El corazón le latía deprisa, tenía el pelo húmedo de sudor y el cuerpo le temblaba, todavía asustado por la pesadilla que había tenido hacía apenas unos minutos. Durante unos instantes su cuerpo no se movió, estaba completamente paralizado, se sentía como en una jaula dentro de su propio cuerpo, aunque quisiera, su cuerpo no respondía a sus órdenes.
Con dificultad se sentó en la cama y buscó a tientas en la oscuridad su teléfono móvil, que estaba en algún lugar debajo de la almohada. Las 4.20 de la madrugada. Y una vez más había perdido el sueño, debía de ser la tercera semana consecutiva que solo dormía unas horas por culpa de los malditos recuerdos que venían en forma de pesadillas solo para atormentarlo.
Suspirando, cerró los ojos y se pasó las manos por el pelo, despeinándolo con frustración. Estaba cansado mentalmente por las pesadillas cada vez más frecuentes y físicamente por la falta de sueño reparador durante días. Deseaba tanto olvidar aquellas malditas imágenes que le asfixiaban a diario, pero ver a su hermano atascado en una silla de ruedas casi a diario, incapaz de vivir la vida como él quería, solo le recordaba aquellos malditos y dolorosos recuerdos.
Abrió los ojos y dejó que sus manos descansaran sobre sus piernas mientras miraba la puerta en la oscuridad de su habitación. Estaba cansado e irritable, los somníferos ya no le ayudaban y probablemente nadie le recetaría uno más fuerte, si es que existía. Los recuerdos del coche estrellándose contra la farola volvieron a pasar por su mente, haciendo que se le acelerara el pecho. La voz del anciano resonó en su cabeza, haciendo que aquel momento volviera a ser real, y los recuerdos trajeron consigo los sonidos de aquella fatídica noche. Los neumáticos derrapando y haciendo un ruido ensordecedor en la carretera mojada aquella noche lluviosa, haciéndole perder el control, una, dos, quizá tres veces el coche giró en el aire y luego el sonido de la colisión con la farola le asustó cada vez más.
Un dolor agudo en el pecho le sacó de su ensueño y le devolvió dolorosamente a la realidad. El dolor era demasiado para él, los sonidos seguían en su cabeza volviéndole loco. Volvía a sentir pánico y estaba solo. De nuevo la sensación de que iba a morir le golpeaba en el estómago.
Todo le hacía cada vez más difícil respirar. Con una mano, apretando la fina tela de su camisa sobre el pecho, utilizó la otra para buscar su medicina, solo para derribar el vaso de agua que había junto a su cama, empeorando su creciente miedo. El sonido del cristal al romperse sonó idéntico al de las ventanas al romperse aquel día.
Sacando aire por la boca con cierta dificultad y sintiendo que sus pulmones clamaban desesperadamente por aire, se apoyó en el cabecero de la cama para levantarse. No le importaban los trozos de cristal que le cortaban la sensible piel de los pies, en ese momento solo necesitaba aire desesperadamente, necesitaba salir al balcón de la casa. Sentía que se asfixiaba, el dolor en el pecho no hacía más que aumentar al ver los recuerdos que daban vueltas en su mente en repetidos flashes. Tambaleándose, consiguió abrir la puerta de su habitación. Lo primero que hizo fue tantear las paredes, buscando desesperadamente el interruptor de la luz de la cocina mientras su visión se oscurecía cada vez más. Tenía un ligero presentimiento de lo que ocurriría a continuación, en cierto modo estaba acostumbrado, así que se rindió y se dejó llevar por la oscuridad.
Le dolía la cabeza y le escocían los ojos, la luz que entraba por la ventana prácticamente le cegaba, provocándole un enorme malestar. Le dolía el cuerpo y le palpitaban los pies. Abrió los ojos lentamente y se encontró a su madre de pie a los pies de la cama, con los brazos cruzados y una mueca de fastidio en el rostro.
- ¿Qué haces aquí? - murmuró, rascándose la nuca y suspirando mientras luchaba por incorporarse en la cama.
- Si no se me hubiera ocurrido venir a prepararte el desayuno, seguirías inconsciente en el suelo de la cocina. - Elizabeth lo fulminó con la mirada, aún irritada. - Necesitas una secretaria, ¡o venirte a vivir conmigo! ¿Quién sabe lo que podría pasarte solo en esta enorme casa? - habló con autoridad-. - Eres una persona con trastorno mental, no aceptas ayuda médica ni mi ayuda.
- No necesito a nadie, solo quieres que tenga una niñera 24 horas al día, siete días a la semana. Alguien que sea mi sombra y que esté dispuesta a obedecer todas tus órdenes para vigilarme e informar de cada respiración que haga, solo para compensar la sensación de impotencia que sientes siempre que se trata de tus hijos. - Edward se levantó irritado, necesitaba una ducha y alguna medicina para su dolor de cabeza.
Estaba cansado y dolorido, si su madre empezaba una discusión por ello probablemente se volvería a asustar, y francamente no tenía ganas de entrar en discusiones con su madre en un futuro próximo. - No me voy a mudar contigo, lo hemos hablado muchas veces. Sé que solo intentas arrinconarme para que me haga cargo de Vintage. Ya me he hecho cargo de mi empresa, no tengo tiempo para ninguna otra, esta carga se la he quitado a mi hermano porque está en silla de ruedas, pero olvídalo, no voy a hacerme cargo. Tu primogénito es Arturo y la empresa de cosméticos debería heredarla él por derecho. - Ella suspiró y negó con la cabeza. - Sigues insistiendo como un loco, pero ni siquiera piensas en tus hijos, solo sigues tratándonos como partes enfermas que crees que puedes arreglar.
- Hoy vas a evaluar a las personas que he elegido para esta entrevista. - Ignoró lo que decía su hijo y le agarró del brazo con impaciencia. - Espero que al menos uno de los candidatos sea lo bastante bueno, de lo contrario me iré a vivir contigo.
- Tengo veintisiete años, ya no soy aquella niña que tenía miedo de los truenos. - Se soltó de las manos de su madre y se dirigió al cuarto de baño. - Estoy segura de que nadie renunciará a su vida personal para cuidarme, y además, tú tienes que ocuparte de Arthur y de tus negocios, no tienes que preocuparte por mí. Ya soy muy mayor.
- Solo quiero cuidar de ti lo mejor que pueda. - Miró fijamente la espalda de su hijo y se cruzó de brazos, no dispuesta a perder la discusión. - Me voy a morir pronto y ¿quién va a cuidar de la revista? Tu hermano no puede, necesito que dejes de jugar a las casitas con Phoenix y vuelvas a hacerte cargo de Vintage.
- No me vengas con el cuento de que te vas a morir pronto mamá, nos quieres controlar como si fuéramos tus marionetas, y eso es precisamente lo que me molesta. ¡Ya no somos niños! - Gritó, con la cabeza palpitante. - Estoy segura de que Arthur se siente como un animal enjaulado por culpa de tu ridícula y falsa sobreprotección. Y estoy seguro de que se siente como un inválido por tener que oír siempre que quieres que me haga cargo de la empresa porque él no puede. Después de todo, él te ayudó a montar la empresa, deberías valorar un poco más su esfuerzo, él está en la silla de ruedas, no en el ataúd, tu empresa es suya por derecho, no olvides que Vintage solo existe gracias a sus ideas, tú ni siquiera tendrías la capacidad cognitiva para pensar en algo así. - Cerró la puerta del baño sin esperar respuesta de su madre, que se quedó estupefacta.
En el fondo estaba contenta, ninguna de las candidatas aceptaría tener que perder su libertad solo por cuidar la agenda del jefe. Sonrió internamente al ver como su madre se desanimaba por esto, sabía que al final su madre diría que iba a contratar a una asistenta y al final podría despedirla y echarla de casa, no le preocupaba, solo estaba aburrido de tener que hacer tantas preguntas a todas aquellas candidatas.
Fuera solo quedaba una candidata, Rebeca. La chica que acababa de salir sonrió nerviosa y se acercó a ella.- Si yo fuera tú, saldría corriendo y renunciaría a esta entrevista. - Becca frunció el ceño y preguntó por qué. - Aunque es un sueldo alto, no merece la pena. Quiere que estés disponible las veinticuatro horas del día, ¿cómo puedes tener una vida así? Nadie está tan loco como para aceptar eso y renunciar a su propia vida.- Señorita Clifford. - Rebecca se levantó con un largo suspiro y le dio las gracias cuando la mujer le dedicó una sonrisa alentadora antes de abandonar el pasillo.- Rebeca Clifford. - Dijo Edward leyendo los documentos que tenía delante sin molestarse siquiera en mirar a la mujer. - Treinta años, licenciada en arquitectura, hizo algunas prácticas hasta los veintitrés, pero luego se dedicó al diseño gráfico, pero abandonó los estudios en el tercer año y nunca trabajó en ese campo. De los 23 a los 27 no trabajó en absoluto, solo fue "ama de casa". Trabajó en RR
- ¿Cómo es? - Olivia descruzó los brazos sorprendida, soltó una pequeña carcajada pensando que era una broma para aligerar el ambiente. - He oído mal, ¿verdad? - Cuando su amiga lo negó, sus ojos se agrandaron al instante mientras su asombro se convertía en puro terror. - Tienes que estar loca. ¿Acabas de separarte y te vas a vivir con un tío? Dimite inmediatamente. Te dije que hay una manera más fácil, acepta mi oferta. Dios, te has separado y te has convertido en una completa lunática. - Liv... - Rebecca cerró los ojos durante unos segundos y cuando volvió a abrirlos, abrazó a su amiga y suspiró, luego esbozó una débil sonrisa; no hacía mal en preocuparse, pero no debía ser así. - Sé que está mal que una mujer viva en casa de un hombre y todo eso... pero... no tengo elección. - Sus ojos se llenaron de lágrimas. - Necesito la custodia de Tom, y sé que estoy insistiendo todo el tiempo, actuando como un disco rayado, repitiendo siempre lo mismo... pero Tom es todo lo que más aprecio,
- Te lo enseñaré para que te acostumbres al entorno. - Elizabeth sonrió entusiasmada, mientras Edward se limitaba a poner cara de aburrimiento y asco mientras los seguía en completo silencio unos pasos por detrás. - Edward tiene alergia al polen, así que evitad las flores en casa, y no le gustan los dulces desde que era pequeño, así que excluidlos de cualquiera de sus comidas. - Rebecca pudo oír el suspiro ligeramente molesto del joven que venía detrás de ella, pero no sabía si adoptaba esa actitud porque su madre hablaba todo el rato de él, o si no quería tener a alguien viviendo con él y cuidándolo las veinticuatro horas del día. - Más tarde, les pedí que le dieran un menú con las cosas que debía comer cada día. - Rebeca anotaba todo en su móvil y prestaba atención a todo lo que le decían.- Tienes prohibido entrar en mi habitación bajo ningún concepto. Nunca. Entra. Mi. Habitación. - dijo Edward lentamente. Rebecca giró la cara para mirar a su jefe y frunció el ceño, solo asintió.
Sentado frente a su ventana, Arthur contemplaba con nostalgia el sol que ardía en el exterior, pensando en los últimos cinco años, en los que había pasado la mayor parte del tiempo solo en aquella habitación, a excepción de su madre, que a menudo entraba en la habitación para ver cómo estaba, ni siquiera los criados se atrevían a entrar.Echaba de menos la relación que tenía con su hermano y sobre todo con ella. Suspiró al recordar todos los recuerdos que había tenido con Victoria. Podían pasar siglos, pero era inevitable olvidar; la pelirroja había formado parte de su pasado y tenía un lugar más que especial en su corazón para el resto de su vida.Su sonrisa se tornó triste y llena de añoranza al recordar a su ex prometida y todos los momentos que habían pasado juntos hasta aquella fatídica tarde en la que ella le dio la espalda y jamás volvió ni envió palabra alguna.- No puedo seguir más contigo... No puedo, Arthur, he llegado a mi límite. - Sus ojos vagaban por la habitación, evit
Rebecca estaba sentada en el jardín mirando la foto de su hijo con una pequeña sonrisa en la cara. Le echaba de menos y ese sentimiento la asfixiaba hasta el punto de sentir las lágrimas fluir y el dolor en el pecho hacerle sollozar desesperadamente. Una vez más se sintió inútil por no poder proteger a su hijo y en consecuencia hacerles pasar por un sufrimiento tan innecesario.Desde lejos, en el balcón, Edward sorbía su café y observaba la escena sin entender mucho. Meditó varias veces si debía acercarse a preguntar qué había pasado o si era de mala educación porque aún ni siquiera se conocían bien. Por curiosidad, se acercó a ella, que estaba abrazada a sus rodillas, sollozando, y se quedó mirándola durante unos minutos, sin saber qué decir.- Tú -la sobresaltó y evitó mirarla directamente-. - ¿Estás bien? ¿Te duele algo? ¿Necesitas ir al hospital? - Lo siento, es que... todo va bien. - Ella sonrió, se secó las lágrimas y se levantó apresuradamente, sobresaltando al hombre más jove
Edward se despertó con un terrible dolor de cabeza, deseando poder hundirse en la cama y dormir un poco más o simplemente desaparecer de la faz de la tierra durante unas horas antes de enfrentarse finalmente al caos que probablemente le esperaba fuera de su habitación como de costumbre. Pero el olor a masa de tortitas le hizo rugir desesperadamente el estómago, despertándole por fin por completo. Respiró hondo, haciendo acopio de todo el valor que le quedaba, y al mirar se dio cuenta de que había, además de su medicación diaria, una pastilla para el dolor de cabeza junto a un vaso de agua, así que dio gracias al cielo por la medicina, la necesitaba.Estiró la mano para coger la medicina y tomársela de una vez, sin importarle si algún día le haría daño. Se dio cuenta de que tenía vendas en las manos y las rodillas y fue entonces cuando recordó la fatídica noche del brote, cuando se había agarrado a su secretaria y había llorado como un bebé en su regazo.Ensanchó los ojos ante cada rec
Habían pasado tres días desde aquella noche lluviosa. Edward observaba cada paso que su secretaria daba dentro y fuera del despacho, buscando un hueco para que pudieran hablar del tema, a nadie se le escapaba que ambos estaban tensos por algo, pero muchos pensaban que era por el nuevo contrato multimillonario de Phoenix Games que estaba a punto de firmarse la semana que viene, al menos eso pensaba Elizabeth. Rebecca estaba cansada de teclear todo el día, no eran más de las cuatro de la tarde, le dolía la espalda, le escocían los ojos de tanto forzarlos y tenía las piernas entumecidas de tanto estar sentada. Se levantó para ir a la cocina a por más café, tal vez la cafeína la ayudaría a mantenerse despierta hasta el final del día. Acababa de verter el café caliente en su taza cuando recibió una llamada, cogió el móvil con una mano y el café con la otra. El nombre de James a plena luz le dio dolor de cabeza y por un momento consideró colgar la llamada para no estresarse por su exmarid
Como de costumbre, la semana fue ajetreada y Rebecca apenas tuvo ocasión de descansar, pero al menos su jefe le había aliviado un poco la tarea de teclear, así que su mano fue mejorando poco a poco, apenas sentía dolor ni molestias por la quemadura.Después de aquella noche en la que Rebecca se sinceró con su jefe, apenas podía mirarle a los ojos sin pensar en el patético papel que había desempeñado al, en cierto modo, desahogarse con él. Pero sentía que ahora estaban en paz, ella conocía su secreto y él el suyo, o al menos él conocía la punta del gigantesco iceberg que era su secreto y ella sentía que le ocurría lo mismo en relación con él. Tom se ponía en contacto con su madre casi todas las noches, ya fuera por mensaje o por videollamada. Rebecca sentía que le ardía el pecho cada vez que oía las palabras "Mamá, te echo de menos" salir de la boca de su hijo. Era tan doloroso estar lejos de su hijo, pero de momento era necesario, en un futuro muy cercano volvería a tener a su hijo a