- Es tan doloroso. - Tomé una de mis manos para secar una lágrima que se atrevía a caer. Mi garganta se cerró y de nuevo sentí que mi voz se apagaba mientras temblaba, sacudí la cabeza negando para mis adentros lo que había sucedido esa tarde. - Liv... ¡Estaba llorando, diciendo que quería estar conmigo! Nunca me perdonaré haber sido tan ingenua con James, nunca me perdonaré haber hecho llorar así a Tom, toda la situación es imperdonable. Debí haber escuchado a todos cuando me decían que James no valía nada. - Resoplé pensando en mis padres que siempre habían amado a James, al menos ellos no habían llegado a conocer el verdadero lado de James, eso les ahorró muchas decepciones. - Ese juez era amigo de James. - De nuevo cerré los ojos momentáneamente antes de volver a abrirlos. - Sé que terminé golpeando a James, pero el juez había estado de su lado desde el principio, eso era obvio para cualquiera.
- Te ayudaré a que Tom vuelva en sí. - Olivia me abrazó mientras me permitía llorar de nuevo. - Tenemos que encontrar culpables en James, lo cual no es difícil, y necesitamos un buen abogado, así como un juez que no sea corrupto ni se deje llevar por "amistades".
Estaba frágil, me sentía estúpida por haber sido engañada de aquella manera y me sentía la peor persona del mundo por haber perdido la custodia de mi hijo. Volví a suspirar y me di la vuelta con una sonrisa.
- En los últimos días, he enviado varios CV, y mañana voy a enviar más. Por suerte, mañana tengo una entrevista. - Me enjugué las lágrimas y parpadeé varias veces, intentando eliminar las otras que insistían en formarse. - Voy a trabajar donde pueda, ahorraré mi dinero y me pagaré un buen abogado. Solo voy a aprovecharme de ti durante un tiempo y pediré dormir en tu casa durante ese tiempo. - Me mordí el labio y la miré fijamente. - ¿Puedes venir a mi casa a recoger mis cosas? Tengo miedo de encontrarme con Tom, no quiero dejarle llorando otra vez.
- Ni siquiera tienes que pedírmelo dos veces. - Sonrió y me tocó la mejilla. - Vendré mañana cuando esté en el colegio y tú irás a tu entrevista, no te preocupes.
- No te preocupes. Gracias. - Me tumbé en la cama y miré al techo. - Nunca pensé que pasaría por esto a mis treinta años. Juré... que duraría para siempre. Estaba tan envuelta en mi burbuja de felicidad. - Sonreí débilmente. - Todo empezó a ir cuesta abajo cuando me casé con James, lo único bueno de aquella relación era Tom, eso seguro. Debería haber roto con él cuando mi padre me lo pidió.
- Nada dura para siempre y no tienes que castigarte por no haberte dado cuenta antes. - Te tocó suspirar mientras te acostabas a mi lado. - Todos cambiamos en un abrir y cerrar de ojos, la única diferencia entre tú y gran parte del mundo es que tú elegiste vivir en un cuento de hadas creado por tu cabecita durante quince años. Lástima que no fuera con un príncipe, sino con un ogro.
- Eso, Olivia, demuestra lo estúpida que fui. - Puse los ojos en blanco, molesta. - Al menos mi cuento de hadas me dio mi posesión más preciada, creo que de lo único que no me arrepiento es de Tom.
- Vale, mamá del año, sé lo enamorada que estás de Tom, yo también lo estoy, al fin y al cabo es mi ahijado. - Se apoyó en los codos, levantándose un poco para mirarme. - Pero ahora, cambiando drásticamente de tema, ¿puedo preguntar de quién es esa chaqueta? Huele a hombre y no es de James. - Hizo una mueca y me miró. - ¿Le pareció extraño? Pero da igual, no es el perfume barato que llevaba James y se te pegaba. Huele a perfume caro, como el de alguien asquerosamente rico.
- A decir verdad, no lo sé. - La miré con sinceridad mientras ella volvía a entrecerrar los ojos, analizándome para asegurarse de que no ocultaba nada. - ¡No me mires así! De verdad que no tengo ni idea de quién es esa chaqueta. - Se sentó en la cama, cruzándose de brazos, esperando una respuesta más convincente. - Básicamente... estaba llorando, se acercó un tipo en silla de ruedas, me preguntó cómo estaba, me dio una botella de agua, se ofreció a llevarme y cuando me negué me dijo que me dejara el abrigo puesto porque iba a llover, eso es todo. - He omitido la parte en la que me caí en su regazo y pasé vergüenza.
- Qué tipo más raro... - Frunció el ceño y yo negué con la cabeza. - ¿Cómo sabe que le devolverás la chaqueta? Podría llevar un rastreador. - Sacudió la cabeza mientras parecía disipar tales pensamientos. - Ten cuidado con este tipo de gente, puede que ni siquiera vayan en silla de ruedas y solo se estén preparando para secuestrarte, nunca se sabe lo que piensa un maníaco. - Se acercó a su chaqueta y empezó a palpar el caro tejido. - O este tipo es un maníaco, o está loco, esta chaqueta debe costar por lo menos cinco mil.
- ¡Jesús, Liv! - me reí y moví la cabeza negativamente. - A veces parece que sigues siendo una adolescente. A tu cabeza se le ocurren tantas cosas. Debía de darle pena lo lamentable que era yo. - Sonreí, recordando el aspecto del "maníaco". Sus ojos grises casi azules y su pelo castaño claro no hacían más que complementar su belleza. - Quizá hayamos perdido la fe en el ser humano... Al final, podría ser una buena persona que solo quería ayudar.
- Puede que tengas razón. Pero no te dejes llevar pensando que no puede pasar nada, no seas tan tonta como para creerte cualquier cosa, acabas de descubrir que los cuentos de hadas no existen, no caigas en otro. - Sonrió irónicamente mientras movía negativamente la cabeza y miraba el reloj de su muñeca. - Son casi las nueve de la noche, ¿tienes hambre?
- ¿De pizza? - Sonreí al instante al ver su sonrisa malévola.
- ¿De cerveza? - Fruncí el ceño y la vi poner los ojos en blanco. - Vamos, Becca, deja por un momento el título de madre responsable y vamos a tomar algo, ¡lo necesitas!
- De momento no llevo el título de madre responsable, tengo que madrugar para entregar los miles de currículos. - Sonreí débilmente, recogiendo la toalla y dedicándole una larga sonrisa. - Necesito el dinero más que nunca, no puedo dejar a mi hijo en manos de James. Nunca ha sido el "papá mayor", temo que Tom acabe haciéndose daño de alguna manera y ese cabrón irresponsable no lo vea. - Sentí que se me oprimía el pecho al pensar en la más mínima posibilidad de que Tom se hiciera daño de alguna manera.
- Sabes que, si lo necesitas, puedo prestarte el dinero y transferir mi piso a tu nombre para que puedas tener a Tom aún más rápido, ¿verdad? - Le cogí las manos en señal de negación, haciendo que me mirara abatida, sabiendo ya mi respuesta.
- Es una forma muy rápida, pero no sería justo para ti, compraste este piso con tu sudor, ¡no puedo aceptar tenerlo de un momento a otro! Además, sería una bola de nieve. - Me levanté. - ¿Podrías pedir la pizza? Y pide unos refrescos, nada de alcohol. Voy a tender la toalla.
- Independientemente de lo que pienses, voy a hacer mi oferta, así que cuando te parezca bien, acepta. - Sonrió, cogió el móvil y marcó el número de la pizzería. - Estaré aquí para ayudarte.
- Y seguiré negándolo. - Le sonreí ligeramente. - Sabes que soy así, pero aprecio tus buenas intenciones.
Tras tender la toalla, suspiré pesadamente mientras apoyaba los brazos en el balcón para observar el cielo sin estrellas. Mi pecho estaba angustiado y mi mente parecía haberse borrado, dejando solo un paisaje blanco y sin vida.
La oferta de Olivia era tentadora, pero no era lo que yo quería, quería la casa de mis padres y a Tom limpiamente, no quería engañar en ningún momento, necesitaba despertar a la vida y aprender que el cuento de hadas nunca existió.
El corazón le latía deprisa, tenía el pelo húmedo de sudor y el cuerpo le temblaba, todavía asustado por la pesadilla que había tenido hacía apenas unos minutos. Durante unos instantes su cuerpo no se movió, estaba completamente paralizado, se sentía como en una jaula dentro de su propio cuerpo, aunque quisiera, su cuerpo no respondía a sus órdenes.Con dificultad se sentó en la cama y buscó a tientas en la oscuridad su teléfono móvil, que estaba en algún lugar debajo de la almohada. Las 4.20 de la madrugada. Y una vez más había perdido el sueño, debía de ser la tercera semana consecutiva que solo dormía unas horas por culpa de los malditos recuerdos que venían en forma de pesadillas solo para atormentarlo.Suspirando, cerró los ojos y se pasó las manos por el pelo, despeinándolo con frustración. Estaba cansado mentalmente por las pesadillas cada vez más frecuentes y físicamente por la falta de sueño reparador durante días. Deseaba tanto olvidar aquellas malditas imágenes que le asfix
Fuera solo quedaba una candidata, Rebeca. La chica que acababa de salir sonrió nerviosa y se acercó a ella.- Si yo fuera tú, saldría corriendo y renunciaría a esta entrevista. - Becca frunció el ceño y preguntó por qué. - Aunque es un sueldo alto, no merece la pena. Quiere que estés disponible las veinticuatro horas del día, ¿cómo puedes tener una vida así? Nadie está tan loco como para aceptar eso y renunciar a su propia vida.- Señorita Clifford. - Rebecca se levantó con un largo suspiro y le dio las gracias cuando la mujer le dedicó una sonrisa alentadora antes de abandonar el pasillo.- Rebeca Clifford. - Dijo Edward leyendo los documentos que tenía delante sin molestarse siquiera en mirar a la mujer. - Treinta años, licenciada en arquitectura, hizo algunas prácticas hasta los veintitrés, pero luego se dedicó al diseño gráfico, pero abandonó los estudios en el tercer año y nunca trabajó en ese campo. De los 23 a los 27 no trabajó en absoluto, solo fue "ama de casa". Trabajó en RR
- ¿Cómo es? - Olivia descruzó los brazos sorprendida, soltó una pequeña carcajada pensando que era una broma para aligerar el ambiente. - He oído mal, ¿verdad? - Cuando su amiga lo negó, sus ojos se agrandaron al instante mientras su asombro se convertía en puro terror. - Tienes que estar loca. ¿Acabas de separarte y te vas a vivir con un tío? Dimite inmediatamente. Te dije que hay una manera más fácil, acepta mi oferta. Dios, te has separado y te has convertido en una completa lunática. - Liv... - Rebecca cerró los ojos durante unos segundos y cuando volvió a abrirlos, abrazó a su amiga y suspiró, luego esbozó una débil sonrisa; no hacía mal en preocuparse, pero no debía ser así. - Sé que está mal que una mujer viva en casa de un hombre y todo eso... pero... no tengo elección. - Sus ojos se llenaron de lágrimas. - Necesito la custodia de Tom, y sé que estoy insistiendo todo el tiempo, actuando como un disco rayado, repitiendo siempre lo mismo... pero Tom es todo lo que más aprecio,
- Te lo enseñaré para que te acostumbres al entorno. - Elizabeth sonrió entusiasmada, mientras Edward se limitaba a poner cara de aburrimiento y asco mientras los seguía en completo silencio unos pasos por detrás. - Edward tiene alergia al polen, así que evitad las flores en casa, y no le gustan los dulces desde que era pequeño, así que excluidlos de cualquiera de sus comidas. - Rebecca pudo oír el suspiro ligeramente molesto del joven que venía detrás de ella, pero no sabía si adoptaba esa actitud porque su madre hablaba todo el rato de él, o si no quería tener a alguien viviendo con él y cuidándolo las veinticuatro horas del día. - Más tarde, les pedí que le dieran un menú con las cosas que debía comer cada día. - Rebeca anotaba todo en su móvil y prestaba atención a todo lo que le decían.- Tienes prohibido entrar en mi habitación bajo ningún concepto. Nunca. Entra. Mi. Habitación. - dijo Edward lentamente. Rebecca giró la cara para mirar a su jefe y frunció el ceño, solo asintió.
Sentado frente a su ventana, Arthur contemplaba con nostalgia el sol que ardía en el exterior, pensando en los últimos cinco años, en los que había pasado la mayor parte del tiempo solo en aquella habitación, a excepción de su madre, que a menudo entraba en la habitación para ver cómo estaba, ni siquiera los criados se atrevían a entrar.Echaba de menos la relación que tenía con su hermano y sobre todo con ella. Suspiró al recordar todos los recuerdos que había tenido con Victoria. Podían pasar siglos, pero era inevitable olvidar; la pelirroja había formado parte de su pasado y tenía un lugar más que especial en su corazón para el resto de su vida.Su sonrisa se tornó triste y llena de añoranza al recordar a su ex prometida y todos los momentos que habían pasado juntos hasta aquella fatídica tarde en la que ella le dio la espalda y jamás volvió ni envió palabra alguna.- No puedo seguir más contigo... No puedo, Arthur, he llegado a mi límite. - Sus ojos vagaban por la habitación, evit
Rebecca estaba sentada en el jardín mirando la foto de su hijo con una pequeña sonrisa en la cara. Le echaba de menos y ese sentimiento la asfixiaba hasta el punto de sentir las lágrimas fluir y el dolor en el pecho hacerle sollozar desesperadamente. Una vez más se sintió inútil por no poder proteger a su hijo y en consecuencia hacerles pasar por un sufrimiento tan innecesario.Desde lejos, en el balcón, Edward sorbía su café y observaba la escena sin entender mucho. Meditó varias veces si debía acercarse a preguntar qué había pasado o si era de mala educación porque aún ni siquiera se conocían bien. Por curiosidad, se acercó a ella, que estaba abrazada a sus rodillas, sollozando, y se quedó mirándola durante unos minutos, sin saber qué decir.- Tú -la sobresaltó y evitó mirarla directamente-. - ¿Estás bien? ¿Te duele algo? ¿Necesitas ir al hospital? - Lo siento, es que... todo va bien. - Ella sonrió, se secó las lágrimas y se levantó apresuradamente, sobresaltando al hombre más jove
Edward se despertó con un terrible dolor de cabeza, deseando poder hundirse en la cama y dormir un poco más o simplemente desaparecer de la faz de la tierra durante unas horas antes de enfrentarse finalmente al caos que probablemente le esperaba fuera de su habitación como de costumbre. Pero el olor a masa de tortitas le hizo rugir desesperadamente el estómago, despertándole por fin por completo. Respiró hondo, haciendo acopio de todo el valor que le quedaba, y al mirar se dio cuenta de que había, además de su medicación diaria, una pastilla para el dolor de cabeza junto a un vaso de agua, así que dio gracias al cielo por la medicina, la necesitaba.Estiró la mano para coger la medicina y tomársela de una vez, sin importarle si algún día le haría daño. Se dio cuenta de que tenía vendas en las manos y las rodillas y fue entonces cuando recordó la fatídica noche del brote, cuando se había agarrado a su secretaria y había llorado como un bebé en su regazo.Ensanchó los ojos ante cada rec
Habían pasado tres días desde aquella noche lluviosa. Edward observaba cada paso que su secretaria daba dentro y fuera del despacho, buscando un hueco para que pudieran hablar del tema, a nadie se le escapaba que ambos estaban tensos por algo, pero muchos pensaban que era por el nuevo contrato multimillonario de Phoenix Games que estaba a punto de firmarse la semana que viene, al menos eso pensaba Elizabeth. Rebecca estaba cansada de teclear todo el día, no eran más de las cuatro de la tarde, le dolía la espalda, le escocían los ojos de tanto forzarlos y tenía las piernas entumecidas de tanto estar sentada. Se levantó para ir a la cocina a por más café, tal vez la cafeína la ayudaría a mantenerse despierta hasta el final del día. Acababa de verter el café caliente en su taza cuando recibió una llamada, cogió el móvil con una mano y el café con la otra. El nombre de James a plena luz le dio dolor de cabeza y por un momento consideró colgar la llamada para no estresarse por su exmarid