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Capítulo 7: "Perdón"

Laila Smith.

—Amén— dijimos todo dando por terminada la reunión de la noche.

Todo el pueblo estaba en la iglesia, como el domingo no se pudo hacer el culto habitual el líder decidió cambiarlo para el lunes en la noche. Hasta la familia Brown estaba presente sentada en las últimas filas de atrás, en cambio yo y mi familia estábamos delante.

—¿Quién es?— preguntó Simón tapando mis ojos con sus manos, su olor podía reconocerlo a kilómetros. Pero le gustaba mucho hacerme esas bromas.

—Simón.

—Ay que pesada, podías haberte hecho la que no me conocía— se quejó haciendo uno de sus dramas y sacándome la lengua.

—Pesado tú— le saqué la lengua yo también y nos echamos a reír.

Como me tocaba volver sola a casa esa noche, no tarde en despedirme de todos y salir de la iglesia, papá y todas las personas mayores tenían una reunión con el líder, que no sabía muy bien a que venía, pero ellos eran así de raros. Simón no podía acompañarme porque tenía que quedarse con su padre, así que me tocaba sola sí o sí.

Con solo poner un pie fuera de la iglesia mi cuerpo notó la diferencia de temperatura y el frío erizo mi piel, por suerte traía un vestido de mangas que pasaba por debajo de mis rodillas y encima la chaqueta de Pepa Pi que me regalo Simón la navidad pasada.

Luego de alejarme dos cuadras de la iglesia comencé a sentir unos pasos que me seguían, ¿por qué no te diste la vuelta? Porque era muy miedosa, aunque en el pueblo nunca había ocurrido nada extraño, todo tiene su primera vez y no quería que fuera conmigo, así que solo apresure el paso.

Y por si no se los había dicho ante, Brocklyn parecía un pueblo sacado de una peli de terror cuando caía la noche y no de las películas malas, sino de las buenas como Silent Hill. Las luces de los faroles casi no daban luz a las calles, cada farol estaba a diez metros de distancia o quizás más y todo el pueblo estaba rodeado de un lindo bosque.

Estaba a punto de iniciar una carrera hasta mi casa cuando vi la luz de una motocicleta acercándose a lo lejos, no recordaba a nadie de la iglesia en motocicleta, pero quería pensar que era alguien conocido, así que me acerque a la orilla de la calle y le hice señal para que frenara he inmediatamente el sujeto que me seguía se desapareció corriendo.

—¿Estás bien?— preguntó preocupado el chico que traía un caso puesto, de esos que no te dejan ver nada, solamente los ojos— Vi a alguien correr cuando me acercaba.

—Si estoy bien, pero algo asustada, me seguían desde que salí de la iglesia.

—¿Quieres que te lleve a casa?— se ofreció el chico muy amable— Prometo que no te haré daño.

—¿Pero quién eres?— pregunté ante de aceptar, no podía montarme en la moto de un desconocido.

Él comenzó a quitarse el casco, hasta que me mostró su rostro, era Mario.

—Oh Mario, no te conocí la voz— me disculpé, es que no había hablado mucho con él a diferencia de los demás.

—No pasa nada— asegura— ¿Te llevo o no?

Sin decir si o no, me senté en el asiento de lado dejando mis dos piernas cruzadas y poniendo la Biblia encima de estas para aguantarla con una mano y con la otra sujetarme.

—Puedes agarrarte de aquí para que no te caigas— pone mi mano libre al rededor de su cadera— Tranquila, yo iré suave.

Sin decir más tomo velocidad en su moto y mi cabello comenzó a pegarse en mi cara sin dejarme ver nada. Pero llegué sana y salva a mi casa.

—Bueno ya llegamos— me deja en frente de la casa y yo rápidamente intento bajarme, pero termino tropezando con mis propios pies y caigo de cara contra el asfalto.

—Ay— me quejé al sentir el fuerte dolor que recorría mi pierna, estaba sangrado en la rodilla— Lo siento Mario soy una tonta– intenté ponerme de pies, pero la pierna me falló y él enseguida vino a ayudarme con una gran cara de preocupación.

—Vamos, yo te ayudó— pasó sus manos por debajo de mi cuerpo y me cargó como a las princesas.

—Gracias nuevamente, ya puedes dejarme aquí— le agradecí justo cuando me dejó parada frente a la puerta.

—No hay porque, somos vecinos y hermano de religión, debemos ayudarnos.

—Igual muchas gracias.

—Tranquila, pon un poco de hielo en esa rodilla y mañana estarás bailando— dio una palmada sobre mi hombro y me guiño un ojo mientras se alejaba.

—Valla con el Supremo.

—Amén hermana.

Mario acababa de darme una gran lección, no juzgues a un libro por su portada porque puede sorprenderte. Valla que jamás imaginé que él fuera así de amable, parece hasta más agradable que Miguel.

—¿Te calló bien mi hermano?— preguntó el mencionado sentado en el sofá de mi casa.

—¿Qué haces aquí adentro?— inquirí molesta, ya se estaba pasando. Un día mi habitación y al siguiente mi casa, no señor.

—Te pregunté algo antes.

—Sí, es muy agradable— respondí con sinceridad.

—No quiero que estés cerca de él— me ordenó como si me conociera de toda una vida y yo no entendía nada.

—¿Qué hablas?— pregunté confundida, no entendía de donde venía tanta autoridad.

—Lo que escuchaste Laila.

—Miguel, perdón, no sé que idea te hiciste, pero lo de mi habitación solo fue porque me ayudaste y no tenía que haber pasado— hice una pausa y lo miré, pero él no parecía asombrado, creo que se esperaba eso, aunque la verdad yo no entendía nada, su cara no me trasmitía nada, solo me escuchaba y ya, no sé si estaba molesto o cualquier otra cosa— No te conozco, no me conoces y no tienes derecho a ordenarme nada.

—¿Pues eso crees?— preguntó él esa vez.

—No es que lo crea, es que es así— le remarque las últimas palabras— Solo somos vecinos y nada más.

—Conozco más de ti que tú misma— aseguró con el mismo tono de voz que había usado el día del cementerio, esa intriga y duda que trasmitía esas palabras.

—Ya me has dicho eso muchas veces, pero no te creo.

—Sí, sí me crees, estoy seguro de que hasta tienes curiosas por saber que tanto sé.

—Pues te equivocas, me importa muy poco todo este lío que te has creado, ya te dije que no te conozco de nada.

—Vale Laila, como quieras— se paró del sofá donde estaba y comenzó a acercarse lentamente, pero con mucha seguridad en cada uno de sus movimientos, yo me alejé porque no tenía idea de que iba a hacer, pero tampoco quería saberlo.

—Facile, vado e basta— dijo pasando por mi lado y saliendo por la puerta principal sin mirar atrás, dejándome con las mismas dudas que ponía en mi cabeza cada vez que me hablaba.

¿De dónde me conoce?

¿Será verdad?

No tenía ni idea, pero tampoco me iba a quedar sin averiguarlo.

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