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Capítulo 5: "Julieta"

Laila Smith

—¿Qué haces en mi habitación?— pregunté desde mi cama.

—Vine a visitarte porque quiero hacer amigas nuevas, pero tú estás castigada así que supongo que no puedes salir. Y yo vine a hablar contigo porque estoy muy aburrido en una casa tan grande y vacía— respondió con un tono neutro como si fuera mi amigo de toda una vida.

—¿Sabes por qué estoy castigada?— le miré con mala cara alzando una ceja y cruzándome de brazo.

—Claro, ya te dije esta mañana que yo sé todo sobre ti Laila— hablo con ese aire de intriga que rodeaba esas palabras— Mami Andrea no te quiere cerca de los nuevos, ¿no es así?

—¿Cómo lo sabes Miguel?— él no era adivino, para ser sincera ya no tenía seguro que creer sobre su persona.

—Laila no me subestimes que ya te dije, lo sé todo— puso esa sonrisa de medio lado y bajo de la venta para quedar en el piso de mi recámara.

—¿Todo?, bueno la palabra todo tiene un gran significado.

—Ese significado me lose de memoria y ya para de hablar de lo mismo— saco una bolsa que traía en una mochila y me la tiró sobre la cama— Para que comas algo porque debes tener hambre.

—No gracias, no quiero nada de ti— estiró uno de mis pies y le doy un pequeño empujón a la bolsa para que caiga al suelo— Y puedes marcharte por donde mismo viniste.

—Escucha Laila, si quisiera hacerte daño ya te hubiera matado; si fuera un loco pedófilo, ya te hubiera violado. En fin yo no sé que película tú te inventaste en tu cabeza, pero ten por seguro que no se va a estrenar— recogió la bolsa del suelo y la puso sobre sus piernas cuando se sentó en la orilla de mi cama.

—¿No puede estar aquí Miguel?— me puse de pie y me alejé evitando tener constato con él. A mamá no le gustaría ver esa escena.

Él solo rodó sus ojos y soltó una larga respiración, creo que estaba buscando algo de paciencia para continuar y me alegraba mucho que tomara la decisión de irse antes de que me buscara un problema o cree un malentendido.

—Todos están el jardín y si no hablas alto no tienen por qué enterarse— comento en un susurró después del largo silencio y mató todas las esperanza de verlo marcharse.

—Si se enteran de esto podría ir al convento por años, ¿Lo sabes Miguel?— contra ataque para librarme de él.

—Vamos chica tranquilízate yo me encargo— me hizo un pequeño gesto con sus manos sobre el colchón para que me sentara a su lado.

—Solo diré que si porque tengo mucha hambre— al final él tenía razón si todos estaban afuera no tenían por qué enterarse y no tenía nada de malo que comiera algo. Además también podría averiguar más sobre ellos.

—Como digas— asintió con la cabeza y me regreso la bolsa con la comida.

Al abrirla salió un olor a hamburguesa recién calentita que entró  por mis fosas nasales despertando mis glándulas salivales, como diría mi hermano Lucas se me hizo la boca agua. Como tenía tanta hambre solo me dispuse a comer y cada bocado que llena mi boca me parecía más delicioso.

La mirada de Miguel no se había despegado un segundo de mí, pero no pretendía molestarlo porque quería comer y no hablar.

—Déjame verte ese labio— rozó su dedo sobre mi piel lastimada e inmediatamente cada vello se puso de puntita provocando que diera un salto hacia atrás y me alejará de su mano.

—Eso se ve muy feo, déjame ayudarte— intento acercarse nuevamente y yo me alejé otra vez—Laila no pienso lastimarte.

—Yo lo hago, yo puedo hacerlo sola— me encogí de hombro y tomé el espejo que estaba a mi lado para mirarme la herida.

Estaba algo infectada porque ya habían pasado varias horas sin limpiarla, además de que me había lastimado muy pocas veces en toda mi vida.

—No dudo de tu capacidad, solo te digo que soy médico graduado desde hace dos años y tú solo comienzas ahora— se encoge de hombro al igual que yo ante y me regala una sonrisa.

—Vale, vale, pero será rápido y luego te vas.

—Como quieras— cerro los ojos y al abrir su mirado se deslizó por toda mi habitación hasta caer en mí nuevamente— ¿Dónde tienes el alcohol y el algodón?

—En la gaveta— señalé  la mesita que estaba en el suelo hecha un desastre.

—Eres un tornado— bromeó revisando la gaveta y alzando las cosas del suelo— Ya lo encontré— alzó su mano para dejarme ver.

Luego se  acercó a la orilla de la cama y se sentó en frente de mí con un pie debajo de él otro que estaba estirado apoyado en el suelo, su mano abrió el paquete de algodón con delicadeza y lo mojó en el alcohol para luego llevarlo a mi labio.

De cerca se veía mucho mejor, su cabello estaba pegado en su frente por el sudor, sus labios eran muy rosados con una dentadura perfecta, su respiración olía a vainilla y sus ojos miraban cada puntito de mi labio como si fuera un trocito de diamante que debe cuidar, fue la primera vez que pude ver a través de su mirada.

—¿Te duele mucho?— preguntó alejando el algodón de la herida.

—Me duele más el corazón— confesé con la mirada perdida en la oscuridad de la noche que se veía por la ventana.

—Te entiendo— encogió sus labios y me miro fijamente— Pero todo el dolor es psicológico— aseguro— Mañana ya todo estará bien.

—No Miguel, tú jamás entenderás a alguien como yo— cuestione bajando la mirada hacia el suelo y él no se molestó en contestarme.

No me imaginaba a Miguel llorando o pasándola mal y sé que lo conocía hacía muy poco, y mamá decía que a las personas no se podían juzgar por sus acciones, pero Miguel tenía un carácter tan duro y una mirada tan fría que lo veía incapaz de sentir algún sentimiento más allá que el amor propio.

—Es que ella es, nose como decirte, es que está un día bien y uno mal, odia a todos, no me deja hablar con nadie— tomé un poco de aire y lo suelto— Soy como un lingote de oro Miguel y no me quejo, pero al menos debería confiar en mí porque me lo merezco.

—Todos tenemos días malos y días buenos Laila— cerré los ojos y él llevó su dedo a mi mejilla para limpiar unas lágrimas que se me había escapado— Verás que mañana todo estará mejor que hoy.

—No puedo creer que esté llorando. Apenas te conozco— sonreí y apreté mis ojos ante de abrirlo otra vez— Estoy siendo tan ridícula.

—Na, estás llorando porque sabes que si tu situación fuera diferente te estarías enamorado de mi justo ahora— me sonrió y yo rodé los ojos avergonzada porque jamás en mi vida imaginé tener una conversación con alguien desconocidos.

—Si mi situación fuera diferente tú estuvieras detenido en este momento— solté una risa triste y me puse de pie nuevamente para tomar una respiración y evitar que salgan más lágrimas delante de él, ya tenía bastante drama por un día.

—Talvez si, talvez no— inclinó su cabeza hacía cada lado y comienzo a recoger todo el reguero de cosas sucias para meterlo en su mochila.

En lo que intentaba meter cada cosa en su mochila yo recogí un poco el reguero de mi  mesita que estaba en el suelo. Pero la cerradura de la puerta comenzó a moverse alertándonos de que alguien está del lado de la habitación.

Mis ojos miraban todo el lugar buscado una idea para esconderlo y sabía que era un pecado mentir sobre esas cosas, pero esperaba que una vez más que el Supremo me perdonara, porque no tenía otra alternativa.

—Shhh, entra al baño— puse mis dedos delante de mis labios y le señalé la puerta que estaba justo detrás de él.

—Preséntame a la familia— hizo un puchero muy gracioso y lindo a la vez— ¿Te da vergüenza presentar a tu futuro marido?

—Cierra la boca y entra ahí a una vez ante de que pase algo peor— le di un pequeño golpe y me tiré sobre la cama al ver la puerta abriste despacio.

Gracias al Supremo mi habitación desde hacía meses atrás tenía la cerradura algo atorada por culpa de mis hermanos que en uno de sus juegos la rompieron.

—Laila cariño, vamos para que comas algo— entró papá y se quedó sorprendido al ver la mesita tirada— ¿Qué paso Laila?— la señaló y luego me miró con pena en sus ojos.

—Fue un pequeño incidente papá, lo lamento— bajé la mirada al suelo avergonzada.

—Tu madre sabe muy bien que no puede alterar tú emociones— resoplo para luego tomar mi mentón en sus manos— No es tu culpa cariño— me regaló una sonrisa muy sincera, de esas que yo amaba— Vamos a cenar que ya es tarde y luego arreglamos todo esto.

—Vale déjame cambiarme de ropa y bajo— aún traía el vestido de la misa y no pensaba tenerlo toda la noche, además que aún Miguel estaba escondiendo dentro de mi baño.

—No tardes que ya estás fuera de horas advierte y se dirige a la puerta.

—Vale papá.

— Por cierto, ¿hablabas con alguien?— me miró fijamente buscando una respuesta en mi mirada— Escuche unos susurros cuando abría la puerta.

—No papá, solo leía— tomé un libro que está encima de cama y se lo muestro, a lo que él solo asintió con la cabeza y se marchó.

«Es la segunda vez que miento por culpa de los Brown»

—Ya puedes salir— di pequeños golpes en la puerta del baño para que Miguel saliera.

—Eres una experta mintiendo, jamás pensé eso de ti— se cruzó de brazos y negó con la cabeza.

—Mejor vete que ya se te paso la hora— le cortó de una vez por toda señalando la ventana.

— Ok señorita. Gracias por la noche— puso  esa sonrisa de medio lado que siempre lleva y se dispuso a bajar por las escaleras que tenía recostada a la pared de casa.

—Estás loco, no deberías bajar por ahí— le regañé antes de que pusiera un pie fuera.

No es que mi importará mucho si se mataba o no, solo que el Supremo jamás perdonaría que lo dejara morir en mi propia casa y escapando de mi habitación.

—Ya quieres que duerma contigo y mañana me presentas a la familia como tu futuro esposo— alzó sus cejas y me dio una mirada cargada de malas intenciones.

—Vamos vete Miguel— le empuje y él solo sonrío.

«Perdóname Supremo, pero no lo toleraba no un segundo más»

—Hasta mañana Julieta— bromeo bajando lentamente cada pedacito de hierro donde ponía en pies para bajar.

—Hasta mañana Miguel, ve con el Supremo— me limité a responder.

—Amén— asintió con la cabeza y desapareció en la oscuridad que separaba su casa de la mía.

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