Desde entonces habían pasado dos horas, dos horas desde que me habían separado sin piedad de mi hijo. Caminaba por las calles sin un rumbo claro, estaba totalmente desorientada y conmocionada por todo aquello, no prestaba atención a nada de lo que me rodeaba.
- Liv... - Empecé a llorar de nuevo cuando mi vieja amiga por fin contestó a la llamada.
- ¿Becca? Siento haber tardado tanto en responderte, estaba en una videoconferencia con un cliente extranjero. ¿Cómo ha ido? ¿Por qué lloras? - Su voz estaba llena de preocupación y yo apenas podía articular palabra. - ¿Dónde está Tom?
- Lo he perdido... - Me agazapé en medio de la acera, poniéndome la mano libre delante de los ojos, incapaz de contener los sollozos de un llanto doloroso. - Lo he perdido todo, mi casa, mi coche... y lo más importante, la custodia de mi hijo.
- ¡¿Cómo?! - Oí caer un vaso al suelo, sacándome del estupor de la tristeza. Solo entonces caí en la cuenta: estaba sola, en un barrio que nunca había pisado, llorando mientras hablaba con Olivia por el móvil. - ¿Dónde estás? Voy a buscarte.
Me limité a enviarle un mensaje con mi ubicación y me permití llorar en silencio mientras me dolía el pecho. No me importaba la gente que pasaba a mi lado y me miraba con lástima, ninguna de esas miradas de compasión iba a intimidarme después de lo que había pasado.
- ¿Te encuentras bien? - Resoplé y levanté la vista hacia la voz gruesa. - ¿Necesitas ayuda?
- ¿Eh? - Estaba desconcertada, simplemente no tenía voz en ese momento. Solo pude esbozar una leve sonrisa al hombre, que no parecía tener más de 35 años, en la silla de ruedas un poco más cerca de mí. - No, gracias... Supongo.
- ¿Está usted seguro? No tiene buen aspecto. - Me tendió una botella de agua y sonrió al verme decir que no de nuevo. Por educación, cogí la botella que me ofrecía y volví a sonreír. - Está a punto de llover, ¿quieres que te lleve a casa?
- No te preocupes por mí. - le contesté aún con menos humor. En realidad, quizá era miedo porque estaba siendo muy amable conmigo, o quizá era más normal de lo que pensaba, pero había perdido la fe en el ser humano y me costaba creer en tanta amabilidad.
Cuando empezó a quitarse el abrigo y mencionó entregármelo, me levanté, negándolo, y como tenía las piernas entumecidas del tiempo que llevaba agachada, acabé tropezando. Mi primer instinto fue cerrar los ojos y esperar lo peor, pero cuando sentí unas manos que me sostenían, haciéndome caer sobre algo blando, abrí los ojos asustada.
- ¿Se encuentra bien? - Me miró preocupado mientras yo cerraba las manos en puños y las levantaba alejándolas de mi cuerpo en un acto desesperado y avergonzado. - Lo siento, no era mi intención tocarla, pero no pude evitarlo, no quería verla caer.
- ¡Dios mío! - Sentí que se me calentaba la cara mientras me miraban fijamente los ojos casi azul-grisáceos del hombre, y cuando volví a la realidad me levanté rápidamente. - ¿Te he hecho daño? Lo siento mucho. - Me sentí avergonzada y me pregunté por qué me había pasado a mí. - ¿Cómo puedo compensarte por mi error? Dios, ¡qué vergüenza! Lo siento mucho.
- Coge mi abrigo. - Hice una mueca y le miré, viéndole sonreír como un niño que acaba de conseguir lo que quería. Era extraño, pero no podía pensar en malicia alguna viniendo de alguien en silla de ruedas. - Creo que algún día volveremos a encontrarnos, cuando eso ocurra puedes devolvérmelo. - Se quitó el abrigo, que parecía caro, y me lo entregó, dejándome confuso. - Va a llover y como no sé si estarás en casa hasta que empiece a llover, prefiero que al menos estés abrigada.
- Muchas gracias. - Sonreí levemente mientras le veía subir a un coche con la ayuda de un conductor. En cuanto pasó junto a mí, bajó la ventanilla y sonrió, saludándome con la mano como si me animara a ponerme el abrigo.
Así lo hice, me puse el abrigo sintiendo el calor del viento que me azotaba el pelo con violencia, diez minutos después Olivia aparcó el coche al otro lado de la carretera y corrió a mi encuentro.
- Becca, ¿cómo estás? - Olivia me agarró por los hombros y me abrazó, luego se apartó. - ¿De quién es ese abrigo? No parece de James, ¿de quién es?
- Liv... ¿Podemos hablar del abrigo más tarde? Han pasado muchas cosas... I... Estoy agotada. - Respiré hondo y apreté la manga de mi chaqueta.
Olivia me miró con tristeza, esa mirada proveniente de ella solo hizo que el dolor volviera a aflorar, así que aparté la mirada de ella y suspiré, caminando hacia el coche con la esperanza de cerrar los ojos y despertar de esta pesadilla.
Olivia me miraba fijamente mientras me secaba el pelo con la toalla. Su mirada parecía penetrar en mi alma mientras su mente parecía estar formulando mil y una formas distintas de preguntarme algo, sabía que sentía curiosidad por saber lo del abrigo y, al mismo tiempo, angustia por saber lo de Tom.
Olivia y yo nos conocíamos desde hacía años, y sabía que ella se encontraba en un conflicto interno, preguntándose si debía tocar la herida y hablar de mi hijo, o si debía fingir que no había pasado nada para intentar consolarme momentáneamente mientras preguntaba por el misterioso abrigo de olor masculino que colgaba de la percha. De hecho, estaba tan anestesiada que ni siquiera pensé en lo peligroso que era aceptar agua y un abrigo de un desconocido.
- Solo hay que preguntar. - Suspiré mientras me sentaba a su lado y apoyaba la toalla sobre mis piernas, mirando fijamente a la pared. - Nunca dudas en preguntar. Me doy cuenta de que tu cabeza debe de estar a punto de estallar de tanto pensar en la mejor manera de iniciar una conversación... así que simplemente pregunta, ya estoy bastante destrozada, nada empeorará lo que siento.
- Solo temo que mi pregunta la haga llorar de nuevo, o que la otra la haga parecer poco atractiva. - Se acercó a mí, colocando sus manos sobre mi rostro mientras lo analizaba con preocupación. - Todavía tienes los ojos hinchados de tanto llorar, deberías ponerte un par de cucharas en ellos para intentar reducir la hinchazón.
- No pasa nada, es que... - Cerré los ojos momentáneamente, recordando el dolor que sentí cuando me arrebataron a mi hijo de los brazos. - Voy a recuperar a Tom, aunque me cueste la vida. Tom lo es todo para mí, no puedo dejar a mi hijo con su padre irresponsable. - Hablé con decisión, haciendo que Olivia sonriera unos segundos antes de volver a suspirar.
- De todas formas, ¿qué ha pasado en el juicio? - Me quitó la toalla de la mano y se arrodilló en la cama para ayudarme a secarme el pelo. - Creía que te ibas a quedar con Tom. James ni siquiera tiene una casa para cuidar al niño.
- Ahora sí. - Cerré los ojos. - James me golpeó. - Sentí que se me calentaba la cara de rabia. - ¿Recuerdas cuando te conté que el año pasado hubo un día que llegué cansada, con sueño y sin paciencia y firmé un papel que James dijo que era para la excursión de Tom? ¿Y me pasé toda una semana perdida porque Tom no fue a esa excursión y yo no sabía si había firmado algo o no? Seguía pensando que había sido un sueño, incluso cuestioné a James, pero él seguía cambiando de tema. - Volví a suspirar cuando Olivia se levantó de la cama y se plantó frente a mí con los brazos cruzados, mirándome enfadada. - Sé que debería haber profundizado más en esto, ¡no me mires así! Pero nunca hubiera pensado que me pasaría algo así, le conozco desde hace 15 años, o eso creía.
- Siempre he sentido una mala aura proveniente de James. - Olivia cerró las manos en puños y entornó los ojos mientras miraba fijamente a la pared. - Voy a acabar con este cabrón. Juro que voy a matarlo y va a ser con mis propias manos para poder saborear la venganza.
- No hagas eso, tal y como está... - Me rasqué la nuca con cansancio, sabía que intentaba hacerme reír a su manera, pero en ese momento no podía sentir ni un ápice de humor en la situación. - Seguramente iría al juzgado y diría que yo había mandado a gente a darle una paliza y eso solo le daría al juez más motivos para no darme la custodia de mi hijo en el futuro.
- ¿Cómo te sientes? Sé que perder la custodia de Tom fue un duro golpe para ti. - Se sentó a mi lado, cogiéndome las manos mientras yo moqueaba, sin ganas de volver a llorar. - Sabes que puedes llorar por mí, sabes que estaré contigo.
- Es tan doloroso. - Tomé una de mis manos para secar una lágrima que se atrevía a caer. Mi garganta se cerró y de nuevo sentí que mi voz se apagaba mientras temblaba, sacudí la cabeza negando para mis adentros lo que había sucedido esa tarde. - Liv... ¡Estaba llorando, diciendo que quería estar conmigo! Nunca me perdonaré haber sido tan ingenua con James, nunca me perdonaré haber hecho llorar así a Tom, toda la situación es imperdonable. Debí haber escuchado a todos cuando me decían que James no valía nada. - Resoplé pensando en mis padres que siempre habían amado a James, al menos ellos no habían llegado a conocer el verdadero lado de James, eso les ahorró muchas decepciones. - Ese juez era amigo de James. - De nuevo cerré los ojos momentáneamente antes de volver a abrirlos. - Sé que terminé golpeando a James, pero el juez había estado de su lado desde el principio, eso era obvio para cualquiera.- Te ayudaré a que Tom vuelva en sí. - Olivia me abrazó mientras me permitía llorar de
El corazón le latía deprisa, tenía el pelo húmedo de sudor y el cuerpo le temblaba, todavía asustado por la pesadilla que había tenido hacía apenas unos minutos. Durante unos instantes su cuerpo no se movió, estaba completamente paralizado, se sentía como en una jaula dentro de su propio cuerpo, aunque quisiera, su cuerpo no respondía a sus órdenes.Con dificultad se sentó en la cama y buscó a tientas en la oscuridad su teléfono móvil, que estaba en algún lugar debajo de la almohada. Las 4.20 de la madrugada. Y una vez más había perdido el sueño, debía de ser la tercera semana consecutiva que solo dormía unas horas por culpa de los malditos recuerdos que venían en forma de pesadillas solo para atormentarlo.Suspirando, cerró los ojos y se pasó las manos por el pelo, despeinándolo con frustración. Estaba cansado mentalmente por las pesadillas cada vez más frecuentes y físicamente por la falta de sueño reparador durante días. Deseaba tanto olvidar aquellas malditas imágenes que le asfix
Fuera solo quedaba una candidata, Rebeca. La chica que acababa de salir sonrió nerviosa y se acercó a ella.- Si yo fuera tú, saldría corriendo y renunciaría a esta entrevista. - Becca frunció el ceño y preguntó por qué. - Aunque es un sueldo alto, no merece la pena. Quiere que estés disponible las veinticuatro horas del día, ¿cómo puedes tener una vida así? Nadie está tan loco como para aceptar eso y renunciar a su propia vida.- Señorita Clifford. - Rebecca se levantó con un largo suspiro y le dio las gracias cuando la mujer le dedicó una sonrisa alentadora antes de abandonar el pasillo.- Rebeca Clifford. - Dijo Edward leyendo los documentos que tenía delante sin molestarse siquiera en mirar a la mujer. - Treinta años, licenciada en arquitectura, hizo algunas prácticas hasta los veintitrés, pero luego se dedicó al diseño gráfico, pero abandonó los estudios en el tercer año y nunca trabajó en ese campo. De los 23 a los 27 no trabajó en absoluto, solo fue "ama de casa". Trabajó en RR
- ¿Cómo es? - Olivia descruzó los brazos sorprendida, soltó una pequeña carcajada pensando que era una broma para aligerar el ambiente. - He oído mal, ¿verdad? - Cuando su amiga lo negó, sus ojos se agrandaron al instante mientras su asombro se convertía en puro terror. - Tienes que estar loca. ¿Acabas de separarte y te vas a vivir con un tío? Dimite inmediatamente. Te dije que hay una manera más fácil, acepta mi oferta. Dios, te has separado y te has convertido en una completa lunática. - Liv... - Rebecca cerró los ojos durante unos segundos y cuando volvió a abrirlos, abrazó a su amiga y suspiró, luego esbozó una débil sonrisa; no hacía mal en preocuparse, pero no debía ser así. - Sé que está mal que una mujer viva en casa de un hombre y todo eso... pero... no tengo elección. - Sus ojos se llenaron de lágrimas. - Necesito la custodia de Tom, y sé que estoy insistiendo todo el tiempo, actuando como un disco rayado, repitiendo siempre lo mismo... pero Tom es todo lo que más aprecio,
- Te lo enseñaré para que te acostumbres al entorno. - Elizabeth sonrió entusiasmada, mientras Edward se limitaba a poner cara de aburrimiento y asco mientras los seguía en completo silencio unos pasos por detrás. - Edward tiene alergia al polen, así que evitad las flores en casa, y no le gustan los dulces desde que era pequeño, así que excluidlos de cualquiera de sus comidas. - Rebecca pudo oír el suspiro ligeramente molesto del joven que venía detrás de ella, pero no sabía si adoptaba esa actitud porque su madre hablaba todo el rato de él, o si no quería tener a alguien viviendo con él y cuidándolo las veinticuatro horas del día. - Más tarde, les pedí que le dieran un menú con las cosas que debía comer cada día. - Rebeca anotaba todo en su móvil y prestaba atención a todo lo que le decían.- Tienes prohibido entrar en mi habitación bajo ningún concepto. Nunca. Entra. Mi. Habitación. - dijo Edward lentamente. Rebecca giró la cara para mirar a su jefe y frunció el ceño, solo asintió.
Sentado frente a su ventana, Arthur contemplaba con nostalgia el sol que ardía en el exterior, pensando en los últimos cinco años, en los que había pasado la mayor parte del tiempo solo en aquella habitación, a excepción de su madre, que a menudo entraba en la habitación para ver cómo estaba, ni siquiera los criados se atrevían a entrar.Echaba de menos la relación que tenía con su hermano y sobre todo con ella. Suspiró al recordar todos los recuerdos que había tenido con Victoria. Podían pasar siglos, pero era inevitable olvidar; la pelirroja había formado parte de su pasado y tenía un lugar más que especial en su corazón para el resto de su vida.Su sonrisa se tornó triste y llena de añoranza al recordar a su ex prometida y todos los momentos que habían pasado juntos hasta aquella fatídica tarde en la que ella le dio la espalda y jamás volvió ni envió palabra alguna.- No puedo seguir más contigo... No puedo, Arthur, he llegado a mi límite. - Sus ojos vagaban por la habitación, evit
Rebecca estaba sentada en el jardín mirando la foto de su hijo con una pequeña sonrisa en la cara. Le echaba de menos y ese sentimiento la asfixiaba hasta el punto de sentir las lágrimas fluir y el dolor en el pecho hacerle sollozar desesperadamente. Una vez más se sintió inútil por no poder proteger a su hijo y en consecuencia hacerles pasar por un sufrimiento tan innecesario.Desde lejos, en el balcón, Edward sorbía su café y observaba la escena sin entender mucho. Meditó varias veces si debía acercarse a preguntar qué había pasado o si era de mala educación porque aún ni siquiera se conocían bien. Por curiosidad, se acercó a ella, que estaba abrazada a sus rodillas, sollozando, y se quedó mirándola durante unos minutos, sin saber qué decir.- Tú -la sobresaltó y evitó mirarla directamente-. - ¿Estás bien? ¿Te duele algo? ¿Necesitas ir al hospital? - Lo siento, es que... todo va bien. - Ella sonrió, se secó las lágrimas y se levantó apresuradamente, sobresaltando al hombre más jove
Edward se despertó con un terrible dolor de cabeza, deseando poder hundirse en la cama y dormir un poco más o simplemente desaparecer de la faz de la tierra durante unas horas antes de enfrentarse finalmente al caos que probablemente le esperaba fuera de su habitación como de costumbre. Pero el olor a masa de tortitas le hizo rugir desesperadamente el estómago, despertándole por fin por completo. Respiró hondo, haciendo acopio de todo el valor que le quedaba, y al mirar se dio cuenta de que había, además de su medicación diaria, una pastilla para el dolor de cabeza junto a un vaso de agua, así que dio gracias al cielo por la medicina, la necesitaba.Estiró la mano para coger la medicina y tomársela de una vez, sin importarle si algún día le haría daño. Se dio cuenta de que tenía vendas en las manos y las rodillas y fue entonces cuando recordó la fatídica noche del brote, cuando se había agarrado a su secretaria y había llorado como un bebé en su regazo.Ensanchó los ojos ante cada rec