Capítulo 6

El corazón le latía deprisa, tenía el pelo húmedo de sudor y el cuerpo le temblaba, todavía asustado por la pesadilla que había tenido hacía apenas unos minutos. Durante unos instantes su cuerpo no se movió, estaba completamente paralizado, se sentía como en una jaula dentro de su propio cuerpo, aunque quisiera, su cuerpo no respondía a sus órdenes.

Con dificultad se sentó en la cama y buscó a tientas en la oscuridad su teléfono móvil, que estaba en algún lugar debajo de la almohada. Las 4.20 de la madrugada. Y una vez más había perdido el sueño, debía de ser la tercera semana consecutiva que solo dormía unas horas por culpa de los malditos recuerdos que venían en forma de pesadillas solo para atormentarlo.

Suspirando, cerró los ojos y se pasó las manos por el pelo, despeinándolo con frustración. Estaba cansado mentalmente por las pesadillas cada vez más frecuentes y físicamente por la falta de sueño reparador durante días. Deseaba tanto olvidar aquellas malditas imágenes que le asfixiaban a diario, pero ver a su hermano atascado en una silla de ruedas casi a diario, incapaz de vivir la vida como él quería, solo le recordaba aquellos malditos y dolorosos recuerdos.

Abrió los ojos y dejó que sus manos descansaran sobre sus piernas mientras miraba la puerta en la oscuridad de su habitación. Estaba cansado e irritable, los somníferos ya no le ayudaban y probablemente nadie le recetaría uno más fuerte, si es que existía. Los recuerdos del coche estrellándose contra la farola volvieron a pasar por su mente, haciendo que se le acelerara el pecho. La voz del anciano resonó en su cabeza, haciendo que aquel momento volviera a ser real, y los recuerdos trajeron consigo los sonidos de aquella fatídica noche. Los neumáticos derrapando y haciendo un ruido ensordecedor en la carretera mojada aquella noche lluviosa, haciéndole perder el control, una, dos, quizá tres veces el coche giró en el aire y luego el sonido de la colisión con la farola le asustó cada vez más.

Un dolor agudo en el pecho le sacó de su ensueño y le devolvió dolorosamente a la realidad. El dolor era demasiado para él, los sonidos seguían en su cabeza volviéndole loco. Volvía a sentir pánico y estaba solo. De nuevo la sensación de que iba a morir le golpeaba en el estómago.

Todo le hacía cada vez más difícil respirar. Con una mano, apretando la fina tela de su camisa sobre el pecho, utilizó la otra para buscar su medicina, solo para derribar el vaso de agua que había junto a su cama, empeorando su creciente miedo. El sonido del cristal al romperse sonó idéntico al de las ventanas al romperse aquel día.

Sacando aire por la boca con cierta dificultad y sintiendo que sus pulmones clamaban desesperadamente por aire, se apoyó en el cabecero de la cama para levantarse. No le importaban los trozos de cristal que le cortaban la sensible piel de los pies, en ese momento solo necesitaba aire desesperadamente, necesitaba salir al balcón de la casa. Sentía que se asfixiaba, el dolor en el pecho no hacía más que aumentar al ver los recuerdos que daban vueltas en su mente en repetidos flashes. Tambaleándose, consiguió abrir la puerta de su habitación. Lo primero que hizo fue tantear las paredes, buscando desesperadamente el interruptor de la luz de la cocina mientras su visión se oscurecía cada vez más. Tenía un ligero presentimiento de lo que ocurriría a continuación, en cierto modo estaba acostumbrado, así que se rindió y se dejó llevar por la oscuridad.

Le dolía la cabeza y le escocían los ojos, la luz que entraba por la ventana prácticamente le cegaba, provocándole un enorme malestar. Le dolía el cuerpo y le palpitaban los pies. Abrió los ojos lentamente y se encontró a su madre de pie a los pies de la cama, con los brazos cruzados y una mueca de fastidio en el rostro.

- ¿Qué haces aquí? - murmuró, rascándose la nuca y suspirando mientras luchaba por incorporarse en la cama.

- Si no se me hubiera ocurrido venir a prepararte el desayuno, seguirías inconsciente en el suelo de la cocina. - Elizabeth lo fulminó con la mirada, aún irritada. - Necesitas una secretaria, ¡o venirte a vivir conmigo! ¿Quién sabe lo que podría pasarte solo en esta enorme casa? - habló con autoridad-. - Eres una persona con trastorno mental, no aceptas ayuda médica ni mi ayuda.

- No necesito a nadie, solo quieres que tenga una niñera 24 horas al día, siete días a la semana. Alguien que sea mi sombra y que esté dispuesta a obedecer todas tus órdenes para vigilarme e informar de cada respiración que haga, solo para compensar la sensación de impotencia que sientes siempre que se trata de tus hijos. - Edward se levantó irritado, necesitaba una ducha y alguna medicina para su dolor de cabeza.

Estaba cansado y dolorido, si su madre empezaba una discusión por ello probablemente se volvería a asustar, y francamente no tenía ganas de entrar en discusiones con su madre en un futuro próximo. - No me voy a mudar contigo, lo hemos hablado muchas veces. Sé que solo intentas arrinconarme para que me haga cargo de Vintage. Ya me he hecho cargo de mi empresa, no tengo tiempo para ninguna otra, esta carga se la he quitado a mi hermano porque está en silla de ruedas, pero olvídalo, no voy a hacerme cargo. Tu primogénito es Arturo y la empresa de cosméticos debería heredarla él por derecho. - Ella suspiró y negó con la cabeza. - Sigues insistiendo como un loco, pero ni siquiera piensas en tus hijos, solo sigues tratándonos como partes enfermas que crees que puedes arreglar. 

- Hoy vas a evaluar a las personas que he elegido para esta entrevista. - Ignoró lo que decía su hijo y le agarró del brazo con impaciencia. - Espero que al menos uno de los candidatos sea lo bastante bueno, de lo contrario me iré a vivir contigo.

- Tengo veintisiete años, ya no soy aquella niña que tenía miedo de los truenos. - Se soltó de las manos de su madre y se dirigió al cuarto de baño. - Estoy segura de que nadie renunciará a su vida personal para cuidarme, y además, tú tienes que ocuparte de Arthur y de tus negocios, no tienes que preocuparte por mí. Ya soy muy mayor.

- Solo quiero cuidar de ti lo mejor que pueda. - Miró fijamente la espalda de su hijo y se cruzó de brazos, no dispuesta a perder la discusión. - Me voy a morir pronto y ¿quién va a cuidar de la revista? Tu hermano no puede, necesito que dejes de jugar a las casitas con Phoenix y vuelvas a hacerte cargo de Vintage.

- No me vengas con el cuento de que te vas a morir pronto mamá, nos quieres controlar como si fuéramos tus marionetas, y eso es precisamente lo que me molesta. ¡Ya no somos niños! - Gritó, con la cabeza palpitante. - Estoy segura de que Arthur se siente como un animal enjaulado por culpa de tu ridícula y falsa sobreprotección. Y estoy seguro de que se siente como un inválido por tener que oír siempre que quieres que me haga cargo de la empresa porque él no puede. Después de todo, él te ayudó a montar la empresa, deberías valorar un poco más su esfuerzo, él está en la silla de ruedas, no en el ataúd, tu empresa es suya por derecho, no olvides que Vintage solo existe gracias a sus ideas, tú ni siquiera tendrías la capacidad cognitiva para pensar en algo así. - Cerró la puerta del baño sin esperar respuesta de su madre, que se quedó estupefacta.

En el fondo estaba contenta, ninguna de las candidatas aceptaría tener que perder su libertad solo por cuidar la agenda del jefe. Sonrió internamente al ver como su madre se desanimaba por esto, sabía que al final su madre diría que iba a contratar a una asistenta y al final podría despedirla y echarla de casa, no le preocupaba, solo estaba aburrido de tener que hacer tantas preguntas a todas aquellas candidatas.

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