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Hasta que la muerte nos separe (segunda parte)

(Continuación)

Andrea no tardó mucho en llegar al hospital. No quiso avisar a nadie, para no preocuparlos, además, todos se encontraban en el gran salón donde se llevaría a cabo la fiesta de año nuevo.

Todos las personas que le veían pasar se sorprendían de ver a una mujer tan hermosa y elegantemente vestida en ese lugar y a esa hora.

—Buenas noches, soy la señora Kaplan. —La enfermera le dio las indicaciones para presentarse en el siguiente piso, donde estaban los quirófanos. Al estar ahí, una mujer mandó llamar al médico tratante.

—Señora Kaplan, soy el doctor Morrison, hablé con usted. —Comenzó a explicarle miles de datos que ella no entendía.

—Doctor, por favor, sólo dígame que mi esposo está bien. ¿Cuál es el pronóstico?—El hombre negó.

—No le voy a mentir. El golpe que recibió su esposo fue muy grave y perdió mucha sangre y al ser del tipo rh-negativo, fue difícil conseguir las unidades necesarias. Por ahora, pasará a terapia intensiva, donde va a evaluarse y esperaremos su evolución. Si en setenta y dos horas hay mejoría, podemos decir que puede salvarse. Lo siento.

De pronto sintió que el frío del hospital se sentía como frío de muerte.

—¿Quiere que llamen a alguien para que le haga compañía? —Se quedó pensando un momento? ¿A quién?

—No, esperaré sola y mañana hablaré con mi familia. —El doctor solo hizo un ligero asentimiento de cabeza y se retiró del lugar.

¿Qué voy a hacer ahora?

Horas más tarde lo vio salir del elevador. Lucía tan pálido que parecía que la muerte había llegado a él. Se acercó para tomar su mano y tratar de infundirle un poco de calor.

—Tienes que despertar amor. Tienes que saber que hoy te iba a contar de nuestro bebé. Un pequeño tú y yo. Al fin nuestro amor dio frutos, así que tienes que levantarte de esa camilla y cuidar de mí y de tu hijo. Te amo.

Las lágrimas le impidieron seguir hablando y el hombre fue llevado al área de cuidados intensivos. Ella los siguió y en ese sitio, lo único que pensó fue en rezar en voz baja.

«¡Oh, Dios mío, Dios mío! Por favor, que se recupere…Padre nuestro que estás en el cielo…»

No pudo terminar la plegaria, pues un nudo en garganta se lo impidió, así que solo pudo repetir en su mente la frase: «recupérate, por favor»

Se despertó durante el cambio de guardia de enfermería. Se sentó en el incómodo sillón que estaba fuera de la habitación de su esposo y tomó su teléfono. Tenía todo el cuerpo dolorido. Tocó levemente su vientre, tratando de decirle a su hijo que su papá estaría bien a través del pensamiento.

Había muchas llamadas perdidas de sus padres y sus suegros. No les había avisado y ahora no podía retrasar la noticia, así que primero llamó a sus padres quienes contestaron de inmediato.

—¡Andrea! ¿Dónde se metieron toda la noche? —No pudo soportar más y comenzó a llorar desconsolada.

—¡Mamá! Félix tuvo un accidente y está en el hospital. ¡Mamá! ¡Se me muere! —Su madre no dijo nada, y la dejó calmarse.

—¿Avisaste a sus padres? —Ella esperó un momento más y cuando al fin se calmó, pudo explicarle.

—Necesito que vayas a verlos y les digas, no quiero decirles por teléfono y no quiero moverme de aquí. —Su madre entendió y la tranquilizó, diciéndole que ella se encargaría.

Ahora venían los momentos más difíciles.

*****

Dias después

—Señorita. ¿Cómo está mi esposo? —La joven le preguntó a una enfermera que no había visto antes y que la miraba con confusión. A las que usualmente veía, ya los conocía por su nombre. —El señor Kaplan, de terapia intensiva.

La mujer pareció comprender y le regaló una sonrisa.

—Ah, ya, disculpe, soy nueva. El señor Kaplan está consciente pero el médico está con él.

Al escuchar que estaba despierto sintió que al fin podía respirar.

—¡Oh, por Dios! Gracias. ¿Cree que pueda verlo? —La enfermera negó bruscamente.

—No, lo siento, pero tal vez en un par de horas más.

Andrea sonrió. Al menos el tiempo se haria corto pensando en que pronto vería a su esposo. Dudó en llamar a su suegra, pues no sabía si todos podrían pasar a verlo. Así que le agradeció a la chica y volvió a su lugar.

Tenía días con una ligera molestia en el bajo vientre, pero no quiso darle importancia. En internet había leído que era normal, así que decidió que saliendo de ver a su esposo, pediría cita con la ginecóloga de ese mismo hospital.

Cuando el tiempo pasó, se dirigió a la habitación. Ahí estaba su esposo, conectado a miles de cables y tubos. Se tapó la boca para no soltar un gemido. Se acercó a la cama y tomó su mano que estaba fría.

—¡Oh, amor! Quisiera ser yo quien estuviera en tu lugar. —El hombre no despertó, pues había sido sedado de nuevo, al retirarle el respirador artificial. En ese momento, su esposo abrió los ojos y al reconocerla, dos lágrimas bajaron por sus mejillas.

—También te amo. Con toda mi alma y con todas mis fuerzas. Con todo mi corazón.

*****

Tres días después, al fin había podido hablar. El hombre la veía, y parecía ansioso de contarle algo.

—No hables, no te canses.

Pero el hombre insistía.

—Tengo que contarte, tienes que saber. —Comenzó a toser y ella quiso impedir que siguiera hablando. —Estoy aquí, por culpa de tu supuesta amiga. Ella …—Tuvo que esperar un poco para seguir hablando, pues la ansiedad por explicarle lo hacía ahogarse.

—Ella…en realidad es tu peor enemiga. —Y comenzó a relatarle todas las cosas horribles que había dicho de su esposa. Andrea comenzó a sentir de nuevo ese dolor en el abdomen. Comenzó a sudar frío, mientras escuchaba las horribles mentiras que Nelsy le contó a su esposo.

Lo que le estaba diciendo era increíble, sin embargo, sabía que era verdad. Que su “amiga” siempre fue así. Recordó de pronto algo que guardó en su memoria: el de la pierna de su amiga rozando la de “él” hace muchos años atrás. Se imaginó haciendo lo mismo con su esposo y al ver que no funcionaban sus armas de seducción con él, decidió envenenarlo, pero no contaba con el fuerte amor de Félix hacia ella.

Entonces lo vio todo. Las mentiras, su falta de amor hacia sus padres, y su crueldad hacia quienes ella consideraba no eran dignos de su presencia. Y se culpó por haber sido una tonta, una ilusa, que simplemente creyó en las mentiras de la que pensaba era su “mejor amiga”. Ahora esa credulidad, la estaba pagando su esposo en el hospital.

—¡Andrea! —El fuerte grito de su esposo la vuelven a la realidad.

—¡Félix! —Los dedos de su esposo se aferran a ella, para luego aflojarse. Solo pudo ver como sus pupilas rodaron hacia arriba y de su boca escapó un ligero estertor. Su último aliento.

—¡FELIX! –Volvió a gritar, pero ya la estaban sacado afuera. El horrible sonido de la línea vertical, la hizo sentir que un abismo se abría frente a ella y caía en él. Y algo salía de ella. Lo había perdido todo. A su amor y a su bebé.

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