Mi funeral

En el último piso casi nunca hay nadie, aunque estoy consciente que las cámaras grabarán todo, así que tengo que ser lo más invisible posible para que no levanten después una denuncia contra Michelle por robo. Mi cochecito está intacto. Con mucho polvo por la falta de uso, pero disponible. Tecleo y saco las llaves. Espero que este cuerpo esté lo suficientemente recuperado para manejar. La luz del sol me da en la cara al salir del estacionamiento y es una sensación agradable, pero agridulce. No puedo llegar así a la funeraria, por lo que decido hacer una escala en ese departamento que ni Mario conoce. Se lo compré el año pasado a una de las chicas de administración, le urgía el dinero. Esta cerca del hospital y tenía pensado rentarlo a estudiantes o médicos foráneos, o simplemente usarlo cuando saliera muy tarde de alguna reunión de trabajo o para comer a solas y en calma durante los congresos de tres días que organizábamos en el hospital universitario. No se lo dije a mi marido porque sabía que me cuestionaría por gastar el dinero en algo así y no en “nosotros”; porque tendría que aguantar de nuevo la cantaleta de que siempre trato de ayudar a gente externa y no a la propia. Ahora doy gracias al cielo por mi decisión.

Al entrar, reconozco las cosas que he ido dejando. Un par de fotografías, algunos vasos y platos que eran de mi abuela, y los muebles de nuestra primera casa. Sobre ese sillón concebimos a Lina. No puedo evitar llorar de rabia de nuevo. Pero no tengo tiempo. Me doy un baño rápido e instintivamente, evito mirarme demasiado, porque siento como si estuviera vulnerando la intimidad de alguien más. Salvo las cicatrices del accidente, el cuerpo de Michelle es tan perfecto como el de cualquier chica de 21 años. Tiene la piel tersa, firme y sus senos están al menos unos diez centímetros arriba de donde estaban los míos. Bendita juventud…

Exploro el clóset y sólo encuentro trajes sastre y vestidos formales. ¿En qué momento me volví tan anticuada? ¿Cuándo me creí eso de “usa ropa adecuada a tu edad”? Finalmente, en uno de los cajones, hay un conjunto deportivo. Creo recordar que se lo compré a una de las asistentes médicas que vende ropa para ayudarse a completar la quincena. Lo dejé aquí justo porque nunca uso esas cosas. Se ve muy extraño con botas de limpieza, pero mis zapatos son todos de tacón y del número cinco, y Michelle calza como del número tres. Me rio con amargura. Como si esas banalidades valieran ahora.

Me hago una cola de caballo y me tapo con la capucha de la sudadera. Conduzco hasta la funeraria, pero me estaciono a unas cuadras porque no quiero que nadie de la familia o allegados reconozca el auto. Hago un esfuerzo mayúsculo para no perder la compostura; todo esto me sigue pareciendo tan absurdo como un mal sueño.

A mi lado pasan caminando caras conocidas: Compañeros, personal médico, parientes lejanos, amigos… No lo dudo y entro a la sala principal. En el centro está mi ataúd rodeado por cuatro enormes cirios y el cínico de Mario hace guardia junto a tres de los directores. Hay arreglos florales por todos lados que mandaron clientes, proveedores… Que al parecer me querían más que la persona más importante de mi vida. Intento acercarme, pero una plática a mi lado me distrae.

- ¿Y saben ya que pasó? Digo, en la televisión dijeron que fue un accidente, pero, ¿No está todo muy raro?

- ¿Alguna vez te subiste con ella? Manejaba pésimo. No es nada extraño que haya tomado el camino equivocado. Esta gente es toda igual. Siempre la llevaba el chofer y justo esta ocasión que se aventuró a conducir ella, se accidenta. Se malacostumbró y se volvió una inútil…

Quiero aventarles el cenicero que tengo a mano. Es uno de los doctores del área de psiquiatría. Siempre me sonreía y me hablaba cordialmente y el día que le di un aventón a su casa porque su coche estaba en el taller, no dejó de elogiarme por mis habilidades al volante y mi amabilidad…

- ¿Y tú qué demonios haces aquí? ¡¿Cómo te atreves?!

Reconozco la voz, es Lina, mi hija. Volteo tratando de identificar a quién le habla; a lo mejor ya se enteraron de lo de su padre con Abril y por supuesto no iban a quedarse de brazos cruzados…

- ¡No te hagas tonta! ¡Te estoy hablando a ti! ¡Respeta el último adiós de mi madre!

Me paralizo al darme cuenta que le grita a Michelle. A mí en el cuerpo de Michelle. Trato de acercarme, pero ella se aleja horrorizada. Mario se acerca corriendo, de la nada aparecen Abril y mis gemelos.

- ¿Qué es este escándalo Lina?

- Es que cómo se atreve a venir papá… ¿Qué pretende? ¿Darme el pésame?

- Mar… Doctor Estrada, creo que es la paciente que estaba en urgencias, junto a la cama de la Lic. Luna.

- ¿Qué hacía junto a mi mamá?

Me descubro bien la cara para que todos puedan ver mis cicatrices.

- Tuve un accidente. Escuché que la persona que estaba en el cubículo junto al mio falleció y quise…

Lina se adelanta y me da una cachetada. Los asistentes empiezan a cuchichear, Mario detiene a mi hija y Abril intenta consolarla. M*****a desgraciada, quítale las manos de encima… Alguien me detiene antes de que intente algo y me saca del lugar. Es Víctor, uno de mis gemelos.

- Disculpa a mi hermana, está muy alterada. Lamento mucho que hayas tenido un accidente, ahora entiendo porque no podía contactarte y no sabía nada de ti. Yo pensaba que… Bueno, no importa. ¿Estás bien? ¿No te lastimó Lina? Mi hermano es cirujano plástico, de los mejores que conozco, así que no te preocupes por las cicatrices, sé qué él podrá arreglarlas…

No entiendo nada. Lina me detesta y al parecer Víctor tiene interés en mí. En Michelle. Pero, ¿Cómo es que yo no sabía de la existencia de esta chica en la vida de mis hijos? Trato de hurgar en mi memoria lo que me decían en las videoconferencias, en las pláticas en Navidad, en vacaciones… ¿Quién es esta chica y que les hizo que está entre su odio y el amor?

- Yo no quería perturbar a tu familia, sólo quería…

- No te disculpes ElleT. Es el dolor lo que hace a Lina sobre reaccionar.

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