Sueños rotos

“Me lo debe”. Esa frase se me estrelló en la cara al recordar a mi madre y a mi misma diciéndoselos en alguna discusión estúpida a mis hijos. Nunca había sido consciente de lo poderosas y destructivas que podían ser esas tres palabras.

Carmen, mi madre, tenía el gran sueño de ser pintora. Había estudiado en las mejores academias desde niña y a sus 19 años, había recibido una importante beca en un instituto europeo. Mi abuela estaba feliz, mi abuelo no tanto. Para él, las mujeres debían encontrar un buen marido que asegurara su estabilidad económica y punto; lo demás eran actividades para distraerse. La empresa panificadora en la que trabajó toda su vida, hasta tenía un día en que las esposas de los altos ejecutivos se reunían a hacer cosas de "señoras": coser, bordar, tomar el té y si, pintar. A eso lo habían reducido.

Javier Luna, mi papá, era unos cinco años mayor que ella y era hijo de un amigo de mi abuelo, por lo que visitaba la casa constantemente. Desde que Carmen lo vio por pr
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