancaria, allí está todo. —mencioné colgando la llamada.
Raquel era buena niña, un tanto ambiciosa cómo mi tío y sedienta de sustancias ilícitas que si no sabía controlar la llevarían a la ruina, tenía los ojos de mi madre, que a su vez fueron heredados de mi abuela, ella también había sido mi caballo de troya para llegar a Alexandra, sé que no me perdonará lo que sigue, pero a mí nadie me permitió recuperar o intentar salvar a mi madre, solo estoy saldando las deudas que mi padre no supo cobrar.
Alexandra Guzmán Hoy tocaba todo el día clases de gestión financiera, por lo que sería un día bastante rápido, pero de igual manera agotador, la cabeza trabajaba demás en clases cómo estas, y no era malo, al contrario, de mucho aprendizaje que algún día me serviría para poder tomar las riendas de la empresa. Sé perfectamente que mi padre no lo aceptará si es que sigo sin sentar cabeza, por lo que tocará demostrarle que puedo sola, que no dependeré de nadie para ser alguien y que eso lo aprendí de él y mi madre, deberían sentirse orgullosos por eso. Me encontré con Dante, algo extraño sentí en el vientre, ¿repulsión? ¿ascos? No, era algo mucho más complicado de entender, cariño. Es como si mi corazón se encontrara en un trance dónde Dante seguía siendo el dueño de él, pero mi mente, bueno… es mi parte más racional y comprendía que nada volvería a ser cómo antes, ni siquiera una relación de amistad, simplemente se mantenía la cordialidad por todos los años que nos conocemos y por la
Greco Morelli Horas antes. Mi plan se había puesto en marcha esa noche, ahora solo tenía acercarme lo suficiente a esa mujer para que me dijese la ubicación exacta de su casa, necesitaba encontrar al hombre que acabó con mi infancia. —¿Dónde vas amor? —preguntó Gianna. La verdad no sé qué le pasaba, sabe perfectamente que lo nuestro no es nada, exceptuando el sexo, es lo único bueno de nuestra relación, por lo demás, ambos nos casamos por conveniencia. —No tengo que darte explicaciones, así como tú tampoco a mí. Lo sabes. —mencioné y salí de la habitación que compartíamos de vez en cuando, ella venía recién llegando, anoche se quedó a dormir con uno de sus amantes y la verdad no me importaba. —Que humor. —dijo ella refutando. Me devolví y tomé su rostro en mis manos, sus labios se encontraban hinchados, por lo menos uno de los dos la había pasado bien anoche, las pesadillas me destruyeron más de una vez. —El que te encanta, preciosa. —dije pasando mi lengua por encima de sus lab
Alexandra Guzmán —¿Qué sientes sobre eso? ¿Te arrepientes? —preguntó sacándome de mis pensamientos. ¿Qué se supone que debería responder a ello? —Me arrepiento de no recordarlo, creo. —mencioné tímida mientras me detenía a pensar en eso—. No entiendo por qué lo hice, tal vez fue uno de esos impulsos de borracha, pero quizás en el fondo quería sentirme capaz de tomar mis propias decisiones y dejar de ser siempre la correcta. —agregué. —Tomaste una buena decisión al acostarte conmigo, ¿Eso quieres decir? —preguntó curioso y con una mirada burlona. —No exactamente. No fue una brillante idea acostarme contigo porque no recuerdo nada de lo que pasó, literalmente entré en coma etílico en ese momento. Ni siquiera tengo lagunas de lo que hicimos, pero, por alguna razón recuerdo tus manos acariciándome, al menos la sensación. —comenté nuevamente, creo que parecía una loca, pero Greco parecía escucharme con atención. —Eso es más que suficiente para mí, Alexandra. —comentó mirándome fijame
Greco Morelli Apenas dejé a Alexandra en la calle de siempre me fui rápidamente. No quería estar cerca de ella, no podía pensar con claridad las cosas que decía o hacía. «¿Qué es lo que tienes, Alexandra?» ¿Qué m****a hice? ¿Qué fue lo que traté de decir? Pues era obvio, esa chica era diferente al resto… —dijo mi subconsciente. ¡Claro que lo era! No es una m*****a prostituta o una perra sangrienta cómo las que habitúan en esta vida de maldad a la que estamos tan acostumbrados. Y es que las muertes repentinas, asesinatos y demás están tan presente que es casi cotidiano. —¿Qué hice? —me pregunté cuando entraba el carro al estacionamiento del departamento. No fui capaz de responder esa pregunta. Creo que debería mantenerme un poco alejado de ella estos días… tenía claras mis prioridades, pero estando cerca de ella algo cambiaba, simplemente me recordaba a mi madre, a lo que ella me hacía sentir, ver sus lágrimas caer de su rostro fue cómo recordar todas las veces que vi a mi madre llo
Alexandra Guzmán —¿Estás segura de que estaremos bien? No me convence para nada tú idea de ir a ese sitio. ¿Sabes cuántos accidentes pasan en esas cosas? —mencioné mirando seriamente a Raquel, ella estaba empecinada en acompañar a su novio a ese lugar. —Tranquila, Alex… iremos con Leandro, él no dejará que nada malo nos pase. —mencionó ella alegremente—. Además, ¿Dónde está esa nueva versión de Alexandra que no se deja ver, al parecer fue cosa de solo un día? ─inquirió con un tono tentativo, quería que lo hiciera y me estaba provocando. ─Solo lo haré por ti, Raquel. Espero que ese tal Leandro sepa cuidar de ti y que no nos meta en problemas. ─agregué mientras la miraba de reojo. Entré al baño y me puse un jeans algo rasgado y un top color crema. ─Hará frío, Alex… será mejor que busques una chaqueta. ─mencionó mi mejor amiga mirando mi armario─. Aquí tienes una chaqueta que parece abrigadora. ─dijo nuevamente. La miré y negué inmediatamente, era la chaqueta de Greco… después de lo
Greco Morelli Ver a Alexandra debajo de otro hombre se sintió cómo si estuviesen golpeándome y luego cuando la vi negándose entendí que las cosas no estaban bien. Sentí deseos de acabar con el maldito de Gabriel. No me detuve en pensar cómo se encontraba ella hasta que me separaron del cuerpo casi sin vida de Gabriel, ese malnacido lo merecía. Salí a buscar a Alexandra, pero no contestó, enloquecí buscando alrededor de ese lugar, gritando su nombre sin obtener una respuesta. ¡Maldita sea, Alexandra, soy yo! ¡Jamás te lastimaría! —Pensé en ese momento. Luego de irnos del sitio de las carreras la llevé a su casa, intenté varias veces hablarle, pero no lo hice, tenía miedo de que me rechazase y lo comprobé cuando traté de acariciar su mejilla… Enloquecí cuando preguntó por qué siempre le pasaban las cosas malas, pude ver el alivio en sus ojos cuando me vio aparecer y sacarla de aquel hueco, ¿Cómo decirle que tampoco era algo bueno que me acercase a ella? Estoy confundido, mis pensam
Alexandra Guzmán ─Está bien, no hay problema en eso. Me gusta la pizza. ─mencioné sonriendo tímidamente. Él también lo hizo, o al menos trató, se relajó un poco. Sirvió algo de vino en dos copas y me tendió una. Bebí un sorbo y luego me quedé pensando en lo que había dicho─. ¿A qué te refieres con eso de qué no sé lo que provoco en los hombres? ─pregunté aún con la duda en mi cabeza. Greco terminó ahogándose con el vino que había bebido, me levanté rápidamente para tratar de ayudarlo, pero no me dejó hacerlo, se levantó rápidamente y se fue al lavabo. ─Greco. ─susurré a sus espaldas apoyada en la puerta─. Quiero saber. ─Tenías una relación de años, Alexandra. Y no sabes lo que provocas en un hombre, ¿Cómo es eso posible? ─preguntó de pronto, mis mejillas se enrojecieron, no sé si era la vergüenza o la pena que tomaba partida de aquellas palabras─. Quiero creer que estás jugando conmigo y si es así déjame decirte que estás ganando, me estás tentando. ─comentó mirándome directamente
Greco Morelli ¿Qué había pasado? ¿Qué había hecho? ¿Por qué dejé que las cosas llegasen tan lejos? En otro momento quizás hubiese estado contento con la idea de llevarme a Alexandra a la cama, pero ahora… hoy no sabía que pensar, ella había pasado por un mal momento y aunque el ambiente entre ambos anunciaba que esto tarde o temprano pasaría no debía ser así, no de esta manera. No tenía por qué sentirme mal. La mujer que duerme a mi lado me confunde a tal punto en el que es complicado distinguir de lo que en verdad deseo o lo que debo hacer. Debo conseguir la venganza que le prometí a mi padre en su lecho de muerte, acabar con la vida del hombre que tanto daño me ha hecho desde que apenas soy un niño… y es que ningún niño debe perder a su madre. ─Humm ─susurró Alexandra a mi lado, se removió en la cama cómo si tuviese algún tipo de pesadilla, me acomodé cómo pude a su lado y luego la abracé acariciando su cabello para, de alguna forma, poder tranquilizarla. Pareció funcionar, al me